El reinado de Isabel, la decadencia del Imperio y la continuidad del imperialismo

Fue bajo el reinado de Isabel que el Reino Unido tuvo que transitar el camino de ser el principal Imperio de la historia a una potencia imperialista estratégicamente subordinada a Estados Unidos.

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Es probable que con Isabel II haya muerto mucho más que una monarca. Su reinado, el más largo de la historia, atravesó enormes cambios políticos tanto en el Reino Unido como a nivel global, tras 70 años de ocupar el trono.

Las siete décadas como Reina no son sólo un dato anecdótico acerca de su longevidad. Su llegada al trono estuvo marcada por una transformación histórica: la de dejar de ser el imperio más grande del mundo para abrirle paso definitivo y subordinarse ante el nuevo poder a nivel global, la dominación de Estados Unidos.

Este nuevo poder ya no tenía una forma fundamentalmente imperial, sino imperialista. La historia del reinado de Isabel II es esa historia, la del desguace final de un imperio, pero sobreviviendo como una potencia de tipo imperialista. Eso no significa, por supuesto, que no sigan teniendo bajo su poder unos cuantos enclaves coloniales, como las Malvinas.

El fin de un imperio

A fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX, el Imperio Británico era el más grande jamás conocido. Su población representaba casi un cuarto de la población mundial, y sus territorios (unos 35.000.000 km2) casi un quinto de las tierras emergidas del planeta. Fronteras adentro de la isla de Gran Bretaña, el Reino Unido era una potencia industrial.

Tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial, ese mundo dominado por el imperio británico quedó transformado por completo. Aunque el Reino Unido formó parte de los aliados que ganaron las guerras, las grandes potencias emergentes fueron Estados Unidos y la Unión Soviética. Reino Unido, como toda Europa, quedaría gravemente diezmada por la guerra.

A la salida de la Segunda Guerra, el mundo entró en una etapa de descolonización, con luchas independentistas en los cuatro rincones del planeta. En ese contexto llega al trono la Reina Isabel en 1953. Tenía 26 años.

La retirada británica ya había comenzado, tras la sangrienta independencia de la India en 1947 y la retirada de Palestina de 1948. Las territorios ultramarinos del Reino continuaron reduciéndose drásticamente tras la llegada al trono de Isabel: Ghana y Malasia en 1957, Nigeria en 1960, Sierra Leona y Tanzania en 1961. Uganda, Jamaica y Trinidad y Tobago un año después. Kenia, Malta, Botsuana, Barbados, Lesotho y Gambia, entre 1962 y 1966.

Isabel II en Barbados, 1977.

Y, pese a todo, muchos países independizados siguen teniendo al monarca británico por jefe de Estado, con diversos grados de poder efectivo pero casi siempre más bien simbólico. Uno de esos países, una monarquía parlamentaria con el rey británico como monarca, es, notoriamente, Canadá. El último en declararse república y eliminar de su Constitución su subordinación a la reina fue Barbados, en noviembre de 2021.

En esos primeros años de reinado, a Isabel le tocó vivir nada menos que el final del Imperio Británico como tal. En términos políticos, Reino Unido había quedado relegado al lugar de potencia subordinada a la creciente hegemonía estadounidense a nivel mundial. Una ubicación geopolítica que sigue ocupando hasta hoy.

Eran, también, los años de la Guerra Fría. A pesar del rápido desguace del imperio, los británicos se encargaron de hacer una «retirada ordenada» de sus territorios coloniales. Donde era posible, la corona se encargó de ir dejando gobiernos nacionales estables relativamente «pro-occidente», de manera que no caigan bajo la influencia de la URSS.

A pesar del desmembramiento imperial, fronteras adentro fue una época de estabilidad. Estados Unidos salió al rescate de la Europa capitalista con el plan Marshall. Además, en Gran Bretaña, la experiencia de la enorme clase obrera inglesa que había protagonizado grandes hechos de la lucha de clases en el Siglo XIX y principios del XX, quedó generacionalmente cortada tras el paso de dos guerras mundiales donde fue masivamente la carne de cañón para la disputa interimperialista.

Ese hecho, en combinación con el auge de los Estados de Bienestar en los países del centro capitalista (que aplacaron temporalmente la lucha de clases) corrieron a la clase trabajadora del centro de la escena política que había tenido indudablemente hasta hace unas pocas décadas atrás. Pero esa estabilidad iba a durar poco.

Entre dos damas de hierro

Ya en la década del ’70 el modelo de acumulación capitalista que predominó a la salida de la Segunda Guerra comenzaba a agotarse. El imperialismo y la burguesía pusieron en pie otro modelo, mucho más ofensivo y belicoso contra la clase obrera: el neoliberalismo. La burguesía apostaba a maximizar la explotación del trabajo atacando los derechos de los trabajadores conquistados con décadas de lucha.

Pocas personalidades representaron tan cabalmente la ofensiva neoliberal como la de Primera Ministra Margaret Thatcher. Su gobierno estuvo marcado por una serie de feroces ataques contra la clase trabajadora. Hubo una tenaz resistencia, con enormes huelgas obreras de importancia, aunque no alcanzaron a tener las dimensiones que alcanzó la vieja clase obrera inglesa, cuya última huelga general había sido en 1926. Una fecha que continúa vigente hasta hoy.

Isabel II y Margaret Tatcher

Aunque la historia dice que Isabel II no tuvo una buena relación con Thatcher, e inclusive algunos sostienen que no simpatizaba con las políticas neoliberales, lo cierto es que poco y nada hizo para intentar cambiar el rumbo del gobierno, ni siquiera manifestar verbalmente algún tipo de desacuerdo, por más tibio que fuese.

Esto ha sido una continuidad durante sus 70 años de reinado. Las pocas veces que Isabel se involucró abiertamente en la política interna del Reino Unido fue para garantizar la unidad del país basada en la dominación de Inglaterra sobre las otras naciones que conforman el Reino Unido.

No pasó lo mismo en lo referente a la política exterior, donde Isabel tanto por el cargo que ostentó (al ser la Jefa de Estado era también la Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas) como por su convicción personal, defendió la política de intervención imperialista, así como la defensa de los territorios coloniales subsistentes.

Sin ir más lejos, Isabel jugó un papel protagónico en la guerra de Malvinas, a pesar de su mala relación con Thatcher. No sólo se manifestó públicamente en reiteradas ocasiones sobre el «derecho a la autodeterminación» de los habitantes de las islas (un eufemismo para defender la ocupación británica), sino que incluso estaba involucrada a nivel personal: su tercer hijo, el príncipe Andrés, viajó a pelear en la guerra prestando servicios en la Royal Navy.

Esta posición a favor de la ocupación británica de las islas la defendió hasta su muerte. De hecho, hace cuatro meses, la Corona concedió el estatus de «ciudad» a Puerto Stanley (Puerto Argentino), acción que fue rechazada por la Cancillería Argentina.

Neoliberalismo y después

La última etapa del reinado de Isabel estuvo marcada por la entrada en la globalización, bajo el signo de la Unión Europea, y su posterior crisis, coronada en el Brexit. En aquel proceso, Isabel daría la aprobación para la Ley del Brexit que fuera aprobada por el parlamento. Se trató, sin embargo, de un gesto más protocolar que político. Nunca se manifestó públicamente al respecto.

Mientras tanto, la hegemonía neoliberal ha subsistido durante las últimas cuatro décadas. Las derrotas históricas que la clase obrera británica sufrió durante la época de Thatcher no han sido revertidas. Los sucesivos gobiernos, tanto laboristas como conservadores, han mantenido el status quo neoliberal.

En los últimos meses, el retorno de la inflación y la crisis económica desató una histórica oleada de huelgas en el Reino Unido como no se veía desde la época de Thatcher. Ferroviarios, transportistas, maestros y trabajadores del correo realizaron masivas huelgas en protesta por la caída del salario. Otras tantas huelgas más están anunciadas para las próximas semanas, con más sectores dispuestos a sumarse. Los medios de comunicación bautizaron este proceso como «el verano del descontento», una formulación que remite directamente a las peleas obreras contra Thatcher.

El proceso tomó tal dimensión que logró por estos días hacer sobrevolar un fantasma: el de la huelga general. Una acción que en Reino Unido no se repite desde el año 1926, el mismo año de nacimiento de Isabel. Alguna astucia histórica quiso que el año de su muerte sea también el año del despertar de la clase trabajadora británica, que hoy se plantea nuevamente la necesidad de la huelga general. La muerte de la Reina, como toda muerte, anuncia un nacimiento.

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