Hacia cambios profundos en el modelo económico

China hoy: problemas, desafíos y debates.

0
34

3.1 ¿Fin de ciclo para un modelo de desarrollo?

A diferencia de todos los últimos congresos del PCCh, el que acaba de finalizar fue el primero en el que no hubo margen para jactarse de tasas de crecimiento económico muy superiores a las del conjunto de los países desarrollados de Occidente. Como consecuencia de factores locales y globales que enseguida trataremos, el crecimiento del PBI chino este año será muy bajo en términos relativos, del orden del 3% o menos. Si exceptuamos el 2% de 2020 –que de todos modos era casi una hazaña en el marco de la fuerte contracción en todo el mundo por la pandemia–, China no tuvo tasas tan bajas de crecimiento en décadas.

Esto abre un serio interrogante: ¿se trata de un simple paréntesis obligado por el impacto de las cuarentenas masivas –una especie de efecto demorado respecto del resto de mundo– que luego tenderá a normalizarse, o estamos realmente ante el fin de un largo ciclo de tasas de crecimiento acelerado sistemáticamente mayores a las de Occidente?

Por un lado, es indudable que una parte importante de la baja del crecimiento se debe a factores de incidencia temporal, como los efectos de la política de “covid cero” –está por verse si, pasado el congreso, no hay una cierta flexibilización– y la ralentización global del crecimiento, que afectó a las exportaciones y cadenas de suministros. Pero existen otros elementos endógenos más estructurales, en particular la burbuja inmobiliaria y la tensión entre las autoridades estatales y las compañías privadas de tecnología digital. A eso se agrega, con otro origen y otro despliegue de consecuencias en esferas que exceden la economía, el factor demográfico.

Ya en un plano más complejo, ha pasado a ser explícito el abordaje de las autoridades chinas en lo que hace a la transición desde un modelo de crecimiento basado en las exportaciones a lo que Xi ha llamado modelo de “circulación dual”, con una mayor preeminencia del mercado interno.

Esta perspectiva es crucial en la medida en que abarca una integralidad: desde los problemas estructurales de la economía china hasta los desbalances demográficos, pasando por la desigualdad social –no sólo en términos de capacidad de consumo sino en temas como el pasaporte interno (hukou) y el acceso a los servicios sociales básicos– y la búsqueda de la independencia tecnológica, entre otros. A su vez, este reconocimiento de la necesidad de un rebalanceo de la estructura de producción y consumo presenta un importante debate sobre los roles y las responsabilidades del sector estatal y el sector privado.

Un obstáculo para la política de “circulación dual” es que, paradójicamente para un país “socialista” y políticamente unificado bajo la férrea conducción del PCCh, en muchas áreas no existe en China un mercado nacional propiamente unificado, sino más bien una agregación de mercados segmentados, incluso con “barreras proteccionistas”. A nivel de provincias, prefecturas o condados, hay un complejo entramado de medidas proteccionistas orientadas a escudar a las compañías locales de la competencia extranjera… o la de zonas vecinas.

Por supuesto, no se trata de aranceles al viejo estilo, sino más bien de disposiciones formales burocráticas hechas a medida para dar ventajas especiales a las firmas locales. Esto llega a tales extremos que el presidente de la Cámara de Comercio de la UE en China, Jörg Wuttke, se lamenta de que “China se parece en muchos sentidos a la Unión Europea. Nosotros tenemos 27 estados miembro, ellos tienen 31 [la cantidad de provincias chinas. MY]” (“Tearing down the bamboo walls”, TE 9306, 23-7-22).

En este punto como en otros, y contra las idealizaciones de los panegiristas abiertos o vergonzantes del régimen chino, vemos cómo la planificación burocrática de la economía genera a cada paso redundancias, pliegues e irracionalidades que son un peso muerto para el desarrollo. Sin duda, el hecho de eliminar parcialmente la anarquía de la competencia capitalista vía la orientación –en muchos casos, regimentación– desde el Estado representa una ventaja desde el punto de vista “técnico” de la asignación de recursos. Pero esa realidad está lejos de constituir una simple demostración de la “superioridad de la regulación estatal por sobre el mercado”. Las relaciones económicas son más complejas que la mera atribución de la victoria a un “principio” abstracto y que además, en el caso de China, está colmado de contradicciones, malentendidos y entrecruzamientos.

Para no hablar de que en realidad, en el orden metodológico, es un error garrafal establecer una separación neta entre funcionamiento económico (a nuestro entender, de capitalismo de Estado) y régimen político burocrático stalinista. Y aun más grave es ese error viniendo de quienes defienden la postura de considerar que China es un estado y una sociedad no capitalistas, en transición al socialismo o en una situación intermedia no del todo definida entre capitalismo y socialismo, polémica que desarrollamos en sección aparte.

Pero regresemos al debate del momento, que pasa por el futuro de la economía en el contexto del “rebalanceo” hacia el interior. Al respecto, y aclarando que no se trata aquí, como en otros casos, de un tema en el que haya consenso establecido, nos inclinamos por la idea de que hay una maduración (“agotamiento” es excesivo) del proceso de crecimiento acelerado, en particular en el período que va desde la consolidación de las reformas de Deng (principios de los 90) hasta la asunción de Xi Jinping (2012), que se basó en tres grandes pilares. A saber: a) amplios volúmenes de producción exportable, b) gran dinamismo de la inversión pública, sobre todo en infraestructura y vivienda, y c) en constante retroalimentación con ambos factores, un proceso integrado de urbanización de la población, puesta en pie de un inmenso aparato industrial y conformación de una clase obrera de salarios bajos en términos internacionales, pero cuya calificación y productividad estaba cualitativamente por encima de las masas rurales del período anterior y de las que provenía.

El proceso de avance de esos tres pilares parece haber llegado a un techo difícil de perforar sin un nuevo salto de la productividad cuyo motor hoy no asoma con claridad. De allí que, más allá de obstáculos coyunturales como los aislamientos masivos y el freno a la demanda global, ambos motivados por la pandemia, es posible que estemos ante una desaceleración económica de orden más estructural.

En el texto anterior citamos un estudio de la OCDE que indicaba un fuerte descenso de la contribución al crecimiento del PBI del “factor trabajo” y de la “productividad total de factores” (un indicador sucedáneo y aproximado de la productividad por trabajador), en beneficio de un aporte mayor del capital físico. Esta tendencia no ha hecho más que acelerarse en los últimos años.

Ahora bien, y aun tomando con las debidas precauciones las “equivalencias” entre las categorías de la economía política burguesa y las del marxismo, esto no puede sino conducir a la conclusión de que la fuente del plusvalor y la ganancia capitalista, el “factor” del trabajo humano (en términos marxistas, v + p), está retrocediendo relativamente respecto del capital inmovilizado (aproximadamente asimilable a c). Y este aumento de la llamada composición orgánica del capital no puede menos que impactar en la marcha de la acumulación. No todavía, probablemente, al nivel de encaminarnos a una crisis –lo que no implica la inexistencia de otros motivos para dispararlas–, pero sí al de ralentizar y “normalizar” las tasas de crecimiento.

Las consecuencias de ese escenario, si se confirma, deberían hacer correr sudor frío a la dirigencia del PCCh. Porque, como desarrollaremos en la sección dedicada a los aspectos “socioculturales” del gigante asiático, una parte crucial del “contrato social” implícito entre el partido y la “sociedad civil”, sobre la que se funda buena parte de la legitimidad del régimen político, es que el contexto económico debe ser de continua y garantizada prosperidad.

De hecho, ya hay análisis que sugieren que estaría en marcha precisamente un proceso de ese tipo: “Una manera de entender este momento es ver que Xi está cambiando el contrato social entre el partido y el pueblo. Las aspiraciones individuales empiezan a quedar en segundo plano respecto del interés colectivo. Hay académicos que empiezan a hablar de un retorno a la ‘línea de masas’ de los años de Mao. (…) Para cualquier gobernante, hacer cambios al contrato social implica riesgos. Durante mucho tiempo el partido ha obtenido legitimidad como producto de la prosperidad material. Ahora se busca darle mayor énfasis a lo colectivo y al orgullo nacional” (“Xi amends the Chinese dream”, TE 9321, 12-11-22).

Desde ya, no hay que ver en esto, como creen algunos observadores de la realidad china, ningún “regreso al marxismo” o una campaña por los “valores socialistas” (retomaremos ese punto en el apartado dedicado al clima cultural). En primer lugar, porque, como queda claro de los discursos oficiales, las referencias al marxismo o al socialismo, incluso “con características chinas”, son casi inexistentes o totalmente opacadas por una interpelación del más clásico, rancio y puro nacionalismo, indistinguible de la que podría hacer cualquier partido del orden burgués en cualquier otro país capitalista. Y en segundo lugar, porque este súbito reverdecer del “interés colectivo” en detrimento de o subordinando a las expectativas individuales no es hijo de la ideología sino de la más cruda necesidad: “Si la economía se sigue desacelerando, puede que [Xi] no tenga mucha más elección” que apelar al patriotismo (ídem).

Posiblemente aún sea temprano para constatar si se trata de una iniciativa política ya lanzada o de unos primeros sondeos. En todo caso, Rousset evalúa como “frágil” el dominio de la “camarilla de Xi Jinping”, y estima que “no se pondrá en tela de juicio mientras crezca el nivel de vida de la población, mientras los padres piensen que sus hijos vivirán mejor. Sin embargo, no hay garantía de que el país escape a una recesión por mucho más tiempo” (“China: Las autoalabanzas de Xi Jinping ante el comité central del PCCh”, sinpermiso.info,  21-11-21). Pero una cosa es segura: si el horizonte de “progreso y ascenso social” empieza a oscurecerse o a bloquearse, la proverbial estabilidad de la sociedad china, orgullo y meta número uno de los jerarcas del PCCh, puede verse irrevocablemente comprometida, y acaso antes de lo que unos temen y otros desean.

3.2 Coletazos de la burbuja inmobiliaria

Es muy conocido entre los analistas de la economía china que la situación del mercado inmobiliario es motivo de atención desde hace años por su carácter de burbuja de alto riesgo. La propia conducción del PCCh era consciente del problema, pero la magnitud del sector –con compañías como Evergrande, siempre consideradas too big to fail, demasiado grandes como para quebrar– impedía cualquier solución fácil.[1] Se había constituido lo que era de hecho un esquema de beneficios mutuos de corto plazo entre las autoridades locales (provinciales y comunales) y las desarrolladoras privadas, alimentado por un endeudamiento crónico a nivel estatal, de las empresas y de los individuos, y a una especulación sistémicamente peligrosa. Ese riesgo no era sólo económico: el descontento y los reclamos desesperados de muchas familias que perdieron sus ahorros o sus viviendas representaban una amenaza potencial a la estabilidad que aceleró la intervención del partido.

El default de Evergrande reveló que una parte muy importante del mercado era prácticamente un esquema Ponzi, es decir, un simple mecanismo de estafa piramidal. La reconvención de Xi de que “las viviendas son para vivir adentro, no para hacer negocios” llegó demasiado tarde, cuando el daño económico (y político) ya estaba hecho. La medida del nivel de especulación del mercado inmobiliario la da un cálculo de JP Morgan: alrededor del 70% de las viviendas vendidas desde 2018 fueron compradas por personas que ya tenían al menos una vivienda. Lo que no impidió una oleada de “huelgas de hipotecas” de compradores estafados, que llegó a extender el movimiento de dejar de pagar las cuotas hipotecarias a casi 100 ciudades y más de 300 grandes proyectos inmobiliarios.

La otra cara de la burbuja inmobiliaria privada es el endeudamiento infernal de los gobiernos locales, que muchas veces eran los promotores, en sociedad con las desarrolladoras, de los proyectos inmobiliarios. El instrumento al cual recurrieron los gobiernos de provincias, prefecturas y municipios para financiarse son los Vehículos de Financiamiento de Gobierno Local (VFGL), un invento de los años 90 para eludir restricciones formales a esos niveles del Estado para tomar deuda. Son miles en toda China, con una deuda global calculada en el 52% del PBI (cifras de 2021), aunque las cifras tienen un margen de estimación, ya que como técnicamente las VFGL no son estatales, su endeudamiento no se computa en los presupuestos oficiales.

Por supuesto, esos instrumentos suelen ser una magnífica oportunidad para la colusión entre funcionarios y empresarios; la extensión de estas prácticas corruptas y, sobre todo, el creciente descontrol financiero obligaron al gobierno central a tomar cartas en el asunto. Esto ocurrió de dos maneras: ajustando las tuercas en casos de corrupción demasiado notorios –con el resultado de desalentar el recurso a los VFGL– y permitiendo (tardíamente) a los gobiernos locales emitir bonos de deuda propios.

En conjunto, la no sostenibilidad del esquema derivó en una crisis todavía controlada pero que está lejos de haber terminado, y que obligará a decisiones dilemáticas al PCCh (sostener a las principales compañías zombies o dejarlas caer). En cualquiera de los dos casos, habrá consecuencias graves dado el peso inmenso del sector en el PBI, entre un cuarto y un quinto del total.

Además, su contribución al crecimiento era decisiva: según Roberts, “fue este crecimiento en el mercado inmobiliario y otras actividades improductivas en finanzas y medios digitales el que estuvo impulsando la tasa oficial anual de crecimiento en China. Mientras el sector productivo de la industria, la manufactura, las comunicaciones de alta tecnología, etc., crecían más lentamente, las autoridades se autoengañaron diciendo que se estaban cumpliendo los objetivos de crecimiento real del PBI del 6 al 8% anual. Pero esto se debía cada vez más al mercado inmobiliario. (…) Lo que es más preocupante es que aun si puede revertirse esta espiral desordenada en el mercado de propiedades, el fin de un modelo de esquema inmobiliario alimentado con deuda, o incluso una ralentización de éste, va a significar un crecimiento menor. Ése es el problema” (M. Roberts, “China at a turning point?”, 5-10-21).

A nuestro juicio, esta evaluación es plausible, y cabe por lo tanto considerar este elemento como uno de los componentes clave de una nueva ecuación económica en China que sin duda reducirá –aunque es difícil cuantificar en puntos del PBI anual– la tasa de crecimiento.

3.3 Los gigantes tecnológicos locales y extranjeros: disciplina, retirada o crisis

A diferencia de lo ocurrido con la burbuja inmobiliaria, la ofensiva oficial contra las compañías tecnológicas no se originó en problemas de orden económico sino claramente político. Aquí intervienen al menos tres factores. El primero es la necesidad del PCCh de aparecer como preocupado por la desigualdad, tema que trataremos más abajo. El segundo, la voluntad de ajustar el control social en las redes digitales de consumo masivo. Y el tercero, ya con una mirada más de largo alcance, es que el PCCh no quiere que las prioridades para el desarrollo de un sector estratégico en la disputa mayor con EEUU sean asignadas por el mercado de consumo y las empresas privadas, sino por la autoridad política, en función de objetivos que exceden lo económico.

La primera víctima fue el gigante Ant Group, controlante de Alibaba y propiedad del multimillonario Jack Ma, uno de los “modelos de éxito” antes de su caída en desgracia. A la señal de alerta que significó la suspensión casi sobre la hora de una oferta pública de acciones –mecanismo de financiamiento habitual de grandes compañías– y que dañó tanto la imagen de la empresa como su valor accionario, siguió una campaña más directa contra Ma como figura de “emprendedor patriótico modelo”. Está claro que esta ofensiva tuvo lugar “no con la idea de desmontarlas sino de disciplinarlas a las directivas políticas, ideológicas y económicas del partido” (“Hit and run”, TE 9253, 10-7-21).

También hubo un embate contra las criptomonedas, sobre todo el bitcoin. China era en 2021 el mayor centro global de “minería” de bitcoins, con dos tercios del total. Las razones de la ofensiva “parecen ser múltiples. Una es la reducción de emisiones de carbono, sobre todo en las regiones del norte donde la mayoría de la generación de energía eléctrica depende aún del carbón. También es parte de la ofensiva anticorrupción; los casos de colusión entre autoridades locales y operadores de minería de bitcoin eran un secreto a voces. Pero probablemente la mayor preocupación haya sido el riesgo sistémico de la especulación financiera y sus coletazos: un comunicado oficial habla de ‘prevenir de manera decidida la transmisión de riesgos de nivel individual la sociedad en general’. Se trata de una referencia apenas velada a algunos casos de esquemas de estafa piramidal organizados por algunos operadores de minería, prometiendo grandes retornos de inversión a incautos” (“There was gold in them thar hills”, TE 9253, 10-7-21).

De ese modo, el PCCh logró anotarse algunos puntos en la consideración de muchas familias damnificadas por estafas financieras, que son mucho más comunes en China que en otras latitudes.[2] Para eso se combinan factores como a) fuerte desarrollo de las finanzas digitales, b) amplios sectores de la población con (variable) capacidad de ahorro y c) una ideología ambiente que, lejos de supuestos “valores socialistas”, promueve el autointerés y el éxito económico como motores de la vida individual y social, tema que desarrollaremos más abajo.

Pese a los posiblemente reales beneficios en términos de legitimidad política que pueda haber obtenido el PCCh con esta campaña, es indudable que la contracara fue el perjuicio en el flanco económico, en razón del creciente peso de la digitalización en ese terreno. Un informe de Goldman Sachs estima que “la economía digital da cuenta de casi el 40% del PBI y está en rápido aumento, con una contribución de más del 60% del crecimiento del PBI en los últimos años y amplio margen para seguir digitalizando sectores tradicionales” (M. Roberts, “China and common prosperity”, 11-9-21).

La pérdida de valor de mercado del conjunto de los gigantes tecnológicos chinos fue monstruosa, cercana a los 2 billones de dólares. Pero quizá más perjudicial a mediano plazo sea una retracción del impulso a la investigación y desarrollo en el sector privado, que ahora pasará a ponderar el riesgo de que una intervención política arruine planes de inversión no alineados con las prioridades del partido.

Sucede que en el plano de la investigación e innovación tecnológica el modelo de desarrollo dejó de ser la sociedad de hecho con las multinacionales extranjeras –en virtud de la cual éstas transferían tecnología a China y a cambio cosechaban los beneficios de un mercado gigantesco y costos laborales bajos– para pasar al de “Estado incubadora” de empresas tecnológicas, nuevas o establecidas.

Las gigantes tecnológicas chinas tendrán que adaptarse a esas nuevas prioridades o resignarse a ver cómo desde el Estado, mediante subsidios y promociones, se impulsa el desarrollo de nuevos actores en el sector, muchas veces basados no en las grandes ciudades de la costa sino en centros urbanos más pequeños del interior, en lo que el partido ve con satisfacción como una “expansión ordenada del capital” (“Xi’s incubator state”, TE 9292, 16-4-22).

Como vimos, este cambio deriva de dos desarrollos imbricados: la renuencia de EEUU a permitir que sus empresas (o las de sus aliados estratégicos) sigan cediendo know how a China, y la creciente autoconfianza de la conducción china para tomar el camino de la independencia tecnológica. De allí que el 14º plan quinquenal lanzado en 2021 mencione como prioridades absolutas para el área tecnológica los semiconductores, la inteligencia artificial y las supercomputadoras (hard tech), no la tecnología para celulares y computadoras orientadas al consumo masivo (soft tech). Por lo demás, este último aspecto es visto ahora como parte del problema de la creciente desigualdad, súbitamente anatema para el PCCh.

El peligro reside, como admite un empresario del sector, en que “las compañías de VC [venture capital, o capital de riesgo. MY] pasen a apostar no por la próxima gran innovación sino por la próxima decisión del funcionario que otorgue subsidios. Esto es perfectamente racional como decisión de inversión en la China de hoy. No es exactamente una receta para el progreso tecnológico” (“The VC-industrial complex”, TE 9303, 2-7-22).

De este modo, el actual relanzamiento del patrocinio del Estado a las compañías privadas del sector tecnológico, en especial las de capital de riesgo, está obviamente atado a las prioridades estratégicas del partido, pero se corre el riesgo de que la evaluación de cuáles puedan ser las vetas más promisorias en investigación y desarrollo (I+D) queden en manos de burócratas sin verdadero conocimiento del área, por no hablar de las posibilidades de prácticas corruptas. Es verdad que la lógica del mercado es ciega, pero eso no implica necesariamente que la lógica de los funcionarios tenga vista de lince.

La combinación de ofensiva yanqui de aislamiento tecnológico con el reforzamiento del control y direccionamiento estatal en ese sector por parte del PCCh ya está generando una disrupción en lo que es la rama más avanzada y a la vez de mayor generación de valor de mercado[3] de la economía mundial. Esto se manifiesta en dos tendencias: por un lado, el comienzo de una paulatina retirada de compañías multinacionales (y no sólo en el rubro tecnológico) con centros de fabricación y desarrollo de tecnología en China; por el otro, el freno o incluso estrangulamiento de la expansión internacional de los gigantes chinos en tecnología digital y de comunicaciones.

El caso más emblemático de la primera tendencia posiblemente sea el de Apple, cuyas plantas y proveedores en China fabrican más del 90% de sus productos, donde operan 150 de sus mayores proveedores de insumos y que representa casi el 20% de sus ventas anuales.

Las razones para la “carrera hacia el desacople” de Apple respecto de China son múltiples, y se destacan tres: el riesgo operativo que significa depender logísticamente de un solo país, el aumento de costos (sobre todo laborales) y, el más importante, el hecho de quedar atrapada en el fuego cruzado geopolítico entre EEUU y China.

Con respecto al primer punto, la decisión de Apple de abrir nuevas plantas de producción en India y Vietnam obedece a una tendencia más generalizada y anterior. Se trata de que la pandemia y la disrupción de las cadenas de suministros golpeadas por los aislamientos masivos en China dejaron como lección a muchas multinacionales lo riesgoso de concentrar todos los huevos logísticos en una sola canasta. Si a esto se agrega la campaña proteccionista de gobiernos como el de EEUU y otros de promover el backshoring, el nearshoring y el friendshoring (es decir, regresar las unidades productivas a territorio local o al menos a plazas más cercanas y “amigables” en términos geopolíticos) y la ahora renovada ofensiva directa de EEUU contra las firmas del sector que no se sumen al boicot-estrangulamiento tecnológico a China, la presión se vuelve irresistible.

Por otro lado, es verdad que la mano de obra china ya no es tan barata como antes. El salario promedio en dólares se duplicó en diez años; un obrero industrial de calificación media ganaba en 2020 unos 530 dólares mensuales, el doble que en India o Vietnam (“The end of the China affair”, TE 9319, 29-10-22). Esos países, además, ofrecen incentivos fiscales y de otro tipo, a la vez que han mejorado un tanto sus penosas condiciones anteriores de infraestructura energética y de transporte.

Pero, como señalamos, el riesgo mayor es geopolítico: la combinación de sanciones y prohibiciones del gobierno de EEUU puede dañar seriamente operaciones, contrataciones y acuerdos comerciales de Apple dentro de China. Y por el lado del PCCh, nada le gustaría más que ver cómo su apuesta por la “autosuficiencia” tecnológica asistida por el Estado conduce a las empresas chinas a desplazar progresivamente a Apple del mercado local. Algo que ya empieza a suceder: las ventas de Apple en China pasaron del 25% del total anual global de la compañía en 2015 al 19% en 2022. Por otra parte, ni para Apple ni para el resto de las multinacionales que operan en China esa “transición al desacople” puede ser rápida o no traumática.

Algo similar ocurre cuando vemos la situación del otro lado: las empresas chinas proveedoras de gigantes extranjeros. Por ahora, según algunos observadores, su situación es relativamente segura, dado que “no hay proveedores alternativos a mano que tengan el mismo nivel de experiencia, fiabilidad y eficacia de costos, de modo que obligar a las empresas estadounidenses a cortar el vínculo con [sus proveedores chinos] las va a perjudicar” (ídem). Pero esa salvaguarda es sólo temporaria: la voluntad explícita –reconocible en las medidas que están tomando– tanto del gobierno de EEUU como del de Xi es reducir la dependencia mutua.

Claro que esa decisión tiene costos también para China y las empresas chinas del sector tecnológico que operan en el exterior. Al respecto, el caso testigo simétrico de Apple es Huawei, cuya situación es un posible indicador de los avatares que afrontan las empresas tecnológicas en el fragor de la contienda estratégica. Huawei, cuya capacidad tecnológica y de captura de mercado la ponían como un contendiente de primer nivel al liderazgo mundial en su rubro, fue la primera víctima, ya en tiempos de Trump, de la política yanqui de frenar el avance chino en áreas clave como, en este caso, la tecnología 5G para teléfonos móviles. A la prohibición lisa y llana de las operaciones de la compañía en EEUU se le sumó la presión a sus aliados de Occidente para que expulsen, no permitan el ingreso o limiten el radio de acción de Huawei, incluyendo su eventual participación en licitaciones de redes de 5G.

El golpe de gracia fue recurrir a los controles de exportación para impedir que Huawei recibiera cualquier componente fabricado en EEUU. ¿Resultados? Las ventas cayeron un 30% en 2021, la participación de Huawei en redes de telecomunicaciones en países desarrollados se desplomó y, según fuentes internas, “el negocio internacional de teléfonos celulares está muerto” (“Ren-aissance”, TE 9319, 29-10-22). El mayor daño fue en los países desarrollados y aliados de EEUU, pero incluso en países que no se plegaron a las sanciones el atractivo de un celular que no puede operar en una amplia porción del mundo bajó considerablemente.

En el mercado de los países “emergentes” y pobres el impacto fue menor, en parte porque sus exigencias en materia de tecnología son más bajas. Pero precisamente ese hecho señala que la carrera de Huawei como competidor de primer nivel en el terreno de la tecnología para celulares está irreparablemente dañada. De hecho, la estrategia de supervivencia de la empresa ha sido reconvertirse como proveedora de tecnología para otras industrias afines, como computación en la nube, centros de datos y la llamada “infraestructura como servicio” (sigla inglesa Iaas), donde sí hay espacio para la proyección internacional en regiones como el sudeste asiático, Medio Oriente, África y Latinoamérica (ídem).

De modo que el balance es mixto pero claro: la ofensiva yanqui contra Huawei no logró hacerla desaparecer, pero la obligó a reconvertir su modelo de negocios y transformarse en otra cosa, tanto en términos económicos como tecnológicos. Sigue siendo una empresa importante a nivel chino y global… pero ya no es la amenaza a la supremacía tecnológica y comercial de EEUU que originó el ataque inicial de Trump (sostenido y redoblado por Biden).

Ambas, la de Apple y la de Huawei, son historias aleccionadoras para que todas las partes sepan a qué atenerse en el nuevo escenario de confrontación EEUU-China: la prioridad es sacarle ventaja –y en lo posible, lastimar– al rival estratégico. Para esto valen todos los medios, incluidos los extraeconómicos y el uso descarado de la presión política y el aparato del Estado. Si en el camino deben quedar los criterios de racionalidad económica, libertad de comercio y eficiencia de las cadenas de suministro globales… que así sea. Y ésta no es la directriz de la “ideología marxista” del PCCh, sino una conclusión compartida por las elites gobernantes de ambos países.

3.4 Una población más urbana, más vieja… ¿y en retroceso?

El factor demográfico fue desde siempre una clave en el desarrollo de la economía y la sociedad chinas. Desde hace siglos es la nación más poblada del mundo, cetro que en muy pocos años podría perder a manos de India. Pero la real novedad es que la población china está prácticamente estancada en número y por lo tanto en creciente envejecimiento: en diez años (del censo 2010 al 2020), la población creció apenas un 5,4%. De hecho, se estima que el reciente censo poblacional va a ser el último que muestre un crecimiento absoluto de la población, que podría empezar a declinar en 2025 o incluso antes.

En un sentido, esto tiene su causa primaria en la draconiana política de control de la natalidad, vigente durante décadas, de un solo hijo por pareja. Además de generar inmenso sufrimiento personal y desbalances graves –la preferencia por los varones generó que la paridad estadística por sexo esté en China totalmente distorsionada–, el problema con que se topa la conducción china es que sencillamente no hay suficientes nacimientos, aun después de haber abandonado hace años la política de un solo hijo por matrimonio.

La urbanización, la suba del nivel educativo y de vida promedio y a la vez la dificultad de acceso a vivienda y educación para los hijos sumaron factores generales y específicos para que la fertilidad de las mujeres en edad de tener hijos sea en promedio 1,3 hijos. Se trata de una de las tasas más bajas del mundo y propia de países de desarrollo económico y nivel de vida superior; la tasa considerada “de reposición” de la población (es decir, para compensar los fallecimientos sin que aumente ni caiga el total) es 2,1. De allí la caída de las tasas de crecimiento poblacional.

Los mayores de 60 años llegaron a 264 millones en 2020, casi el 19% de la población, a la vez que la población urbana pasó en diez años del 49 al 64%. El salto educativo también es impactante: la cantidad de graduados universitarios casi se duplicó, llegando a 218 millones (“Older and wiser”, TE 9245, 15-5-21). Estas tres tendencias de la población –más urbana, más envejecida y de mayor nivel educativo–, por otra parte, no están distribuidas de manera pareja, lo que incrementa la desigualdad por regiones. La resultante podría resumirse como una reducción relativa de la población en edad laboral, a la vez que crece el nivel promedio de calificación.[4]

A las consecuencias sociales de este proceso nos referiremos más abajo; desde el punto de vista de sus efectos económicos, deben combinarse con que está llegando a su techo el proceso de urbanización. Casi dos tercios de la población ya viven en ciudades, y esta tendencia difícilmente pueda acelerarse mucho más sin chocar con el sistema de pasaporte interno (hukou), que fue pensado precisamente para que las autoridades tuvieran una válvula de manejo del flujo migratorio. Ahora bien, la urbanización y el crecimiento poblacional fueron dos fuertes impulsores del aumento de productividad del conjunto de la economía, al sostener en el tiempo un cambio de empleos rurales de subsistencia o de baja productividad por empleos industriales.

Así, y a diferencia de países como Japón, el envejecimiento de la población tiene lugar antes de haber completado el proceso de desarrollo, y cuando la productividad global china es apenas un tercio de la EEUU. Al respecto, Roberts intenta replicar a los “escépticos occidentales” sobre el impacto negativo del envejecimiento (“China: demographic crisis?”, 23-5-21), pero sus argumentos específicos son débiles y dispersos. Se concentran en rebatir, con buen criterio, los modelos de crecimiento capitalista, y en exhibir comparaciones favorables entre China y Occidente, pero no consiguen demostrar que el factor demográfico no es un problema para China. A nuestro juicio, sí lo es, como lo es también en general para todo el mundo desarrollado. En verdad, el decrecimiento poblacional es el resultado inevitable de la tendencia secular –y global– de menos hijos promedio por familia, y sólo puede compensarse con el aumento de la inmigración externa, factor que en China es virtualmente inexistente.

3.5 Estado, mercado y burocracia

La altísima tasa de inversión que caracterizó el “crecimiento a tasas chinas” (llegó a promediar el 47% del PBI en el período 2009-2019), así como la de ahorro interno, no podían sostenerse indefinidamente. Ya vimos que parte de ese motor económico tenía el origen espurio del desarrollo inmobiliario, para no mencionar la cuestión del endeudamiento, tema muy grueso que aquí sólo dejaremos señalado. En todo caso, la propia conducción del PCCh es consciente de los desbalances; de allí el giro a la “circulación dual” (integrando el motor exportador con el aliento al consumo interno).

Esto nos conduce al debate sobre cuál es el origen de las nuevas debilidades en la economía: el sector público o el privado. Aquí Roberts apunta sus cañones contra los “expertos” occidentales que, como es natural, atribuyen todos los males a la acción del Estado y a las limitaciones al libre mercado. Pero, también aquí, aparece como más sólida la crítica de Roberts a las visiones capitalistas que su relativa defensa del desempeño de China.

Roberts sostiene que los elementos de crisis o de inestabilidad de la economía devienen casi exclusivamente del sector privado (para él, el único “sector capitalista”), que se caracterizó en el último período por inversiones en sectores no productivos o directamente especulativos. Sostiene incluso –cosa que nos parece difícil de comprobar, pero que en todo caso no coincide con los datos en sentido opuesto que dan organismos internacionales–, que la tasa de ganancia promedio del sector privado es más baja que la del sector estatal, al que le atribuye, de manera casi apologética, la mayor parte del mérito por las innovaciones tecnológicas, eficiencia económica y rentabilidad. En su mirada, las compañías estatales operan como “factor estabilizador de la economía”, por contraste con las aventuras irresponsables del sector “capitalista”.

Pero esta evaluación es demasiado “rosada”, y concede a las empresas estatales ejecutoras de la planificación oficial un nivel de virtuosismo económico difícil de sostener, y que es por lo demás incompatible con las continuas campañas del partido contra la “corrupción”. En verdad, no hay razón para suponer que los burócratas chinos sean más honestos, competentes o angelicales que los antiguos burócratas soviéticos, sobre cuyo modelo se montaron los planes quinquenales del PCCh desde la era Mao.

Sin duda, el costado especulativo de una parte sustancial de la inversión en la burbuja inmobiliaria es innegable, a punto tal que convirtió a varias de las más importantes desarrolladoras inmobiliarias en compañías zombies (esto es, cuyos ingresos apenas alcanzan –cuando lo hacen– para cubrir sus gastos operativos y deudas). Pero el propio Roberts se ve obligado a admitir que la línea entre Estado y empresa privada es menos neta de lo que asume su definición. Así, “desarrollos del tipo de Evergrande [el mayor gigante inmobiliario chino, que debió ser rescatado y aún está en situación crítica. MY] no eran simple capitalismo en acción. Eran capitalismo facilitado por funcionarios del gobierno para sus propios fines. Beijing quería viviendas y los funcionarios querían ingresos. Los proyectos inmobiliarios satisfacían ambas necesidades” (M. Roberts, “China at a turning point?”, 5-10-21).

Pero si la responsabilidad de uno de los principales factores desestabilizadores de la economía es tan compartida, tiene menos sentido suponer que todos los males se derivan del perverso sector capitalista privado y su insaciable afán de lucro y de apuestas especulativas, y que todas las ventajas y méritos deben atribuirse a la impecable gestión de las empresas estatales.

Esto recuerda a la controversia opuesta: cuál era la explicación del crecimiento acelerado y sin precedentes de la economía china. Los liberales occidentales atribuían el milagro al renovado despliegue de la acción del mercado y la actividad privada; los apologistas “marxistas” de la burocracia china, en cambio, subrayaban –¡incluso más que los mismos jerarcas del PCCh!– las bondades de la planificación estatal. A nuestro juicio, ambas posturas resultan obviamente unilaterales: es imposible que uno solo de esos “motores” haya sido tan potente no sólo como para generar un crecimiento récord sino, además, para contrarrestar la influencia negativa del otro.

Irónicamente, la verdad está más cerca del diagnóstico de la propia burocracia, en cuanto a que hubo, al menos durante un período sustancial, una retroalimentación de ambos factores. De hecho, en un pasaje más bien aislado y no del todo consistente con la mayoría de sus expresiones sobre el tema, Roberts reconoce que “la combinación de propiedad pública desde el comando estatal, la planificación orientadora y un amplio sector capitalista con precios de mercado ha llevado adelante a China” (“Views on China”, 28-11-21).

Por supuesto, esto no significa que ni Roberts ni nosotros estemos proponiendo como “exitoso” este modelo “mixto”, sino simplemente dar cuenta de una parte de la realidad… y de las contradicciones que genera. Porque, como dice también Au Loong Yu, esa “combinación” es altamente inestable, en la medida en que “también ha aumentado la contradicción entre la ley del valor y el mercado, por un lado, y la planificación para las necesidades sociales, por el otro. En mi visión, ésta es la contradicción clave de todas las economías ‘transicionales’, y también dentro de la economía china” (Roberts, ídem). Volveremos sobre esto.

Lo que la burocracia del PCCh y sus admiradores naturalmente callan o niegan es la base material y humana de ese desarrollo económico acelerado: la creación de una masa monumental de plusvalor arrancada a una clase trabajadora inmensamente ampliada, renovada, recientemente urbanizada, casi sin tradiciones políticas ni sindicales y convertida en carne de explotación ideal tanto para capitalistas privados como para burócratas estatales.[5]

Pues bien, cabe considerar esa misma “corresponsabilidad” de ambos sectores al hecho de que el crecimiento chino –al menos, según el modelo establecido en las últimas dos o tres décadas– parezca estar encontrando un límite estructural. Aquí, nuevamente, asoma el mismo patrón en el debate: los liberales reclaman el retiro del Estado y sus empresas “ineficientes” y la necesidad de dar rienda suelta al mercado, mientras que enfoques como el de Roberts parten del diagnóstico opuesto.

El criterio “interesado” de los liberales no merece mayor elucidación. Pero sí es más pertinente señalar que en la base del razonamiento de marxistas como Roberts y muchos otros hay una coincidencia metodológica con el criterio liberal. Desde ángulos opuestos, naturalmente –lo que unos piden ampliar los otros quieren eliminar en todo lo posible, y viceversa–, comparten idéntico marco de referencia: todo se reduce en el fondo a establecer cuáles son las dosis adecuadas de mercado y de planificación estatal.

A nuestro entender, una concepción marxista del problema que se limite a o considere esencial solamente este aspecto cae en el economicismo. Ya hemos señalado que no concebimos a la sociedad china como socialista, ni siquiera como no capitalista (trataremos ese debate más abajo). Pero incluso en ese caso, es decisivo señalar el punto crucial de que no existe hoy ninguna participación real de la clase trabajadora en las decisiones claves de la economía y la sociedad –¡más bien al contrario, se refuerzan los mecanismos para su exclusión de esas decisiones!– a la hora de comprender los desafíos para China y la clase trabajadora.

Este mismo criterio es válido, a fortiori y con mucha mayor razón para quienes consideran que China es una sociedad en transición al socialismo, o no capitalista de rumbo aún irresuelto, o alguna variante similar. En este caso, nuestra mayor diferencia con esos enfoques no está tanto en la definición misma –que para una sociedad con una historia y una estructura tan complejas y singulares como las de China admite amplio margen para el debate– como en el criterio metodológico para la elección de los parámetros pertinentes.

El enfoque economicista se manifiesta en diagnósticos como el siguiente: “La contradicción básica de la economía china no es entre inversión y consumo, o entre crecimiento y endeudamiento, sino entre rentabilidad y productividad. La influencia y el tamaño crecientes del sector capitalista [esto es, privado. MY] están debilitando la performance de la economía y ampliando la desigualdad. En mi visión, la economía china es ahora lo suficientemente fuerte como para no depender de la inversión extranjera o de sectores capitalistas improductivos para su crecimiento. Incrementar el rol de la planificación y de la inversión orientada por el Estado, la base principal del éxito económico chino después de 70 años, nunca ha sido más urgente” (M. Roberts, “Not so Evergrande”, 19-9-21).

Todo está en falsa escuadra aquí. La “contradicción básica de la economía china” es que está dirigida por una burocracia privilegiada que administra una variante de capitalismo de Estado, a la vez que considera el Estado como su propiedad. Desde ese lugar media entre la presión capitalista-imperialista global y las masas trabajadoras, a las que dice representar pero en realidad explota económicamente y oprime social y políticamente. La principal traba general a la performance de la economía no es la existencia en sí misma de un sector capitalista privado, sino la regimentación y opresión burocráticas sin control ni rendición de cuentas ante nadie (rasgos éstos últimos que Roberts admite como presentes, pero sin darles el peso necesario en su análisis).

La eventual “racionalidad” del plan, cuando se impone, lo hace no gracias sino a pesar de la ambición, la venalidad y las múltiples formas de beneficio personal y de casta que aprovechan los directores y funcionarios. A esto se debe agregar la muchas veces obscena connivencia –algunos, como veremos, emplean el término “simbiosis”, que a nuestro entender no carece de fundamentos– de esos ejecutivos de empresas públicas con el sector privado, al mejor estilo occidental. Y aun cuando la empresa estatal sea un modelo de “eficiencia”, lo que eso normalmente significa no es una armoniosa celebración del “trabajo socialista en beneficio del pueblo”, sino la explotación de la mano de obra asalariada a niveles que generan la envidia de los empresarios extranjeros que visitan las fábricas estatales.

Dejemos de lado la cuestión de hasta dónde China puede ser independiente de la inversión extranjera, aunque apuntamos aquí que la meta de Roberts no se diferencia en nada de los sectores más radicales o “maoístas” del PCCh. Pero la cuestión “urgente” no es simplemente más planificación y estatismo en detrimento del sector privado. No porque eso no sea atinado como “lógica económica pura”; no abrimos juicio aquí sobre ese punto, justamente porque no nos parece el central. La cuestión clave, en cambio, es que en la medida en que ese “incremento del rol del Estado y de la planificación” tiene lugar sin que haya el menor cuestionamiento al régimen del PCCh, sin organismos independientes de la clase trabajadorasin intervención real de los trabajadores en las decisiones, lo que tendremos será una China más estatal, menos “liberal” y más “stalinista clásica”, pero no más “anticapitalista”, y definitivamente no más socialista.

Lo que a su vez significa, en el corto o largo plazo, en peores condiciones estratégicas para hacer frente a la muy real amenaza del imperialismo yanqui, que no se puede conjurar sin la real participación democrática de las masas chinas. Si no se encara así el problema, lo que de hecho se da por sentado, de manera acrítica, es que las decisiones económicas y estratégicas sólo pueden quedar en manos de la “sabiduría” de los jerarcas del PCCh. Así les fue a la URSS y los países del Este europeo. No es de extrañar la obsesión de Xi con el peligro de terminar igual. Pero la “solución” burocrática de Xi –apretar las clavijas del control interno, reprimir los disensos y concentrar las decisiones en un círculo personal cada vez más secreto y reducido– no es tal. Según cómo se den las condiciones, eso sólo puede postergar el colapso… o acelerarlo.

 


[1] Hemos trabajado parcialmente este tema en un texto de este año, “Viejos y nuevos problemas para la economía global”, izquierdaweb.org, marzo de 2022, parte 4.

[2] De hecho, una de las razones detrás del lanzamiento de la versión digital del yuan (la segunda moneda oficial digital del mundo después de la de Bahamas) es la intención de limitar la influencia de las aplicaciones de pago de las gigantes tecnológicas privadas, que han transformado a China en el líder mundial en pagos digitales (más de 60 billones de dólares en 2020 contra 0,18 billones en EEUU). Además, la moneda digital estrechará el cerco de control e información sobre transacciones monetarias que no sean en efectivo (ver “The new yuan: a lot like the old yuan”, TE 9244, 8-5-21).

[3] Subrayamos lo de valor de mercado, porque nos parece evidente que hay una fuerte desproporción entre la valuación bursátil de las compañías tecnológicas y su generación de valor real desde el punto de vista del análisis económico marxista. Por dar un ejemplo, cuatro de las cinco mayores compañías del mundo por valor de mercado son tecnológicas (la otra es Aramco, la petrolera estatal saudita). De las cuatro mayores de China, dos son tecnológicas. E incluso en el terreno de la producción de bienes físicos como automotores, el valor de la “tecnológica” del sector, Tesla, llegó a ser mayor que el de las ocho o diez automotrices que le siguen en conjunto, pese a que su producción es la mitad que la de la automotriz en el puesto 20 de la lista, y la décima parte de la de cualquiera de las dos primeras (datos de 2021). El elemento de burbuja en esas valuaciones es indiscutible; es posible que ese globo haya empezado a desinflarse en parte en el contexto actual de inflación y amenaza de recesión, como lo demuestra la fuerte baja de la cotización de las acciones de las “cuatro grandes”, sobre todo Meta (Facebook) y Amazon.

[4] Conviene tener en cuenta, sin embargo, que se trata de una comparación con el pasado atrasado de China, no con el presente de los países desarrollados. Sólo el 37% de la población en edad laboral (25 a 64 años) tiene formación educativa equivalente a estudios secundarios completos o más, muy por debajo del promedio no ya de los países de la OCDE (79%) o del G-20 (64%), sino de países como Brasil, México, Turquía o Sudáfrica, y casi 20 puntos por debajo de lo que cabría esperar considerando el ingreso per cápita (datos de la Oficina Nacional de Estadísticas y de la OCDE). Es cierto que este desbalance se debe sobre todo al muy rápido crecimiento económico sobre una población que venía de niveles educativos muy bajos. Pero en razón del envejecimiento de la población y del lento reemplazo de las cohortes de más edad, ese porcentaje no va a superar el 50% hasta 2032.

[5] Como recordaba el marxista francés Pierre Naville, en rigor corresponde hablar de acumulación, ya que “crecimiento” es la palabra que emplean “los observadores superficiales y los economistas orientados a disimular la fuente de ese crecimiento en el proceso de intercambio”, es decir, la relación de contratación del trabajo asalariado (Le nouveau Léviathan, 4: Les échanges socialistes, p. 8).

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí