Chile: una derrota histórica de los partidos del régimen

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  • La rebelión del 2019 asestó un golpe tan duro al Estado pos pinochetista que aún hoy tiene consecuencias. La derrota electoral de los partidos del orden es un eco triunfal de las calles de la dignidad. Alcances y límites de un terremoto político.

Federico Dertaube

Uno puede imaginarse las expresiones faciales de Piñera y los suyos la noche del domingo sin mucha dificultad. Ojos ampliamente abiertos, mandíbula caída, mirada torva. Varias generaciones de niños ricos que crecieron y envejecieron sabiendo que eran dueños de todo un país sintieron que el piso se les escapaba de abajo de los pies.

Nuestros lectores ya saben de qué hablamos: el pasado domingo fueron las elecciones a la Convención Constituyente, el organismo encargado de darle al país una nueva Constitución que reemplace a la del pinochetismo. Como si una muy mala noticia para los gobernantes clásicos del país no fuera suficiente en un solo día, también tuvieron que enterarse de las derrotas electorales regionales y municipales. El mapa político del país parece que acaba de ser reescrito o, más bien, tachoneado desprolijamente con tinta negra.

La rebelión del 2019 sigue sumando capítulos en los futuros manuales de historia del país… pero todo aún tiene muchos límites y quienes ostentan el poder lo siguen haciendo. Veamos los alcances y límites de todo esto.

Los resultados

Comencemos por los números.

Los principales derrotados son la alianza de ex funcionarios de Pinochet (y sus hijos y nietos políticos) y los dueños del país para los que gobernó, los que gobiernan hoy Chile con Piñera a la cabeza: «Vamos por Chile». Con apenas un poco más del 20% de los votos, quedaron muy detrás del tercio necesario para poder vetar toda decisión importante en la Convención Constituyente. Así, el principal golpe de esta elección se estampa en plena cara a la derecha clásica más abiertamente neoliberal. La derecha tendrá 37 constituyentes de un total de 155.

No solo eso: en elecciones regionales clave perdieron sus puestos de poder. Por ejemplo, la alcaldía de Santiago, en la Región Metropolitana de la capital del país, Renovación Nacional (uno de los partidos de la coalición de derecha) perdió por amplio margen con el Partido Comunista.

Pero los dueños directos del país no son los únicos derrotados. La alianza encabezada por el PS de Bachelet (ex Concertación, ex Nueva Mayoría) también obtuvo un amargo y magro resultado. Con 25 escaños, quedaron en un lejano cuarto lugar. Se trata de los socios menores del régimen pos pinochetista; los que en el nombre, el gesto, los discursos eran la oposición de la derecha. Lo eran, en efecto, en absolutamente todo menos en los hechos. Gobernaron como parte del régimen neoliberal sin intentar ni querer cambiar nada por décadas.

Ligeramente por encima y saliendo airosos de esta elección está la alianza del Partido Comunista y el Frente Amplio. Con 28 escaños y el 18% de los votos, sobrepasan al PS y aliados. También han triunfado en regiones claves como algunas alcaldías de Santiago de Chile. Daniel Jadue, por ejemplo, triunfó en el municipio metropolitano de Recoleta y se refuerza su figura nacional como candidato presidencial del PC.

La composición de la Convención Constituyente. Imagen: El Electoral.

Incómodos con la rebelión del 2018, son desde hace mucho la «extrema izquierda» del régimen mismo. El PC de hecho fue parte de un gobierno del PS, el Frente Amplio nunca intentó ser más que un crítico institucional que no cambia nada si sus jefes (los del régimen) no le dan permiso. Un ejemplo de lo que representan: los «comunistas» encabezan la Central Única de Trabajadores y en el estallido social del despertar chileno no cumplieron ningún papel de relevancia. Intentaron que los trabajadores se queden en su casa. Sin embargo, esta buena elección de los «comunistas» (nunca decirlo sin comillas) expresa una evolución hacia la izquierda de quienes los votaron.

Sin duda, la principal novedad fueron los «independientes», que se alzan como una amplia mayoría: más del 40% de los votos y al menos 54 constituyentes. Bajo ese rótulo, sin embargo, se esconden varias tendencias muy diferentes y hasta opuestas con una sola cosa en común: no son los partidos del régimen. Una pequeña parte de ellos son lisa y llanamente conservadores que decidieron no ser parte de las listas de Chile Vamos. La mayoría le corresponde a la «Lista del Pueblo», una alianza difusamente de izquierda reformista sin perspectivas claras ni organización propia. Más que una organización, es una suerte de rejunte heterogéneo de oposición a algunos de los aspectos específicos del régimen: las AFP, el saqueo de los recursos naturales, etc. Importantes referentes de la lucha del 2018 serán constituyentes por ser parte de esta alianza. Además, como parte de estas listas es que la organización trotskista de la LIT CI logró obtener un constituyente.

Los 18 escaños restantes serán para representantes de los pueblos originarios.

El gran ganador, sin embargo, es la abstención: el 62% de los registrados para votar no se presentaron a las urnas. Un factor influyente fue sin duda la desmovilización y dispersión que impuso la pandemia. Pero en el referéndum del año pasado, el que decidió la propia convocatoria de la Constituyente, la participación fue un 12% mayor y casi el 80% votó el «Apruebo». Parece que la mayoría tenía mucho más claro lo que ya no quería (el régimen pos pinochetista y su Constitución) que lo que sí quiere. La desconfianza a los partidos políticos que controlaron la convocatoria también es manifiesta.

Alcances y límites de una «Convención»

La movilización popular le arrancó la Convención Constituyente al régimen. Estas elecciones eran un paso necesario en la experiencia política que están haciendo los trabajadores y el pueblo chileno pero su futuro está lejos de definirse en ellas.

En la teoría, la democracia «pura» es soberanía popular: el pueblo elige y define qué tipo de gobierno quiere darse. En los hechos, el régimen de la democracia es uno de clase, y la clase que gobierna es la que moldea y le de forma a esa «soberanía popular» para que no se salga de los parámetros básicos de su dominación. Y la clase que gobierna Chile es la clase capitalista. El proceso de convocatoria a estas elecciones fue un caso paradigmático de confirmación de esta concepción del marxismo.

Mientras el suelo del país ardía aún con las movilizaciones de masas, con cientos de miles y millones de chilenos enfrentando la represión de los «pacos», se reunió en diciembre del 2019 el «Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución». Se sentaron en una mesa representantes de los principales partidos del régimen (la derecha de Piñera y el PS de Bachelet especialmente) para impulsar una convocatoria que ya no podían evitar para evitarla de otras formas. Lo hicieron con la perspectiva del Gatopardo: «es preciso que todo cambie para que todo siga como está».

La Convención no es una Asamblea Constituyente popular y soberana, con plenos poderes. La primera trampa del régimen es recortar sus poderes incluso antes de que exista. No tendrá derecho a decidir sobre cuestiones centrales de la orientación económica del país, como los tratados de libre comercio. Los bolsillos de los patrones exportadores de cobre están a salvo de toda veleidad «izquierdista» de la Constituyente.

Por otro lado, no podrá decidir sobre los poderes políticos ya constituidos: el Ejecutivo, Legislativo y Judicial del régimen con el que debe terminar seguirán en su lugar. Si la presidencia o el Congreso consideraran que no les gusta una resolución pueden recurrir a gente no electa por nadie para que tenga la decisión última: la Corte Suprema.

El sistema de elección de constituyentes era el mismo que el de parlamentarios, por lo que se hacía muy difícil presentar una candidatura por fuera de los partidos del régimen. Así, quienes debían ser echados por el Chile despierto son los encargados de echarse a sí mismos.

Otra trampa, esta vez por parte de la derecha más descarada en particular, era que cualquier resolución debía tener como mínimo la aceptación de dos tercios de la Convención. Piñera y los suyos esperaban así con un mínimo de la tercera parte de los votos tener poder de veto sobre la voluntad de la mayoría que (sabían) iba a votar contra ellos. Esta trampa fue sin embargo sorteada por los resultados: como hemos dicho, «Chile Vamos» no alcanzó ese tercio necesario.

Finalmente, tienen una amplia representación los partidos/camaleón de «izquierda», que cambian de color según su ambiente. Partidos reformistas o lisa y llanamente del régimen intentaron presentarse como representantes directos de la rebelión poniéndose nombres como «Lista del Apruebo» y «Apruebo Dignidad». Son lo viejos traidores del PS, el PC y el FA. De ellos nada se puede esperar.

El futuro caminó por las calles de Chile con rostro popular en 2019. Ese enorme movimiento popular todavía tiene por delante construir sus propias organizaciones, con una perspectiva clara común de qué quiere, no solo del pasado que ya deja atrás. La clase dominante, la ganadora del régimen neoliberal, quiere que este sea el capítulo final de un estallido que los hizo temblar. Los trabajadores y el pueblo chileno pueden hacer que sea solamente el final del comienzo.

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