Chile: Kast tiene que ser derrotado

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  • En Boric no se puede confiar. Sí en la calle y la organización popular que la extrema derecha quiere aplastar.

Federico Dertaube

El Octubre chileno fue hace dos eternos años.

Los tiempos de la política y la lucha de clases no suelen respetar los calendarios. Los minutos de la rebelión contaron por días, las horas por meses, los días por años. Pero los años de la pandemia y la institucionalización de lo que dejaba la calle contaron por minutos, los meses por segundos y los días ya nadie los puede recordar. Piñera se sostuvo en el poder y con él los 30 años anteriores a 2019.

Cada elección en Chile es desde hace mucho un antes y un después en el que el después es siempre igual al antes. «No son 30 pesos, son 30 años» dijeron los jóvenes que pusieron todo de cabeza 26 meses atrás. Y ellos, saltando un molinete hacia la calle de la rebelión, hicieron por primera vez que un día sea distinto al otro, en el que políticamente podamos hablar de que hubo «antes» y hubo «después».

Las elecciones de este domingo no son como las anteriores. Puede estar definiéndose el destino del Octubre chileno, de cuánto logra finalmente transformar con su impulso. Este domingo será, sí, un antes y un después.

Y pese a que nada cambió, nada podía seguir como antes. La imagen de Chile parecía transformarse vertiginosamente. Los protagonistas de la obra se sucedían uno tras otro, los rostros de Chile cambiaban rápidamente: primero, Piñera y la juventud movilizada; meses después, los slogans impersonales del «Apruebo» y el «Rechazo»; luego, los convencionales constituyentes mapuches y la derecha derrotada; más tarde, Sichel y Boric; finalmente, Kast y Boric.

De un lado, un ultraderechista que reivindica a la dictadura de Pinochet explícitamente y promete solucionar los reclamos sociales de una única y sencilla manera, con la violencia estatal desnuda. Kast solo puede gobernar aplastando todo reclamo. Del otro, un moderado extremo que quiere presentarse como la bandera posible del poder a los reclamos de Octubre. No lo es, pero Kast es un peligro latente que no se puede no tomar muy seriamente.

El poder y la calle

La rebelión se tuvo que abrir paso pasando por encima de los palos y las balas de goma de los «pacos». La «Marcha de los dos millones», la transformación de Baquedano en Plaza Dignidad, la Primera Línea que le abría paso al resto. La lección de esos días es bien concreta: ni un solo reclamo fue oído sin el persistente recordatorio de que no podía no escucharse.

El poder político se paralizó y llegó un punto en el que reprimir era más costoso que no hacerlo. La represión «funciona» cuando tiene el efecto psicológico de mandar a la mayoría a su casa, atomizar a la gente, devolverla a la resignación a costa de los ojos, la salud y la vida misma de quienes sufren en su carne la violencia estatal. Cuando logra avivar aún más la llama encendida, es un juego demasiado peligroso para quienes gobiernan no cambiar de orientación.

El cuestionamiento profundo a los «30 años» se transformó en el reclamo de una nueva Constitución. No era poco: implicaba dejar atrás las bases de la herencia institucional de Pinochet. Pero el «Acuerdo por la Paz», firmado por las viejas fuerzas políticas de gobierno y por Boric, implicó una transacción: se convoca a una consulta sobre la Constitución pero el poder seguía en manos de Piñera.

Lo que el régimen pudo conservar fue más que lo que tuvo que dar. Se podría tal vez haber arrancado más, pero la pandemia devolvió a los rebeldes a sus casas, el pueblo se fragmentó en la supervivencia cotidiana. El Estado se hizo de nuevo dueño de la calle. El poder del Estado volvía a serlo.

Pero el 2019 no se podía olvidar. La consulta constituyente fue convocada y, como es ampliamente sabido, triunfó por un aplastante 78% el «Apruebo». Luego se dieron las elecciones de los convencionales, que fueron un amplio triunfo del activismo surgido de la rebelión y de la izquierda. Las urnas seguían el tono de Octubre.

Pero la calle era de nuevo de Piñera y de los «pacos». El poder real no está en los recintos ni lo escrito en los papeles de las leyes, sino en la posibilidad de decidir, disponer, ordenar. Dejando a Piñera al mando, la rebelión había perdido eso.

Las viejas instituciones del pos pinochetismo, entonces, comenzaron a decir qué podía y qué no podía hacer la Constituyente. Su mayoría era la vieja izquierda reformista y el activismo de la rebelión de la «Lista del Pueblo». Si los primeros no querían cambiar nada, los segundos creían que con una elección ya lo estaban haciendo. Además, eran menos una organización que una «juntada» de personas representantes de la protesta. Poco y ningún acuerdo tenían en lo que debían hacer. Su perspectiva no fue, no podía ser, hacerse cargo del poder político.

Piñera disponía, la Constituyente aceptaba o protestaba sin esperar que algo cambie por eso.

Así es que llegamos al momento actual. Piñera ordenó la militarización de la región de Araucanía para aplastar la lucha mapuche, la Constituyente emitió un comunicado de repudio. A eso se vio reducida, a la indignación en redes sociales. El poder vive en las balas de los «pacos» y los militares, en las órdenes de Piñera, en la fuerza social de la propiedad de los dueños efectivos del país. Las normas de la constituyente que no constituye son la representación teatral de un poder futuro que no parece que vaya a llegar ser.

Mientras se charla sobre papeles en el recinto, las elecciones presidenciales se realizan bajo las viejas normas, las viejas instituciones, las viejas fuerzas del monopolio estatal de la violencia.»Fuera del poder, todo es ilusión» es una frase que se le suele atribuir a Lenin. Parece poco probable que haya sido realmente el revolucionario ruso quien haya dicho eso, pero no por eso es menos certera. Describe a la perfección lo sucedido con la constituyente chilena.

El ascenso de Kast

Desde un principio hubo una franja de clases medias reaccionarias que se opusieron con furor a la rebelión. Aspiran con pocas probabilidades de éxito a ser parte de las pocas personas que se adueñan impunemente de un país entero. De todas maneras, mientras la mayoría perdía bajo Pinochet o lograba sostener su existencia con dificultades en los años subsiguientes, ellos tenían lo que más preciaban: estabilidad en sus pequeños o medianos negocios.

Sin embargo, una franja minoritaria de esa clase media fue arrastrada por el entusiasmo popular de algunos cambios. Lo que aparecían como triunfos claros de la rebelión se les aparecía como lo único posible a seguir, y que incluso tal vez no fuera tan malo.

En la consulta constituyente, la mayoría de esta clase media votó por el rechazo con la cabeza bien puesta en la nostalgia de la dictadura militar. Una parte minoritaria votó por el «Apruebo» esperando cambios mínimos pero inmediatos. Nunca llegaron.

El pinochetismo tenía en el gobierno de Piñera un hijo legítimo. La derecha de los 30 años era una alianza de viejos funcionarios y amigos de la dictadura que se podían permitir jugar a creer en la democracia. A su modo, garantizaron lo que debían garantizar, con la inapreciable ayuda de la «izquierda» institucional.

Hoy quieren, ante todo, «orden». Las reivindicaciones explícitas de Pinochet les son atractivas porque quieren ver aplastadas a las mayorías populares que se expresaron en octubre. La vieja derecha clásica fue a sus ojos incapaz de ser lo suficientemente dura.

A la vez, como en todos lados, la clase media reaccionaria se radicalizó con la pandemia. Su disposición a escuchar los delirios conspiranóicos, a la furia «anticomunista», al odio contra las medidas sanitarias en nombre de la «libertad» se hizo más y más fuerte.

En estas condiciones, las posibilidades del surgimiento de una nueva derecha se hicieron día a día más tangibles. El «trumpismo» a la chilena tenía tierra fértil donde cosechar. Las clases medias se volcaron en masa a quien les promete aplastar lo que no les gusta por la fuerza, volver a todo lo cuestionado por el 2019.

Kast desplazó a la vieja derecha, se quedó con sus votos. Su base electoral quiere medidas drásticas.

A la vez, sigue primando la abstención electoral entre las amplias mayorías populares. Con el 51% de participación, la consulta constituyente tuvo una particularmente alta. En la primera vuelta presidencial apenas si fueron a las urnas el 47% de quienes podían hacerlo. Mientras la base social de Kast tiene esperanzas en las elecciones, la mayoría no ve cambios posibles y opta por no ser parte. Este último factor es el que puede volcar la balanza hacia la extrema derecha… pero nada es seguro.

Si un abierto pinochetista gana las elecciones, podría ser una dura derrota para la rebelión. Hoy los militares asesinan con impunidad en la Araucanía, logran que en las principales ciudades la gente se quede en su casa. Incluso se ha podido ver protagonismo callejero de la reacción más extrema en las manifestaciones xenófobas del norte del país. Un triunfo de Kast implica ponerlo al frente de todas estas fuerzas reales y darle esperanzas de «pacificación» a los nostálgicos de la dictadura.

Por eso Kast debe ser derrotado en las urnas el domingo: su triunfo sería casi seguramente un giro autoritario a terminar de una buena vez por todas con todo cuestionamiento al poder del Estado chileno, a las instituciones del pos pinochetismo.

Boric: la «izquierda» reformista… y capituladora

Este apartado es una actualización de lo escrito al respecto en un artículo anterior.

Lejos de la campaña de histeria anticomunista contra Boric y la alianza «Apruebo Dignidad, éstos comenzaron a capitular mucho antes de tener su influencia actual, siguieron haciéndolo cada vez que pudieron, lo hacen por oficio y convicción.

La trayectoria política de Boric es bastante similar a la del ya retirado Pablo Iglesias en España, como su FA lo es con PODEMOS. Surgieron como una crítica más «radicalizada» respecto a la «izquierda» clásica a la vez que hacían sermones sobre «realismo» político a la izquierda marxista. El «realismo» de uno y otro se impuso a su «radicalidad» una y otra vez hasta ser peores que el propio viejo estalinismo.

Boric surgió como referente en las luchas estudiantiles del año 2011, cuando miles y miles se lanzaron a las calles contra la exclusión privatista del sistema universitario. Por posar durante todo ese año de más «combativo» que la conducción de la FECH (el PC y la internacionalmente conocida Camila Vallejos), los desbancó al año siguiente poniéndose a la cabeza de la principal organización estudiantil de la Universidad de Santiago de Chile.

Ya en la dirección de la FECH, comenzó la carrera y el oficio de la capitulación. El gobierno de Piñera de ese entonces quiso desmovilizar sin entregar la reivindicación básica de la movilización: la de las universidades públicas. En vez de hacer la más mínima transformación al sistema educativo mercantilizado, el gobierno presentó como solución la llamada «beca de gratuidad universitaria». Boric al frente de la FECH firmó la «concesión» y entregó la lucha al gobierno y al régimen de los 30 años. 

Pero su más nefasto rol fue el cumplido en la rebelión de 2019. Al frente de un «partido» sin militancia ni rol relevante alguno en las movilizaciones, siendo diputado votó a favor de la «Ley Antibarricadas» presentada por el gobierno de Piñera. Así es, el candidato de la «izquierda», mientras decenas de miles y millones de jóvenes confrontaban la brutal represión de los pacos, eligió la barricada de los uniformados de verde votando una ley lisa y llanamente represiva.

Fue también firmante del llamado «Acuerdo por la Paz»: se sentó con lo peor del régimen de los 30 años, con todos los partidos hijos del pinochetismo, a darle una salida, un desvío, institucional de la crisis de la calle. La «paz» debía ser garantizada por la calle, mientras los pacos al día siguiente implementaban la política pacífica de Estado matando a un estudiante en Plaza Dignidad. Fue así la quinta rueda del carro de Piñera, un rol tan lamentable que ni el viejo y desprestigiado PC quiso cumplir. Que su lista se llame «Apruebo Dignidad» para robarse las banderas de la rebelión de octubre es tan coherente como si Bolsonaro se presentara con listas con slogans sobre la tolerancia y Macri con el «partido del trabajo».

Su trayectoria política es consecuente en un solo, único, punto: el de hacer siempre lo contrario a lo dicho para ganar influencia. En cuanto los presos políticos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (una guerrilla que enfrentó al pinochetismo en sus últimos años), pasó de reivindicar públicamente su libertad a sostener que en caso de ganar no les daría ningún tipo de indulto.

Consecuente en la inconsecuencia, ahora usa el capital político ganado criticando la política de alianzas del PC tratando de ampliar «Apruebo Dignidad» a miembros y partidos de la ex Concertación de Bachelet. Boric se prueba por anticipado la banda presidencial y se mira al espejo imaginándose rodeado de funcionarios «serios»: quiere las simpatías de quienes gestionaron el ala «izquierda» del régimen de los 30 años para que sean sus ministros y secretarios.

Los capitalistas lo miran con simpatías como el candidato de la clausura de la rebelión, el intento de desviar la movilización callejera a las urnas y la desmoralización de masas. Quieren que millones miren con expectativas, se desilusionen y vuelvan a sus casas pensando que nada puede cambiar. La de Boric es la política del Gatopardo: «Es preciso que todo cambie para que todo siga como está».

Sin embargo, las fuerzas organizadas de trabajadores y sectores populares, algunas protagonistas del 2019, se han agrupado defensivamente en su candidatura. Votarlo críticamente, sabiendo que nada realmente se puede esperar de él, es este domingo lo que creemos hay que hacer.

Como cuenta Victor Artavia en Chile estalla contra Kast:

Esto pareciera acontecer en Chile tras la primera vuelta de las elecciones; la victoria de Kast conmocionó a muchos sectores obreros, populares y movimientos sociales, que, ante el peligro real de que triunfe en el balotaje, comenzaron a organizarse para enfrentarlo. Es un elemento novedoso y progresivo en la campaña electoral, pues abre el portillo para que el movimiento de masas asuma como tarea derrotar a la ultraderecha y retomar la senda de la rebelión popular.

Por ejemplo, los trabajadores portuarios del Espingón de San Antonio, emitieron un video donde expresaron que son antifascistas y alertaron sobre el peligro que entrañaría la victoria del ultraderechista para la clase trabajadora y los sectores organizados; es decir, llamaron a votar contra Kast, sin mencionar siquiera a Boric. Por su parte, la Federación de Trabajadores del Cobre (FTC) llamó a votar por Boric, dado que, un eventual gobierno de la ultraderecha, privatizaría Codelco (la minera estatal) y pondría en riesgo los trabajos de miles de personas, además de afectar los programas sociales que desarrolla la empresa.

Otro caso fue lo que aconteció en la comuna obrera Lo Espejo (donde hubo una altísima abstención, como señalamos previamente), donde un grupo de habitantes expulsó a Kast cuando trató de hacer un recorrido en el barrio, acusándolo de no pensar en los pobres y representar a los ricos.

Los posibles escenarios: hoy hay «empate técnico»

Si en un principio la derrota de Kast parecía segura por el rechazo de masas a su pinochetismo explícito, hoy las cosas están en una muy inestable equilibrio. Porque hay un factor imponderable: el descreimiento.

Se cree casi seguro que los votos de la vieja derecha y del populista Parisi vayan a ir a Kast. En ese tono es que la fuerza que gobierna el país está participando de la campaña electoral.

El problema es uno internacional: mientras la extrema derecha tiene candidato propio, la rebelión no cuenta con su propia representación política. La «Lista del Pueblo», por ejemplo, optó por el recinto de la constituyente y dejar el poder real a quienes pueden ostentarlo.

Los índices de abstención son un dato elocuente. Un gran ejemplo es la Araucanía, centro de la lucha mapuche que conmociona al país. Allí arrasa Kast por un hecho muy simple. Mientras la clase media étnicamente europea quiere ver aplastada la lucha mapuche y vota como tal, el pueblo mapuche se abstiene en masa. «Volviendo con el caso mapuche, esto resulta claro al contrastar el 53% de abstención a nivel nacional con lo que sucedió en La Araucanía, donde alcanzó el 54,9%, aunque fue muy pronunciado en las comunas mapuches: Melipeuco, 70,8%; Curarrehue, 65,74%; Carahue, 60,9%» contaba el artículo citado más arriba.

Kast sabe, no obstante, que el rechazo que genera es ampliamente mayoritario. Por eso ensaya un cuestionamiento semi trumpista pero más moderado a los posibles resultados:

“Más que fraude, pueden haber errores. Y un voto por mesa puede cambiar el destino de la elección. En Chile tenemos 45 mil mesas. Un voto por mesa puede hacer que gane uno u otro. Entonces, lo que yo creo es que si la diferencia fuera estrecha, así de 45 mil votos, tenemos que esperar el recuento que se hace en los colegios escrutadores al día siguiente, porque aparecen errores, alguien digita mal, pone un número más, de repente hay mesas que aparecen en cero. Hay contradicciones” dijo en declaraciones al medio TVN.

Y Boric le respondió: “Creo efectivamente que esta elección va a ser estrecha, y por lo tanto, hago un llamado a todos quienes creen en nuestro proyecto y quienes se han motivado con esta esperanza de poder construir un Chile más digno para todos y todas, que convenzan a sus amigos, vecinos y familiares”. Sus declaraciones culminaron así: “Pero quiero decir algo muy claro: yo confío no solo en la sabiduría de los chilenos, si no también de las instituciones, y a diferencia de lo que está haciendo la campaña de Kast, yo no voy a poner en duda, bajo ningún punto de vista, el resultado de las elecciones. Así que cuenten con nosotros de que vamos a respetar 100% el resultado de lo que decida Chile”.

Lo dicho por Boric dice más que lo que él mismo piensa. Quien quiere presentarse como el abanderado de la rebelión dice que «confía en las instituciones», las mismas a las que el octubre de 2019 vino a poner en jaque. Intenta ganarse así a quienes votaron al viejo bacheletismo.

Si la movilización popular de rechazo a la extrema derecha lograr perforar el techo de la abstención, la victoria irá a manos de Boric. Pero será más un mérito del rechazo a Kast y una demostración de la vitalidad de la rebelión que de la centroizquierda. Será, no obstante, un triunfo de Boric y significará un gobierno que no quiere cambiar nada sometido a la presión de quienes quieren cambiarlo todo.

Kast, en cambio, intentará lo que intenta Bolsonaro, lo que soñó Keiko, lo que quisiera haber podido hacer Trump: un giro reaccionario autoritario que aplaste la protesta popular. Tiene que ser derrotado en las calles y las urnas. 

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