Primarias chilenas: resultados inesperados e inestabilidad política

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  • Las primarias hacia las elecciones presidenciales en Chile le dieron el triunfo a los candidatos menos esperados: mientras Boric del Frente Amplio triunfó en su interna frente al viejo Partido Comunista, Sichel se alzó con la candidatura de la coalición de derecha.

Redacción

Es difícil saber quién sufrió la mayor humillación el pasado domingo en Chile. Hay varios candidatos: Jadue (el candidato del PC y alcalde de Recoleta, Santiago de Chile), Joaquín Lavín de la derechista UDI, o todas las encuestadoras de opinión del país. La derrota es pareja para cada uno.

La rebelión de octubre de 2019 fue un terremoto que movió todas las estanterías y nada ha sido puesto de nuevo en su lugar. Todos y cada uno de los políticos clásicos han quedado desplazados de la carrera presidencial. Pero ni siquiera eso, que ya debería ser suficiente para poner en crisis a todo un sistema político, es lo más importante. Lo más significativo es que las fuerzas políticas clásicas de los dueños capitalistas del país han sido claramente derrotadas. 

La participación en las primarias presidenciales fue la más alta de la historia del país (unos 3 millones de votos, el 18% de los habilitados para participar) y los números finales son sumamente significativos. La coalición del actual presidente Piñera, que tiene entre sus principales fuerzas a la UDI y Renovación Nacional (una suerte de reciclaje mal hecho de viejos funcionarios de Pinochet y sus herederos), ha sido claramente derrotada por la alianza «de izquierda» Apruebo Dignidad. Mientras el ex pinochetismo de Chile Vamos obtuvo 1.328.049 votos, la alianza reformista Apruebo Dignidad se alzó con 1.728.231 votos.

La «izquierda» reformista… y capituladora

En la interna entre el Partido Comunista y el Frente Amplio, los derrotados fueron Daniel Jadue del viejo estalinismo y las encuestadoras. Jadue triunfó recientemente en las elecciones municipales de Recoleta y ya todas los sondeos lo daban como el candidato de la «izquierda» por el PC en alianza con el FA. No solo eso: las encuestas lo daban como triunfador en las presidenciales definitivas.

Así, mientras Jadue del PC tuvo 692 862 votos, Gabriel Boric del FA triunfó contando con 1.058.027. 

Es evidente que esta elección le costó la derrota al PC por su larga historia de colaboración con el régimen. Controlan hace décadas la CUT (Central Única de Trabajadores) y lo hacen como una burocracia sindical más: su política es la de la colaboración con los patrones y el Estado chilenos. En las grandes luchas y huelgas dadas por los trabajadores (como las movilizaciones históricas contra el sistema privado de jubilaciones) tuvieron una política abierta de bomberos, de desmovilización.

Incluso fueron parte del segundo gobierno neoliberal «de izquierda» de Bachelet entre 2014 y 2018 como parte de «Nueva Mayoría». Precisamente, la rebelión de 2019 estalló para resolver en las calles lo que las urnas no podían porque las «alternativas» no eran tales. El PC chileno, como la vieja Concertación, es la expresión más cabal de lo que expresaba Margaret Thatcher en la época de la hegemonía neoliberal acerca de la «izquierda» social-liberal: “El verdadero triunfo es que nuestros adversarios adoptaron mis ideas”.

Sin embargo, Boric y el Frente Amplio están lejos de ser mejores. Comenzaron a capitular mucho antes de tener su influencia actual, siguieron haciéndolo cada vez que pudieron, lo hacen por oficio y convicción.

La trayectoria política de Boric es bastante similar a la del ya retirado Pablo Iglesias en España, como su FA lo es con PODEMOS. Surgieron como una crítica más «radicalizada» respecto a la «izquierda» clásica a la vez que hacían sermones sobre «realismo» político a la izquierda marxista. El «realismo» de uno y otro se impuso a su «radicalidad» una y otra vez hasta ser peores que el propio viejo estalinismo.

Boric surgió como referente en las luchas estudiantiles del año 2011, cuando miles y miles se lanzaron a las calles contra la exclusión privatista del sistema universitario. Por posar durante todo ese año de más «combativo» que la conducción de la FECH (el PC y la internacionalmente conocida Camila Vallejos), los desbancó al año siguiente poniéndose a la cabeza de la principal organización estudiantil de la Universidad de Santiago de Chile.

Ya en la dirección de la FECH, comenzó la carrera y el oficio de la capitulación. El gobierno de Piñera de ese entonces quiso desmovilizar sin entregar la reivindicación básica de la movilización: la de las universidades públicas. En vez de hacer la más mínima transformación al sistema educativo mercantilizado, el gobierno presentó como solución la llamada «beca de gratuidad universitaria». Boric al frente de la FECH firmó la «concesión» y entregó la lucha al gobierno y al régimen de los 30 años. 

Pero su más nefasto rol fue el cumplido en la rebelión de 2019. Al frente de un «partido» sin militancia ni rol relevante alguno en las movilizaciones, siendo diputado votó a favor de la «Ley Antibarricadas» presentada por el gobierno de Piñera. Así es, el candidato de la «izquierda», mientras decenas de miles y millones de jóvenes confrontaban la brutal represión de los pacos, eligió la barricada de los uniformados de verde votando una ley lisa y llanamente represiva.

Fue también firmante del llamado «Acuerdo por la Paz»: se sentó con lo peor del régimen de los 30 años, con todos los partidos hijos del pinochetismo, a darle una salida, un desvío, institucional de la crisis de la calle. La «paz» debía ser garantizada por la calle, mientras los pacos al día siguiente implementaban la política pacífica de Estado matando a un estudiante en Plaza Dignidad. Fue así la quinta rueda del carro de Piñera, un rol tan lamentable que ni el viejo y desprestigiado PC quiso cumplir. Que su lista se llame «Apruebo Dignidad» para robarse las banderas de la rebelión de octubre es tan coherente como si Bolsonaro se presentara con listas con slogans sobre la tolerancia y Macri con el «partido del trabajo».

Su trayectoria política es consecuente en un solo, único, punto: el de hacer siempre lo contrario a lo dicho para ganar influencia. En cuanto los presos políticos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (una guerrilla que enfrentó al pinochetismo en sus últimos años), pasó de reivindicar públicamente su libertad a sostener que en caso de ganar no les daría ningún tipo de indulto.

Consecuente en la inconsecuencia, ahora usa el capital político ganado criticando la política de alianzas del PC tratando de ampliar «Apruebo Dignidad» a miembros y partidos de la ex Concertación de Bachelet. Boric se prueba por anticipado la banda presidencial y se mira al espejo imaginándose rodeado de funcionarios «serios»: quiere las simpatías de quienes gestionaron el ala «izquierda» del régimen de los 30 años para que sean sus ministros y secretarios.

Los capitalistas lo miran con simpatías como el candidato de la clausura de la rebelión, el intento de desviar la movilización callejera a las urnas y la desmoralización de masas. Quieren que millones miren con expectativas, se desilusionen y vuelvan a sus casas pensando que nada puede cambiar. La de Boric es la política del Gatopardo: «Es preciso que todo cambie para que todo siga como está».

La derecha en su laberinto

En las internas de «Chile Vamos» (la coalición de Piñera), los grandes derrotados fueron Joaquín Lavín y las encuestadoras. Y, en la generalidad de la elección, la gran derrota fue para el propio «Chile Vamos». La rebelión fue un rudo golpe para Piñera y los partidos del ex (y no tan ex) pinochetismo, uno del que no aciertan a dar paso alguno de recuperación. Todo indica que están a meses de perder el poder.

En la interna de la derecha triunfó Sebastián Sichel, que se presentó a sí mismo como «independiente», una palabra muy devaluada para ocultar la propia identidad política y evitar todo balance de las fuerzas políticas de la que se es parte. No, Sichel no es ningún «independiente».

Parece que, mientras formalmente ganan los outsiders de la política, en estas elecciones todos los premios se los llevó el camaleonismo político. Sichel comenzó su carrera como funcionario de Bachelet, bajo cuyo gobierno ascendió a las grandes ligas de la gestión del Estado. Llegó en 2008 al muy alto cargo de jefe de asesores del Ministerio de Economía. Hasta ese momento, se presentaba a sí mismo como militante de la centroizquierdista «Democracia Cristiana», el gran aliado del PS en sus sucesivos gobiernos.

Sin embargo, en 2010, ya bajo el gobierno de Piñera, ya le había encontrado el gusto al sillón de funcionario y fue designado como vicepresidente de la Corporación de Fomento de la Producción, agencia gubernamental dependiente del Ministerio de Economía. Rápidamente llegó al cargo de ministro de Desarrollo Social. A ambos cargos accedió por la recomendación de nada más y nada menos que Andrés Chadwick, funcionario de Piñera que fue también funcionario de Pinochet.

Con la convicción del converso (y el arribista), su campaña es la de confrontación directa con todas las aspiraciones masivas expresadas en la rebelión. Tiene ahora el voto de confianza de los capitalistas como su más directo defensor, sin máscaras, sin eufemismos.

No obstante, los números no parecen favorecerlo: el candidato perdedor de la interna «de izquierda», Jadue, tuvo él solo más votos que el ganador en la interna de la derecha.

Mientras tanto, la Convención Constitucional sigue sesionando y genera temor en la clase dominante pese a haber puesto mil y una garantías de que no cuestionarán nada de fondo. Y la calle sigue allí, acechando, volviendo cada vez que algún funcionario demasiado confiado cree haber conjurado su fantasma. 

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