En defensa de Greta Thumberg

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Por Federico Dertaube

No se trata de defender un individuo sino al emergente movimiento juvenil de lucha contra el cambio climático.

Las movilizaciones de estos días en el contexto de la Huelga Mundial por el Clima han impactado al mundo al punto de poner en el centro de la agenda política mundial el problema de la esclavización de la naturaleza por el capitalismo. En sí mismo, este hecho es un gigantesco paso adelante. Pero hay más: millones intervinieron ocupando las calles y convocando a una huelga internacional. Franjas de la juventud retoman las tradiciones de lucha de la clase trabajadora como ya hizo el movimiento de mujeres.

Tomando nota de los límites del movimiento (de los que hablaremos más adelante), la única política marxista correcta frente a este fenómeno es reivindicarlo explícitamente. Porque más allá de que el movimiento no tiene un programa anticapitalista acabado, puso en la mira a gobiernos y capitalistas como los responsables de la catástrofe. La Huelga Mundial por el Clima es un inmenso paso adelante, una palanca internacional con millones de protagonistas para desarrollar un movimiento de lucha anticapitalista.

En ese marco es que emerge una figura con fuerte protagonismo: hace un año que Greta se ha convertido en símbolo de esta pelea. Los enemigos de las movilizaciones por el medio ambiente, particularmente los monstruos de la derecha negacionista como Trump y Bolsonaro, han dirigido sus dardos críticos a la individualidad de la valiente activista sueca para deslegitimar al movimiento en sí.

Ni Greta ni el movimiento podían surgir de la nada libres de contradicciones, maduros y conscientes de sí mismos como Atenea naciendo plenamente adulta de la cabeza de Zeus. Esas cosas sólo suceden en los mitos, religiosos o laicos. Greta en particular ha sido señalada por colaborar con empresarios y políticos influyentes como Al Gore, con fundaciones no independientes, por ser miembro de una clase media acomodada en un país como Suecia, etc.  En torno a ella hay un evidente operativo de cooptación que se complementará con iniciativas de domesticación del movimiento de lucha. Pero nuestra tarea no es señalar con un dedo autosuficientemente sectario sino participar de la ola de lucha juvenil para darle una perspectiva de ruptura con el capitalismo y una organización revolucionaria vinculada a la clase trabajadora.

La campaña de críticas a Greta Thumberg tiene por contenido deslegitimar su causa para crear una base social reaccionaria enemiga de la lucha contra la depredación capitalista del medio ambiente. Lo curioso del caso es que a esta campaña se han sumado cenáculos e individuos progresistas y de “izquierda” incapaces de tener una panorámica de los hechos más amplia que los pocos centímetros que hay entre un par de ojos y la punta de una nariz.

La extrema derecha ha vuelto a sus viejos modos. En torno a Greta es que se han reeditado las viejas y desacreditadas narrativas de la conspiranoia  (a veces hasta con sesgos antisemitas), que sirven para darle una explicación de lo que no quieren entender a los cerebros perezosos de la pequeña burguesía ultra reaccionaria y atrasada. “La financia Soros” se ha vuelto una de las fake news instaladas a fuerza de histeria auto convencida. A ella han contribuido los grupos supremacistas neo nazis que simpatizan con Trump, la extrema derecha pro fascista europea y hasta los hijos de Trump, que hicieron circular por redes una imagen manipulada de Greta con George Soros.

Los grupos sociales atrasados y conservadores, cuando ver entrar en crisis sus perimidos sistemas de valores, buscan defenderlos identificando un enemigo “externo” a ellos. Aferrados como están a un ilusorio pasado armónico sin movimientos ni contradicciones, las explicaciones de la conspiración foránea sirven para no aceptar que sus valores de “nación”, “familia”, “libertad” han entrado en contradicción consigo mismas. La “nación” no puede estar desgarrada por clases con intereses opuestos, alguien de afuera viene a sembrar la discordia; la “familia” es la única gran aspiración de felicidad, cualquier referencia a la opresión de las mujeres viene necesariamente de un agitador ajeno a ella; etc. Entonces, un poder en las sombras (como el judío Soros) financia a algún referente para crear artificialmente un movimiento. Ni la huelga contra el cambio climático, ni el movimiento de mujeres, ni el cuestionamiento a los ajuste contra los trabajadores brotan de las propias contradicciones de la sociedad; son sólo la ocurrencia de una poderosa fuerza que domina secretamente al mundo. No por vieja y estúpida esta manera de pensar (por llamarla de algún modo) es menos peligrosa. Hace 70 años alimentaba la histeria nazi, el año pasado le daba letra a los grupos celestes, que encontraban también en el judío Soros y Planned Parenthood la explicación perfecta para la crisis de su enredada madeja de prejuicios. Jamás se les pasa por la cabeza que alguien pueda pensar que la destrucción del medio ambiente y mujeres pariendo obligadas sea algo malo a combatir.

Los Trump y los Bolsonaro de todo el mundo dan rienda suelta a la estupidez masificada para alimentar ideológicamente a su base social y así defender el capitalismo, la opresión patriarcal y la depredación del medio ambiente. Es en este tipo de hechos concretos también en que las fronteras entre “liberales” y “fascistas” se ven como una raya hecha con tiza en el piso: difícil de ver, fácil de borrar, más que sencilla de cruzar.

Los progres de diversos colores no se han quedado atrás. Repitiendo estúpidamente la jerga de los grupos fascistoides (siempre Soros), le agregan a Greta la conspiración colonial. El movimiento ecologista de países como los europeos, Estados Unidos o Australia viene a evitar el desarrollo de la periferia ¡Como si con los gobiernos progres y liberales no fuera suficiente! Los progres defienden la “contradicción” de los gobiernos que se someten al imperialismo, le pagan al FMI y todos los acreedores privados, reprimen trabajadores y pueblos originarios pero no le perdonan a una activista de 16 años que sea sueca y de clase media.

Ha llegado incluso a circular la interpretación de que Greta y los movimientos juveniles que están conmocionando el globo son una iniciativa de la clase media acomodada, que no tendría nada serio por qué luchar y se preocupa entonces por minucias como la destrucción de la naturaleza. Que la lucha que tiene a Greta por cara visible esté enfrentando a los mismos enemigos de los inmigrantes, los trabajadores precarizados, el movimiento de mujeres y los oprimidos del mundo entero parece ser una cosa apenas anecdótica. Que la denuncia por el cambio climático sea de importancia histórica tampoco. La estrechez provinciana que quiere darles la espalda de una vez y para siempre a todos los movimientos de lucha de los países centrales, que prefiere ignorar la existencia de Trump en vez de apoyar a quienes lo combaten, se pone a sí misma en evidencia como burdamente reaccionaria. Y en cuanto a la campaña contra Greta, los progres hicieron causa común con neonazis e imperialistas, reinventando los alcances de la frase “hacerle el juego a la derecha”.

El emergente movimiento internacional contra la esclavización de la naturaleza y la propia Greta están en una encrucijada, propia de cualquier lucha que recién comienza. Por ahora tienen bastante peso las concepciones de la filantropía burguesa, que busca el origen de los problemas en la cultura y los comportamientos en vez del sistema de producción capitalista. Es natural que en estas condiciones vean como aliados a personajes como Al Gore y organizaciones y ONG’s que quieren paliar las consecuencias del capitalismo sin cuestionarlo, incluso con grupos empresarios que buscan ganar algún billete con una denuncia y una lucha que no sólo es perfectamente legítima sino que cruzará los destinos de la humanidad. Pero ni Greta ni el movimiento han sido cooptados: están impulsando el método de la movilización masiva en la calle y denuncian como responsables a los gobiernos capitalistas. Si comenzaran a llamar a abandonar las movilizaciones y simplemente esperar lo que los capitalistas bienpensantes puedan hacer, otra sería la discusión. Pero esto está lejos, muy lejos, de haber pasado.

Hay que hacer de la lucha internacional contra la esclavización de la naturaleza una conscientemente anticapitalista. Con esa tarea en mente es que nuestra Corriente Internacional Socialismo o Barbarie ha lanzado sus primeros aportes, con la elaboración de los primeros presupuestos de un programa marxista sobre el tema. Y figuras como la de Greta, emergente cara visible de una lucha que puede hacer historia, están cumpliendo un rol de progreso histórico de lucha absolutamente necesario.

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