Colombia: Joven asesinado por la policía se transforma en emblema de la protesta

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Por Redacción

Dilan Cruz tenía 18 años y murió el día de ayer, lunes. Fue alcanzado en la cabeza por una bomba de gas lacrimógeno lanzada por la policía “anti disturbios”. Murió el mismo día en que iba a terminar la secundaria.

Su muerte sucedió en el Hospital San Ignacio y el lugar se ha convertido en centro de concentración de manifestantes. La indignación corre por millones de personas. Decenas de ellas se sucedieron una detrás de otra en las puertas del hospital, en el que dejaron homenajes, ofrendas, saludos o simple solidaridad.

Fue asesinado el sábado en manos de un agente del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios) cuando participaba del quinto día de movilizaciones en Bogotá. Si las cosas comenzaron con la convocatoria a un paro por parte de las centrales sindicales y movimientos sociales, las marchas que cruzaron el país se han masificado día a día haciendo entrar en escena capas sociales más y más amplias.

El momento de la herida mortal de Dilan.

Como en el resto de las rebeliones que cruzan el continente, los estudiantes secundarios, los más jóvenes entre los jóvenes, están teniendo un papel protagónico y de vanguardia. Con el ojo puesto en Chile, la juventud colombiana sabe muy bien que el sistema corrupto, oligárquico y narcotraficante que encabeza la gestión del estado capitalista no les depara nada bueno para sus futuros. Además, fueron el puntapié de las movilizaciones: si el paro del 21 fue convocado por los sindicatos, lo hizo con el antecedente de las movilizaciones juveniles del año pasado por la educación pública exigiendo presupuesto. En esa ocasión, el gobierno de Iván Duque hizo una pantomima de resolver las exigencias estudiantiles pero las promesas no fueron cumplidas.

Colombia tiene una larga historia de crisis humanitaria, sólo eclipsado recientemente por Venezuela. El ruidoso silencio de los grandes medios de comunicación respecto a la realidad de Colombia es particularmente indignante sabiendo que se trata del país con la más grande crisis de refugiados del continente (con casi 7 millones de refugiados internos), con un aparato represivo estrechamente vinculado a los grupos paramilitares de extrema derecha y los inmensos carteles del narco, con el asesinato de dirigentes sociales como pan de cada día, con la represión sistemática de cualquier organización independiente de los de abajo.

El gobierno de Duque ha respondido a las manifestaciones como se esperaba: con militarización del país, cierre de fronteras, toque de queda, asesinatos de manifestantes. Peor mientras amplias masas le responden acentuando la movilización, Duque ensaya un “diálogo” que nadie se puede tomar en serio.

Las protestas frente al hospital San Ignacio.

Así, las cosas no para de acentuarse: si los represores esperaban que los asesinatos hicieran prender el miedo entre los manifestantes, las consignas comienzan a radicalizarse. Incluso miles de personas comienzan a hablar de disolver la Esmad (la policía de la represión de manifestaciones por excelencia), “lo mataron”, “asesinos”, “ni olvido ni perdón”.

Los resultados de las represiones son un excelente termómetro de a dónde se dirigen las movilizaciones de masas. Si hay posibilidades de retroceso, la gente se asusta, aísla a los manifestantes, vuelve al curso normal de sus vidas y trata de refugiarse en el insoportable día a día de la opresión que intentaba combatir. Si las rebeliones responden a las muertes de los suyos con más rebelión, entonces probablemente estamos frente a los acontecimientos que cambian la historia.

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