El COVID-19 y los circuitos del capital

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  • Especialistas analizan el impacto de la crisis del Coronavirus, el circuito económico mundial y la política para contener la pandemia.

Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace

Artículo de Monthly Review, traducción de Florencia Alegría

Cálculo

COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, el segundo virus de síndrome respiratorio de carácter agudo y severo desde 2002, es ahora oficialmente una pandemia. Desde fines de marzo, ciudades enteras están paralizadas y, uno por uno, los hospitales entran en colapso médico, resultado de las oleadas de pacientes. China, con su primer brote en contracción, actualmente respira con mayor tranquilidad[1]. Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España, pero también y de manera creciente otros países, ya se postran ante el peso de las muertes todavía estando en la etapa temprana del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos, algunos países preparándose de mejor manera que otros. En Estados Unidos (un indicador si lo es en su carácter de país más rico en la historia del mundo), el futuro cercano se ve desolador. No se programa que el brote llegue a su pico en Estados Unidos hasta mayo y los trabajadores de la salud y los visitadores médicos ya se están peleando por el acceso a los escasos suministros de equipo de protección personal[2]. Los enfermeros, a los que los Centros para el Control y Protección de Enfermedades (Centers for Disease Control, CDC) recomendó de manera indignante usar bandanas y bufandas como barbijos, ya declararon que “el sistema está condenado”[3].

Mientras tanto, la administración de los Estados Unidos continúa superando las ofertas que pueden hacer los estados de manera individual por el equipo médico básico, que en un primer lugar se negó a comprarles. A su vez, anunció una campaña de represión en la frontera como medida de salud pública, mientras que el virus se reproduce desatendido dentro del país[4].

Un equipo de epidemiología del Imperial College hizo una proyección en la que la mejor campaña de mitigación (aplanando la curva de los casos que se acumulan al poner en cuarentena a los casos detectados y al distanciar socialmente a los mayores) dejaría todavía a los Estados Unidos con unos 1.1 millones de muertos y una cantidad de casos ocho veces mayor que el total de camas de cuidados intensivos que posee el país[5]. La supresión de la enfermedad, que tiene el objetivo de erradicar el brote, llevaría a la salud pública a una cuarentena al estilo chino (y a los miembros de la familia) y a un distanciamiento de toda la comunidad, incluyendo el cierre de instituciones. Eso descendería a los Estados Unidos a un número proyectado alrededor de las 200.000 muertes.

El equipo del Imperial College estima que una campaña exitosa de supresión debería llevarse adelante por al menos 18 meses, cargando con una sobrecarga en la contracción económica y una decaída en los servicios comunitarios. Para equilibrar las demandas por el control de la enfermedad y la economía, el equipo propuso una alternancia entre la cuarentena de la comunidad y la salida de la misma, impulsados también por un nivel establecido de camas de cuidados intensivos llenas.

Otros modelistas. Un grupo liderado por Nassim Taleb del famoso Black Swan declara que el modelo del Imperial College falla en incluir el rastreo de los contactos y el monitoreo puerta por puerta[6]. Su contrapunto pasa por alto que el brote ha superado la voluntad de muchos gobiernos de realizar ese tipo de cordones sanitarios. No será hasta que el brote comience su declive cuando muchos países consideren tales medidas, esperemos que con un test funcional y preciso, según corresponda. Como dijo una graciosa persona: «El Coronavirus es demasiado radical. América necesita un virus más moderado al que podamos responder de forma creciente»[7].

El grupo Taleb señala la negativa del equipo de Imperial a investigar bajo qué condiciones el virus puede ser llevado a la extinción. Tal extirpación no significa cero casos, sino suficiente aislamiento para que los casos aislados no produzcan nuevas cadenas de infección. Solo el 5% de aquellos susceptibles al contacto con un caso en China se infectaron posteriormente.   En efecto, el grupo Taleb favorece el programa de supresión de China, que sale lo suficientemente rápido como para dirigir el brote a la extinción, evitando enredarse en un vaivén en la alternancia entre el control de la enfermedad y asegurar que la economía no se quede sin mano de obra. En otras palabras, el enfoque estricto (y de recursos intensivos) de China libera a su población del secuestro de meses (o incluso años) que el grupo Imperial le recomienda realizar a otros países.

El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros, da vuelta el tablero de los modelistas completamente. Las emergencias de modelo, aunque necesarias, pasan por alto cuándo y dónde comenzar. Las causas estructurales son también parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a averiguar cómo responder mejor, más allá de simplemente recomenzar la economía que produjo el daño. Escribe Wallace:

Si a los bomberos se les brindan los recursos suficientes bajo condiciones normales, la mayoría de los fuegos, en la mayoría de los casos, puede contenerse con bajas y destrucciones de la propiedad mínimas. Sin embargo, esa contención depende críticamente de una menos romántica, pero no menos heroica empresa: los persistentes, continuos, esfuerzos de regulación que limitan el peligro en la construcción a través de la elaboración y fortalecimiento de los códigos, y que también aseguran que los recursos para los bomberos, la sanidad y la conservación de edificios sea garantizada en todos los niveles necesarios…

El contexto cuenta en las infecciones pandémicas, y las actuales estructuras políticas, que permiten que las empresas agrícolas multinacionales privaticen las ganancias mientras externalizan y socializan los costos, deben volverse un sujeto del «reforzamiento de los códigos» que reinternalice esos costos si se quiere evitar una verdadera enfermedad pandémica masiva en un futuro próximo[8].

La falla en la preparación y en la reacción al brote no empezó apenas en diciembre cuando los países alrededor del mundo fallaron en responder al COVID-19 una vez que salió de Wuhan. En Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para la pandemia de su equipo de seguridad nacional o dejó 700 puestos del CDC vacíos[9]. Tampoco comenzó cuando los federales no actuaron sobre los resultados de una simulación de pandemia en 2017 que mostraba que el país no estaba preparado[10]. Ni cuando, como quedó establecido en un titular de Reuters, Estados Unidos “eliminó el trabajo de los expertos de los CDC en China meses antes del brote del virus», aunque el hecho de no haber tenido un contacto directo temprano con un estadounidense experto en el tema en China ciertamente debilitó la respuesta de los Estados Unidos. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar los kits de tests disponibles, ya provistos por la OMS. En conjunto, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas serán indudablemente responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas[11].

Los fracasos fueron en realidad programados hace décadas, ya que los bienes comunes de la salud pública fueron simultáneamente descuidados y monetizados[12]. Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, just in time -una total contradicción- con apenas suficientes camas de hospital y equipo para operaciones normales, es por definición incapaz de reunir los recursos necesarios para perseguir una marca de supresión de China.

Los fracasos fueron en realidad programados hace décadas, en cuanto los bienes comunes de la salud pública fueron simultáneamente descuidados y monetizados. Un país capturado por un régimen de epidemiología individualizada, just in time (una total contradicción) con apenas suficientes camas de hospital y equipo para operaciones normales, es por definición incapaz de reunir los recursos necesarios para atentar una supresión del tipo de China.

Continuando con el punto del equipo Taleb sobre las estrategias modelo en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de este artículo, hace referencia a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard Lewontin para coincidir en que «dejar que los números hablen» solo enmascara todas las suposiciones poseídas de antemano[13]. Modelos como el estudio del Imperial limitan explícitamente el alcance del análisis a unas reducidas preguntas a medida, enmarcadas en el orden social dominante. Por diseño, no logran capturar las fuerzas más amplias del mercado que impulsan los brotes y las decisiones políticas que subyacen a las intervenciones.

Conscientemente o no, las proyecciones resultantes ponen en segundo plano asegurar la salud para todos, incluidas las tantas miles de personas más vulnerables que morirían si un país se alternara entre la lucha contra la enfermedad y la economía. La visión foucaultiana de un Estado que actúa sobre una población en su propio interés solo representa una actualización, aunque más benigna, del empuje maltusiano por la inmunidad de la manada que el gobierno conservador de Gran Bretaña y ahora los Países Bajos propusieron, dejando que el virus ardiera a través de la población sin impedimentos[14]. Hay pocas pruebas más allá de una esperanza ideológica de que la inmunidad de la manada garantizaría la detención del brote. El virus puede evolucionar fácilmente de debajo de la manta inmune de la población.

 

Intervención

¿Qué debería hacerse entonces? Primero, tenemos que entender que, al responder a la emergencia de la manera correcta, todavía estaríamos enredados tanto en la necesidad como en el peligro.

Necesitamos nacionalizar los hospitales como hizo España como respuesta al brote[15]. Necesitamos aumentar el volumen de los testeos y cambiar de rumbo como hizo Senegal[16]. Necesitamos socializar las farmacéuticas[17]. Tenemos que reforzar al máximo las protecciones para el personal médico para ralentizar la caída de personal. Debemos asegurar el derecho a la reparación de los ventiladores y otra maquinaria médica[18]. Necesitamos comenzar a producir masivamente cocteles de antivirales tales como el remdesivir y la cloroquina antimalaria de la vieja escuela (y cualquier otra droga que parezca prometedora), mientras llevamos a cabo ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio[19]. Un sistema de planificación debería implementarse para (1) obligar a las empresas a producir los ventiladores necesarios y el equipo de protección personal que los trabajadores de la salud piden (2) priorizar la asignación de fondos a los lugares con las mayores necesidades.

Debemos establecer cuerpos de la pandemia masiva para proporcionar la fuerza de trabajo (desde la investigación hasta los cuidados) que se aproxime al orden de demanda que el virus (y cualquier otro patógeno por venir) nos está imponiendo. Igualar el número de casos con el número de camas de cuidados intensivos, personal y equipo necesario para que la supresión pueda reducir la distancia con los números actuales. En otras palabras, no podemos aceptar la idea de meramente sobrevivir al actual ataque aéreo del COVID-19, solo para luego volver al rastreo de contactos y el aislamiento de los casos con el objetivo de llevar el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar a la cantidad suficiente de gente para identificar al COVID-19 casa por casa ahora y suministrarles el equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. En el camino, tenemos que poner en pausa una sociedad organizada en la expropiación, desde los propietarios de la tierra hasta las sanciones en otros países, para que la gente pueda sobrevivir tanto la enfermedad como su cura.

Hasta que un programa así pueda ser implementado, sin embargo,  la gran mayoría de la población queda en gran parte abandonada. Aunque se debe ejercer una presión continua sobre los gobiernos recalcitrantes, en el espíritu de una tradición ampliamente perdida en la organización proletaria que se remonta a 150 años, todos los que puedan deben sumarse a los grupos de ayuda mutua y a las brigadas vecinales que están surgiendo[20]. Profesionales de la salud que los sindicatos pueden brindar deberían entrenar a estos grupos para evitar que los actos de amabilidad sean una causal que esparza el virus.

La insistencia en que unamos los orígenes estructurales del virus a los planes de emergencia nos ofrece la clave para aprovechar cada paso para proteger a la gente antes que a las ganancias.

Uno de los muchos peligros radica en la normalización de la «locura del murciélago» que se está llevando a cabo en la actualidad, una caracterización casual dado el síndrome que sufren los pacientes: la proverbial mierda de murciélago en los pulmones. Necesitamos conservar el shock que sentimos cuando supimos que otro virus del SARS emergió de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se esparció por toda la humanidad[21]. El virus surgió en un extremo de una línea de suministro regional de alimentos exóticos, desencadenando con éxito una cadena de infecciones de humano a humano en el otro extremo en Wuhan, China[22]. Desde allí, el brote se difundió localmente y se subió a aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viajes y por una jerarquía de las ciudades más grandes a las más pequeñas[23].

Más allá de describir el mercado de comida silvestre en el orientalismo típico, poco esfuerzo se ha destinado en una de las cuestiones más obvias. ¿Cómo llegó el sector de los alimentos exóticos a un punto en el que podía vender sus productos junto con el ganado más tradicional en el mayor mercado de Wuhan? No se estaba vendiendo los animales en la parte trasera de una camioneta o en un callejón. Pensemos en los permisos y los pagos (y su desregulación) involucrados[24]. Mucho más allá de la pesca, los alimentos silvestres a nivel mundial son un sector cada vez más formalizado, cada vez más capitalizados por los mismos fondos que respaldan la producción industrial[25]. Aunque no son similares en la magnitud de las salidas, la distinción es ahora más opaca.

La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean los límites de una zona silvestre en reducción[26]. A medida que la producción industrial invade hasta lo último del bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben adentrarse más para hacer crecer sus manjares o asaltar los últimos puestos. Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso SARS-2, alojado en murciélagos, encuentra su camino sobre un camión, ya sea en animales de alimentación o en la mano de obra de quienes los cuidan, es un

Pero muchas, como el COVID-19, surgen de las fronteras de la producción capital. De hecho, por lo menos el 60% de los nuevos patógenos humanos emergen al salir de las comunidades de los animales salvajes a las humanas locales (antes de que las más exitosas se esparzan al resto del mundo)[28].

Un número de luminarias en el campo de la ecosalud, algunas fundadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, empresas que conducen el filo sangriento de las deforestaciones en aras del agronegocio, produjeron un mapa global basado en brotes previos en 1940, aventurando dónde pueden llegar a emerger sobre la marcha nuevos patógenos[29]. Entre más cálido es el color en el mapa, más probable es que un nuevo patógeno emerja ahí.  Pero al confundir tales geografías absolutas, el mapa de este equipo (con rojo ardiente en China, India, Indonesia, y partes de América Latina y África) pasa por alto puntos cruciales. Enfocarse en las zonas de brote ignora las relaciones compartidas por los actores económicos mundiales que dan forma a las epidemiologías[30]. Los intereses de los capitales que respaldan los cambios en los territorios y la emergencia de enfermedades en los lugares subdesarrollados del planeta, provocados por el progreso (y la producción), premian los esfuerzos que señalan que la responsabilidad de los brotes es de las poblaciones indígenas y sus tan despreciadas prácticas culturales “sucias”[31]. La preparación de la carne de los animales silvestres y los entierros caseros son dos prácticas a las que se culpa por la emergencia de nuevos patógenos. En cambio, trazar las geografías relacionales repentinamente convierte a Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes claves del capital global, en tres de los peores puntos críticos del mundo.

Mientras tanto las zonas de brotes ya ni siquiera están organizadas bajo políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual (que redirige el peor daño de la industria agrícola al sur del mundo) ha dejado de solamente despojar a las localidades de recursos, de la mano  del imperialismo dirigido por el Estado, y se adentró en nuevos complejos a través de la escala y las mercancías[32]. La agroindustria está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espaciales discontinuas en territorios de escalas diferentes[33]. Por ejemplo, una serie de “Repúblicas de la soja” de base multinacional se extiende ahora por Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se encarna en los cambios de la estructura de gestión de las empresas, la capitalización, la subcontratación, las sustituciones de la cadena de suministro, el arrendamiento y la puesta en común de tierras transnacionales[34]. Al estar situados a ambos lados de las fronteras nacionales, estos “países de mercaderías”, que se insertan de manera flexible en las ecologías y las fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemias a lo largo del camino[35].

Por ejemplo, a pesar de que un traslado general de la población de las áreas rurales mercantilizadas hacia los tugurios urbanos continúa hoy alrededor del mundo, la división rural-urbano que conduce gran parte de la discusión acerca de la emergencia de las enfermedades no advierte el trabajo destinado a las zonas rurales y el rápido crecimiento de los pueblos rurales en desakotas periurbanos (pueblos ciudad) o zwishenstadt (las entre ciudades). Mike Davis y otros han identificado cómo estos nuevos paisajes urbanizantes actúan tanto como mercados locales y centros regionales para los productos agrícolas mundiales que pasan por ellos[36]. Regiones así incluso se han vuelto “post-agriculturales”[37]. Como resultado, la dinámica de las enfermedades de los bosques (las fuentes primitivas de los patógenos) ya no se limita solamente a su interior. Las epidemiologías asociadas se han vuelto relacionales, a lo largo del tiempo y espacio. Un SARS puede repentinamente encontrarse esparcido entre los humanos en la gran ciudad, solo días después de haber salido de su cueva de murciélagos.

Los ecosistemas en los que tales virus “silvestres” estaban parcialmente bajo control, gracias a las complejidades del bosque tropical, están siendo drásticamente dinamizados por la deforestación impulsada por los capitales y, en la otra punta de los desarrollos periurbanos, por las deficiencias en la salud pública y el saneamiento ambiental[38]. Mientras que como resultado muchos patógenos selváticos se están muriendo con sus especies huésped, un subgrupo de infecciones que alguna vez se consumieron relativamente pronto en el bosque, aunque fuese solo por una tasa irregular de encuentros con la especie típica que les hacía de huésped, ahora se están propagando a través de las poblaciones humanas susceptibles, cuya vulnerabilidad hacia las infecciones se encuentra muchas veces exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y la regulación corrupta. Incluso ante vacunas efectivas, los brotes resultantes se caracterizan por su largo alcance, duración e impulso. Lo que una vez fueron desbordes locales ahora son epidemias buscando su camino entre redes globales de viaje e intercambio[39].

Por este efecto de paralaje (por el solo cambio en el marco ecológico) viejos estandartes como el ébola, zika, malaria y la fiebre amarilla, que evolucionan comparativamente poco, se han tornado gravemente en amenazas regionales[40]. Repentinamente han pasado de esparcirse entre campesinos remotos de una vez en cuando, a infectar a miles en las ciudades capitales. Y en la otra dirección ecológica, incluso los animales salvajes, habitualmente viejos reservorios de enfermedades, están sufriendo un retroceso. Con sus poblaciones fragmentadas a causa de la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo y susceptibles a la fiebre amarilla de tipo silvestre, a la que están expuestos desde hace 100 años por lo menos, están perdiendo su inmunidad de manada, y mueren de a cientos de miles[41].

 

Expansión

Es por su sola expansión global, que los productos agrícolas sirven como propulsores y nexos a través de los cuales patógenos de diversos orígenes migran del depósito más remoto al centro más internacional de la población[42]. Es aquí, y en el camino, donde los nuevos patógenos se infiltran en la agricultura de las comunidades cerradas. Entre más largas sean las cadenas de suministro asociadas y entre más grande sea la extensión de la deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) serán los patógenos zoonóticos que entran en la cadena alimentaria.  Entre los recientes emergentes o reemergentes patógenos de granja y los patógenos transmitidos por los alimentos, originados por el dominio antropogenético, están la fiebre porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli O157:H7, la enfermedad foot-and mouth, la hepatitis E, Listeria, Nipah, la fiebre Q, Salmonela, Vibrio, Yersinia, y una variedad de nuevas variantes de influenza, incluyendo la H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9, y la H9N2[43].

Aunque no sea la intención, la totalidad de la línea de producción está organizada alrededor de prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y subsecuentemente su transmisión[44]. Hacer crecer monocultivos genéticos (animales y plantas con casi idénticos genomas) remueve los cortafuegos inmunológicos que en poblaciones más diversas ralentizan la transmisión[45]. Ahora los patógenos pueden rápidamente evolucionar alrededor de los genotipos inmunes comunes del huésped.  Mientras tanto,  las condiciones de hacinamiento reducen la respuesta inmunitaria[46]. El aumento en la población de las granjas animales y las densidades de las granjas industriales facilitan una mejor transmisión e infecciones recurrentes[47]. La alta productividad, parte de cualquier producción industrial, provee continuamente de un renovado suministro de sujetos susceptibles en los niveles del granero, la granja y la región, removiendo el tope en la evolución de la mortalidad del patógeno[48]. Albergar un montón de animales juntos apremia a esas cepas que pueden arder mejor entre ellos. Reducir la edad de sacrificio (a seis semanas en los pollos) hace más probable la selección de patógenos que puedan sobrevivir sistemas inmunes más robustos[49]. Alargar la extensión geográfica del cambio y exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de los segmentos genómicos que sus patógenos asociados intercambian, acrecentando el índice en el que los agentes patógenos exploran sus posibilidades de evolución[50].

Mientras la evolución de los patógenos se propulsa hacia delante de todas estas maneras, sin embargo, hay poco y nada de intervención, incluso bajo la demanda de la propia industria, salvo lo que se requiere para rescatar cualquier cuarto de margen fiscal de la repentina emergencia de un brote[51]. La tendencia es hacia cada vez menos inspecciones gubernamentales en las granjas y el procesamiento de plantas, legislación en contra de la supervisión gubernamental y la exposición por parte de los activistas, y legislación en contra de siquiera el reportaje de los detalles de los brotes mortales por parte de los medios de comunicación. A pesar de resientes victorias en la corte, en contra de la contaminación de los pesticidas y las granjas porcinas, el orden privado de producción se mantiene completamente enfocado en las ganancias. Los daños causados por los brotes resultantes se externalizan al ganado, a la cosecha, a la vida salvaje, a los trabajadores, a los gobiernos locales y nacionales, a los sistemas públicos de salud, y se alternan los agrosistemas en el extranjero como una cuestión de prioridad nacional. En Estados Unidos, los reportes de la CDC señalan que los brotes transmitidos por los alimentos se están expandiendo en números de estados impactados y personas infectadas[52].

Es decir, la alienación del capital arroja análisis a favor del patógeno. Mientras que el interés público es dejado fuera de las puertas de la granja y de las empresas alimenticias, los patógenos se escurren a través de la bioseguridad que las empresas estén dispuestas a pagar, y de nuevo salen hacia el público. La producción de todos los días representa un lucrativo riesgo moral,  deteriorando nuestros bienes comunes de salud.

 

Liberación

Hay una ironía en Nueva York, una de las ciudades más grandes del mundo, refugiándose en su sitio en contra del COVID-19, a un hemisferio de distancia del origen del virus. Millones de neoyorquinos se están escondiendo en parques de vivienda supervisados hasta hace poco por una tal Alicia Glen, hasta 2018 la vice alcaldesa de la ciudad para la vivienda y el desarrollo económico[53]. Glen es una exejecutiva de Goldman Sachs que supervisó el Urban Investment Group de la compañía de inversión, que financia proyectos en los tipos de comunidades que las otras unidades de la firma delinean[54].

Glen, por supuesto, no es de ninguna manera culpable por el brote de manera personal, sino más bien es un símbolo de una conexión que se acerca a darle al clavo. Tres años antes de que la ciudad la contratara, por una crisis de vivienda y la Gran Recesión como parte de su causal, su anterior empleador, junto con JP Morgan, Banco de América, Citygroup, Wells Fargo & CO., y Morgan Stanley, tomaron el 63% del financiamiento resultante del crédito federal de emergencia[55]. Goldman Sachs, despejado de los gastos generales, pasó a diversificar sus propiedades para salir de la crisis. Goldman Sachs adquirió el 60% de las acciones de Shuanghui Investment and Development, parte de la gigantesca agroindustria china que compró la empresa estadounidense Smithfield Foods, el mayor productor de carne de cerdo del mundo[56]. Por 300 millones de dólares, también consiguió la propiedad de punta a punta de diez granjas avícolas en Fujian y Hunan, una provincia situada más allá de Wuhan y bien metida en el área de captación de alimentos silvestres de la ciudad[57]. Invirtió además otros 300 millones de dólares junto con Deutsche Bank en la cría de cerdos en la mismas provincias[58].

Las geografías en relación exploradas arriba han circulado todo el camino de regreso. Está la pandemia actualmente enfermando a los distritos electorales de Glen, de apartamento a apartamento en todo Nueva York, el mayor epicentro de COVID-19 de los Estados Unidos. Pero también debemos reconocer que el bucle de causas del brote se extendió en parte desde Nueva York para empezar, por muy pequeña que sea, en este caso, la inversión de Goldman Sachs para un sistema del tamaño de la agricultura china.

El señalamiento nacionalista, desde el racista «virus chino» de Trump y atravesando el continuum liberal, oscurece las direcciones mundiales entrelazadas del Estado y el capital[59]. Los «hermanos enemigos», los describió Karl Marx[60]. La muerte y los daños sufridos por los trabajadores en el campo de batalla, en la economía y ahora en sus sillones cuando luchan por recuperar el aliento manifiestan tanto la competencia entre las élites que maniobran por los recursos naturales, cada vez más escasos, como los medios compartidos para dividir y conquistar a la masa de la humanidad atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.

En efecto, una pandemia que surge del modo de producción capitalista y que se espera que el Estado maneje, por una parte, puede ofrecer una oportunidad a partir de la cual los gestores y beneficiarios del sistema puedan prosperar, por la otra. A mediados de febrero, cinco senadores de los Estados Unidos y veinte miembros de la Cámara de Representantes se deshicieron de millones de dólares, en acciones de propiedad personal, en industrias que probablemente se verían dañadas en la próxima pandemia[61]. Los políticos basaron su intercambio interno en inteligencia que no es de dominio público, incluso si algunos de los representantes siguieron repitiendo las misivas del régimen acerca de que la pandemia no significaba tal amenaza.

Más allá de esos robos burdos, la corrupción en los Estados Unidos es sistémica, un indicador del fin del ciclo de acumulación de los Estados Unidos, cuando el capital se agota.

Hay algo comparativamente anacrónico en los esfuerzos por mantener el tren en marcha aunque este se organice en torno a la reificación de las finanzas por sobre la realidad de las ecologías primarias (y las epidemiologías conexas) en las que se basa. Para el propio Goldman Sachs, la pandemia, como las crisis anteriores, ofrece «espacio para crecer»:

Compartimos el optimismo de los diversos expertos en vacunas y de los investigadores de las empresas de biotecnología, basados en los buenos progresos que se han hecho hasta ahora en diversas terapias y vacunas. Creemos que el miedo se calmará a la primera evidencia significativa de tal progreso…

Tratar de cambiar a un posible objetivo reducido, cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto, es apropiado para los traders intradiarios, los que se dejan llevar por el momento y algunos gestores de fondos de cobertura, pero no para los inversores a largo plazo. De igual importancia, no hay garantía de que el mercado alcance los niveles más bajos que puede que se utilicen como justificación para la venta hoy. Por otra parte, tenemos más confianza en que el mercado alcanzará finalmente el objetivo más alto dada la resistencia y la preeminencia de la economía de los Estados Unidos.

Y por último, creemos que los niveles actuales ofrecen la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera. Para aquellos que tengan de apoyo un exceso de efectivo y poder de permanencia, con la correcta asignación estratégica de activos, este es el momento de empezar a añadir gradualmente a las acciones de S&P[62].

Consternados por la continua carnicería, las personas de todo el mundo sacan conclusiones diferentes[63]. Los circuitos de capital y producción que los patógenos marcan como etiquetas radioactivas, una tras otra, se consideran desmesurados.

¿Cómo caracterizar tales sistemas más allá, como hicimos anteriormente, de lo episódico y circunstancial? Nuestro grupo se encuentra en medio de la derivación de un modelo que supera los esfuerzos de la medicina colonial moderna, que se encuentra en la ecosalud y en el One Health que sigue culpando a los indígenas y a los pequeños propietarios locales de la deforestación que conduce a la aparición de enfermedades mortales[64].

Nuestra teoría general sobre el surgimiento de enfermedades neoliberales, incluyendo, sí, en China, combina:

  • circuitos globales de capital;
  • despliegue de dicho capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene bajo control el crecimiento de la población de patógenos virulentos;
  • el aumento resultante de las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de derrame;
  • la expansión de los circuitos periurbanos de mercancías que transportan estos nuevos patógenos esparcidos en el ganado y la mano de obra, desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
  • las crecientes redes mundiales de viajes (y de comercio de ganado) que transportan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en tiempo récord;
  • las formas en que estas redes reducen la fricción de transmisión, seleccionando para la evolución una mayor mortandad de patógenos tanto en el ganado como en las personas;
  • y, entre otras imposiciones, la escasez de reproducción in situ en la ganadería industrial, eliminando la selección natural como un servicio de los ecosistemas que proporciona una protección contra las enfermedades en tiempo real (y casi gratuita).

La premisa operativa subyacente es que la causa de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra solo en el objeto de cualquier agente infeccioso o en su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han fijado en su propio beneficio[65]. La amplia variedad de patógenos, que representan diferentes taxones, huéspedes de origen, modos de transmisión, cursos clínicos y resultados epidemiológicos, todas las marcas que nos hacen correr alocadamente a nuestros buscadores en cada brote, marcan diferentes partes y vías a lo largo de los mismos tipos de circuitos de uso de la tierra y acumulación de valor.

Un programa general de intervención funciona en paralelo mucho más allá de un virus en particular.

Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, la desalienación ofrece la siguiente gran transición humana: abandonar las ideologías de los colonizadores, reintroducir a la humanidad de nuevo en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de la individuación en multitudes más allá del capital y el estado[66]. Sin embargo, el economicismo, la creencia de que todos los asuntos son solo económicos, no será una liberación suficiente. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de relación social[67]. El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interrelacionados de raza, clase y género en el curso de actualizar los regímenes de valor regionales lugar por lugar.

A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la historiadora Donna Haraway desestimó como historia de la salvación (« ¿podemos desactivar la bomba a tiempo?»), la desalienación debe desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las maneras locales específicas en que interactúan con la acumulación[68]. En el camino, debemos salir de las expansivas reapropiaciones del capital a través de los materialismos productivos, sociales y simbólicos[69]. Es decir, situarnos fuera de lo que se resume a un totalitarismo. El capitalismo mercantiliza todo (la exploración de Marte por acá, el sueño por allá, las lagunas de litio, la reparación de ventiladores, incluso la propia sostenibilidad, y una y otra vez, estas muchas permutaciones se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja). Todas las formas en que casi todo el mundo en todas partes está sometido al mercado, que en un momento como este está cada vez más antropomorfizado por los políticos, no podrían ser más claras[70].

En resumen, una intervención exitosa que impida que cualquiera de los muchos patógenos que hacen fila en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas debe pasar por la puerta de un enfrentamiento mundial con el capital y sus representantes locales, por mucho que cualquier soldado a pie de la burguesía, Glen entre ellos, intente mitigar el daño. Como nuestro grupo describe en algunos de nuestros últimos trabajos, la agroindustria está en guerra con la salud pública[71]. Y la salud pública está perdiendo.

Sin embargo, si una humanidad mejor gana un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a tomar parte de un metabolismo planetario que, por más que se exprese de manera distinta en cada lugar, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías[72]. Tales ideales son más que asuntos utópicos. Al hacerlo, desembocamos en soluciones inmediatas. Protegemos la complejidad de los bosques que impide que los patógenos mortales se alineen como anfitriones para un tiro directo en la red de viajes del mundo[73]. Reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintroducimos la cría de animales y cultivos a escalas que impiden que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica[74]. Permitimos que nuestros animales de alimentación se reproduzcan in situ, reiniciando la selección natural que permite a la evolución inmunológica rastrear los patógenos en tiempo real. En general, dejamos de tratar a la naturaleza y a la comunidad, tan llenas de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como un competidor más a ser eliminado por el mercado.

La salida es nada menos que dar a luz a un mundo (o quizás más en la línea de regresar a la Tierra). También ayudará a resolver (a arremangarse) muchos de nuestros problemas más urgentes. Ninguno de nosotros, atrapados en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos, quiere pasar por un brote así otra vez. Sí, las enfermedades infecciosas, durante la mayor parte de la historia de la humanidad nuestra mayor fuente de mortalidad prematura, seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos que circula actualmente, el peor de los cuales se derrama hoy en día casi anualmente, es probable que nos enfrentemos a otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la pausa de cien años desde 1918. ¿Podemos ajustar fundamentalmente los modos en que nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una mayor tregua con estas infecciones?

 

Notes

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