No son superhéroes

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Medical workers in protective gears walk into a hospital facility to treat coronavirus patients amid the rise in confirmed cases of coronavirus disease (COVID-19) in Daegu, South Korea, March 8, 2020. REUTERS/Kim Kyung-Hoon

 

  • Las ideologías en torno a los pacientes y los trabajadores de la salud en tiempos de pandemia. La necesidad de luchar por otro sistema de salud.

Por Pachi Alvarez

La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

Así comienza el ensayo de Susan Sontag, “la enfermedad y sus metáforas”, en el cual la novelista y sobreviviente de cáncer analiza las construcciones ideológicas, los mitos y metáforas que rodean la enfermedad, también desde su propia experiencia. Estas construcciones metafóricas pueden haber constituido un respaldo ideológico para el vaciamiento tanto de los sistemas de salud a nivel global, como de las investigaciones en ciencia y tecnología.

 

La guerra mundial contra un enemigo invisible

Una de las metáforas más interesantes, y más generalizadas, que plantea Sontag es la de la “lucha”, de la “guerra” donde los cuerpos son “campo de batalla”. Ella expone su propia historia como ejemplo, deteniéndose en cómo sobrevivir al cáncer se convierte en una especie de acto heroico y el tratamiento en una guerra sin cuartel, que pareciera depender de la templanza del paciente, de sus ganas de vivir, de su fuerza de carácter. Esta construcción no dista de la meritocracia e intenta anular las diferencias de clase generan en un mundo donde los sistemas de salud están profundamente estratificados. Pareciera ser que las enfermedades son imponderables, que pueden tocarnos a todos, indistintamente de la clase social a la que pertenezcamos, que suceden por alguna voluntad que escapa a cualquier acción humana, y en la que nuestra fuerzas individuales determinan nuestra supervivencia o no. Estas metáforas son como mínimo incompletas: las enfermedades sí tienen causas materiales, las conozcamos o no, y la fuerza de carácter no es en sí misma suficiente.

Por fuera de las metáforas, Argentina es un claro ejemplo de un sistema de salud estratificado y excluyente: La salud pública está profundamente deteriorada y el sistema de obras sociales está dividido en estratos dentro de la misma clase trabajadora: los sindicatos más fuertes tienen mejores obras sociales, los sueldos más altos costean prepagas, también estratificadas en costos y beneficios, yendo desde Pami hasta Swiss Medical; la atención médica particular en clínicas privadas es impagable para cualquier asalariado. No se puede afirmar de ninguna manera que los niños que viajan desde Chaco para tratar tumores en Buenos Aires tengan menos ganas de vivir o menos fuerzas espirituales que los niños que viven cerca de centros de salud como el Hospital Italiano o la Clínica Suiza, con prepagas a la altura y acompañamiento sanitario en sus casas. Si suprimimos esta mitología, no queda más que aceptar que un sistema de salud excluyente deja libradas a su suerte las vidas de una parte importante de su población.

Del mismo modo han circulado discursos sobre el COVID-19: Que afecta a los ricos, a los que llegaron de Europa, que no distingue a una clase social de otra, etc. Si bien no podemos todavía profundizar en su efecto en los barrios populares (donde el hacinamiento resulta un factor peligrosísimo de contagio), sí podemos observar las diferentes repercusiones de la situación con una perspectiva de clase: Desde la situación de trabajadores y trabajadoras que continúan exponiéndose porque no han dejado de concurrir a trabajar, hasta aquellos que no saben cuándo van a volver a cobrar y se agolpan en colas para rescatar bolsones de comida. Desde aquellos que tienen hospitales e infraestructura cerca de sus lugares de residencia hasta los que viven a kilómetros de alguna unidad sanitaria. Basta observar los instructivos para que los pacientes que han dado positivo puedan evitar contagiar a sus convivientes: Comienzan diciendo que deben ser aislados en una habitación con baño privado…

En resumen, las construcciones metafóricas en torno a las enfermedades, que quieren situar en un plano de igualdad a toda la población ignorando las diferencias de clase, funcionan como legitimadores ideológicos (de la mano de la ya conocida meritocracia, solo que en este caso un tanto más morbosa), del vaciamiento producido en hospitales y centros de investigación durante las últimas décadas. Si la cura depende de una lucha individual, no hace falta un sistema universal de salud pública ni investigaciones que avancen sobre las enfermedades que más aquejan a la población.

 

Los héroes sin capa

Una novedosa metáfora que trae esta pandemia es la del héroe-médico, que puede extenderse a todos los trabajadores y trabajadoras de sectores esenciales: Desde los obreros de fábricas de alimentos y medicamentos, hasta cajeras de supermercado y farmacéuticos. Desde empleadas de limpieza de los centros de salud hasta cuidadoras y cuidadores de hogares. Los aplausos a las 9 de la noche se generalizan cada día más.

Sin embargo, esta metáfora también resulta poco adecuada. Los super-héroes de las películas distan mucho de ser trabajadores, son más bien multimillonarios excéntricos o huérfanos atormentados que no reciben y no precisan retribución económica alguna por sus tareas salvando al mundo, sólo fama y aclamación. Los trabajadores y trabajadoras de la salud (y de todos los sectores esenciales) son mucho más humanos que estos personajes y como tales tienen necesidades y debilidades: No tienen resistencia sobrehumana para soportar turnos de 12 o hasta 24 horas sin que esto afecte sus capacidades de atención. No tienen ningún poder de inmunidad frente al virus o cualquier otra enfermedad. La construcción de la metáfora parece olvidar su humanidad y así queda justificada (hasta olvidada) cualquier falla en sus retribuciones y en su protección, bastan al aplausos al final del día.

Sin embargo, se está cayendo en cuenta de su esencialidad, de qué trabajos son indispensables para que el mundo siga girando. Junto a esta comprensión debe aparecer la exigencia de sueldos acorde y medidas de cuidado suficientes.

Las metáforas de heroicismo en torno a las enfermedades, tanto para médicos como para pacientes, no son casualmente construidas en un sistema económico que mercantiliza la salud de las personas y por tanto impide el acceso a vacunas y curas, a alimentaciones saludables, a centros de salud equipados, a amplias franjas de la población. No son ideas conformadas al azar en un país donde las enfermeras cobran sueldos por debajo de la línea de pobreza.

La lucha no es, obviamente, contra la metáfora, es contra el sistema económico que la precisa para legitimarse.

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