La derecha británica comienza a hacer realidad el Brexit

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El día de hoy, 31 de enero, comienza la salida efectiva del Reino Unido de la Unión Europea. Un enorme episodio de crisis de la estabilidad entre los estados capitalistas. Un análisis de los orígenes y las implicancias del Brexit.

Por Ale Kur

1) Se inicia la transición a la ruptura con la U.E.

En 2016, el Reino Unido aprobó en un referéndum la intención de separarse de la Unión Europea, proceso conocido como Brexit. Sin embargo, este no se concretó inmediatamente, sino que se abrió el paso a todo un período de crisis política prolongada, que se llevó puesto a varios gobiernos y parlamentos.

Pero en diciembre de 2019, un hecho de gran importancia sacudió este impasse político. Unas elecciones generales dieron por primera vez como resultado una clara mayoría parlamentaria -encabezada por el primer ministro conservador Boris Johnson- determinada a llevar adelante el Brexit. Ese nuevo parlamento ya votó iniciar, desde el 31 de enero de 2020, la  transición de salida de la U.E. – que según los plazos estipulados, debe estar concluida para el 31 de diciembre. Durante esa transición el Reino Unido ya no formará parte de las instituciones europeas, aunque todavía seguirá dentro de su mercado común y unión aduanera. En dicho plazo, el R.U. debe negociar los términos definitivos de su relación comercial con la Unión, ya que a partir de 2021 será tratado por Europa como un país completamente externo a ella[1].

Lo que ocurra en el Reino Unido tiene una gran importancia para la economía y política global por varios motivos. El Reino Unido es, según como se lo mida, la segunda o tercera economía más grande de Europa, y la quinta o sexta más grande del mundo. Más aún, el Reino Unido sigue siendo el principal centro financiero europeo y uno de los principales a nivel global -ocupando inclusive el primer puesto en rubros como el comercio de divisas y de derivados financieros[2]. Pese al declive relativo que sufrió la posición mundial del R.U. a lo largo del siglo XX, algunos autores lo siguen considerando como la “capital del capital”, por la gran centralidad de su city en las finanzas mundiales.

Por otra parte, el Reino Unido sigue siendo además una de las principales potencias militares del globo -tanto por sus fuerzas armadas convencionales como por estar entre los cinco países con mayor cantidad de cabezas nucleares- y tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, asegurándose un lugar en la cúspide del sistema mundial de poder. Por último, el R.U. es uno de los principales centros científicos, académicos y culturales del mundo occidental -ejerciendo una influencia global en rubros como la música, las series, el deporte, etc.-, y uno de los países más tomados como referencia por todo el espectro político norteamericano[3].

Durante la transición de 2020, el Reino Unido debe comenzar a delinear su propio proyecto económico y geopolítico. Al dejar de formar parte del bloque europeo, debe establecer a qué espacio pertenece, o quedar aislada y por ende en una posición de gran debilidad en un mundo cada vez más disputado entre grandes competidores – con gigantes comerciales como China, la propia U.E. y EEUU. El programa de los Brexiters ya contempla esta cuestión, y por ello plantea que el Reino Unido aproveche la libertad que ganaría al salir de la U.E. para afianzar lazos económicos y políticos con Estados Unidos -apoyándose en los vínculos históricos, lingüísticos y culturales entre ambas potencias. Algunos de sus promotores llegan a plantear la construcción de una “anglósfera” o bloque anglosajón que incluya también a los países del Commonwealth como Australia, Canadá y Nueva Zelanda. Está por verse si estas posibilidades avanzan o terminan naufragando[4].

Por otra parte, la realización del Brexit pondrá en máxima tensión a la situación interna del propio Reino Unido -cuestionando, en el límite, su continuidad como entidad política unificada. Esto es así claramente en relación a dos de sus cuatro componentes nacionales: Escocia e Irlanda del Norte, ambos de los cuales votaron en el referéndum de 2016 rechazar la ruptura con la Unión Europea. Esta posición no sólo no parece haber cambiado, sino que en el caso escocés inclusive se vio reforzada con el triunfo arrasador que obtuvo en las elecciones generales de 2019 el Partido Nacionalista Escocés, partidario de independizar a Escocia del Reino Unido y permanecer en la U.E[5].

En cuanto a Irlanda del Norte, el acuerdo del Brexit votado por el parlamento británico implica que aquella permanezca -por lo menos durante cuatro años- en un “alineamiento regulatorio” con el mercado común europeo, y por lo tanto que quede económicamente separada (a través de controles marítimos) del Reino Unido[6]. Esta solución de compromiso transitoria (una variante del mecanismo conocido como backstop o “salvaguarda” que inicialmente acordaron entre el Reino Unido y la Unión Europea) busca evitar el surgimiento de una frontera física entre ambas Irlandas, dado que de otra manera una parte de la isla quedaría dentro de la U.E. (el sur) mientras que la otra quedaría fuera de ella (el norte). La cuestión del mantenimiento o modificación del mecanismo del backstop vuelve a poner al rojo vivo conflictos de larga data al interior de Irlanda del Norte, como los que existen entre los “unionistas” (partidarios de permanecer en el Reino Unido) y los republicanos o nacionalistas, partidarios de la independencia y la reunificación con la República de Irlanda.[7]

Pero los conflictos internos derivados del Brexit no se reducen solamente a las cuestiones nacionales, sino que también abarcan otros aspectos de importancia. Una de las grandes incógnitas es qué ocurrirá con los inmigrantes que residen en el Reino Unido (y más de conjunto, con las leyes migratorias): entre los principales objetivos de los sectores Brexiters figura el de poder establecer una férrea política contra la inmigración, lo que deja a una importante cantidad de personas[8] en una situación de vulnerabilidad – agravada por la campaña de odio xenófobo y racista que viene llevando adelante la derecha hace años.

Por último, la retirada de la U.E. permitirá al gobierno conservador establecer sus propias regulaciones económicas – o mejor dicho, sus propias desregulaciones-, cuestión que hasta  ahora no era posible por la vigencia en su territorio de las leyes comunitarias. Aunque la Unión Europea se trata esencialmente de un proyecto neoliberal donde sus empresas se enriquecen en grandes proporciones (mientras que millones de personas son empobrecidas, como ocurre en países como Grecia), en su legislación quedaron cristalizados algunos derechos sociales, sanitarios, ambientales y democráticos, que los sectores populares conquistaron durante siglos de luchas – derechos que le ponen algunos límites a las prácticas predatorias del capital. Por eso mismo, los partidarios del Brexit se refieren a la Unión Europea como una “cárcel proteccionista”, y quieren salir de ella para ganar plena libertad para desregular su economía y establecer sus propios tratados comerciales con terceros países.

Es de esperar -porque era uno de los principales objetivos explícitos de los Brexiters– que en el futuro se establezcan en el Reino Unido condiciones mucho más flexibles para la explotación laboral, ambiental y sanitaria. Es decir, que avance la precarización y la destrucción de derechos, que se ataque las condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares, que se avance con la depredación del medio ambiente. En la mira se encuentra inclusive el muy prestigioso sistema de salud pública británico, el NHS (National Health Service), que podría volverse uno de los terrenos de avance del lucro capitalista mediante mecanismos de privatización parcial.

En síntesis, el año 2020 va a estar atravesado en gran parte por los avatares del proceso del Brexit, lo que tendrá importantes efectos sobre la situación política del Reino Unido (con réplicas en Europa) y que posiblemente dejará también su huella sobre la economía mundial.

En este artículo queremos analizar algunos de los aspectos que caracterizan a este proceso.

2) El Brexit, un proyecto neoliberal y reaccionario

El referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea, que se celebró en 2016, comenzó a plantearse como posibilidad en 2013 por el entonces primer ministro David Cameron, del Partido Conservador. En parte, su objetivo era intentar presionar a la U.E. para renegociar la relación del Reino Unido con ella y arrancarle concesiones. De hecho, esto fue lo que ocurrió a comienzos de 2016, cuando el Reino Unido obtuvo (a través de un acuerdo con la U.E. que nunca llegó a implementarse) la posibilidad de disminuir la cantidad de beneficios que otorgaba a los inmigrantes -seguros de desempleo, subsidios varios-, obtener un poder de veto parcial sobre leyes de la UE, facilitar la deportación de inmigrantes considerados una “amenaza” y evitar la supremacía de los países que adoptaron el Euro por sobre los que no lo adoptaron.

Pero fundamentalmente, tanto la necesidad de modificar la relación con la UE como de abrir la posibilidad de abandonarla provenían de las presiones de la política interna del Reino Unido. El partido euroescéptico de derecha UKIP[9] venía electoralmente en ascenso desde mediados de la década del 2000[10], pisándole los talones al gobernante Partido Conservador. Cameron decidió la convocatoria al referéndum del Brexit en gran parte para evitar seguir perdiendo a sectores de su base social frente al UKIP, pero al hacerlo abrió la caja de Pandora -perdiendo todo el control sobre lo que ocurriría posteriormente.

En cuanto a la UKIP, su programa y discurso planteaba por lo menos tres temas centrales: 1) rechazo a la inmigración y a la noción de “multiculturalismo” 2) exigencia de bajos impuestos y menores regulaciones (política económica neoliberal), y 3) reafirmación de la soberanía del Reino Unido frente a las “imposiciones” de Bruselas. De esta forma, fue la derecha más reaccionaria la que instaló en la agenda política la discusión sobre la pertenencia a la Unión Europea, dándole desde el comienzo su propia impronta a todo el debate.

2.1) La campaña electoral pro-Brexit

En el referéndum de 2016, un 52% de los votantes del Reino Unido se manifestó a favor de la ruptura con la U.E. En Inglaterra, este porcentaje se elevó al 53,4%, y en algunas de sus regiones (como las Midlands) se acercó al 60%.

En las elecciones parlamentarias de 2019, las fuerzas partidarias del Brexit obtuvieron en Inglaterra alrededor de un 50% de los votos (superando este porcentaje en varias de sus regiones).

Esto muestra, más allá de vaivenes relativamente pequeños, la existencia y persistencia de una base electoral de masas para el Brexit, que incluye a aproximadamente la mitad de Inglaterra y que tiene también una base de apoyo (aunque más pequeña) en el resto de los países del Reino Unido. Aunque los partidarios del Brexit no formen por sí solos una clara mayoría de la sociedad en el conjunto del Reino Unido, sí conforman el bloque electoral más compacto, uniforme y decidido del país: en su lugar, los partidarios del Remain se encuentran mucho más fragmentados, dispersos en diversas tendencias político-ideológicas enfrentadas entre sí. De esta forma, la “primera minoría” de la política británica encuentra el espacio suficiente (ayudada también por el particular sistema electoral del Reino Unido[11]) para imponer al conjunto del país su propia agenda política -aunque esto todavía podría ser desafiado por regiones como Escocia e Irlanda del Norte, donde una mayoría del electorado defiende la permanencia en la U.E.

Volviendo a Inglaterra, una parte importante del electorado del Brexit era tradicionalmente la base electoral del Partido Conservador, que abrazó mayoritariamente la causa euroescéptica. Pero a esto se le sumaron también importantes sectores que históricamente votaban al Partido Laborista, especialmente en las regiones relativamente desindustrializadas de las Midlands y el norte del país (volveremos sobre esto en el apartado sobre la polarización geográfico-social del Reino Unido). Tenemos entonces una coalición de sectores de clase muy variados, de diversas procedencias político-ideológicas, unidas alrededor de ciertas ideas en común.

Veamos entonces, cuál fue el eje de campaña de los sectores pro-Brexit. En primer lugar, se puso en el centro la cuestión de la soberanía: el slogan era “take back control”, es decir, recuperar el control. El argumento es que el Reino Unido, cuando ingresó a la Unión Europea, perdió la capacidad de decidir sobre sus propios asuntos, que ahora pasarían a estar en manos de los tecnócratas de Bruselas. La campaña pro-Brexit hizo hincapié también en el costo monetario de pertenecer a la UE (basándose en números muy cuestionables sobre cuánto pagaba semanalmente el Reino Unido al tesoro comunitario), e inclusive hizo demagogia con que ese dinero se podría utilizar para financiar el sistema de salud pública -consigna que se contradice de plano con la orientación neoliberal de sus impulsores.

Junto a lo anterior, se encontraban también otros importantes ejes de campaña: principalmente la agitación contra la inmigración. Se señalaba que mientras el R.U. siguiera permaneciendo en la Unión Europea, no podría establecer sus propias leyes migratorias, ya que estas son definidas desde Bruselas. Entonces, el “recuperar el control” se tiñe aquí de un contenido mucho más concreto: “recuperar el control de las fronteras”.

El otro aspecto, como señalamos antes, es el planteo de que salir de la Unión Europea daría al Reino Unido la posibilidad de establecer sus propios tratados comerciales (la pertenencia a la UE lo impide ya que el bloque negocia sus acuerdos como una totalidad indivisible). Esto teóricamente generaría nuevos puestos de empleo y oportunidades, al reactivarse la economía en base a nuevas y pujantes relaciones de comercio, finanzas e inversiones.

2.2) El carácter de clase del Brexit

Nos introduciremos ahora en el estudio de los sectores políticos y económicos que impulsaron el proyecto del Brexit.

Ya señalamos anteriormente que fue la “derecha dura” del UKIP la que instaló el debate desde mediados de la década del 2000. Pero una vez que fue anunciada la realización del referéndum de permanencia (en 2015), la sociedad entera se dividió en dos grandes campos -transversales a diversas clases sociales y tendencias político-ideológicas-, y lo mismo ocurrió con el gobernante Partido Conservador.

Uno de los actores fundamentales del “Brexit” fue por lo tanto el ala derecha euroescéptica de los tories[12]. Pese a que el entonces primer ministro Cameron, una vez obtenidas las concesiones de la UE, se volcó al apoyo al Remain (permanecer), la mayor parte de la base social del Partido Conservador se volvió ferviente partidaria del Leave (irse)Lo mismo ocurrió con buena parte de los dirigentes del partido, que encabezaron la campaña más importante por el voto a favor del Brexit en el referéndum. Entre estos dirigentes se encuentran figuras como el actual Primer Ministro Boris Johnson, el excéntrico Jacob Rees Mogg y otros. El principal estratega de dicha campaña fue Dominic Cummings, cercano también al mismo partido[13]. La diferencia entre estos sectores y el UKIP es que aparecen en términos relativos como más “moderados” y menos lejanos al mainstream político, y por lo tanto apelan a sectores más amplios.

En el campo pro-Brexit aparecieron algunos importantes hombres de negocios, centralmente relacionados con los Hedge Funds (fondos de inversión de alto riesgo, conocidos también como “fondos buitre”), con las finanzas, sectores inmobiliarios y de servicios. También algunos pocos industriales. Pero la gran mayoría de la clase capitalista británica (tanto en la banca como en el sector fabril y otros sectores) militó en las filas del bando Remain[14]. La visión hegemónica entre los empresarios es que el Brexit se trata de un riesgo innecesario para los negocios, que cortaría al Reino Unido de sus mercados en Europa y de sus cadenas de suministros, que aislaría al país, etc.

Sin embargo, y de manera paradójica por el rechazo de la mayor parte de esos sectores, el Brexit no deja de ser un proyecto profundamente capitalista y neoliberal. Los multimillonarios y políticos que lo apoyan (incluyendo al Primer Ministerio Boris Johnson) sostienen que un Reino Unido independiente de la UE sería un ámbito aún más propicio para los negocios. Un ejemplo que los partidarios del Brexit han puesto recurrentemente sobre la mesa como modelo a seguir es el de Singapur: un paraíso neoliberal de desregulación, bajos salarios, bajos o nulos impuestos corporativos y sindicatos débiles[15]. Esto incluye la posibilidad de implementar en el Reino Unido “zonas económicas libres” o “puertos libres” que introduzcan en las islas británicas los estándares del sudeste asiático -llevando al país entero a una “carrera hacia abajo”.

No es casualidad que muchas de las principales figuras capitalistas pro-Brexit provengan de los “fondos buitre”: el tipo de actividad que realizan depende precisamente de que existan niveles mínimos o nulos de regulación, y sus ganancias pueden incrementarse fuertemente mientras menos barreras encuentren por parte de los Estados -aumentando en el camino, de manera sideral, los riesgos de crear burbujas financieras y enormes crisis económicas, políticas y sociales.

3) Elementos históricos para comprender el Brexit

3.1) El Imperio británico

Señalaremos aquí algunos elementos históricos de importancia para ubicar las características estructurales del Reino Unido y su evolución a lo largo del tiempo -cuestiones sin las cuales no se puede comprender el proceso del Brexit y sus importantes consecuencias.

En primer lugar, queremos señalar que Inglaterra, su componente principal, es un país de enorme trascendencia histórica. Posee una gran antigüedad como entidad política unificada: el Reino de Inglaterra surgió ya en el siglo X de la integración de los diversos reinos anglosajones. Fue uno de los primeros países en desarrollar tradiciones parlamentarias estables (reflejadas ya en la Carta Magna del siglo XIII), y en particular en establecer la monarquía parlamentaria-constitucional como régimen político (ya desde el siglo XVII, gracias a la “Revolución Gloriosa”). Fue la cuna del pensamiento político y económico liberal.

Pero sobre todo, el Reino de Gran Bretaña (fundado en 1707 por unión de Inglaterra y Escocia) fue la cuna de la Revolución Industrial, que dio nacimiento a la industria moderna y por ende al capitalismo moderno. Sobre esta base, el Reino Unido (que desde 1801 incorporó también a Irlanda del Norte o “Úlster”) construyó durante el siglo XIX y la primera mitad del XX uno de los imperios coloniales más extensos y trascendentes de la historia humana, con posesiones en los cinco continentes. En su punto álgido, el Imperio Británico llegó a abarcar a aproximadamente una cuarta parte de la población mundial.

Si uno considera tanto esos territorios como aquellos sobre los cuales ejerció una hegemonía o influencia principalmente económica (a través del comercio, inversiones y finanzas), el Reino Unido jugó un rol fundamental en el desarrollo capitalista de una enorme cantidad de países, estructurando gran parte del mercado mundial alrededor de sus necesidades. Fue, en los hechos, el epicentro del capitalismo mundial por lo menos hasta comienzos del siglo XX, su gran centro industrial, comercial y financiero[16] -en este último rubro conservando todavía al día de hoy una gran importancia.

Recién a lo largo del periodo que abarcó las dos grandes guerras mundiales (1914 a 1945) el Reino Unido finalmente fue desplazado de esa posición hegemónica, dando lugar a un nuevo orden mundial dominado por Estados Unidos. La decadencia del Reino Unido no solo pudo verificarse en el terreno económico y militar, sino que se expresó (y profundizó) a partir del desmembramiento de su antiguo imperio colonial[17].

Sin embargo, el Reino Unido pudo readaptarse parcialmente a su nueva situación. Pese a haber retrocedido en su ubicación mundial, seguía siendo una de las principales potencias capitalistas, con inversiones en todo el globo y un poderoso aparato militar. Entre la década de 1940 y 1970 fue parte del “boom” de la segunda posguerra, con un fuerte desarrollo económico -aunque en este periodo siguió perdiendo posiciones frente a otras potencias capitalistas, como las entonces recuperadas Alemania y Japón. En la geopolítica mundial jugó un rol como parte de la OTAN, el bloque de las potencias capitalistas occidentales creado para hacer frente a la URSS.

A partir de la década de 1970 comenzaron en simultáneo dos procesos que transformaron profundamente al Reino Unido: su incorporación al proceso de integración europea, y la desindustrialización relativa de su economía. Estudiar estos procesos es fundamental para comprender el Brexit.

3.2) El Reino Unido y la integración europea

En la década de 1950 comenzó en Europa occidental un proceso de reagrupamiento económico-político, que buscaba suprimir las tensiones que habían dado lugar a dos guerras mundiales. El primer paso fue la firma en 1951 del Tratado de París, que ponía en pie la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), incluyendo a Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. El carbón y el acero eran precisamente los insumos fundamentales de las principales cadenas industriales, y la disputa por su control fue uno de los motivos más importantes de los choques entre Francia y Alemania en el periodo previo.

En 1957 ocurrió el siguiente gran paso del proceso de integración, con la firma de los Tratados de Roma que dieron nacimiento a la Comunidad Económica Europea. Los países miembros eran los mismos que integraban la CECA. La CEE implicaba poner en pie paulatinamente un mercado común haciendo desaparecer las barreras arancelarias entre sus países e implementando un arancel común para los países externos.

Es importante señalar que durante más de veinte años el Reino Unido quedó por fuera de estos acuerdos. El primer paso hacia su integración fue recién en 1973, con la incorporación a la C.E.E. Es decir, la gran potencia británica conservó por un largo tiempo su “insularidad”, su desarrollo separado de los asuntos continentales -característica histórica que vuelve con toda su fuerza en la actualidad en el proceso del Brexit.

El siguiente gran paso del proceso integrador ocurrió en la década de los ‘90, siendo ya el Reino Unido parte del mismo. En 1992 se firmó el Tratado de Maastricht, a través del cual se instituyó la Unión Europea -integrando todas las instituciones creadas en los anteriores tratados y creando otras nuevas. La pertenencia a la Unión Europea otorgaba a los ciudadanos de sus países miembros el derecho a la libre circulación, residencia y trabajo en cualquiera de los países de la U.E., facilitando la migración entre ellos y creando un importante flujo de mano de obra. Ningún Estado podría discriminar a los ciudadanos de otros países miembros, por lo cual en última instancia cada país quedaba obligado a otorgar a sus residentes provenientes de la U.E. los mismos beneficios que a sus ciudadanos nativos. Esto implica también la posibilidad para cada ciudadano de la U.E. de estudiar en establecimientos de cualquiera de sus países, creando también una fuerte corriente de jóvenes estudiantes migrantes.

Por otra parte, diversos aspectos de la legislación quedarían en manos de las instituciones supraestatales de la Unión Europea, con efectos obligatorios sobre sus países miembros. Esto implicaba, para sus países integrantes, la pérdida de soberanía efectiva – argumento tomado tanto por izquierda como por derecha para señalar que la pertenencia a la U.E. socavaba las bases de la democracia. Las corrientes euroescépticas (es decir, opositoras al proyecto de la U.E) marcaban que el poder real quedaría en manos de cuerpos políticos y jurídicos que no podían ser controlados por los ciudadanos. Por otra parte, las corrientes conservadoras y de derecha denunciaban la pérdida de importancia relativa del Estado-nación, con el consiguiente debilitamiento de las “identidades nacionales” y el avance del multiculturalismo -visto como nocivo y disgregador.

A lo largo de la década del ‘90, los países miembros de la UE fueron avanzando hacia un objetivo estratégico en común: la puesta en pie de un sistema monetario unificado, que se hizo realidad finalmente en enero de 2002 con la entrada en circulación del Euro. Esta moneda fue adoptada inicialmente por doce países entre los que se encontraban Alemania, Francia, Italia y España. Sin embargo, el Reino Unido no fue parte de esos países: conservó siempre su moneda propia, la libra esterlina. Esto marcó durante las décadas de 2000 y 2010 un fuerte contraste entre ese país y el resto de la Unión Europea, siendo una importante fuente de tensiones.

La razón por la cual el R.U. mantuvo con tanta firmeza su moneda propia es que esto le permite dictar su propia política monetaria, incluida la fijación de tasas de interés. Esto se trata de una cuestión estratégica para el sistema financiero británico, gran epicentro de su economía nacional. Más de conjunto, la adopción del Euro implicaría sacrificar soberanía económica y adoptar estrictas limitaciones fiscales impuestas por la U.E. Por último, la libra esterlina posee un enorme valor simbólico para el Reino Unido: su origen en última instancia se remonta 1200 años atrás y simbolizó durante siglos el gran poderío económico y político de la monarquía inglesa y del Imperio británico.

Un último aspecto que queremos señalar en este apartado es la expansión que la propia Unión Europea experimentó en 2004, incorporando a diez nuevos países -mayormente de Europa Oriental- con una población total de más de 70 millones de personas (incrementando en casi un 20% de la población de la U.E.). La incorporación de esos países implicaba, entre otras cosas, que a partir de entonces formarían parte del área de libre circulación de personas en la U.E. Esto les otorgaba sus ciudadanos plenos derechos a migrar al Reino Unido, residir y trabajar allí. De esta forma, a lo largo de una década más de un millón de personas provenientes de dichos países se instalaron en el R.U.[18]

Más allá de las discusiones sobre el impacto real de la inmigración en los diferentes aspectos de la vida en el país, la cuestión migratoria se volvió un tema de debate recurrente hasta la actualidad, especialmente en manos de las corrientes políticas de derecha.

3.3) La desindustrialización relativa del Reino Unido

Un importante punto de inflexión en la estructura económico-social del Reino Unido fue la década de 1970, con el estallido de la crisis económica mundial expresada -entre otras cosas- en un fuerte aumento de los precios del petróleo, de la desocupación y la inflación, así como una importante recesión[19]. La crisis por un lado expresó elementos de agotamiento del modelo económico-social vigente hasta entonces, y por otro lado agravó profundamente sus problemas – introduciendo en la clase dominante la urgencia por desmantelarlo.

Entre otras cuestiones, una buena parte del viejo aparato productivo se había quedado cada vez más obsoleto en términos tecnológicos y competitivos -especialmente en la medida en que se recuperaron potencias Japón y Alemania, ahora con tecnología de punta en varias de sus ramas industriales, o que se consolidaron regiones de explotación de mano de obra barata como Asia y Europa oriental. A esto se le sumaba el fuerte costo fiscal del “estado de bienestar” implementado desde la Segunda posguerra -que incluía un profundo sistema de de seguridad social, salud y educación públicas, y la nacionalización de sectores estratégicos de la economía.

En esas condiciones, el fuerte peso social y político de la clase obrera británica -con sus poderosas organizaciones sindicales, con sus múltiples espacios de socialización y culturales, e inclusive con la herramienta política del Partido Laborista- se volvió un pesado lastre para la clase capitalista del Reino Unido, que necesitaba sacarse de encima para alcanzar el equilibrio fiscal, recuperar la tasa de beneficio, relanzar la acumulación de capital y volver a ocupar su lugar en el terreno global. Esta fue la tarea que emprendió durante la década de 1980 el gobierno de Margaret Thatcher, quien lanzó un profundo ataque contra los trabajadores -comenzando con una derrota ejemplar de los mineros del carbón- e impuso duras medidas de austeridad, privatizaciones y desregulación. Desde entonces, la esencia de su modelo neoliberal no fue revertida ni por los gobiernos conservadores que le siguieron, ni por el “nuevo laborismo” (fundado por Tony Blair)- que gobernó el país entre 1997 y 2010.

En este nuevo paradigma instalado desde la década del ‘80, para los gobiernos y la clase capitalista británica la creación de empleo industrial dentro del Reino Unido dejó de ser un objetivo a perseguir, como señala Aditya Chakrabortty[20]. Más aún, las ideas industrialistas eran consideradas un vestigio del “viejo mundo” que debía ser superado. El Reino Unido debía priorizar la “economía del conocimiento”: la informática, los servicios, y por supuesto las finanzas -la actividad inglesa por excelencia desde tiempos inmemoriales. En todo caso, la actividad manufacturera podía realizarse en otros países con menores costos laborales -o en unidades con menor concentración de trabajadores y mayor proporción de capital. Por lo tanto, las políticas estatales ya no sostenían (e inclusive deliberadamente abandonaban) buena parte del viejo aparato industrial del país.

Por otra parte, en las décadas del 2000 y 2010 la situación de la industria británica se vio aún más complicada por otro problema: la emergencia de la gran potencia económica de China, que inundó el mundo entero de mercancías e inversiones desplazando la posición de sus competidores.

La consecuencia de todos estos elementos es que en el Reino Unido se desarrolló un proceso que algunos analistas denominan desindustrialización relativa. Según los datos citados por Chakrabortty, el proletariado industrial disminuyó, de 6,8 millones de trabajadores en 1979 (alrededor de un 25% de la fuerza de trabajo total[21]), a 2,5 millones en 2010 (un 8,2% de la fuerza trabajo). Así, en 30 años el proletariado se redujo a casi una tercera parte de lo que era, tanto en términos absolutos como relativos. En el mismo periodo, la participación de la industria en el ingreso nacional disminuyó del 30% al 11%.

Esto no quiere decir, sin embargo, que en ese periodo la producción industrial como tal haya retrocedido en el Reino Unido -por el contrario, aunque resulte paradójico, esta no ha dejado de aumentar. La manufactura tomada en su conjunto se benefició de un importante incremento en su productividad y en la cantidad total de valor agregado (output): dicho de otra forma, con muchos menos trabajadores y establecimientos se produce una mayor cantidad de bienes. El Reino Unido continúa albergando ramas industriales muy dinámicas, algunas con fuerte componente tecnológico, que exportan al mercado mundial. Destacan áreas como la industria automotriz, aeroespacial, electrónica, producción de equipamientos, farmacéutica y química, etc. Inclusive luego del proceso de desindustrialización relativa, este país ocupa el octavo puesto entre las potencias industriales más grandes del mundo.[22]

4) La polarización regional-económico-social y el Brexit

Pero entonces ¿cuál es el impacto real de la desindustrialización relativa en la vida de la población y en la dinámica política del país? En el caso de Inglaterra (el componente nacional más decisivo del Reino Unido tanto por su peso demográfico-electoral como económico) esto puede verse con mayor claridad en su geografía económico-social, que sufrió en las últimas décadas una especie de “polarización”.

En un polo se encuentran las antiguas zonas industriales, en las que durante el siglo XIX y gran parte del XX habían florecido las minas del carbón y hornos siderúrgicos, las fábricas y astilleros -es decir, los epicentros mismos de la Revolución Industrial. Debido al proceso de desindustrialización relativa muchos de esos establecimientos cerraron sus puertas, y gran parte de dichas regiones quedó reducida a su mínima expresión, oxidada y relegada[23]. En este polo se engloban muchos pueblos y ciudades del interior del país (en el noreste de Inglaterra y las Midlands) e inclusive viejos suburbios industriales de las grandes ciudades inglesas.

Durante gran parte del siglo XX muchas de esas zonas eran bastiones del Partido Laborista, cuya fuerza se desprendía directamente del peso de los sindicatos[24]. La desindustrialización, sin embargo, debilitó fuertemente la base material de esa hegemonía -y sobre todo los lazos políticos, culturales e ideológicos que mantenían unidos a los trabajadores, atomizándolos y facilitando una transformación regresiva de la conciencia de clase[25]. Por otra parte, en esas zonas gran parte de la juventud hace tiempo que no consigue oportunidades laborales y de progreso, por lo cual tiende a emigrar hacia las regiones más dinámicas. Así, el “interior” de Inglaterra se encuentra cada vez más envejecido, con todo lo que eso implica en términos de su vida social, política y cultural.

Son precisamente estas regiones relegadas, atomizadas, frustradas y vaciadas de jóvenes las que le dieron su triunfo al Brexit en el referéndum de 2016, y las que en las elecciones generales de 2019 votaron mayormente al Partido Conservador (bajo la consigna get Brexit done, “hacer realidad el Brexit”), rompiendo inclusive -en varios casos- su lealtad histórica con el Partido Laborista.

En el otro polo de la geografía económico-social de Inglaterra se encuentran, por el contrario, las regiones que se beneficiaron de lleno con la nueva fase del capitalismo globalizado, y que concentran la mayor parte de la riqueza -llegando en algunos casos a niveles astronómicos de acumulación y de lujo. Se trata especialmente del caso de Londres, del sudeste del país y de algunas otras grandes ciudades. Allí se desarrollaron ramas muy dinámicas en el capitalismo global: la City financiera (conservando una parte del gran poderío que tenía desde el siglo XIX) y el “sector servicios” en general (incluyendo las ramas informáticas y tecnológicas, el comercio, el sector inmobiliario, el turismo, etc.). En estas regiones se encuentran también las grandes universidades y buena parte de la juventud. Es aquí donde en el referéndum de 2016 obtuvo una mayor proporción de votos la opción “Remain” (quedarse).

En síntesis, la polarización en la geografía económico-social y etaria de Inglaterra (con sus consiguientes tensiones, resentimientos y desconfianzas mutuas) se tradujo así en una importante “grieta” político-ideológica. Este es uno de los elementos más importantes que deben tenerse en cuenta para comprender el Brexit -y más de conjunto, la dinámica política del país en los últimos años.

Uno de los factores más citados en el voto al Brexit de parte de las zonas del interior de Inglaterra es la sensación de que Londres sería una burbuja elitista que no refleja al verdadero país. Mientras que la capital es señalada como próspera, dinámica, cosmopolita y progresista, la realidad del interior sería todo lo contrario: allí estarían los verdaderos británicos, abandonados desde hace décadas, arruinados económicamente, sin perspectivas. La crisis mundial de 2008 -y las políticas de austeridad implementadas por los gobiernos británicos desde entonces- agravaron esta frustración y resentimiento, al aumentar el desempleo y recortarse las prestaciones sociales.

Por otra parte, estos sentimientos se potenciaron desde 2015 con el efecto psicológico que produjeron otros dos fenómenos: la oleada de refugiados que migraron hacia Europa desde Medio Oriente (a partir de la guerra civil en Siria) y los atentados terroristas que se realizaron en Europa (especialmente los de París en noviembre de dicho año en los que murieron más de 130 personas y resultaron heridas más de 400). Estos hechos terminaron de teñir la situación política europea de una coloración reaccionaria: la derecha xenófoba consiguió capitalizarlos para estimular los prejuicios y temores de amplios sectores sociales.

Se instaló así con cierta facilidad un discurso que señala a los inmigrantes como responsables de que los verdaderos británicos no puedan conseguir empleo, o que vean sus salarios reducidos por la afluencia de mano de obra barata, o que vean sus escuelas y hospitales abarrotadas de extranjeros disminuyendo las vacantes y aumentando los tiempos de espera. Se marca también al inmigrante árabe o musulmán como un posible terrorista, como un posible delincuente, y en el mejor de los casos como un elemento extraño a la cultura nacional y que por lo tanto solo puede jugar un papel disruptivo.

La derecha pro-Brexit utilizó estas nociones para sus propios fines: responsabilizó a la Unión Europea y a los “políticos tradicionales de Londres” (es decir, los pro-Remain) de abrir las compuertas a la inmigración, beneficiando a las clases altas a expensas de los sectores empobrecidos. Este discurso demagógico reaccionario (que evita señalar la responsabilidad de las políticas de austeridad y del neoliberalismo y coloca a los de abajo en una guerra fratricida) tuvo un importante calado.

Por otra parte, los partidarios del Brexit prometieron que la economía de las regiones relegadas se recuperaría gracias a las desregulaciones y los nuevos tratados de libre comercio. Por ejemplo, sectores pesqueros y agrícolas se beneficiarían de estándares menos exigentes para el control de la producción, volviéndolos nuevamente competitivos. No está claro cuánto logró instalarse esta creencia entre los sectores populares, pero es posible que también haya jugado un rol -aunque más no sea por la vía de “darle una oportunidad” a un “enfoque diferente” al que se venía implementando hace décadas, ya que el anterior había fracasado por completo.

Por último, el discurso nacionalista del Brexit posee una profunda coloración nostálgica: refiere (de manera explícita o implícita) a un “pasado mejor” donde las cosas funcionaban correctamente, en oposición a un presente de caos y retroceso. Este pasado se asocia en el imaginario colectivo a la vieja gloria del Imperio Británico cuando era la primera potencia mundial, y se reafirma en sus instituciones milenarias como la monarquía y el parlamento. El discurso del Brexit apela intensamente a ese orgullo nacional herido, a la “identidad británica”, anglosajona y cristiana. Estas concepciones encuentran un terreno libre para desarrollarse por el debilitamiento de otras posibles identidades competitivas: el retroceso de la conciencia de clase de los trabajadores (y de su peso estructural en la sociedad) es una de los principales factores que facilitan la adhesión al nacionalismo.

5) Debates

Tomando en consideración todos estos elementos, puede comprenderse que el impulso central del Brexit provino de concepciones de tipo reaccionario. En esas condiciones concretas resulta muy ingenuo pensar en un “Brexit de izquierda” o “Lexit”, tal como plantearon algunas corrientes políticas de la izquierda británica -que en el referéndum 2016 realizaron un llamamiento para votar por la ruptura con la UE.

Por otra parte, ¿puede considerarse la permanencia en la UE como una opción progresista? Veamos aquí las distintas lecturas que existen al respecto. Por un lado, responden de manera afirmativa a esta pregunta una buena parte de los jóvenes británicos (en especial los estudiantes de las grandes ciudades), sectores de las clases medias e inclusive franjas de trabajadores. Defendían aquí ciertos derechos (como la libre circulación de personas, el derecho a estudiar y trabajar en cualquier país de la UE, los derechos de los inmigrantes) y consideraban que la ruptura con la UE pondría en riesgo los puestos de empleo en muchas ramas que comerciaban con el continente (además de ciertas regulaciones económicas favorables a los trabajadores). Bajo estas consideraciones, el Partido Laborista en su conjunto llamó a votar por el Remain en 2016[26].

Sin embargo, esta visión pierde de vista que la Unión Europea tuvo también una importante cuota de responsabilidad en el declive económico y social del Reino Unido. Como proyecto capitalista y neoliberal facilitó la desindustrialización, contribuyó a la carrera a la baja de las condiciones salariales y a la precarización laboral, respaldó el ajuste fiscal y la austeridad de acuerdo con sus estrictas metas macroeconómicas. Además jugó un rol de primer orden en someter a países como Grecia a la profunda pobreza, dejó morir a miles de migrantes en el Mediterráneo y contribuyó con sus políticas imperialistas al saqueo de África, Asia y América Latina. Por estos motivos, la mera permanencia en la UE tal como está no significa tampoco, bajo ningún punto de vista, una alternativa progresista frente al Brexit.

El dilema entre Brexit y Remain, en los términos en que fueron planteados, no dejaba ningún margen a los trabajadores y sectores populares para defender sus propios intereses y pelear por una sociedad más justa e inclusiva. Esta fue la razón por la cual la corriente internacional Socialismo o Barbarie se manifestó por la abstención en el referéndum de 2016[27]. Lo que estaba planteando era defender una tercera posición independiente, un programa político y social de los de abajo.

En la etapa que se abre con el Brexit -y en un clima político donde se verán fortalecidas las tendencias más reaccionarias-, es esto precisamente lo que la izquierda y los sectores progresistas del Reino Unido tienen por delante: defender frente al gobierno conservador el punto de vista y los intereses de aquellos que fueron ignorados desde 2016 -y que hoy sufren ataques redoblados de la derecha. Es decir, defender a los trabajadores, los inmigrantes, la juventud precarizada, los usuarios del sistema de salud pública, las mujeres y personas LGTB, las personas de color y de otras adscripciones religiosas. Y en un primerísimo lugar, defender los derechos democráticos -incluídos aquí también los derechos de autodeterminación de Escocia, Irlanda del Norte y Gales- frente a cualquier posible zarpazo autoritario y represivo, como los que seguramente estén en la agenda del gobierno de Boris Johnson y sus aliados.


[1] Si en ese plazo no se llega a ningún acuerdo al respecto, las relaciones comerciales entre el Reino Unido y la U.E. estarían regidas únicamente por las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Esto quiere decir que ambas partes quedan liberadas para imponerse mutuamente aranceles y establecer sus propias regulaciones (laborales, ambientales, sanitarias, etc.), fragmentando el espacio económico europeo y agudizando la competencia en su interior.

[2] “Riders of the storm”, Alex Callinicos, International Socialism n°164, 7/10/19 .En: https://isj.org.uk/riders-of-the-storm/

[3] El Brexit es seguido con mucha atención por los nacionalistas de derecha pro-Trump en Estados Unidos, mientras que la izquierda norteamericana estudia y discute las experiencias y elaboraciones del Partido Laborista y la “New Left” británica.

[4] La viabilidad de estos proyectos depende de por lo menos dos factores: por un lado, si existe o no una complementariedad económica entre Estados Unidos y el Reino Unido donde ambas partes puedan salir ganando con una asociación comercial -cosa que no está del todo clara al momento actual. Por otro lado, depende de los avatares políticos al interior de Estados Unidos: en noviembre de 2020 dicho país votará en sus propias elecciones presidenciales, y definirá si Donald Trump sigue en el gobierno o es reemplazado por un opositor. Este será un momento de clivaje decisivo en el tablero geopolítico mundial, y afectará de manera muy directa al futuro de sus relaciones con el Reino Unido.

[5] Luego de que el parlamento británico votara el Brexit a fines de 2019, la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon solicitó al Reino Unido la realización de un nuevo referéndum de independencia (en 2014 ya se había realizado uno), pero al momento actual Boris Johnson mantiene una cerrada negativa a realizarla, bajo la excusa de que los resultados de 2014 (donde triunfó el “no” a la independencia) ya zanjaban la cuestión “para toda una generación”. Se trata de un argumento puramente formal porque el referéndum de 2014 se realizó dos años antes de el Brexit fuera siquiera una posibilidad: la salida del Reino Unido de la U.E. lo cambia todo, rompiendo las bases del propio “contrato social” implícito que mantenía a Escocia dentro del R.U. en los últimos años.

[6] «What does Boris Johnson’s Brexit deal mean for Northern Ireland and trade with the EU?», Peter Foster, The Telegraph, 16/1/2020. En: https://www.telegraph.co.uk/politics/0/boris-johnson-brexit-deal-northern-ireland-trade/

[7] En términos históricos, los unionistas tienen como base la comunidad protestante y se sienten parte de la monarquía británica. Mientras que los nacionalistas tienen su base en la comunidad católica, se oponen a la monarquía desde posiciones republicanas y consideran que Irlanda es una sola nación que abarca la totalidad de la isla. La famosa organización armada IRA pertenecía a este segundo grupo.

[8] Para dimensionar la magnitud de la cuestión migratoria: el 14 por ciento de la población del Reino Unido (9,3 millones de personas) nació fuera del mismo, y el 39% de ellos proviene de otros países de la Unión Europea. «Migrants in the UK: An Overview», The migration observatory, 4/10/19. En:

https://migrationobservatory.ox.ac.uk/resources/briefings/migrants-in-the-uk-an-overview/

[9] UKIP son las siglas en inglés de “Partido de la Independencia del Reino Unido”. Estuvo encabezado entre 2006 y 2016 por Nigel Farage, un antiguo miembro del Partido Conservador del Reino Unido que rompió con el mismo en 1992 -a raíz de la firma del tratado de Maastricht que dio nacimiento a la Unión Europea. En 1993 Farage fue parte de la fundación del UKIP junto a otros dirigentes que también provenían del ala derecha euroescéptica del Partido Conservador.

[10] En las elecciones a diputados británicos para el Parlamento Europeo de 2004 y 2009 el UKIP había obtenido respectivamente un 16 y 17% de los votos (quedando en esa última elección en el segundo puesto). En las siguientes elecciones europeas (2014) el UKIP obtuvo el 27,5% de los votos, escalando al primer puesto.

[11] El Reino Unido posee un sistema de gobierno parlamentario, donde es el Parlamento el que elige al Primer Ministro. Por su parte, para conformar el parlamento, el sistema electoral se basa en la elección de un solo representante por cada distrito. De esta forma, si la primera minoría obtiene el primer puesto en cada uno de ellos, puede quedarse con la totalidad del parlamento (y los demás partidos con ninguna representación). Por otra parte, los distritos tampoco se corresponden exactamente con la distribución demográfica, dándole una representación proporcionalmente mayor a los distritos rurales. Por último, dentro del Reino Unido, la gran mayoría de los parlamentarios le corresponde a Inglaterra.

[12] Nombre que tradicionalmente se le otorga a los miembros del Partido Conservador, fundado en la primera mitad del siglo XIX.

[13] Acerca de la campaña “Leave” y el rol de Cummings, recomendamos la película “Brexit: The Uncivil War” protagonizada por Benedict Cumberbatch. Se trata de un muy interesante retrato (a través de la ficción basada en personajes y hechos reales) de la estrategia y método de campaña utilizada por los Leavers, incorporando valiosos elementos de análisis político y social.

[14] “Brexit: un giro histórico-mundial”, Alex Callinicos, International Socialism n° 151, 27/6/16. Consultado en: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2570

[15] “Boris Johnson’s real agenda: The ‘Singapore scenario’”, Roch Dunin-Wasowicz, LSE, 12/8/19. En: https://blogs.lse.ac.uk/brexit/2019/08/12/boris-johnsons-real-agenda-the-singapore-scenario/

[16] Cuando Marx y Engels estudiaron las leyes del capitalismo (y los inicios del movimiento obrero), estaban estudiando centralmente al Reino Unido.

[17] La independencia de la India (1947), por ejemplo, fue un duro golpe a la posición de esta gran potencia, poniendo fin a una hegemonía de más de un siglo y a una relación colonial de más de tres. La India no solo fue un complemento estratégico para el capitalismo británico (como mercado para exportaciones, inversiones, etc.), sino que fue un componente central de la identidad de su imperio, un elemento fundante de su orgullo y de su pretendida “misión civilizatoria”.

[18] “Five times immigration changed the UK”, Keith Lowe, BBC, 20/20/20.En: https://www.bbc.com/news/uk-politics-51134644

[19] Entre otras cosas, a fines de la década de 1970 la crisis en el Reino Unido dio nacimiento al movimiento punk. Esto tiene importancia como reflejo del “espíritu de época”: su principal slogan era “no hay futuro”, y sus canciones reflejaban la falta de perspectivas y la disgregación de los lazos sociales.

[20] “Why doesn’t Britain make things any more?”. Aditya Chakrabortty, The Guardian, 16/11/11. En:

https://www.theguardian.com/business/2011/nov/16/why-britain-doesnt-make-things-manufacturing

[21] “Relative decline in UK manufacturing”, Tejvan Pettinger, Economics Help, 22/6/17. En:

https://www.economicshelp.org/blog/7617/economics/economic-growth-during-great-moderation/

[22] “UK Manufacturing Statistics”, The Manufacturer. En: https://www.themanufacturer.com/uk-manufacturing-statistics/

[23] Se trata de un proceso muy similar al que ocurrió en Estados Unidos (por causas idénticas) dando lugar al “cinturón de óxido” en el viejo corazón industrial de los Grandes Lagos. Casos similares pueden encontrarse también en muchas otras antiguas regiones industriales del mundo occidental (incluyendo a Francia, lo que -dicho sea de paso- es la base material de fenómenos como el movimiento de los Chalecos Amarillos).

[24] “This Labour meltdown has been building for decades”, Aditya Chakrabortty, The Guardian, 14/12/19. En:

https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/dec/14/labour-meltdown-decades-govern-votes

[25] Chakrabortty también señala en su artículo el peso del “giro al centro” del Partido Laborista (desde Tony Blair) como factor causante de una declinación de la conciencia de clase de los trabajadores ingleses. El Partido Laborista era un componente central de la identidad obrera: con su reconversión en un partido centrista de clase media adaptado al neoliberalismo, se debilitó uno de los pilares que sostenían la independencia política y la solidaridad de la clase trabajadora.

[26] El Partido Laborista, sin embargo, no tuvo una posición unificada ni coherente en los años posteriores. El ala de Jeremy Corbyn, de tradición euroescéptica por izquierda -y que ya en 2016 se mostró poco entusiasta del “Remain”- se inclinaba por aceptar los resultados del referéndum y negociar condiciones favorables en un futuro acuerdo con la UE. El ala del “New Labour” (la rama fundada por Tony Blair) se mostraba ferviente partidaria de convocar a un nuevo referéndum sobre el mismo tema, intentando convencer a la población de que esta vez vote por la permanencia. Este dilema reflejaba la división por abajo en la propia base social tradicional del Partido Laborista y llevó a diversos zig-zags en su política. Finalmente el laborismo se hundió en las elecciones generales de 2019 (obteniendo la menor cantidad de parlamentarios en décadas), provocando la renuncia de Jeremy Corbyn a su dirección.

[27] «Referéndum “Brexit” en el Reino Unido – ¿Salir de la Unión Europea o permanecer allí?». Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, 9/7/16. En: http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=8015

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