Elecciones en EEUU: Un triunfo por estrecho margen, un país y un mundo polarizados

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  • Se trata de unas elecciones más divididas de lo que se esperaba, donde el mapa nos devuelve a un Biden imponiéndose en muchos de los centros urbanos y en los estados costeros del país, más cosmopolitas, y Trump reteniendo su base social en las zonas suburbanas y rurales y en los Estados del centro del país, más aislados del resto del mundo, por así decirlo.

Roberto Saenz

“Con varios estados estratégicos todavía en recuento de votos, la elección presidencial en América aún no se ha cerrado. Sin embargo, el mapa luce muy parecido al de 2016, lo que es una buena noticia para el presidente Trump y un shock para el campo de Biden (…) Lo que ya está claro es que no ha habido un repudio a Trump. Él lo hizo mucho mejor de lo que las encuestas adelantaban antes del día de la elección. Si el presidente pierde, será probablemente por estrechos márgenes en aquellos estados estratégicos (…) Biden tiene mayores posibilidades de victoria. Pero nadie debería sorprenderse si Trump ganara cuatro años más en la Casa Blanca”

The Economist, 4 de noviembre, 2020[1]

Las elecciones del martes 3 de noviembre han sido históricas sobre todo porque al ser elecciones en los Estados Unidos, inevitablemente su impacto es mundial.

De las mismas, aunque al momento que cerramos este editorial no hay reconocido un ganador oficial, se pueden ir sacando algunas conclusiones provisorias.

No hubo avalancha electoral

No se ha verificado una avalancha en favor de Biden como se esperaba. Más bien, Biden parece estar imponiéndose sobre el contraste de una elección muy polarizada, dividida.

En el voto popular, que en definitiva no es el que cuenta en el Colegio Electoral pero marca un “termómetro” de la elección, Biden habría sacado la cantidad de votos mayor de cualquier otro candidato presidencial históricamente. Pero la paradoja es que, aun perdiendo, Trump saca la segunda mayor votación absoluta histórica…

En estas condiciones, no podemos afirmar categóricamente que el país haya girado al centro o centro izquierda –aunque algo de eso hay- sino, más bien, que la elección estaría definiéndose por un margen mucho más limitado al adelantado por las encuestas tanto en el voto popular como en el Colegio Electoral, en ambos casos a favor del candidato demócrata.

Lo concreto, entonces, es que Biden se impone sobre el trasfondo de una gran polarización electoral, de un país muy dividido electoralmente. La polarización sería, así, la marca saliente de la elección, con Trump y los Republicanos conservando un gran caudal electoral aun perdiendo la elección.

Es decir, se trata de unas elecciones más divididas de lo que se esperaba, donde el mapa nos devuelve a un Biden imponiéndose en muchos de los centros urbanos y en los estados costeros del país, más cosmopolitas, y Trump reteniendo su base social en las zonas suburbanas y rurales y en los Estados del centro del país, más aislados del resto del mundo, por así decirlo.

Nada de esto quita, sin embargo, el valor objetivo de la derrota de Trump. En la medida que la presidencia de Trump expresó un giro reaccionario a nivel de los Estados Unidos e internacionalmente, que pierda la elección en manos de un candidato del mainstream social liberal del imperialismo yanqui no configura un giro a la izquierda, pero sí como mínimo es un cachetazo sobre las expresiones más derechistas o extremo derechistas recalcitrantes que, sin embargo, conservan un importante apoyo social.

Podríamos decir que la derrota de Trump es una expresión distorsionada y deformada por el antidemocrático sistema electoral yanqui, de tres fenómenos combinados: el desastroso manejo trumpista de la pandemia (que tiene a los Estados Unidos en el record mundial de fallecidos), el deterioro económico que está sufriendo el país por el evento sanitario, sumándole que Trump no resolvió – sino más bien agravó- ninguno de los problemas estructurales económicos y geopolíticos que viene arrastrando la que todavía es la primera potencia mundial, así como el impacto de la rebelión -o semirebelión- histórica contra el racismo que se vive hace meses en el gigante del norte.

Estos tres fenómenos combinados son los que, en definitiva, se decantaron contra Trump, y podrían haberse expresado como una avalancha electoral que en estos momentos no se ve. Nuestra hipótesis es que esto se debe a dos razones, fundamentalmente. La primera es que el sistema electoral norteamericano es tan tramposo, la fragmentación socio-política-electoral es tan grande en los Estados Unidos, que semejante muestra de descontento social y rebelión popular se está expresando, electoralmente, de una manera muy mediatizada debido al propio sistema electoral que penaliza al que desea votar: la simple consigna de “una persona, un voto”, escasamente se hace valer en los Estados Unidos, cuyo sistema político y electoral expresa muy distorsionadamente conquistas elementales de la democracia burguesa como el derecho al voto[2].

Aun si la participación ha sido histórica, las campañas electorales están dominadas por dos maquinarias inmensas como el Partido Conservador y el Partido Demócrata, que se conocen las reglas de juego al dedillo sobre la base de un sistema político y electoral que dificulta en grado sumo una expresión política digamos “homogénea” de los humores electorales.

El segundo es la propia “estratificación” social que caracteriza al país y que se ha hecho más aguda en las últimas décadas. Estados Unidos es un mosaico que combina distintas fracciones de la clase obrera, distintas generaciones, población blanca, negra y latina, un país continente con algunas regiones ex industriales en decadencia y otras en la primera línea tecnológica, etcétera; todos elementos que hacen a una expresión política y electoral muy heterogénea, dividida y fragmentaria.

Ha habido una participación electoral histórica. Pero esa misma participación se ha llevado adelante bajo las circunstancias políticas de una enorme polarización, y no bajo la forma de una avalancha para Biden o un giro a la izquierda más de conjunto.

Biden parece haberse llevado el voto de las mujeres, de la juventud, de la población negra y parte del voto latino y Trump otra parte del voto latino, de los habitantes de los estados del medio oeste y/o los granjeros y una parte del voto de la histórica clase obrera norteamericana que solía votar a los Demócratas, aunque un segmento de ella podría haber vuelto a votar a los Demócratas.

Significativamente, la composición social del voto y las proporciones no parecen haber cambiado demasiado respecto a 4 años atrás más allá de que, evidentemente, en materia del Colegio Electoral y estados retenidos por cada uno, haya una variación de importancia[3].

La burguesía, aliviada

En segundo lugar, está el impacto de la elección en la burguesía yanqui. A priori parece bastante plausible que la clase dominante de los Estados Unidos, más allá de lo dividida que está en materia política, no va a soltar lágrimas por Trump. Su orientación nacional-imperialista se pareció más a una serie de golpes tácticos que a una orientación estratégica coherente que pudiera resolverle los problemas al imperialismo norteamericano.

Trump siempre pareció más un tipo que se movió por cuestiones tácticas y para el cual se aplica consecuentemente la máxima de que “la política exterior es continuidad de la política interna”, que a cualquier otra cosa. Es decir, todo su posicionamiento internacional pareció siempre más una ubicación en función de las necesidades políticas internas e, incluso, político electorales, que una apreciación estratégica coherente respecto de cómo resolver los problemas de que Estados Unidos sea una potencia declinante.

Si Biden no muestra ninguna audacia ni ideas renovadoras, por lo menos lo más seguro es que retome un curso liberal social globalista que coincide, de manera más “natural”, con las que son las empresas de punta hoy de la economía norteamericana, sus sectores más avanzados y poderosos. Además, podría reestablecer cierto orden y coherencia en las relaciones con sus aliados tradicionales del imperialismo europeo, un elemento que no es menor.

Es verdad que la emergencia de Trump, 4 años atrás, no dejó de expresar un problema real: el declive hegemónico yanqui. Y si no se espera de Biden ninguna idea innovadora, al menos reestablecerá puentes con sus aliados históricos.

Por otra parte, si muchas cuestiones de política exterior, y sobre todo interior, dividen a la burguesía yanqui, hay cuestiones que la unifican como es la orientación hacia China. La política esbozada por Trump de “guerra de guerrillas comercial y tecnológica” con el gigante oriental, aun si no parece haber dado muchos resultados, y habrá que ver qué táctica sigue Biden al respecto, el alerta en relación al desafío hegemónico que representa China, es bipartidario, con lo cual, las tácticas podrán cambiarse o no, pero la preocupación sobre la cuestión es común y unifica a toda la clase dominante yanqui.

Lógicamente, en relación a los explotados y oprimidos, y a los países dependientes, Biden no significará cambio alguno siquiera milimétricamente. Por un lado, más bien viene a reafirmar el orden capitalista neoliberal globalizado con sus modalidades de distribución regresiva de la riqueza, sus formas de explotación precarizadas, sus salarios de miseria, etcétera.

Por otra parte, los demócratas estuvieron al frente del gobierno en los Estados Unidos cuando se dio el “golpe parlamentario” contra Dilma Roussef en Brasil, Obama fue a la Argentina a cenar con Macri cuando éste asumió el cargo; ambos partidos, Republicano y también Demócratas, quieren el cambio del régimen en Venezuela, etcétera. Claro que las tácticas por ejemplo, en relación a la restauración del capitalismo en Cuba, pueden variar. Pero el “centro imperialista” que expresan Biden y la mayoría demócrata, es “más imperialista” si se quiere que el propio Trump…

En todo caso, repetimos, y además sin perder de vista el contexto de polarización que se expresa en la novedad relativamente reciente en la arena internacional de la emergencia de una derecha o extrema derecha consistente dura, desde el punto de vista más objetivo, la derrota de Trump tiende a correr el péndulo político más hacia el centro ajustándose mejor a las relaciones de fuerzas reales. Este dato no deja de ser importante aunque dicho corrimiento hubiese sido más importante si hubiera existido una avalancha anti-Trump, que no parece haberse verificado.

De cualquier manera, tampoco hay que perder de vista dos cosas: primero, si el voto a Trump es un voto a favor de él, más por la positiva, el voto a Biden se reparte por mitades, digamos, entre una mitad del voto anti-Trump y otra pro-Biden. Ese voto anti-Trump podría expresar un fenómeno invisibilizado en la elección en la medida que Sanders y la DSA (Social Democrats of America), se negaron a correr de manera independiente por fuera del Partido Demócrata.

Este fenómeno es el hecho que también se verifica un corrimiento hacia la izquierda de importantísimos sectores de masas de la juventud, del movimiento negro, del movimiento de mujeres y seguramente también de la juventud trabajadora. Se trata este del fenómeno político más estratégico en curso en los Estados Unidos y que podría alimentar la tarea estratégica pendiente de poner en pie un tercer partido: un partido de trabajadores.

Es decir, y en segundo lugar, existe también un fenómeno de polarización por la izquierda no sólo social sino también político, que no llega a expresarse del todo porque Sanders y sus seguidores no rompen con los Demócratas, sino que “parasitan” en él. Pero ese fenómeno de búsqueda política está y, estratégicamente, es muy importante. Se expresa, por ejemplo, en aquellos jóvenes que invariablemente en los últimos años consideran mejor la palabra socialismo que capitalismo, o aquellos otros que se movilizan en los movimientos por el medio ambiente y otros que han emergido en los últimos años, etcétera.

Hacia una lucha de clases más radicalizada

Trump mantiene parte importante de su base electoral, pero pierde la elección. En ese sentido, es un llamado de atención de impacto internacional para gobiernos afines, por ejemplo, como el de Bolsonaro. Si le sumamos la elección en la Argentina a finales del año pasado, la reciente elección en Bolivia (donde se impuso Arce y el MAS contra los golpistas), el aplastante triunfo del SI a la reforma constitucional en Chile, sumado ahora al cambio de mando en Estados Unidos, es evidente que para un imitador de Trump como es Bolsonaro en Brasil no son buenas noticias…

Es verdad que el retroceso del movimiento de masas y la clase obrera en el país hermano parece de importancia. Y también que un país continente como es Brasil opera con determinadas mediaciones donde las tendencias mundiales no se le aplican mecánicamente. Pero también es cierto que el fenómeno Bolsonaro pareció “calcado” con el de Trump, que Trump era su punto de referencia internacional, y que si el PT es más pusilánime aún que los propios Demócratas, Bolsonaro puede caer en una situación de cierto aislamiento internacional relativo, aun si Biden no va a tener, quizás, ningún punto de disidencia real con él.

El corrimiento al centro –más leve que lo esperado- de la coyuntura internacional y regional –o de parte de dichos países, es decir, los que son parte de América Latina y, quizás, Europa occidental- no puede dejar de ser un factor en Brasil aun si ese leve corrimiento no trae consigo gobiernos capitalistas siquiera progresistas sino social-liberales, lo que es algo bastante distinto.

Significa que no buscan avanzar con ninguna concesión progresiva económica y social sino, más bien, defender los derechos adquiridos de la burguesía de una manera algo más acorde con las verdaderas relaciones de fuerzas o, por decirlo de otra manera, evitando en lo posible una polarización extrema o una tendencia a los extremos que pudiera suscitar un rebote revolucionario…

Sin embargo y de cualquier manera, no parece fácil evitar estas tendencias a la polarización a derecha e izquierda, porque las mismas no dependen de cualquier fenómeno electoral, o de las intenciones de los gobiernos, sino de una base material que se ha hecho más endeble y crítica. Esto es, la pandemia que recorre el mundo y no termina, una economía mundial que arrastra graves problemas estructurales más allá de los de la coyuntura, un desorden geopolítico que no va a terminar porque sea electo Biden y que también es estructural (la disputa Estados Unidos-China).

Vivimos un período histórico de recomienzo de la experiencia de los explotados y oprimidos y las tendencias, reafirmadas por esta elección, son a una polarización de clase y política y de los enfrentamientos sociales crecientes, la posibilidad de una radicalización de crecientes sectores de la juventud y la juventud trabajadora y la creciente posibilidad de la construcción de nuestros partidos revolucionarios en este mundo convulsionado.


 

[1] Estaba claro cuando colocamos esta cita que Biden se impondría en la elección, pero la dejamos tal cual porque grafica bien el hecho que el demócrata se impuso por un margen mucho más estrecho que el esperado en la generalidad de las encuestas.

[2] Atentos que entre otras tantas trapisondas la votación se realiza un día laborable, los martes, lo que dificulta mucho la participación electoral de los trabajadores. Para este tema ver “¿Se termina la era Trump?”, izquierda web.

[3] Atención que no sólo la votación presidencial en los Estados Unidos es indirecta, es decir, se votan electores que se reúnen en el Colegio Electoral para elegir el presidente, sino que, a la vez, cada estado tiene un número fijo de electores y los estados se ganan por un voto: es decir, no hay elección proporcional de los electores, por lo cual el sistema electoral distorsiona mucho la representación a la hora de la elección indirecta del presidente. La elección del Senado es federativa, es decir, tampoco es proporcional y la única cámara que sí lo es la de los Representantes.

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