Cumbre del MERCOSUR: Bolsonaro y Lacalle Pou avanzan hacia la «flexibilización»

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  • En el marco del traspaso de la presidencia pro tempore a Brasil, se renovaron las discusiones sobre el futuro del Mercosur y la posibilidad de acuerdos unilaterales con potencias extranjeras. Con quejas de Alberto Fernández, Bolsonaro y Lacalle Pou intentan avanzar hacia relaciones de sumisión más descarnada con el imperialismo.
Agustín Sena

Este jueves se celebró una reunión virtual de los Estados socios del Mercosur, con el motivo del traspaso de la presidencia temporaria del organismo, que fue ejercida durante los últimos seis meses por la Argentina y quedará ahora en manos de Brasil. En la misma se repitieron (aumentadas) las discusiones de marzo pasado sobre qué relaciones debe establecer el organismo con respecto a las potencias y bloques imperialistas (especialmente, la Unión Europea y China).

En la última reunión se habían delimitado dos bloques opuestos. Por un lado, Alberto Fernandez que, en soledad, plantea la continuidad del Mercosur tal como viene funcionando. Por otro lado, Lacalle Pou (Uruguay) y Bolsonaro (Brasil) exigen deponer el criterio de consenso en cuanto a acuerdos comerciales y la baja del Arancel Externo Común (AEC, el arancel común que los países miembros del organismo cobran a las mercancías extranjeras) para ir hacia la flexibilización o «modernización» del acuerdo regional. En pocas palabras, lo que plantean Bolsonaro y Lacalle Pou es llevar a los países sudamericanos hacia relaciones de mayor dependencia con respecto a las potencias imperialistas, a través de permitir la entrada de mercancías baratas y competitivas en la región.

Lacalle Pou da el portazo

Pocas horas antes de celebrarse la reunión, el canciller uruguayo, Francisco Bustillo, anunció la decisión del gobierno uruguayo de avanzar en acuerdos comerciales con países y bloques extranjeros sin el consenso del resto de los socios del Mercosur.

En marzo, luego de la última cumbre del organismo, Lacalle Pou se había reunido con la canciller británica, Faye O’Connor, expresando la posibilidad de establecer acuerdos comerciales con el Reino Unido. Ahora se ha sumado China a la pelea por lograr un acuerdo con el país oriental. Sea con uno o con otro, el gobierno uruguayo parece decidido a cerrar nuevos acuerdos comerciales por fuera del Mercosur.

Esta posición fue secundada por Bolsonaro, que asumirá la presidencia temporal del organismo para los próximos meses. En la reunión criticó abiertamente la «regla del consenso» y lo que llamó «visiones arcaicas» del Mercosur (es decir, la visión de Alberto Fernandez). Bolsonaro y Lacalle habían se habían expresado en los mismos términos en la reunión de marzo; lo nuevo es la aparente decisión de avanzar hacia la flexibilización del organismo sin esperar ningún tipo de acuerdo dentro del mismo.

Lo que expresa el apuro por flexibilizar el organismo (es decir, flexibilizar el AEC y los mecanismos de negociación bilateral) es la orientación estratégica de los gobiernos de Brasil y Uruguay: avanzar en acuerdos internacionales de corte neoliberal clásico, regalándole los recursos sudamericanos a las potencias imperialistas a cambio de chirolas. No hay nada de sorprendente en esta orientación, que no es otra cosa que llevar al Mercosur la política económica que esos gobiernos ya están teniendo hacia el interior de sus países.

La cautela de Fernández

En soledad, Alberto Fernández volvió a oponerse en su discurso a las exigencias de flexibilizar el organismo. Señaló que «el camino es cumplir con el Tratado de Asunción, negociar juntos con terceros países o bloques y respetar la figura del consenso» y que «es a través de más integración regional y no de menos que estaremos en mejores condiciones». A su vez, concedió la necesidad de revisar el AEC, pero cuidando los sectores productivos del Mercosur (es decir, el relativo desarrollo productivo existente en países como Argentina y Brasil, como su industria automotriz co-dependiente) ante «un mundo más proteccionista y fundamentalmente más agresivo».

Fernández no deja de señalar un hecho real. Es que, con la extensión de la interminable crisis económica iniciada en 2008 y el plus de la pandemia, algunas de las principales potencias imperialistas han virado hacia rumbos nacional – imperialistas, es decir, de mayor proteccionismo económico (lo que no significa que, a nivel global, no sigan imperando las tendencias económicas de la globalización). Esta es la tendencia que han expresado el gobierno de Trump en Estados Unidos y el Brexit en Reino Unido.

En consonancia con este proceso, lo que propone Fernández es no dar de baja los pocos mecanismos de proteccionismo económico existentes en Sudamérica (uno de los cuales es el Mercosur). Esto no significa que el fernandismo planee rumbos de proteccionismo económico destinados a desarrollar productivamente la matriz económica argentina (ni sudamericana), ni avanzar en una mayor independencia con respecto al imperialismo (es decir, sacar a Sudamérica de su lugar de región semi – colonial o dependiente respecto al centro del mundo).

Sin embargo, lo que expresa el gobierno de Fernández sí es la cautela de un sector de la burguesía argentina (y sudamericana) ante los peligros de abrir la región a relaciones de sumisión descarnada con el imperialismo. Y no se trata de consecuencias puramente económicas sino sociales y políticas, del rebote social de reventar las economías sudamericanas. Casos testigos de esto fueron las rebeliones en Chile, Ecuador y Colombia, así como la derrota de la intentona golpista en Bolivia.

Alcances y límites del Mercosur

La perspectiva planteada por Lacalle Pou, Bolsonaro y Abdo Benitez implica una sumisión cada vez mayor de los países sudamericanos al imperialismo, lo que derivaría necesariamente en que la estructura productiva de dichos países sea cada vez más dependiente.

La idea de bajar los aranceles y flexibilizar las negociaciones externas apunta a abaratar los costos de producción y de importación en los países sudamericanos, permitiendo a los capitales extranjeros venir a la región a hacer negocios fáciles y llevarse las ganancias. Se trata de abrir un proceso de re – primarización del sistema productivo, desguazando el poco desarrollo existente (particularmente en Argentina y Brasil) y limitando el papel de los países sudamericanos al de exportadores de materias primas para el mercado mundial.  Una idea que recuerda mucho a las exhortaciones macristas a “integrarnos al mundo” para atraer la “lluvia de inversiones”.

Lo que no queda claro es cuál sería la propuesta alternativa de Fernández para el futuro del Mercosur. Era esperable, dadas las diferencias del gobierno fernandista con respecto a los de sus socios (hablamos de un gobierno social – liberal de Fernández frente a gobiernos abiertamente neoliberales en los casos uruguayo, brasileño y paraguayo, e incluso reaccionario y con tintes fascistoides en el caso de Bolsonaro), que el presidente argentino se negara a consensuar diplomáticamente un curso flexibilizador de este tipo. Pero las quejas de Fernández no pasan de la negativa, y su glorificación del estado actual del Mercosur tiene sabor a poco en el contexto de una crisis económica que no da tregua.

Esta es una contradicción constitutiva de un gobierno como el de Fernández: se niega a profundizar el desguace abierto y descarado del sistema productivo nacional por la necesidad de contener a su base social y evitar desbordes sociales pero, al mismo tiempo, y por su carácter burgués, se niega a tomar medidas que permitan reactivar la economía en base a los intereses de los trabajadores y evitar que sea el curso mismo de la crisis económica el que socave la estructura económica del país.

Así, su propuesta de continuidad para el Mercosur queda reducida a la “aguantar”, a no cambiar nada de fondo y defender lo (poco) que ya se tiene. Para «proteger» realmente el poco (pero valioso) desarrollo productivo existente en la región, así como para avanzar hacia romper realmente los lazos de sumisión de Sudamérica respecto del imperialismo, hace falta efectuar medidas anti – imperialistas y anti – capitalistas que ni Alberto Fernández ni ninguno de los gobiernos sudamericanos están dispuestos a llevar adelante.

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