Descarrilamiento en Ohio: la huelga que advirtió que esto podía pasar y que Biden decidió acallar

Hace sólo dos meses, el Congreso estadounidense intervino en una disputa contractual entre las principales empresas ferroviarias y los sindicatos del gremio. Biden impulsó una ley exprés en el Capitolio para obligar a los trabajadores a acatar la miserable propuesta de las patronales y silenciar la voz de la huelga que exigía mejores condiciones de seguridad. Sobre una catástrofe ambiental anunciada y los reclamos obreros.

0
44

Tras relajarse la crisis de los globos con China, Estados Unidos quedó bajo la lupa de los medios internacionales por el catastrófico descarrilamiento de un tren cargado de químicos peligrosos en el pueblo de East Palestine, Ohio. Llamativamente, el suceso sólo se hizo público después de pasados varios días. El gobierno había impuesto el silencio mediático absoluto, llegando incluso a detener a periodistas en la zona del accidente.

¿Qué sucedió en ese lapso? Las autoridades detonaron controladamente la carga volcada, generando una inmensa nube tóxica cuyas consecuencias sobre el medio ambiente son todavía imprecisas.

La noticia se convirtió rápidamente en un shock. Especialmente para los 5.000 habitantes que debieron ser desplazados, sólo para luego volver a un área plagada por los signos de la contaminación sin ningún tipo de garantía de seguridad.

Pero tal parece que se trata de una catástrofe anunciada. Hace sólo dos meses, el Congreso estadounidense había intervenido en una disputa contractual entre las principales empresas ferroviarias y los sindicatos del gremio. Biden impulsó una ley exprés en el Capitolio para obligar a los trabajadores a acatar la miserable propuesta de las patronales y silenciar la voz de la huelga.

“Como presidente orgulloso de estar a favor de los trabajadores, soy reacio a anular los procedimientos de ratificación y las opiniones de quienes votaron en contra del acuerdo. Pero en este caso, en el que el impacto económico de un cierre [de la actividad ferroviaria] perjudicaría a millones de trabajadores y familias, creo que el Congreso debe hacer uso de sus poderes para aprobar este acuerdo”, decía Biden en la veloz sesión que le puso punto final a un largo proceso huelguístico.

Y agregaba, expresando los temores que unieron a demócratas y republicanos contra la huelga: “Permítanme ser claro: un cierre ferroviario devastaría nuestra economía. Sin el ferrocarril de mercancías, muchas industrias estadounidenses cerrarían”.

Los analistas internacionales pro – demócratas señalaron la decisión de Biden como incómoda. Es de público conocimiento que el presidente yanqui es un hombre con muchos contactos en el mundo sindical. Pero esto suele decirse de casi cualquier mandatario demócrata, pues ese partido dirige el 90% de los sindicatos industriales estadounidenses.

En todo caso, la intervención de Biden en la huelga ferroviaria debería despejar cualquier duda sobre su posición frente a los trabajadores. Cercenar una huelga para evitar pérdidas empresariales dista mucho de “estar a favor de los trabajadores”. Por otro lado, ningún trabajador de ningún lugar del país salió beneficiado por el final del conflicto, como dijera Biden. Ningún trabajador puede nunca beneficiarse de que la voz colectiva de los trabajadores sea silenciada, sus huelgas prohibidas y sus reclamos barridos debajo de la alfombra.

Y no se trata simplemente de opiniones o ideales. Si queda alguna duda, no resta más que ver lo sucedido en East Palestine. Biden decidió priorizar el interés de los empresarios por sobre el de los trabajadores. Tan sólo dos meses hicieron falta para que el interés capitalista se convirtiera en una tragedia ambiental.

Los reclamos

La situación de creciente precarización laboral (recorte de beneficios, bajos salarios, precariedad contractual y en lo referente a seguridad social, ritmos de explotación cada vez mayores) que denunciaban los ferroviarios no respondían a un mero impulso individualista por el salario. Todas esas condiciones remiten a un intento de la burguesía por aumentar la explotación del trabajo en detrimento del trabajo mismo, por aumentar las ganancias haciendo perder a los trabajadores. No sucede solo en los ferrocarriles, sino en todo Estados Unidos (y todo el mundo). Por eso es que durante los últimos 4 años el gigante norteamericano fue recorrido por un raid de huelgas y conflictos por la sindicalización.

Los trabajadores cuestionaron 2 puntos centrales en la propuesta patronal. En primer lugar, el salario, que venía perdiendo en picada contra la inflación. Tras la presión del conflicto, el acuerdo final prevé un 24% de aumento para el período 2020 – 2024. Un número moderado pero no despreciable.

El segundo punto eran las condiciones de trabajo y contratación en su conjunto. Los ferroviarios denunciaron pésimas condiciones cotidianas y ritmos de explotación salvajes. Jornadas de 12 horas sin un solo franco mensual, con horarios rotativos y cambios de calendario sin previo aviso. Negligencias generales en las condiciones de seguridad, que ahora saltan a la luz tras el descarrilamiento en East Palestine y que derivan del lobby empresarial y la complicidad del Estado en la legislación comercial del sector. Pero, sobre todo, los trabajadores denunciaban la inexistencia de días de descanso por enfermedad (licencias). Los trabajadores de la mayoría de las compañías ferroviarias no tienen ni un solo día de descanso por enfermedad contemplado al año. Pidieron una cantidad sumamente humilde: 7 días al año.

Este básico reclamo fue demasiado para las patronales. Fue la causa principal de que no se llegara a un acuerdo que la burocracia sindical pudiera presentar como digno. Y también era una reivindicación histórica levantada por el partido demócrata y el propio Biden en su política laboral. Pero Biden decidió renunciar a ella. Apenas asumir su cargo había renunciado también a un aumento del salario mínimo, una vieja promesa de campaña. En lo que respecta a su relación con los trabajadores, la carrera de Biden es una larga línead de promesa incumplidas.

El proceso

El conflicto ferroviario tiene su raíz en la renegociación del convenio colectivo de trabajo del sector, que estaba pendiente desde hacía 3 años, congelado por el paso de la pandemia. La misma situación se repite en otros sectores de la industria, como el automotriz, que deberán renovar sus convenios en el próximo año con una fuerte inflación a cuestas.

Lo que las empresas esperaban que fuera un trámite terminó convirtiéndose en el conflicto sindical más importante de los últimos años, al menos desde la huelga de la General Motors en 2019. Sucede que la cámara sindical del sector (unos 12 sindicatos) es dirigida por el Partido Demócrata y tiene décadas de acuerdos tácitos con las patronales ferroviarias. Biden mismo fue, incluso antes de dictar la prohibición de la huelga, un actor clave que influyó en el proceso de negociaciones de principio a fin.

Pero parece ser que los trabajadores tenían otras ideas en mente. Tras dos años de cuarentena, retracción económica, inflación galopante y el fantasma de una recesión en ciernes, el sentimiento generalizado era de descontento y preocupación por el futuro.

Fueron el descontento y la presión desde las bases los que empujaron a 4 de los 12 sindicatos a rechazar la propuesta de las patronales. Ahí comenzó un largo tira y afloje entre las patronales y el colectivo de trabajadores, con el gobierno de Biden y la burocracia demócrata como mediadores.

La dirección sindical nunca dejó de obrar como agente de Biden y las patronales en todo lo que duró el proceso. Pero tampoco el movimiento de los trabajadores se detuvo por las bases. Esta última es la única explicación de que un movimiento huelguístico se haya desarrollado durante todo el año en la principal vía de transporte de mercancías de la principal potencia capitalista del planeta.

Miles de trabajadores ferroviarios presentaron los mismos reclamos en todo el país. Sostuvieron un proceso de huelgas parciales y acciones escalonadas durante meses, llegaron a los principales diarios y medios, despertaron simpatía en la población de todo el país que sufre la caída de los salarios ante la inflación. Las patronales se mostraron inflexibles hasta el final pero debieron modificar sus posiciones en el debate público. Recién comenzado el conflicto las patronales lanzaron una campaña de provocaciones mediáticos, declarando que “el trabajo no contribuye a las ganancias” en el sector ferroviario. Los trabajadores de las ferrovías graffitearon la consigna en sus chalecos y la vistieron durante sus medidas. Hacia el final del conflicto, estaba claro para todo el país que la contribución del trabajo de los ferroviarios sobre la producción estadounidense era igual al total. Sin trabajo no hay ganancias.

Largos meses pasaron entre la inflexibilidad y la presión obrera hasta que la posibilidad de medidas más fuertes comenzó a discutirse. A pesar de la renuenvia de los sindicatos demócratas, los trabajadores presionaron por un paro de mayor envergadura: una huelga conjunta de todo el sistema ferroviario federal de transporte de cargas. Pero el gobierno demócrata de Biden, supuestamente favorable a los trabajadores y los sindicatos, interviene y en cuestión de horas sella una ley anti – huelga con el visto bueno de la derecha republicana (y las lágrimas de cocodrilo de Bernie Sanders y Ocasio Cortez, cuyos representantes dieron su aval a la ley). ¿Cómo se explica tanta celeridad para resolver (a favor de las patronales) un conflicto que llevaba activo varios meses?

El poder de los trabajadores

El sistema ferroviario estadounidense tiene algo así como 225.308 kilómetros de largo. Se trata de la red férrea más grande del planeta.

La participación del transporte ferroviario de mercancías en el mercado estadounidense era en 2011 del 39%, la más alta del primer mundo. Los camiones acaparaban el 33,4%, los buques el 12% y la vía aérea un humilde 0,3%.

El ferrocarril estadounidense recorre todas las regiones del país y lo conecta con México y Canadá. Pero su importancia económica no radica únicamente en la masa de mercancías que transporta sino en su dominio sobre sectores estratégicos. Es una de la principales vías de transporte de petróleo norteamericano, incluso superando el caudal del oleoducto Trans – Alaska.

Por todas esas razones, no resulta ninguna sorpresa el sincero pavor que la mera mención de un paro general de ferrocarriles le generaba no sólo a Biden sino a la burguesía norteamericana en su conjunto. Según la American Railroads Association, una huelga federal habría reducido la actividad económica del país en 2.000 milones de dólares diarios.

Pero, ¿qué efecto podría haber generado una medida de esa envergadura sobre la conciencia de la clase trabajadora norteamericana? ¿Y sobre la de los trabajadores de todo el planeta? En términos numéricos, es imposible decirlo a priori. Es indudable, sin embargo, que una huelga que paralice la primera economía del planeta habría sido un fuerte impulso para las numerosas huelgas que estaban activas en el país. Y también para miles de huelgas en Europa y otros puntos del planeta.

En términos organizativos, podría haber sido un paso adelante histórico para que la clase obrera estadounidense vuelva a ponerse de pie y se convierta definitivamente en un actor autónomo, con voz propia, dentro de la escena política yanqui. El principal objetivo histórico de las formaciones sindicales demócratas ha sido impedir ese punto.

En términos cualitativos, podríamos decir que el efecto de la huelga federal habría sido proporcionalmente inverso a la devastación generada por el Chernobyl capitalista de East Palestine. En huelgas como la de los ferroviarios se ponen en juego muchas más cosas que el salario obrero. En este tipo de conflictos se disputa el futuro de la economía y de la sociedad. Biden y los demócratas inclinaron la balanza hacia la vía propuesta por los capitalistas. El resultado está a la vista de todos.

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí