Perú: Pedro Castillo fue declarado ganador de las elecciones presidenciales

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  • Ayer, las autoridades electorales declararon finalmente a Castillo, de 51 años, ganador en segunda vuelta frente a Keiko Fujimori, hija de del ex dictador.

Redacción

Para un análisis completo de estas elecciones: Perú: entre la histeria “anticomunista” y el reformismo light

Los resultados oficiales en el sitio de la ONPE

Las movilizaciones y protestas del fujimorismo, y las clases medias altas limeñas como fuerza de choque, para desconocer los resultados, ha sufrido una dura derrota. La hija del ex dictador puso a un ejército de abogados a amañar resultados, desconocer votos, torcer las elecciones a su favor. Los grandes medios dieron espacio para mentir: están disconformes con el resultado.

La polarización no es solo numérica, es social: mientras Fujimori arrasó en distritos acomodados limeños como San Isidro y Miraflores (con porcentajes de hasta el 80%), Castillo tuvo votaciones aplastantes en las regiones andinas como Cusco y Ayacucho.

La pequeño burguesía alta de las grandes ciudades, las clases medias reaccionarias, ejercen allí una hegemonía cultural clara. En Lima, la hija del ex dictador arrasó con nada menos que el 64% de los votos; en Trujillo, con el 59%; en Callao, con el 67%. Arequipa, la segunda ciudad del país, le dio a Castillo el triunfo con un contundente 64%; y sus triunfos se cuentan en las ciudades recién en la sexta (Huancayo, 58%) y séptima (Cusco, 83%).

En las zonas de las sierras, campesinas, indígenas y populares; gana indiscutiblemente Castillo. En los lugares de predominancia de clases medias, triunfa Keiko.

La polarización numérica es claramente una regional y social. En cada región, el candidato que ganó lo hace con un muy considerable margen. En cada zona, la tradición política y cultural de las clases sociales determina el resultado. La clase media «aspiracional», que opina que el «indio» y el «campesino» no son lo suficientemente buenos para dejar de ser pobres, logra hacer valer sus opiniones a sectores de trabajadores que la siguen. En las zonas rurales, los intereses de los más oprimidos, su rechazo a la hija del dictador que los hundió en la pobreza y las masacres, determina los votos.

Claro que en eso hay «grises»: la campaña del miedo contra el espantajo «comunista» y «Venezuela» ha logrado torcer al aproximadamente 15% que no iba a votar a Fujimori al principio de la campaña y acabó haciéndolo.

La polarización social entre oprimidos y opresores se puso al rojo vivo con esta elección: lo que estaba oculto detrás de las crisis de la institucionalidad, acaba de arrancarse la máscara y se puso en evidencia como un abismo social. La gran burguesía ha logrado encolumnar detrás de una figura de extrema derecha a las clases medias urbanas y sectores de trabajadores.

El inestable equilibrio de fuerzas parece querer representar entre sierras y valles la situación de toda América Latina. La polarización entre zonas va del Cusco indígena y la Lima pequeño burguesa a la Bolivia del MAS y el Brasil de Bolsonaro; la polarización social de la rebelión colombiana al pueblo pobre que rechaza de Fujimori y la juventud chilena que puso al régimen de cabeza; la polarización política del régimen narco militar colombiano a las urnas con boletas marcadas por Perú Libre.

El de Castillo será un gobierno débil y tibio. Ya antes de la segunda vuelta intentó rodearse lo más que pudo de funcionarios profesionales del estado capitalista. Lo hizo para que el Estado le responda y para aliviar los temores de la clase dominante.

Sin embargo, el personal político burgués no reconoce al ganador como uno de los propios: para ellos, los «indios» están para trabajar, no para gobernar. Eso mismo sienten las clases medias reaccionarias limeñas, movilizadas en estos momentos contra el «comunismo». Castillo estará condicionado por un parlamento hostil (que ya derribó a un gobierno más propio), unas clases medias que verán comunismo en todos lados, una fuerza de extrema derecha fortalecida por el apoyo de las clases dominantes en esta segunda vuelta.

Los «progresismos» de hace dos décadas hicieron algunas reformas apoyadas en la movilización y el descontento de masas, en una institucionalidad debilitada y deslegitimada, en una clases dominantes a la defensiva. Nada de esto existe hoy y Castillo no quiere saber nada con movilizar a las masas que lo votaron esperando un gobierno propio: la capitulación está a la orden del día… pero también lo está el descontento de quienes esperaban un gobierno indígena, campesino, obrero.

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