Haití: asesinan al Presidente Jovenel Moïse y crece la crisis política

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  • El mandatario haitiano fue asesinado por un grupo de personas no identificadas, que asaltó su residencia en Puerto Príncipe en la madrugada del miércoles. El Primer Ministro asumió el mando interino del gobierno y dictaminó el Estado de sitio.

Agustín Sena

Jovenel Moïse fue asesinado cerca de la 1 de la madrugada, cuando un grupo armado irrumpió en su residencia privada del barrio de Pelerin, Puerto Príncipe. No pudo identificarse a los integrantes del mismo, pero en el comunicado oficial se señaló que hablaban en «inglés y español». La esposa de Moïse resultó herida en el tiroteo y se encuentra en grave estado.

Un gobierno cuestionado

El gobierno de Moïse estuvo atravesado por intensas convulsiones políticas desde su inicio. Las elecciones que lo consagraron como presidente, realizadas en 2015, contaron con una niveles de abstención extremadamente altos: tan sólo el 20% de la población acudió a votar, y Moïse se consagró ganador con sólo 800.000 votos, en un país con una población de 11 millones de personas. El proceso electoral estuvo cruzado por acusaciones de fraude y movilizaciones callejeras que rechazaron la victoria de Moïse. Esto obligó la designación de un presidente interino (perteneciente a otro partido) y atrasó la asunción de Moïse hasta febrero de 2017, fecha en que la autoridad electoral (con el beneplácito del imperialismo yanqui y la OEA) lo reconoció como ganador.

Este desfasaje de fechas no es un hecho secundario, ya que en febrero de este año la oposición política exigió la renuncia de Moïse argumentando que ya se habían cumplido los 5 años del mandato que debía comenzar en febrero de 2016. Sin embargo, Moïse se negó a abandonar la presidencia hasta febrero de 2022, cuando cumplirían 5 años desde la fecha en que asumió efectivamente la presidencia.

En febrero, Moïse señaló a las familias ricas de Haití como orquestadores de las protestas en su contra, en lo que llamó «un intento de golpe de estado» por parte de «la oligarquía» del país. Se detuvo a 23 personas bajo la acusación de conspirar contra el gobierno y planear el asesinato del mandatario.

Pandemia y violencia agudizada

A la pobreza estructural que ha azotado históricamente al país han venido a sumarse, durante el 2021, la crisis sanitaria causada por la pandemia y una imparable inestabilidad política. El gobierno de Moïse desestimó el peligro del coronavirus, rechazando las vacunas ofrecidas por la OMS y el gobierno estadounidense, lo que ha resultado en una espiral de contagios durante los últimos meses.

Al mismo tiempo, se ha extendido sobre el territorio haitiano un clima de desgobierno, con bandas parapoliciales que se disputan el control de gran parte de las zonas populares de Puerto Príncipe, la capital del país, y una ola de secuestros y asesinatos de periodistas y activistas políticos.

Un régimen político de crisis permanente

Moïse asumió con la promesa de «poner a Haití de pie» tras varios años marcados por la crisis social, económica y política fruto del terremoto que azotó el país caribeño en 2010, dejando un saldo de 250.000 muertos y un empobrecimiento rampante. A cuatro años de su asunción, Haití está lejos de haberse puesto de pie. La pobreza estructural que marca al país caribeño viene acompañada, desde hace varias décadas, por crisis políticas recurrentes y que el régimen político haitiano no ha podido saldar.

En estas crisis se anudan varios actores y problemas. Por un lado, el régimen político haitiano (con sus partidos, funcionarios e instituciones) es constitutiva y profundamente anti – democrático, poco menos que una pantomima de democracia y poco más que una mafia, en la que distintos grupos y subgrupos se disputan el dominio del Estado y sus negocios. Un claro ejemplo de esto es la escalada de violencia que se ha desatado durante los últimos meses en los barrios populares de Puerto Príncipe, ocupando la portada de varios diarios internacionales.

Bandas mafiosas se disputan a tiros el dominio de las calles de la capital, empleando como carne de cañón a los sectores más empobrecidos de la sociedad haitiana y realizando asesinatos y secuestros contra quien consideren su enemigo público. Hace pocas semanas, hasta la Iglesia Católica tuvo que hacerse eco del problema cuando doce sacerdotes fueron secuestrados por una de las bandas de la ciudad, apuntando sus quejas contra el gobierno de Moïse y dando cuenta de lo obvio: que la expansión y poder de choque de las mafias urbanas emana del propio Estado. Muchos de los referentes de las bandas haitianas son, por ejemplo, policías o ex policías.

Entre la intervención imperialista y el descontento popular

El segundo actor en esta historia de crisis es el imperialismo yanqui que, de forma más abierta o más oculta según lo requiera la ocasión, ha encontrado durante décadas la forma de inclinar la balanza en momentos de crisis política dentro de la isla. Moïse era un amigo público del gobierno trumpista, especialmente por su rechazo del chavismo, y estaba en buenos términos diplomáticos con el recién asumido Biden.

El tercer actor que cabe mencionar es la presión popular de las masas haitianas. Aún golpeadas una y otra vez por los desastres naturales y la miseria económica, las masas populares haitianas han sabido hacerse escuchar durante los últimos años, poniendo varias veces al régimen político en jaque. Ya en 2019 el gobierno de Moïse se enfrentó a largas semanas de rebelión popular, con movilizaciones de masas que exigieron su renuncia a causa de escándalos de corrupción que señalaron el desvío de fondos de ayuda humanitaria por parte del gobierno haitiano.

Rumores de intervención

Tras el asesinato de Moïse, el gobierno haitiano ha quedado en manos de su primer ministro, Claude Joseph. En las últimas horas se dictó el Estado de sitio en todo el territorio haitiano, lo que permite la intervención de las Fuerzas Armadas en las calles y la instauración de Tribunales Militares. Al mismo tiempo, se militarizó la frontera terrestre con República Dominicana y se han cancelado todos los vuelos internacionales.

La respuesta internacional no se ha hecho esperar. La mayor parte de los gobiernos latinoamericanos y del mundo expresaron su repudio al asesinato del mandatario, al tiempo que algunos sectores empiezan a agitar el fantasma de la intervención externa. Este es el caso del gobierno colombiano, que propuso una intervención de la OEA para estabilizar la situación política en el país.

La historia reciente de Haití, signada por la intervención militar (primero de tropas yankees, luego de las tropas latinoamericanas nucleadas en la MINUSTAH), da cuenta de que una medida de este tipo no puede significar ningún cambio progresivo para la situación política haitiana ni, especialmente, para las condiciones de vida de las masas populares del país.

Un futuro incierto

Lo que expone el asesinato del mandatario haitiano es la naturaleza podrida y caduca de todo el régimen político haitiano, que ha llevado a su población a niveles de marginación y miseria inhumanos. Al mismo tiempo, ha convertido al Estado haitiano en una organización mafiosa totalmente escindida de la sociedad, dedicada al desvío de fondos de ayuda humanitaria y el reparto de negocios sucios.

La única posibilidad de abrir una salida progresiva a la crisis en la que está sumida la sociedad haitiana radica en el rechazo internacional de toda forma de intervención imperialista y, sobre todo, en la entrada en escena de las masas populares haitianas para dar por tierra con el régimen podrido que gobierna el país y construir uno nuevo en base a los intereses de los sectores que han sido históricamente llevados a la pobreza y la explotación.

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