El callejón económico sin salida de Irak veinte años después de la invasión

20 años de la invasión estadounidense a Iraq.

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Articulo de sinpermiso

A menudo se describe a Irak como un estado al borde de la desintegración y el desastre social y económico. Esa fragilidad no comienza con la invasión de 2003, es un tema persistente en la historia de un territorio atrapado entre bloques de poder masivos.

Durante cientos de años, los otomanos lucharon por mantener su control sobre las provincias de Mosul, Bagdad y Basora ante los desafíos de los mamelucos. Entre 1915 y 1917, las fuerzas del imperio británico tardaron tres años en tomar Bagdad en la sangrienta campaña mesopotámica. El estado iraquí creado en 1921 bajo el mandato británico luchó, desde el principio, para imponerse contra las rebeliones kurdas. En 1941, un golpe a favor de la Alemania condujo a una invasión a gran escala por parte de las fuerzas aliadas que utilizaron Irak como base para la ocupación de Irán y para derrotar a las fuerzas francesas de Vichy en Siria. Un gigantesco levantamiento nacionalista contra la influencia británica sobre el país fue reprimida en 1948 en el curso de la desastrosa campaña de la Liga Árabe contra Israel. En la década de 1950, Bagdad respondió a la unidad egipcia y siria con esfuerzos fallidos para unificarse con Kuwait, lo que lo deja aislada por completo. En 1958, un golpe militar derrotó a la monarquía hachemita y declaró una República cuya historia política posterior estaría dominada por varias facciones del partido Baath. La lucha entre Bagdad y los autonomistas kurdos continuó hasta mediados de la década de 1970. Saddam Hussein, que tomó el poder en 1979, no solo atacó a Irán, sino que intensificó la brutal lucha para consolidar el control de Bagdad sobre las regiones kurdas y chiítas del país.

Pero, a pesar de toda esta agitación política, a partir de la década de 1950, gracias al aumento de los ingresos del petróleo, Irak experimentó un rápido desarrollo económico, social y cultural. A finales de la década de 1980, Irak era visto en el mundo árabe como un estado en vías de desarrollo de relativo éxito alimentado por el petróleo. Como señaló un informe del gobierno de EEUU sobre Irak en junio de 2003:

En la década de 1980, Irak tenía una de las economías más avanzadas del mundo árabe. Aunque sacudido por las tensiones de la guerra entre Irán e Irak, tenía, además del petróleo, un sector industrial considerable, un sistema de transporte relativamente bien desarrollado y una infraestructura comparativamente buena. Irak tenía una clase media relativamente grande, niveles de ingresos per cápita comparables a los de Venezuela, Trinidad o Corea, uno de los mejores sistemas educativos del mundo árabe, una población bien educada y, en general, buenos estándares de atención médica.

En 1990, esa trayectoria de desarrollo ascendente  se rompió. Irak entró en un período de violencia y desarrollo frustrado que continúa hasta el presente. En 2020, un informe del Banco Mundial llegó a la siguiente conclusión aleccionadora:

Aunque la riqueza petrolera ha permitido a Iraq obtener el estatus de país de ingresos medios altos, en muchos sentidos sus instituciones y resultados socioeconómicos se parecen más a los de un país frágil y de bajos ingresos. El sistema educativo iraquí que fue considerado en su tiempo uno de los mejores de la región de Oriente Medio y el Norte de África (MENA), actualmente se encuentra entre los peores. La tasa de participación de Irak en la economía global también es baja, y el país tiene una de las tasas de participación femenina en la fuerza laboral menores del mundo, bajos niveles de capital humano y físico y un grave deterioro de sus condiciones comerciales. Irak también tiene una de las tasas de pobreza más altas entre los países de ingresos medios altos.

Comprender esta trayectoria, de ser un campeón de la modernización hasta acabar siendo una frágil sociedad de bajos ingresos, es crucial para vislumbrar la profundidad de la crisis iraquí. Es aún más sorprendente porque Irak, como importante exportador de petróleo, debería haber podido beneficiarse del auge del petróleo de las década de 2000 y 2010 para catapultarse directamente a la categoría superior de país de ingresos medios en el desarrollo global. No pudo ser. En cambio, el desarrollo de Irak descarriló por la guerra, las sanciones, la invasión y la guerra civil. Y la crisis de Irak ha desbordado sus fronteras y se ha convertido en parte de la policrisis que aflige a Oriente Medio.

El ataque de Saddam a Irán a principios de la década de 1980 mostró su ambición violenta, pero en lo que respecta a la economía de Irak, fue la invasión de Kuwait en agosto de 1990 y la respuesta dirigida por Estados Unidos lo que produjo el primer shock devastador. Después de una cierta recuperación bajo el régimen de sanciones más flexible de finales de la década de 1990, la invasión de 2003 supuso otro golpe devastador a la economía y desató una fase de insurgencia, guerra civil y desintegración estatal. Esto se rastrea mejor mediante el sangriento gráfico del número de víctimas civiles.

Este es el recuento más completo de las víctimas: solo aquellas muertes atribuibles directamente a la violencia. Las estimaciones más amplias del exceso de muertes suman cientos de miles de víctimas adicionales.

En medio de la inseguridad y el caos, Irak no pudo beneficiarse sustancialmente del espectacular auge del petróleo de principios de la década de 2000. A pesar de los precios altísimos, no fue hasta después de 2010 cuando la producción de petróleo de Irak superó los picos de 1989 y 2002.


Banco Mundial 2022

Y la estabilización después de 2010 iba a ser temporal. En 2014 confluyeron dos choques externos. Los precios del petróleo se desplomaron, justo cuando el movimiento ultra-extremista de Daesh arrasó el norte de Irak y Siria. Después de disolver el ejército de Saddam, Estados Unidos se vio obligado a gastar 20.000 millones de dólares en reconstruir las fuerzas de seguridad de Irak. Pero estas tropas desmoralizadas demostraron no ser rival para los insurgentes radicales. ISIS tomó el control de una gran franja de territorio, forzando la movilización de una coalición internacional. De manera que no estuviera apoyado solo en la reconstrucción de las fuerzas de seguridad iraquíes, sino también en las de la región autónoma del Kurdistán iraquí. Hasta 2017 la amenaza de ISIS no estuvo bajo control.

La guerra contra ISIS tuvo un precio enorme. En los peores meses de 2014, las víctimas civiles fueron mayores que en 2003 o en la guerra civil. El daño económico no fue menos grave. Como comenta el Banco Mundial:

El PIB per cápita del país era aproximadamente un 18-21 por ciento más bajo en 2018 de lo que habría sido si no hubiera sido por el conflicto que comenzó en 2014. En particular, aunque la participación en el PIB de Iraq del petróleo creció de manera constante durante el conflicto, se estima que el PIB no petrolero del país era aproximadamente un 33 por ciento más bajo en 2018 de lo que habría sido sin el conflicto (cuadro O.2) y ha caído por debajo de sus pares (cuadro O.3).

La derrota de ISIS implicó un cierto grado de calma. En términos militares, Irak está ahora más tranquilo de lo que ha estado en cualquier otro momento desde 2003. Esto produce un importante dividendo de paz para la economía y la sociedad. Pero el daño acumulado es dramático. Teniendo en cuenta la paridad del poder adquisitivo, el PIB per cápita en Irak hoy es apenas más alto de lo que era en 2003.

Una manera dramática de resumir el descarrilamiento del desarrollo de Irak es la tasa de mortalidad infantil, una medida básica del bienestar humano, de las condiciones sanitarias y de la atención médica. Como argumentaba Dyson Cetorelli en 2017, los datos de mortalidad infantil de Irak son polémicos, ya que fueron instrumentalizados por el régimen de Saddam en la década de 1990 en su campaña de relaciones públicas contra las sanciones. Pero los siguientes datos pintan una imagen lo suficientemente sombría.

En las décadas de 1970 y 1980, Irak estaba entre los países árabes más avanzados. Desde la década de 1990, este indicador crucial del bienestar humano se ha estancado. Como resultado, la tasa de mortalidad infantil de Irak es hoy solo ligeramente más baja de lo que era en la década de 1980 y es el doble de la de todos sus vecinos. Este es el deprimente legado de la violencia de Saddam Hussein, de la desastrosa agresión de los Estados Unidos y sus aliados y del fracaso de las élites políticas de Irak a la hora de construir una alternativa al estado baathista.

El estado de la salud pública iraquí es indicativo de una disfunción más amplia. La electricidad, el suministro de agua y la educación, que fueron símbolos de la modernización iraquí, ahora son profundamente frágiles. Las mejoras continúan. La matrícula en la educación primaria, por ejemplo, es más alta que nunca. Pero el proceso de desarrollo es lento, errático y va muy por detrás de sociedades comparables.

Una zona reveladora de la crisis es el caos en el suministro de electricidad en Irak. A pesar de ser un productor de energía de peso mundial, el suministro de energía nacional en Iraq está crónicamente por detrás de la demanda. Los apagones y la pérdida de carga son una rutina diaria.

Fuente: AIE

Los hogares y empresas iraquíes con recursos compensaron el déficit a través de una improvisación costosa e ineficiente:

Los generadores a base de petróleo a pequeña escala desempeñan un papel fundamental en el complemento del suministro de la red, ayudando a aliviar algunas de las escaseces más agudas en los meses pico de verano. En 2018, el total combinado de pequeños generadores fue de 5 GW. Alrededor de dos tercios del total son de propiedad privada y se conocen como generadores de vecindario, con conexiones directas a hogares y empresas que pagan. Alrededor de un tercio de los pequeños generadores son propiedad de entidades gubernamentales, principalmente para satisfacer sus propias necesidades de electricidad. Juntos, estos activos suponen la mitad de la brecha entre la demanda máxima y la oferta de la red. Pero son una opción extremadamente cara para los consumidores. …. Complementando su suministro de red, con un promedio de alrededor de 10 horas por día durante el año, un hogar (de clase media alta) podría pagar hasta 4.000 USD año al generador del vecindario. … los cargos fijos se traducen en alrededor de 1.000 USD por MWh para el hogar, por ejemplo, lo que los convierte en una de las fuentes de electricidad más costosas.

El caótico suministro de energía es una muestra de una red de restricciones que paralizan el crecimiento potencial de Iraq. Como concluye el Banco Mundial:

El PIB per cápita de Irak podría ser hasta un 60 por ciento más alto si tuviera los mismos niveles de participación en la fuerza laboral, inversión, capital humano y productividad que otros países de ingresos medios altos. Por el momento, Irak va a la zaga de sus posibles compañeros en todos estos indicadores, en particular en la tasa de participación en la fuerza laboral (especialmente de las mujeres). El aumento de la tasa de participación de Irak al promedio de la UMIC por sí solo aumentaría el PIB per cápita de Irak en casi un 31 por ciento. El aumento de la tasa de inversión y la calidad de la fuerza laboral también aumentarían el PIB en aproximadamente un 13 por ciento.

Pero, como continúa el Banco Mundial: “para lograr estos resultados, Irak tendría que implementar reformas que sólo tendrían resultados en el futuro, y sus élites gobernantes no han mostrado interés”. No es posible hacerse ilusiones sobre las fuerzas políticas y sociales que sobredeterminan el desastroso status quo. Como comentan los expertos del Banco Mundial, la destrucción del estado baathista por las autoridades de ocupación después de 2003 creó un vacío peligroso:

El actual régimen político de Irak, que se apoya en la participación en la renta y el poder compartido de los partidos políticos, ha llevado a la captura del estado por parte de las élites, al clientelismo y al amiguismo generalizados, y a la parálisis política. El sistema político posterior a 2003 surgió de un pacto de élites construido sobre identidades étnicas y sectarias. En sus primeros años, el proceso de des-baathificación y la disolución del ejército de la era de Saddam llevaron a una erosión de la infraestructura burocrática existente del país y desplazaron a la alta administración pública que la había dirigido. Al paso del tiempo, el juego político de las élites paso del reparto sectario y étnico del poder al reparto del poder y la polarización basada en partidos políticos, en el que la impugnación y la negociación tienen como objetivos el control de la burocracia formal. La politización del nombramiento para puestos burocráticos clave se convirtió en un componente fundamental de cómo los partidos políticos extendieron sus redes de patrocinio para fortalecer su legitimidad, poder y riqueza (Dodge 2019). Además, la creciente fragmentación del panorama político de Irak ha llevado a la inestabilidad política y la parálisis, y ha alimentado la fragilidad.

El Banco Mundial proporciona un mapa de este regateo múltiple e interrelacionado:

Esta tensa economía política se manifiesta como una hipertrofia del aparato estatal iraquí. Incluso bajo Saddam, el sector privado estaba subdesarrollado. Pero desde 2003, a medida que el estado se ha desintegrado y sus funciones se han deteriorado, el sector público se ha convertido efectivamente en el empleador de último recurso: “Entre 2003 y 2015, el sector público central creció de 900.000 empleados a más de 3 millones, proporcionando aproximadamente el 42 por ciento de todos los puestos de trabajo. Los salarios de los empleados públicos se convirtieron en la mayor partida de gasto en el presupuesto del gobierno”. El legado irónico de la destrucción del estado baathista es haber creado en Irak un aparato mucho más grande y mucho más disfuncional.

La nómina del sector público no solo está inflada por la búsqueda de rentas de las facciones políticas. El control de instituciones clave como el banco central se reparte entre las principales facciones basadas en lazos religiosos y regionales (chiítas y sunitas), lealtades personales y conexiones con poderosas agrupaciones paramilitares (Sadr v. el Marco de Coordinación), cada vez menos en deuda con Irán. Mientras tanto, se saquean miles de millones de dólares de las arcas del estado, como el reciente robo gigante de $ 2.5 mil millones que implica a figuras de alto nivel de varias facciones chiítas. Incluso el Kurdistán iraquí, que alguna vez fue el símbolo de la recuperación iraquí, se encuentra ahora en un grave callejón sin salida, como se explica en el informe detallado de By Winthrop Rodgers en Foreign policy.

¿Se puede romper el punto muerto?

El Financial Times en su artículo de opinión con motivo del aniversario señala que “el 60 por ciento de la población tiene menos de 25 años y algún día impulsarán el cambio”. Pero, a qué precio. Como señala el periódico, cuando “ los jóvenes iraquíes frustrados salieron a las calles en 2019, más de 600 manifestantes fueron asesinados. En las últimas elecciones parlamentarias, en 2021, solo el 36 por ciento de los votantes elegibles emitieron su voto, una acusación condenatoria del desánimo de los iraquíes. No es raro escuchar a sunitas y chiítas quejarse de que la vida era mejor bajo Saddam”.

El Banco Mundial también señala condiciones estructurales para el crecimiento futuro potencial en lugar de coaliciones políticas específicas que podrían liderar tal avance. El Banco elogia el dividendo de la paz. Y apunta a las oportunidades obvias y enormes en el sector agrícola. Sin embargo, plantea la cuestión del cambio climático que se cierne sobre Irak.

Como comenta el Banco Mundial: Irak se encuentra entre los países más vulnerables al cambio climático tanto en términos físicos como financieros. Durante el próximo medio siglo, en la trayectoria climática actual, la gran mayoría del país se reducirá a un desierto reseco sujeto a temperaturas máximas que apenas serán habitables.

Para la población iraquí y sus medios de subsistencia, esto tiene implicaciones drásticas. Como señala el Banco Mundial:

La disponibilidad reducida de agua y la degradación de su calidad imponen riesgos significativos en los sistemas agroalimentarios de Irak y, por lo tanto, en la capacidad de diversificar la economía. La escasez de agua afecta negativamente al PIB y otros productos sectoriales, incluidos los cultivos que reducen la demanda de trabajadores no calificados. Las temperaturas de calor extremo afectan negativamente la productividad laboral (no cualificada), lo que intensifica aún más los desafíos socioeconómicos asociados con el cambio climático.

La implicación es que además de todos sus otros problemas, Irak no tiene el tiempo a favor. Los treinta años de desarrollo perdido desde 1990 pueden tener implicaciones catastróficas en las próximas décadas.

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