¡Fuera Macron!

La basura se acumula en las calles de París, ya son 17 días sin recolección. Los aviones evitan aterrizar en los aeropuertos de Francia, no hay quien los provea de combustible. Es difícil entrar o salir del país, los trenes casi no circulan. Las calles están noche y día ocupadas por la movilización.

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La imposición por decreto de su impopular reforma previsional, rechazada por el 80% de la población según todas las encuestas, fue para Macron como prender un cigarrillo con el cuerpo empapado de combustible. El estallido, inesperado, fue inevitable. Por momentos,las instituciones y las burocracias sindicales parecieron perder el control de la situación.

Hacía ya dos meses que los paros generales y las movilizaciones de masas venían rechazando la contrarreforma. Pero el control de las principales centrales sindicales (CGT, CFDT, Sud, etc.) hacía de las marchas y paros desfiles de protesta muy masivos pero poco disruptivos. Los dirigentes de los sindicatos esperaban encontrar una salida negociada con el gobierno: proponían un referéndum o una consulta para la aplicación de la reforma. Su posición es que la movilización pide, ruega, pero no impone; que Macron y las instituciones de la Quinta República gobiernan y disponen (son incuestionables).

Pero no había –no hay- negociación que valga: la reforma previsional, el ajuste y el giro reaccionario del régimen son el proyecto de gobierno del presidente. Sin estas cosas, para él, no tiene motivo para gobernar. La clase capitalista francesa y de la Unión Europea misma lo apoya con pocas fisuras. Macron no quería ni quiere negociar nada: si él gobierna y dispone, su gobierno y disposición es esta.

Desde el viernes 17 de marzo, el desborde se puso a la hora del día: si la contrarreforma no tiene que pasar, Macron tiene que renunciar. “Macrondégage” (¡FueraMacron!) es la consigna del momento (cada vez gana más audiencia).

Macron provoca a la calle

Luego del decreto del 17 de marzo, Macron se mantuvo en silencio durante cinco largos días. Dejó que por él hablaran la primera ministra, Elisabeth Born, y la policía, que detenía a cientos de manifestantes en las calles del país.

Finalmente, todo el país lo pudo escuchar este miércoles 22. Si algunos ingenuos funcionarios esperaban alguna palabra conciliadora, el discurso presidencial fue beligerante. Llamó “sediciosos” y “vagos” a los manifestantes, desconoció su legitimidad, prometió enviar 200 unidades de gendarmes para imponer la represión.

En lo que es una auténtica provocación, no sólo se afirmó en sostener la contrarreforma, también prometió seguir gobernando e imponiendo de la misma forma en que lo hizo ahora. Mientras la calle afirma que su mandato está expirado, él formuló lo que es un verdadero programa de gobierno de acá hasta el 2027: contrarreforma laboral contra los trabajadores, política racista contra los inmigrantes, aumento del presupuesto militar… Y dijo que lo hará, si es necesario, pasando por arriba de la Asamblea Nacional y de la voluntad popular una y otra vez. Es una promesa de gobierno por decreto permanente, de rey electo, de Bonaparte con ropaje republicano.

Un mensaje como ese claramente no es para llegar a los trabajadores y los sectores populares, porque solamente puede generar su odio y rechazo. Se trata de una señal para la clase dominante, una que dice que impondrá sus intereses a toda costa.

Macron quiere poner el país a tono con el mundo neoliberal. La inmensa tradición de lucha de Francia ha logrado mediatizar en parte la ola neoliberal sosteniendo parte importante de las viejas conquistas del Estado de Bienestar, pese a estar relativamente degradadas.

Cuando Reagan se convertía en Estados Unidos en el emblema de la nueva era neoliberal, cuando Margaret Thatcher derrotaba la huelga de los mineros, Francia también se ponía a tono pero más lentamente bajo el gobierno “socialista” de Françoise Mitterrand.

En los 90 y los 2000 se sucedieron contrarreformas y privatizaciones, pero siempre más mediatizadas que en otras parte del mundo capitalista neoliberal. Incluso hubo conquistas como la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales (más allá de las maniobras patronales permanentes para socavarlas).

En el verano de 1936, testimonios de la época contaban sobre una marea humana nunca antes vista antes: millones de obreros por primera vez en la historia se iban de vacaciones. La inmensa “huelga de los brazos caídos”, que Trotsky calificó de “prerrevolucionaria”, había conquistado vacaciones pagas para los asalariados. Hoy, la clase trabajadora francesa sigue gozando de enormes períodos de vacaciones, tienen un sistema de salud estatal con cobertura universal que es de los mejores del mundo, así como un sistema jubilatorio de reparto cuya cobertura es de las más altas de la Unión Europea en relación a los mejores sueldos en activo.

Son muchas de estas cosas con las que promete terminar Macron por decreto. 

Las instituciones de la Quinta República le permitirían hacer todo lo que pretende si logra derrotar la semi revuelta popular en curso. El decreto del 17 de marzo se impuso amparado por el artículo 49.3 de la Constitución de 1958.

El régimen político francés es el más presidencialista de toda Europa Occidental mientras es también el país con más tradición republicana del continente (no se podía esperar menos del la tierra de 1789). Las instituciones de la Quinta República son diferentes de las anteriores desde su origen: la primera surgió pasando a Luis XVI por la guillotina, la segunda con la revolución de 1848, la tercera estuvo marcada por el auge y la represión sangrienta de la Comuna de París, la cuarta emergió del triunfo de la Resistencia contra la ocupación nazi. La república actual y su Constitución surgió de una crisis de instituciones y partidos que le dieron poder absoluto a una figura “bonapartista”, Charles De Gaulle, el “héroe” de la Segunda Guerra Mundial, que impuso su arbitrio sobre todo el país en 1958. Por eso también el cuestionamiento a Macron puede extenderse a la Quinta República misma.

Un gobierno en minoría

Macron renovó su gobierno para un segundo mandato el año pasado (los mandatos presidenciales en Francia duran 5 años y el presidente a su vez nombra un primer ministro para hacerse cargo de dar la cara y las tareas del día a día). Pero lo logró agónicamente, en segunda vuelta la mayoría lo votó “con la nariz tapada” para evitar el triunfo de la extrema derecha de Marine Le Pen. Roberto Sáenz resumía lo contradictorio del escenario el año pasado, desde París: “Las elecciones presidenciales en marzo pasado las volvió a ganar Macron. Pero en las recientes legislativas el oficialismo quedó debilitado perdiendo su mayoría propia…De cualquier manera, tampoco se puede decir que el país haya girado a izquierda. Más bien lo que se aprecia una ‘tripolarización’ política-electoral entre el macronismo, el NUPES (Nueva Unión Popular Ecologista y Social) y RN (RassemblementNational) con Jean-LucMelenchon y también Marie Le Pen saliendo bien parados de las legislativas (el NUPES alzándose con 141 asambleístas, algo menos a lo que anticipaban las encuestas, y RN con 89, un batacazo electoral que no se anticipaba).Macron salió perdiendo. Desde 1988, con FrançoiseMitterrand en su segunda presidencia, no ocurría que un triunfador en la presidencial no lograra mayoría propia en la Asamblea Nacional. Por su parte, Jean-LucMelenchon y Marie le Pen, a los dos lados del movimiento pendular, salieron fortalecidos…” (Roberto Sáenz, “Un mundo bajo el signo de la polarización”, 9 de julio del 2022, izquierdaweb)

Si a nivel electoral el escenario aparecía partido en tres partes casi iguales, la lucha de clases pone sobre la mesa otra relación de fuerzas muy diferente. El 80% rechaza a Macron y su reforma. La huelga y la movilización de los que mueven el país ponen al país a “la izquierda” de las elecciones, de las estadísticas y del mundo. La fuerza social de los trabajadores, no contenida en los resultados electorales, desmiente el derrotismo sin medida de quienes creen que de esta etapa sólo se puede esperar el avance del peligro de la derecha (que es, de todas formas, muy real).

Es en estas condiciones que la Asamblea Nacional votó dos “mociones de censura” contra el gabinete de la Primera ministra. Fue una concesión a la calle. Hacían falta 287 votos para que se aprobara… faltaron 9 votos para que la moción de censura hiciera caer a la Primera ministra Elisabeth Borne y con ella la reforma de Macron.

Pero ahora el reclamo popular está un paso adelante. No basta con Borne: es Macron quien debe caer. No es poca cosa: no ha caído un solo presidente en toda la historia de la Quinta República.

Sin embargo, las cosas no son fáciles. Macron tiene el apoyo de la clase dominante y de los amplios poderes del Poder Ejecutivo. La salida institucional(la moción de censura) ha caído en saco roto. Pero el principal problema para derrotar efectivamente al gobierno son las direcciones sindicales.

La contención de la Intersindical

Socialismo o Barbarie Francia escribió el pasado 19 de marzo: “La política de la Intersindical encontró todos sus límites cuando esta decidió no llamar a ningún tipo de acción, ni de huelga, ni de manifestación mientras el gobierno pasaba tranquilamente la reforma por decreto. La Intersindical, compuesta por el conjunto de las centrales sindicales del país, desde la CFDT, pasando por la CGT, la FSU, FO o Solidaires, decidió en cambio movilizar solamente el miércoles 15 y no hacer nada el jueves 16. Los burócratas se limitaron a mandarle una carta al gobierno y a pedirle por favor a los diputados que votaran bien. Ante el anuncio del 49.3 han llamado a un paro y movilización recién para el jueves 23, fecha que resultó a todas luces tardía e insuficiente”.

Antes, el día 15, nuestros camaradas ya decían que “la política de la Intersindical fue criminal, pues en lugar de insistir en la continuidad de la huelga y la paralización del país, prefirieron, este fin de semana, ofrecer a Macron el camino de una salida institucional proponiéndole organizar una consulta ciudadana. Por su parte, políticos como Mélenchon o Marine Le Pen también han propuesto celebrar un referéndum, una iniciativa que Macron nunca aceptaría”.

Laurent Berger, líder de la central sindical más grande (CFDT) dijo en los medios que querían la caída de la reforma, no la de Macron. La política de las centrales sindicales es sostener la institucionalidad a toda costa. Pero está muy claro que, también a toda costa, Macron está dispuesto a imponer su reforma. La conclusión es clara: a estas alturas, no se puede cuestionar realmente la contrarreforma si no se cuestiona a Macron mismo.

El gobierno en este momento no tiene ni el apoyo popular, ni los votos en la Asamblea Nacional. Solamente puede llegar a imponerse por la complicidad de la Intersindical y con el uso desnudo de la fuerza represiva.

Por eso lo más preocupante para el gobierno es que la agenda de paros formales de las centrales sindicales fue completamente desbordada en estos días. La movilización lo protagonizó todo. Macron lo sabe muy bien. En su discurso del 22 de marzo dijo: “La multitud es ilegítima. Nosotros somos una gran nación y un viejo pueblo. Hay una legitimidad que existe: los sindicatos, a quienes yo respeto. El derecho a manifestar está garantizado por la Constitución. Cuando grupos usan la extrema violencia para agredir a los elegidos, sin reglas porque no están contentos, esos no son la República. Estos son conceptos que aclaran”.

Es decir: marchas rutinarias controladas que no me obligan a nada, sí; desborde de las burocracias que me imponga la voluntad popular, bajo ningún punto de vista.

Hace falta bloquear el país

Los puntos de concentración son incontables. Las imágenes desbordan las redes sociales. Autos volcados, contenedores prendidos fuego, basura acumulada, barricadas en las esquinas para resistir la represión.

Por momentos, el gobierno pareció perder el control de las calles. El oficialismo perdió el control de la Asamblea Nacional. Las burocracias sindicales de la Intersindical (CGT, CFDT, etc.) amenazan con perder el monopolio de la movilización. Una suerte de semi revuelta trabajadora, estudiantil y popular podría estar madurando pero existe la dificultad que la coordinación por abajo todavía es demasiado incipiente (es un hecho que sectores combativos de trabajadores están desbordando a las direcciones lo mismo que sectores crecientes del movimiento estudiantil, aunque también es real que la coordinación aun es débil).

Las calles de Francia retoman sus tradiciones, que no son pocas. “¡París, levántate, álzate!” cantan en París. “¡Somos todos antifascistas!” corean en Marsella. “¡A Luis XVI lo decapitamos, Macron, Macron, podemos recomenzar!” cantan en Francia.

El desborde es creciente pero todavía no está generalizado. Emergen ejemplos deautoorganización. Los trabajadores de refinerías, transportes, puertos y aeropuertos sostienen fuertes paros pese a que las centrales sindicales no los convocaron.

Uno de los emblemas de estos días es la acumulación de basura en las calles: “Uno de los primeros sectores que logró ir más allá de los calendarios sindicales es el de la recolección de basura. En estos momentos son un sector clave en torno del cual se organizan acciones de bloqueo de camiones para rodear de solidaridad su huelga ante la persecución del gobierno. Los recolectores se pusieron en huelga desde la semana pasada y el mismo miércoles 15 ya había reconducido su huelga hasta el lunes 21” (Socialismeou Barbarie, 18 de marzo).

Una de las cosas más temidas por el gobierno y esperada por los trabajadores también comienza a subir a la superficie: la entrada en escena del movimiento estudiantil. Ya hay instalaciones educativas ocupadas. También ejemplos de organización: el nuevo NPA y su juventud fueron protagonistas de la organización de coordinadoras de estudiantes con cientos de activistas.

La jornada de mañana (23 de marzo) puede ser un punto de quiebre. La huelga general convocada por las burocracias puede ampliar el desborde o darle margen a la Intersindical para retomar el control. Sin embargo, la dinámica parece estar dándose hacia la ampliación del desborde: el discurso de Macron generó un rechazo masivo, inmensamente mayoritario. Como tantas otras veces en la historia, el intento de posar de autoridad indiscutible a toda costa puede poner en evidencia su debilidad.

La calle puso las cosas en su lugar: para tumbar esta reforma hay que cuestionar la continuidad del gobierno, así como también las instituciones reaccionarias de la V República.

¡Fuera Macron!

¡Abajo la contrarreforma jubilatoria!

¡Abajo el régimen gaullista!

¡Por la huelga general reconducible que bloquee Francia!

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