Francia: La lucha de clases bajo el gobierno de Emmanuel Macron

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  • Macron, la pandemia, los chalecos amarillos y la clase trabajadora.

Santiago Follet

El presente ensayo está basado en el informe presentado por los compañeros de SoB Francia para la reunión internacional de la corriente Socialismo o Barbarie de febrero de 2021. El artículo da cuenta de la situación política actual en Francia al calor de los principales acontecimientos de la lucha de clases. Partiremos del análisis del gobierno de Macron frente a los movimientos sociales de los últimos años, fundamentalmente, los chalecos amarillos y la huelga contra la reforma jubilatoria. Luego nos dedicaremos a analizar en detalle lo acontecido en el país a partir de la irrupción de la pandemia del coronavirus, en su primera, segunda y tercera ola. Por último, abordaremos cuáles son las perspectivas para los revolucionarios, en el contexto de polarización y fragmentación actual, adentrándonos en los debates que atraviesan actualmente al Nuevo Partido Anticapitalista.

  1. El gobierno de Macron frente a los movimientos sociales

a) La crisis de representatividad del bipartidismo francés

En anteriores oportunidades, hemos caracterizado a Emmanuel Macron como a “un centrista bien de derecha”1, un político ex-PS, que se presentó a las presidenciales del 2017 bajo el sello de “En marcha” (luego La République en Marche), anunciando no ser “ni de derecha ni de izquierda”. Un renovador joven, una lavada de cara frente a la crisis de representatividad estrepitosa del bipartidismo tradicional francés cuyos principales partidos estuvieron por primera vez ausentes del ballotage 2017: el PS como consecuencia del pésimo gobierno de Hollande2 y los Republicanos por el escándalo de corrupción de Fillon. Con los dos partidos tradicionales fuera de la segunda vuelta, Macron aprovechó el fenómeno del voto “anti Le Pen” para vencer electoralmente a la extrema derecha, pero con el profundo problema de la crisis de representividad aún sin resolver.

Desde su asunción, Macron no hizo otra cosa que girar cada vez más a la derecha, eligiendo al republicano Édouard Philippe como su Primer Ministro (sucedido por el también republicano Jean Castex en 2020) y llevando adelante un programa exclusivamente pensado para satisfacer las necesidades de los grandes capitalistas: anulación del impuesto a las grandes fortunas, privatización de los trenes, liberalización del precio de los combustibles, reforma jubilatoria, ajustes a los programas sociales, etc. Esto acompañado por la profundización del avance represivo y de la regimentación social para contener la protesta social, empezando por la inscripción de las medidas de excepción de Hollande en la legislación común, llegando hasta la implementación del toque de queda, la islamofóbica ley contra el separatismo y la ley de seguridad global durante la pandemia. Toda una trayectoria cada vez más corrida hacia la “derecha extrema” que rompió la promesa electoral para la que fue elegido y que fue generando el caldo de cultivo para que explotara la bronca de amplios sectores sociales.

Con solo un año de gobierno, a mediados de 2018, Macron ya había sufrido una enorme huelga ferroviaria, en donde los trabajadores de los trenes opusieron resistencia a los planes de privatización de la SNCF. La estrategia de la burocracia sindical de la “grève perlée”, es decir, de hacer dos días de huelga cada cinco trabajados, provocó un desgaste enorme que terminó llevando a que el combativo movimiento saliera derrotado. Pero los tres meses del conflicto provocaron, al mismo tiempo, una erosión de la figura presidencial y un fortalecimiento de nuevos activistas en el sector del transporte que también fueron protagonistas de movimientos posteriores. La frutilla del postre del primer año de gobierno macronista fue el “escándalo Benalla”, un hecho de corrupción que desnudó toda una serie de irregularidades en el manejo de los altos cargos del gobierno que sumó nuevos elementos de cuestionamiento a la promesa electoral de transparencia que Macron intentaba vender. Para deshacerse de las críticas, Macron pronunció un discurso en el que se hizo responsable de las acusaciones y dijo que si alguien tenía algo para decirle… “que me vengan a buscar”. A los pocos meses estallaba el movimiento de los chalecos amarillos en las calles de todo el país al grito de “te vamos a buscar”.

b) El movimiento de los chalecos amarillos

La prepotencia de Macron en estos meses evidenciaba un desprecio absoluto por las clases populares, un odio de clase que provocó a tal punto la bronca de los sectores populares que dio lugar al surgimiento del movimiento de los Chalecos Amarillos, un movimiento con elementos de rebelión popular, que protagonizó impactantes eventos de insurrección en las calles francesas a partir de noviembre de 2018. Todo comenzó con una convocatoria espontánea en las redes sociales para protestar contra el aumento de los combustibles que implicaba la “taxe carbone”. La consigna era clara: tomar el chaleco amarillo que se usa como medida de seguridad en los automóviles como signo de protesta contra la medida del gobierno. Al principio, personajes mediáticos de la derecha y hasta la mismísima Marine Le Pen salieron a respaldar al movimiento intentando recuperar la bronca contra Macron para llevarla aún más hacia la derecha. El reclamo de la eliminación de este impuesto a los combustibles le servía inicialmente a la extrema derecha para posicionarse políticamente, pero a medida que otras reivindicaciones como el aumento del salario mínimo se imponían, las contradicciones entre los chalecos y el Frente Nacional se hacían cada vez más fuertes. De este modo, el avance de la experiencia y el contacto progresivo con sectores de trabajadores, estudiantes, feministas, anti-racistas, de izquierda, etc. fueron corriendo a la extrema derecha del eje (incluso hasta con enfrentamientos en las calles) y haciendo que el movimiento fuera girando progresivamente hacia la izquierda.

Este movimiento “espontáneo” desarrolló métodos radicalizados propios de una rebelión popular como lo son los cortes de ruta, las barricadas, las marchas, asambleas y coordinaciones desde abajo, con una determinación que puso en jaque al gobierno de Macron exigiendo su renuncia. En esos momentos, los chalecos amarillos proclamaron una combinación de demandas económicas y democráticas muy profundas, expresando de algún modo una respuesta desde abajo frente a la crisis de representatividad de la clase política. A su vez, dieron enormes muestras de combatividad, yendo mucho más lejos en la radicalización de sus métodos que las direcciones sindicales tradicionales ¡que se opusieron y traicionaron al movimiento escandalosamente!3, pero contando con grandes problemas para articular un proyecto político “por la positiva” y para poner a la clase obrera en el centro de la escena política. Esta dificultad se agravó por la negativa de las direcciones sindicales y de sectores de la izquierda (incluso de algunas corrientes del trotskismo) a apoyar al movimiento. Sin embargo, los chalecos amarillos siguieron movilizándose cada sábado, acumulando “acto” tras “acto”, y manteniéndose como protagonistas de la pelea contra el programa capitalista del gobierno de Macron.

Si bien el saldo de estas peleas no dio como resultado la renuncia de Macron (escenario que estuvo planteado abiertamente), ni el Referéndum de Iniciativa Ciudadana, ni la Asamblea constituyente, el gobierno sí tuvo que retroceder en la aplicación de la “taxe carbone” (impuesto a los combustibles) y le costó bastante poder recuperarse. Y aunque Macron intentó hipócritamente dar lugar a un “gran debate nacional” para posar de democrático frente a las demandas del movimiento, lo cierto es que la verdadera respuesta del gobierno fue una represión cada vez más dura que provocó cientos de arrestos, heridos, mutilados y hasta muertos por causa del accionar de las fuerzas policiales. Nuestra experiencia de intervención en este movimiento pasó por dar la pelea por que los chalecos amarillos adquieran un carácter de clase, buscando la unidad con la izquierda política y sindical e interviniendo en el seno del movimiento estudiantil por la unidad entre estudiantes y trabajadores. A su vez, nuestra corriente participó activamente en la creación del grupo de “Mujeres Chalecos Amarillos” de París, teniendo una delegada en la Asamblea de asambleas de chalecos amarillos, en donde el movimiento declaró su carácter anticapitalista. La politización de miles de nuevos activistas que se sumaron a la pelea política activa en las calles, muchos de ellos por primera vez, y el “contagio” de esta combatividad en las bases del movimiento obrero tradicional, a pesar de la política de las direcciones, son algunos de los elementos fundamentales de balance que le dieron un nuevo envión a la lucha de clases en Francia.4

c) La huelga contra la reforma jubilatoria

Con este balance, Macron pasó el verano 2019 y volvió a la carga reafirmando el curso capitalista de su gobierno. Le tomó tiempo recuperarse, pero siguió decidido en su plan neoliberal y emprendió la contrarreforma de las jubilaciones con el lema “vivimos más tiempo, hay que trabajar más tiempo”. Una contrarreforma con el objetivo de alargar la edad para jubilarse y de abrir la puerta a la privatización de las jubilaciones francesas. Esto constituye un ataque histórico a una conquista social arraigada en el país, fruto de décadas de lucha, y un negocio multimillonario para los gigantes de las aseguradoras privadas. Los primeros en encender la chispa del descontento fueron nuevamente los trabajadores del transporte, esta vez los de la RATP (transporte urbano de la región parisina), que dieron lugar a una jornada de huelga contundente en el mes de septiembre de 2019. Los conductores de buses y trabajadores del metro fueron acompañados rápidamente por los ferroviarios de la SNCF que habían estado en huelga el año anterior y empezaron a presionar desde las bases para que los sindicatos convocaran a la huelga. Esta vez los trabajadores no se conformarían con el formato de huelga alternando días en el calendario y exigían en cambio la huelga nacional ilimitada hasta el retiro de la reforma. Una combatividad admirable que permitió a otros sectores sumarse a dar la pelea junto a ellos transformando el conflicto en una huelga nacional, inter-profesional y reconductible a partir del 5 de diciembre de 2019.

Nuestra intervención en el conflicto se dio principalmente a partir de nuestra experiencia de organización entre los asistentes de educación de la región parisina. Fuimos los impulsores de la creación del colectivo Vie Scolaire en Colère, que logró reunir a decenas de jóvenes trabajadores de París del sector educativo para luchar por sus reivindicaciones y pelear contra la reforma jubilatoria del gobierno. A través de este colectivo planteamos dar una respuesta a varios problemas políticos fundamentales de la huelga: la necesidad de la organización independiente, la constitución de un fondo de huelga y la coordinación con otros sectores de huelguistas. Porque si bien la enorme presión ejercida desde las bases provocó que los sindicatos convocaran a una huelga ilimitada, estas organizaciones no se hicieron cargo de proveer una solución para solventar los descuentos salariales por los días de paro. Tanto la reconducción de la huelga como el financiamento de la misma corría entonces por cuenta de cada huelguista en cada establecimiento en particular, llevando a fragmentar la lucha y a hacer pesar más fuertemente las necesidades materiales de los compañeros para continuar con la pelea. Por ese motivo, la coordinación entre los trabajadores en lucha y el fondo de huelga eran fundamentales para mantener viva la huelga. Gracias a esta intervención pudimos garantizar el sostén del conflicto de decenas de compañeros.

Si hacemos una comparación entre este movimiento social y los chalecos amarillos, una de las principales diferencias es que la huelga contra la reforma jubilatoria se dio en los marcos más clásicos de la lucha sindical, siendo dirigida por la cúpula de las principales centrales sindicales nacionales. A pesar del enorme protagonismo independiente de miles de trabajadores que desde abajo organizaron piquetes de huelga, asambleas, coordinadoras, bloqueos, fondos de solidaridad, etc. y de la pelea por construir una dirección alternativa del conflicto, lo cierto es que la dirección de la burocracia sindical fue un problema difícil de superar. Con los chalecos amarillos existía una masa descontrolada en las calles con la que el gobierno no tenía forma de contenerla o de negociar. Al mismo tiempo, esa fuerza de la rebelión era muy difícil de coordinar para llevarla a ser un movimiento de los trabajadores en los lugares de trabajo y de forma coordinada a nivel nacional. En cambio, con la reforma jubilatoria, sucedió el problema contrario. Porque fue el movimiento obrero el protagonista haciendo huelga, lo que le faltaba a los chalecos. Ya no fueron sectores ciudadanos difusos marchando cada sábado alejados de los lugares de trabajo, sino decididamente los ferroviarios, los trabajadores del transporte urbano, los docentes, los estatales, los abogados, los bomberos, los portuarios, los aeronáuticos, los recolectores de residuos, los petroleros, los trabajadores de la cultura, de bibliotecas, estudiantes, etc. En resumidas cuentas, la clase obrera (mayormente aquella del sector público) organizada haciendo huelga. Pero si al primer movimiento le faltaba dirección, al segundo le sobraba la contención de la burocracia sindical, ya sea negociando con el gobierno, ya sea dispersando la lucha o los más rancios directamente pasando del lado del gobierno y traicionando abiertamente.5

Luego de varios meses de conflicto, el desgaste comenzó a pesar entre los trabajadores y los huelguistas del transporte no pudieron continuar sosteniendo materialmente la huelga. Esto llevó a que la columna vertebral del movimiento se desarmara y a que se debilitaran las fuerzas de los huelguistas. Macron decidió aprobar entonces la reforma por decreto, utilizando el antidemocrático “artículo 49.3”, a principios del mes de marzo. La pelea entonces pasaba a una nueva etapa con una marcha convocada para el 21 de marzo de 2020 tanto por la intersindical como por los chalecos amarillos. Pero la aplicación de la reforma tuvo que ponerse en pausa con la aparición de los primeros casos de coronavirus en el hexágono. La crisis sanitaria golpeó fuertemente de manera desbordante y el gobierno decretó el primer confinamiento a partir del día 15 de marzo de 2020. El confinamiento vino a cerrar el ciclo de la huelga contra la reforma jubilatoria y es en estas condiciones en las que llegó Francia a la pandemia.

2. Macron y la pandemia: la “primera ola”

a) Unidad nacional y avanzada represiva para tapar el desastre sanitario

La pandemia ha venido evidentemente a marcar un corte disruptivo en la situación política mundial configurando un cambio mayor en las coordenadas políticas internacionales y afectando las relaciones humanas de todo tipo y en todo ámbito. No por nada nuestra corriente acuñó la definición de “nuevo siglo” y la caracterización de que un nuevo período histórico se abre. En Francia, el primer confinamiento (marzo-abril de 2020) marcó un cambio brutal con respecto a los meses anteriores. Del clima movilizado permanentemente propio de la huelga nacional contra la reforma jubilatoria a la apatía de la pandemia. La mayor circulación en las calles se vio de pronto interrumpida por la ausencia absoluta de circulación, por la reclusión generalizada de la población. Un pasaje de lo colectivo a lo individual, un golpe atomizador de la vida social.

Como la mayoría de los países, Francia no estuvo preparada para la llegada del coronavirus. En sus primeros informes sanitarios, Macron y el primer ministro Philippe siempre esgrimían este argumento, comparándose con el vecino de turno peor posicionado, para intentar vender su “balance positivo” de las acciones del gobierno francés. Lo cierto es que los hospitales colapsaron rápidamente, el gobierno mostró signos de improvisación y transmitió una pobre imagen. Porque a pesar de “haberle declarado la guerra al virus”, lo cierto es que las máscaras brillaron por su ausencia, no había alcohol en gel en ninguna parte, en los supermercados escaseaban productos básicos como el papel higiénico o hasta los paquetes de pastas. Con respecto a las máscaras, el gobierno primero dijo que no eran necesarias, luego que eran obligatorias, en uno de muchos ejemplos de permanente contradicción e improvisación, con protocolos que podían contradecirse en menos de 24 hs.

Una de las más grandes contradicciones del macronismo fue la gran restricción de las libertades individuales, oportunamente aprovechado por el gobierno para prohibir la manifestación popular, pero el sostenimiento de la primera vuelta de las elecciones municipales de marzo, que se evidenció como un foco irresponsable de contagio. El primer confinamiento le permitió a Macron comenzar una avanzada represiva so pretexto de la pandemia decretando un estado de excepción que se sostiene hasta el día de hoy. Ante esto más sectores comenzaron a problematizar el carácter antidemocrático del gobierno de Macron, tanto por la utilización del artículo 49.3 como por la instauración de un conjunto de prohibiciones a las libertades, que se han ido profundizando desde el inicio de la pandemia.

El presidente de los ricos invocó una y otra vez la fórmula de la “unidad nacional”, como si se pudieran dejar atrás todas las experiencias de la lucha de clases en los años y en los meses anteriores a la pandemia. Una unidad nacional a la usanza capitalista con el objetivo de calmar las aguas luego de meses de huelgas y de “cerrar filas” para dar ayudas económicas colosales a los empresarios en los tiempos más duros del confinamiento. Una unidad nacional que también prometía posicionar a Francia en la pelea geopolítica por el alcance de la vacuna, con millonarios subsidios a Sanofi, política que se evidenció meses más tarde como un nuevo fracaso rotundo. En resumidas cuentas, la gestión capitalista de los asuntos fue un fracaso desde el comienzo y las primeras reacciones de los trabajadores no tardaron en llegar.

b) Primeras movilizaciones contra la gestión capitalista de la pandemia

Los primeros en alzar la voz fueron los trabajadores de la salud, en primera línea de atención contra el virus y después de dos meses de solidaridad para con ellos. Se trata de un sector que ya se encontraba movilizado con altos niveles de participación en la lucha contra la reforma jubilatoria. Durante la pandemia, comenzaron su proceso de lucha organizándose semanalmente durante mayo y junio (una vez levantado el primer confinamiento) con actos en las puertas de los hospitales. A su vez, convocaron a una gran manifestación nacional el 16 de junio, en la que fueron duramente reprimidos. El gobierno se llenó la boca hablando de “los héroes” de la salud pública y prometiendo medallas y reconocimientos para ellos, pero no dudó en reprimirlos cuando salieron a manifestarse y en llevarse a enfermeras detenidas. A su vez, el gobierno no cedió a la principal reivindicación de este sector de una inyección de recursos para la salud pública y que se detenga la privatización y reducción de presupuesto a la salud. Ante esto la respuesta del gobierno fue conceder una migaja de aumento salarial para algunos de los trabajadores de la salud, no para todos, consistente en 90 euros en dos cuotas, cuando el reclamo general era de 300 euros por mes al salario. La ausencia de inversión en la salud se constata en los altos niveles de ocupación del sistema sanitario y el agotamiento general del sector en lo que ahora vivimos como segunda ola del coronavirus.

Por otro lado, en los primeros días de junio la prohibición de manifestarse que quiso imponer el gobierno fue vencida por una gran manifestación de sin papeles en París de alrededor de 10.000 personas. Sobre la base de este antecedente y en el contexto de la rebelión antiracista estadounidense, un llamado a la movilización por parte del “Comité justicia por Adama” congregó a 20.000 en los tribunales y luego a 100.000 (con un fuerte componente juvenil) en la plaza de la República para manifestarse contra el racismo policial francés. Adama Traoré fue un joven negro que murió en 2016 a manos de la policía a causa de la misma maniobra que dio muerte a George Floyd. El comité que lucha por su justicia reagrupa a otras familias que también han sufrido la violencia institucional racista en Francia. Su hermana, Assa Traoré6, actualmente es una figura política internacional de esta lucha. Consideramos que la reivindicación de la juventud negra francesa es la lucha por el reconocimiento de la igualdad que declama la República Francesa para todos sus ciudadanos y la promesa incumplida de ese ideal de igualdad. Nos parece que la reivindicación de la juventud negra estadounidense tiene otros rasgos dado que reivindican también justicia en relación a un pasado esclavista. Vemos que en USA existe una tradición de lucha antirracista organizada en agrupaciones propias de los negros desde hace ya varias décadas, mientras que en Francia las organizaciones de este tipo tienen menor tradición y envergadura. Por esos motivos, la emergencia de una nueva generación que comienza a hacer una experiencia anti-racista es un elemento a destacar.

  1. Las elecciones municipales marcadas por una abstención récord

El domingo 28 de junio de 2020 se celebró la postergada segunda vuelta de las elecciones municipales, que contaron con una abstención récord en torno al 60% de abstención. La segunda vuelta de estas elecciones representó un referéndum de lo actuado por Macron a lo largo de la primera ola del coronavirus. La abstención récord, sumado al fracaso de las listas oficialistas, el éxito de “los verdes”, el triunfo del partido de Marine Le Pen en Perpignan y la entrada de Philippe Poutou al parlamento de Bordeaux constituyeron los datos salientes de la jornada. Más de la mitad de los electores habilitados decidió hacer caso omiso de la cita electoral, mostrando su rechazo a participar de la votación. El porcentaje de abstención fue tan alto que hasta Mélenchon utilizó los términos “huelga cívica” y “crisis cívica” para describir lo que había pasado. En efecto, la crisis de representatividad en Francia es un fenómeno que venimos observando hace tiempo, en donde los partidos tradicionales del régimen se encuentran deslegitimados y el panorama político presenta un escenario de la más variada fragmentación. Esto se debe también a que las principales figuras “presidenciables” de la vida política nacional (Macron, Le Pen, Mélenchon) no cuentan con grandes estructuras nacionales asentadas en las municipalidades. En ese escenario, quienes se llevaron los mayores premios fueron “Europa Ecología Los Verdes” (EELV) que lograron el triunfo en casi todas las ciudades importantes del país en un frente compuesto junto a los partidos PS, PCF y LFI. Como parte de esta alianza, el Partido Socialista, a su vez, retuvo la importante alcaldía de París y el PCF se quedó con algunas de sus comunas históricas de la región parisina.

Si bien la “ola verde” no nos inspira ningún tipo de simpatía, ya que el programa de esta formación ecológica es eminentemente capitalista, lo cierto es que si sumamos la abstención récord, más el triunfo electoral de esta alianza centrista y la derrota de Macron y la derecha tradicional en casi todos los lugares en los que se presentó, los resultados reflejan aunque sea distorsionadamente una tendencia general de crítica hacia el gobierno de Macron que se procesa electoralmente hacia el centro o hacia la centro-izquierda, con fuertes elementos de fragmentación. Una tendencia que encuentra su matiz en el triunfo reaccionario de Le Pen en Perpignan, en donde se dio un nauseabundo balotage entre la derecha y la extrema derecha que favoreció a esta última. Por otro lado, si tomamos en cuenta la experiencia de la lista Bordeaux en Luttes, en donde el candidato obrero del NPA Philippe Poutou ingresó al parlamento de Burdeos con aproximadamente el 10% de los votos, vemos que hay un espacio importante para ser disputado por la izquierda revolucionaria para proponer una alternativa política anticapitalista, utilizando la tribuna electoral para la construcción de un partido independiente y militante. Volveremos sobre esto más adelante.

Como consecuencia de las municipales y como conclusión del año político, Edouard Philippe partió a su nuevo puesto de alcalde de Havre y fue reemplazado por Jean Castex como Primer Ministro, inaugurando lo que se conoció como el “recambio ministerial de la vergüenza”. Edouard Philiphe, figura principal del gobierno en ese momento y cara visible de la administración de la crisis sanitaria, fue cambiado por otro conservador, Castex, antiguo miembro de los Republicanos con un perfil menos estridente y más tecnócrata. A su vez, el ministro de Seguridad fue reemplazado por otra figura igual o peor perfil represor, Gérald Darmanin, con el agregado de tratarse de alguien que se encuentra siendo investigado por una violación por abuso de poder, lo que constituye una provocación abierta al movimiento feminista. Esta provocación se vio agravada por el nombramiento de Dupont-Moretti en justicia, un cómplice de la violencia hacia las mujeres. Los ministros que continuaron en sus carteras fueron el ministro de educación Blanquer y el ministro de economía Le Maire. Los nombramientos representaron una profundización del giro represivo reaccionario y conservador, a la vez que buscaron preparar al gobierno para manejar de manera capitalista la crisis económica subsiguiente a la crisis sanitaria.

3. Macron y la pandemia: la “segunda” y la “tercera” ola

a) La “segunda ola”: una crisis sanitaria, económica y social alarmante

Al finalizar el verano, en el que la pandemia dio un respiro en términos de letalidad del virus y número de contagios, la vuelta al trabajo y a las clases enfrentó a la gente a visualizar un malestar generalizado. Es que la pretendida “vuelta a la normalidad” (con clases presenciales en todos los niveles) duró muy poco. Ya en octubre la amenaza de una “segunda ola” se encontraba muy presente y las medidas implementadas por el gobierno no se mostraban para nada suficientes para hacer frente a la situación. Mientras que la mayoría de los trabajadores se agolpaban en los transportes públicos sin posibilidad de protegerse de los contagios del virus, las patronales imponían el sostenimiento de las escuelas abiertas para mantener las empresas abiertas y ningún tipo de teletrabajo.

Asimismo, indicadores económicos comenzaban a mostrar elementos de crisis: un aumento del desempleo, sobretodo en la juventud y algunos puntos de inflación. Una situación económica alarmante que se verificaría en cientos de miles de nuevos inscritos al seguro de desempleo y en una pérdida de alrededor de 900.000 puestos de trabajo para finales de 2020. En este contexto, el otoño llegó con una “segunda ola” del covid-19 que se consagró con alrededor de 300 muertos por día de promedio y 15.000 contagiados diarios. Estos números se sostuvieron durante los meses de noviembre y diciembre alcanzándose un pico de 87.000 contagios el 7 de noviembre y un pico de más de 1.100 muertes el día 20 de noviembre.7

Ante la subida de contagios el gobierno tuvo una respuesta represiva que al mismo tiempo dejaba contentas a las grandes patronales: la implementación de un toque de queda a las 21 hs. y el cierre de los comercios no esenciales. Las escuelas se mantuvieron abiertas y se instó a las patronales a privilegiar el teletrabajo pero librado a la interpretación de cada empleador. La medida del toque de queda hizo aumentar el malestar de la clase trabajadora. El discurso del gobierno para justificar su inoperancia para garantizar mejoras en las condiciones sanitarias y la escasez de inversión en el sector de salud fue desplegar una campaña de autoafirmación de sus politicas represivas y de culpabilización de la población. Según los ministros la gente no se contagiaba en los ambientes de trabajo, en las escuelas que se sostuvieron abiertas para garantizar la concurrencia al trabajo de los padres asalariados o en el transporte público sino que el aumento de los casos se debía a la irresponsabilidad ciudadana de juntarse masivamente, a las reuniones de amigos y familia y sobretodo los jóvenes que hacían fiestas.

Entre los indicadores económicos de aumento del desempleo y ligero aumento de los precios sumados a la imposibilidad de sociabilidad y ocio lo que se comenzó a ver en Francia es un brutal deterioro de las condiciones psico-sociales de su población. Los sectores más precarios resultaron ser los estudiantes que viven en las grandes ciudades y cuyos trabajos precarios y de pasantías se vieron recortados. En este contexto se pudieron ver dos imágenes muy alarmantes: colas de decenas y hasta cientos de jóvenes buscando bolsones semanales de comida y noticias diarias de suicidios de estudiantes en sus residencias.

La medida del toque de queda implicó aumentar brutalmente las condiciones de explotación al consagrarse una regimentación de la vida social y el tiempo de ocio de la población. Al tratarse de una medida de corte represivo y para nada sanitaria también comenzó a registrarse un aumento de las denuncias, principalmente por redes sociales, de la violencia policial, que utilizó los controles nocturnos para continuar desplegando su ya conocida violencia institucional. El toque de queda impuesto en octubre se prolongó durante los meses subsiguientes con modificaciones horarias pasando a regir a partir de las 20 hs., luego a las 18 hs. y finalmente a las 19 hs. Con esta medida el gobierno cambió la táctica del primer confinamiento por la de la “obligación de trabajar”, a la medida de las necesidades capitalistas, instalando un clima que dio lugar a una nauseabunda avanzada reaccionaria.

b) Una avanzada racista, islamofóbica y reaccionaria: entre la derecha extrema y la extrema derecha

En este contexto, el asesinato ocurrido el 16 de octubre de un docente de historia y geografía llamado Samuel Paty por parte de un extremista le dio aire al gobierno en su avanzada islamofóbica. Paty había sido asesinado por mostrar una caricatura de Mahoma de Charlie Hebdo en una clase dedicada a la libertad de expresión. La correcta conmoción por el asesinato brutal de un docente fue la excusa para volver a la carga con discursos “anti-musulmanes”. En una instrumentalización del principio de “laicidad” se llegó a la idea de que el Estado laico tiene la potestad de perseguir a aquellos que profesen alguna religión para perseguir, en realidad, solo a los musulmanes. El ministro del interior ordenó el cierre de mezquitas que fueron señaladas por el gobierno como “separatistas”. Al mismo tiempo, el oficialismo presentó un proyecto de ley para luchar contra el “separatismo”.

El combo reaccionario se completó con la presentación del proyecto de ley de “seguridad global”, una ley de reforzamiento de las competencias, facultades y presupuesto de las fuerzas represivas. Una de las polémicas disposiciones del texto implicaba la prohibición de filmar a las fuerzas policiales. Un inciso que despertó un enorme malestar sobre todo cuando a finales de noviembre se produjo un ataque brutal de la policía al productor de rap Michel Zeclair, que fuera especialmente castigado por su color de piel. En la misma semana, la policía reprimió fuertemente a cientos de inmigrantes en la plaza de la República. El malestar social frente a todos estos hechos se expresó en grandes movilizaciones “por las libertades”, siendo la más grande aquella del sábado 28 de noviembre de 2020 en París, que contó con más de 130.000 personas.

Por otra parte, la campaña contra el “separatismo” incluyó también la persecusión reaccionaria en las universidades hacia lo que la ministra Vidal dio en llamar el “islamo-izquierdismo”. Una forma de amalgamar una doble persecución hacia los árabes y hacia la izquierda, que recuerda a las acusaciones que en otras épocas recibieran los “judeo-bolcheviques”. Como si esto fuera poco, sectores derechistas han llamado recientemente a la disolución8 de la UNEF, principal sindicato estudiantil de Francia, por el hecho de haber tenido reuniones internas bajo el criterio de la “no-mixidad”. Un abuso descarado de la derecha para atacar a la forma de organización de los estudiantes que rechazamos profundamente.

Muchos son los elementos que contribuyen a la pesadumbre de este clima reaccionario fogoneado por el gobierno, pero su punto más álgido lo constituye probablemente el debate televisivo entre Gérald Darmanin (ministro del interior de Macron) y Marine Le Pen (líder de la Agrupación Nacional) suscitado el 11 de febrero. Del debate en sí no hay mucho para destacar, un concurso para ver quién de los dos era el más reaccionario. Le Pen diciendo que “podría haber firmado el libro” de Darmanin con alguna que otra modificación y Darmanin acusando a Le Pen de ser “demasiado tibia con el Islam”. Una puesta en escena de lo más desagradable con la función de adelantar el escenario de una eventual disputa por las presidenciales 2022 entre la “derecha extrema” de Macron y la “extrema derecha” de Le Pen. Un escenario para el cual todavía falta demasiado tiempo, pero que evidencia la falsa dicotomía entre “la peste” y “el cólera”, al cual es necesario oponerle una alternativa anticapitalista desde la izquierda.

c) La “tercera ola”: el fracaso de la política sanitaria de Macron

Desde hace un año, las estrategias de Macron fracasan continuamente para hacer frente a la crisis sanitaria. Durante la “primera ola” no pudo ni siquiera garantizar las mascarillas. Durante el verano 2020 no se preparó para la “segunda ola”. Se propuso desarrollar una “vacuna francesa” con subsidios millonarios a Sanofi que no llegaron a ningún resultado. Luego se fijó el objetivo de reducir los contagios a menos de 5.000 casos por día, lo que fue la justificación para imponer medidas “liberticidas” y autoritarias. Sin embargo, los contagios llegaron a alcanzar cifras diez veces superiores al objetivo previsto, mostrando la ineficacia absoluta de los toques de queda impuestos.

En la educación nacional, Macron apostó a no confinar, bajo la presión de las empresas de convertir a las escuelas en guarderías para que los trabajadores concurran a sus puestos de trabajo y la economía siga en marcha. Con protocolos sanitarios ineficaces, las cifras de contagios no hicieron otra cosa que aumentar durante los primeros meses del 2021, dando lugar a un repunte tal que podemos considerarlo como una verdadera “tercera ola”, con la rápida propagación de la “variante inglesa” en todo el hexágono. Con una negligencia absoluta hacia la salud de la población el gobierno dejó que la situación sanitaria se desbordara nuevamente por completo, que las escuelas se convirtieran en verdaderos “clusters” de contagios y que la capacidad hospitalaria se agotara una vez más.

Ante esta situación, el 31 de marzo de 2021 el presidente tuvo que salir a anunciar un nuevo confinamiento durante todo el mes de abril, incluyendo, entre otras medidas, el cierre de los establecimientos escolares, la limitación a los desplazamientos y el cierre de los comercios “no esenciales”. Una situación que evidencia a las claras un nuevo fracaso de la política sanitaria macronista, que al encarar el problema de la pandemia desde un ángulo securitario y capitalista, no llevó adelante las medidas que realmente se necesitan para garantizar la salud de la población. Se necesita una inversión masiva en la salud, que incluya la liberación de las patentes de las vacunas y la requisición de las empresas necesarias para fabricarlas, para poder dar lugar a una campaña masiva de vacunación. Es necesario poner el eje en garantizar la salud de la población y no en satisfacer las necesidades de los grandes capitalistas.

d) La necesidad de una alternativa anticapitalista por izquierda

La crisis sanitaria es acompañada por una crisis económica que se agrava. Pero mientras los números del desempleo y la precariedad aumentan, el gobierno anuncia ya sea medidas insuficientes de asistencialismo o bien directamente recortes a la salud, a la educación y a las prestaciones sociales como el seguro de desempleo. Los esfuerzos que el gobierno señala son siempre del mismo lado, del lado de los trabajadores, quienes sufren las consecuencias de la crisis, mientras Macron subsidia a los ricos. Y son los trabajadores los que dan muestras de una alternativa que se construye desde abajo.

Como los trabajadores de la cultura, que han ocupado alrededor de cien teatros en todo el país luchando contra el abandono del gobierno hacia la cultura, o los trabajadores de la salud y de la educación que se organizan por obtener mejores condiciones para enfrentar la pandemia en los hospitales y las escuelas. Por el lado de la juventud, los estudiantes universitarios se movilizan por la reapertura de las universidades y contra la falta de perspectivas que el capitalismo pandémico les ofrece, mientras que los secundarios vuelven a manifestarse por la urgencia ecológica retomando las marchas por el clima. En el mismo sentido, entre los asistentes de educación (jóvenes en su mayoría), un movimiento nacional se desarrolla en la lucha contra la precarización laboral. Por su parte, la lucha de las mujeres, que se vio con fuerza el 8 de marzo, peleando contra la violencia machista acrecentada durante la pandemia, la movilización LGTBI del 25 de abril y las grandes marchas que se dieron por la defensa de las libertades democráticas, contra el racismo, la islamofobia y la violencia policial, son también parte de los elementos dinámicos de la situación actual.

Sobran los ejemplos del movimiento obrero y de la juventud que dan muestras de una combatividad y de una organización por la base que se encuentra presente. Lo que hace falta es que las luchas que se desarrollan rompan el aislamiento en el que se encuentran y que la bronca generalizada que existe contra el gobierno logre encontrar los canales para expresarse con toda su fuerza. Una verdadera convergencia en las luchas se hace necesaria, a contramano de la pasividad y la atomización de los conflictos a los que las llevan las direcciones sindicales. Es necesario elevar los planteos sectoriales al plano político y para eso es indispensable contar en este período con un partido capaz de aglutinar a la vanguardia de los luchadores, de unificar las peleas en curso y de construir una representación política independiente que le imponga un contrapeso a las variantes reaccionarias nefastas que proponen las patronales.

El gobierno de Macron no ha ofrecido nada positivo para los trabajadores y tampoco hay nada que esperar de las variantes burguesas que empiezan de manera oportunista a preparar el terreno del debate electoral de las presidenciales del 2022, con el peligro de reeditar el duelo Macron-Le Pen. Es por estas razones que en el período actual la existencia de una alternativa anticapitalista y revolucionaria por izquierda que pueda expresar de manera independiente todas las demandas de los trabajadores resulta indispensable. Una alternativa política que se manifieste en el terreno de la lucha de clases y también en el de la contienda electoral, en un contexto de creciente fragmentación de la representación política. Un desafío para el cual el Nuevo Partido Anticapitalista debe prepararse con todas sus fuerzas, dando lugar a una conferencia nacional de la organización que será decisiva para el futuro de la izquierda anticapitalista en Francia.


1Santiago Follet, “El primer año de Macron en el poder: una ofensiva reaccionaria en marcha y una resistencia creciente”, Revista Socialismo o Barbarie 32/33, junio de 2018.

2Ver al respecto el artículo: Ale Vinet, “Enseñanzas de la lucha contra la Ley El Khomri”, 16 de julio de 2016, disponible en: http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=8494. Para Hollande la aprobación de la ley de trabajo constituyó una suerte de “victoria pírrica”, en la que si bien logró hacer pasar esta legislación antipopular, sus chances de reelección se desplomaron por completo. Las grandes movilizaciones contra la reforma laboral fueron la antesala de los movimientos sociales que las sucedieron ya durante el gobierno de Macron, constituyendo toda una secuencia de la lucha de clases en el hexágono.

3Philippe Martinez, líder de la CGT, declaró que los chalecos amarillos eran “de derecha” y que no mezclaría los chalecos rojos con los amarillos. También fue parte del llamado al orden y al diálogo con el gobierno mientras este reprimía violentamente a los chalecos amarillos en diciembre de 2018.

4 Algunos analistas han hablado del fenómeno de “giletjaunisation” (“chaleco-amarillación”) del movimiento obrero y hay quienes han identificado “un nuevo soplo de aire” para la lucha de clases en Francia a partir de este movimiento.

5Es ilustrativa al respecto la posición de la CFDT, un sindicato nacionalmente importante que estuvo en todo momento del lado del gobierno apoyando su contrarreforma jubilatoria. A su vez, el sindicato UNSA intentó firmar una “tregua navideña” con el gobierno para congelar la pelea, lo cual fue rechazado ampliamente por las propias bases del sindicato, mayormente los ferroviarios.

6Agregamos como digresión que Assa Traoré tiene el mérito de haber sido una de las figuras públicas que apoyó al movimiento de los chalecos amarillos, generando un vínculo progresivo entre estos movimientos, en los que la denuncia de la brutalidad policial encuentra un eje en común.

7 En Francia, finalizado el mes de marzo de 2021, luego de un año entero de pandemia, el coronavirus se cobró la vida de 95.000 personas, al tiempo que hubo más de 4,5 millones de contagiados.

8En nada se asemeja este ataque anti-democrático al sindicalismo estudiantil a la disolución del grupúsculo juvenil racista Génération Identitaire, el cual sí constituye una peligrosa amenaza neofascista que debe ser combatida y neutralizada. Decimos esto porque diversos políticos reaccionarios intentaron instrumentalizar la disolución de los neo-nazis para atacar luego a la UNEF.

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