Brasil: a las calles y a las urnas este 2 de octubre

Declaración electoral de Socialismo o Barbarie. Este documento, vinculado al debate y la formulación táctica-estratégica de nuestra corriente, presenta la posición de SoB, su juventud ¡Já Basta!, Vermelhas y Bancada Anticapitalista sobre el tema específico del voto para las presentes elecciones.

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“Un parlamento sin mayoría, con alas irreconciliables, representa un argumento evidente e irrefutable a favor de la dictadura. Una vez más, los límites de la democracia están claramente trazados. Cuando se trata de los cimientos mismos de la sociedad, no es la aritmética parlamentaria la que decide, sino la lucha”.

León Trotsky, El único camino, para The Militant, 1932.

Venimos afirmando sistemática y categóricamente desde hace tiempo, a lo largo de nuestras elaboraciones e intervenciones, que estamos ante las elecciones más importantes desde la redemocratización nacional. Este proceso, a pesar de las luchas obreras a fines de la década de 1970 y las movilizaciones por las elecciones directas, a causa de la política de transición desde la cúpula militar y la conciliación de la dirección del movimiento de masas, tuvo un carácter conciliador que dejó impunes a los militares por los delitos cometidos, un hecho que legitima en la actualidad una presencia masiva de ellos en cargos civiles. La importancia y el carácter extraordinario de estas elecciones radican en una serie de elementos que, combinados entre sí, suman un escenario de incertidumbre para el próximo período.

Esta incertidumbre, temporalmente situada más allá del proceso electoral, tiene su síntesis en la crisis del régimen de la democracia burguesa con diversas expresiones a nivel internacional que en Brasil tiene un fenómeno político sin precedentes con el peso de la extrema derecha de masas en la figura de Bolsonaro. Aquí hacemos un primer e importante punto: Bolsonaro y su clan no son la causa de la crisis que atravesamos, son producto de ella. Sin embargo, como representantes de sectores de la clase dominante, actúan para profundizarla, pues encabezan el proyecto de eliminación de los mínimos derechos sociales y políticos conquistados en las décadas pasadas. En este sentido, son una consecuencia de la crisis en un momento dado y comienzan a profundizarla, en otro.

El bolsonarismo y su líder, aunque a menudo reciben adjetivos que los caracterizan como “simples idiotas”, tienen un conocimiento profundo del modelo político, económico y social que quieren llevar adelante en el país. Este modelo, con la crisis del proyecto político-social presentado en el 88 con la nueva Constituyente, ofrece una ruptura por extrema derecha del sistema y su status quo. En 1999, cuando se le preguntó a Bolsonaro si cerraría el régimen si fuera presidente, afirmó:

“No tengo la menor duda. Golpearía el mismo día. ¡No funciona! estoy seguro de que al menos el 90% de la población estaría de fiesta y aplaudiría, porque no funciona. El Congreso, hoy en día, es inútil. Solo vota lo que el presidente quiere. Si es la persona que decide, que manda, que define por encima del Congreso, que dé el golpe ya. Que vaya pronto a la Dictadura…”

Bajo esta afirmación, tenemos la evidencia de las intenciones políticas que constituyen la naturaleza del bolsonarismo, así como de toda la extrema derecha: destruir las libertades democráticas, prohibir la libre organización política y, por lo tanto, atomizar a la clase trabajadora, es decir, el proyecto es imponer una derrota histórica a los explotados y oprimidos. De las intenciones a la concreción de las cosas, está lo que conocemos como lucha de clases y  la correlación de fuerzas entre ellas que permite o no, en un momento dado, alcanzar sus intereses. Por lo tanto, el bolsonarismo, que hoy no reúne todas las condiciones sociales y políticas para llevar a cabo su proyecto, pero sí una parte de ellas, presenta iniciativas y obtiene avances parciales buscando la ecuación cuyo resultado sea el cierre del régimen construido en el 88 y mantenerse en el poder mediante maniobras reaccionarias dentro del régimen y/o un golpe de estado clásico, es decir, con la participación directa de las fuerzas armadas en las calles.

Las iniciativas de la extrema derecha

Desde el comienzo de su mandato, Bolsonaro ha organizado iniciativas combinadas en dos niveles: extraparlamentario y parlamentario. Las medidas institucionales fueron varias, donde el puño de hierro bolsonarista logró llevar adelante la agenda de la clase dominante y medidas importantes para este sector como la contrarreforma de la seguridad social, la autonomía del Banco Central, la privatización de Eletrobrás, la  política de armamento de su base social, entre otros, hecho que mantiene fiel al bolsonarismo parte del más alto sustrato social, especialmente el agronegocio. Otras importantes medidas institucionales, de carácter más electoral, con la intención de disputar a los sectores más pobres del país, fueron la reducción del ICMS sobre combustible del 25% al ​​18%, subsidios a taxistas y camioneros y asistencia de R$ 600,00 hasta el fin de este año.

Las medidas populistas – electorales – sin precedentes (ya que la legislación no permite la creación de programas en un año electoral), a pesar de no haber tenido el efecto que quería el bolsonarismo debido al retroceso significativo en las condiciones de vida de las masas trabajadoras, tuvieron, sin embargo, una importante repercusión electoral: un aumento y consolidación de la intención de voto de los sectores medios de la sociedad y un freno a las amenazas de paro entre los trabajadores del transporte, como los camioneros (hecho que podría poner a Bolsonaro en una situación política, social y electoralmente irreversible).

Por último, pero igualmente peligroso, Bolsonaro controla  institucionalmente a su gobierno y otras instituciones estatales. A modo de ejemplo, controla la PGR a través del Procurador General de la República Augusto Aras (encargado de abrir procesos penales contra el Presidente); la cúpula de la Policía Federal (que puede investigar a la Presidencia y altos funcionarios); tiene mayoría en la Cámara de Diputados a través del “centrão” (un grupo de partidos políticos abiertamente bolsonaristas) y el presidente de esta cámara Arthur Lira (PP) (que puede abrir procesos de impeachment), – apoyo obtenido a través de entregar  puestos gubernamentales clave y aumentar las partidas presupuestarias federales a este bloque (el llamado “presupuesto secreto” supera los 17 mil millones de reales). Además, Bolsonaro incrementó sustancialmente el número de militares en cargos políticos (se estima que unos 7.000 están en puestos federales en el gobierno). Todo esto combinado con dos nominaciones al STF –de ser elegido, Bolsonaro podría nombrar dos ministros más– y ataques sistemáticos a las máquinas de votación electrónica y al poder judicial.

En cuanto a  las iniciativas extraparlamentarias, el bolsonarismo viene polarizando en las calles y haciendo de este espacio importantes demostraciones de fuerza social, con consignas autoritarias y peligrosas desde que asumió la presidencia. Bolsonaro no es tonto, a pesar de ser un político mediocre, sabe la importancia que tienen las calles para garantizarle las condiciones sociales para su proyecto. El pasado 7 de septiembre, así como el de 2021, fueron importantes expresiones sociales de esta fuerza golpista y sumadas a otras movilizaciones, podrían jugar  un papel clave en la victoria política del bolsonarismo: por un lado, sirven de lastre para la narrativa de que las encuestas no se corresponden con la realidad (además de la ausencia de la izquierda en las calles), por otro lado, hacen avanzar  la violencia e intimidación política de sus seguidores sobre la oposición. En concreto, esta estrategia ya tiene su primer resultado: el 9% de los votantes brasileños dice que no votará por miedo a sufrir algún tipo de violencia y más del 67% teme sufrir agresiones físicas por motivos políticos, según la penúltima encuesta de Datafolha.

Finalmente, para el próximo  primero de octubre, el día antes de ir a las urnas en el país, Bolsonaro y su movimiento están convocando a una marcha nacional motorizada , con peso central para Brasilia, para dar algunas vueltas por la zona de los ministerios. En grupos de apoyo bolsonaristas, esta movilización está ganando el nombre de “jaque mate” acompañada de mensajes autoritarios que dicen que van a “exterminar la izquierda del país”. Un elemento grave que, si no se responde inmediatamente, podría tener consecuencias sin precedentes para la frágil democracia burguesa brasileña.

En definitiva, Bolsonaro y sus aspiraciones autocráticas combinan medidas en el  parlamento e iniciativas político-sociales en las calles, como la movilización de masas y la violencia física, que rescatan características clásicas del fascismo. Desconocer que esta nueva expresión de extrema derecha no pueda, a partir de la estrategia del miedo y con el paso a la segunda vuelta, arruinar las elecciones es partir de una interpretación totalmente equivocada de este fenómeno y, por tanto, renunciar a la herramientas táctico-estratégicas para garantizar las libertades democráticas y derrotar políticamente a Bolsonaro y su clan.

Tal interpretación errónea se presenta en dos niveles: por la pasividad de la izquierda reformista del orden (PT y CIA), que hace acuerdos político-electorales con la clase dominante, quitándole cualquier protagonismo a las masas explotadas y oprimidas y abandonando ejes programáticos de interés para los trabajadores. Y por otro lado, se presenta por la ultraizquierda y por los llamados sectores de izquierda “radical” como UP, PCB, MRT y PSTU. Los primeros, que de manera sectaria y en nombre de un programa y una táctica abstracta, no apuestan por la unidad de acción y por un frente de izquierda socialista para impulsar la lucha, es decir, por la derrota efectiva del bolsonarismo. Quedan así limitados y aislados por sus propias candidaturas en un plan exclusivamente electoral. El PSTU se equivoca al conducir la táctica del Polo Socialista Revolucionario en  no dar la pelea por hacer efectivo ese importante espacio de la izquierda socialista independiente como herramienta al servicio de la movilización directa más allá de los límites electorales.

La pasividad traidora de la izquierda del orden 

Si por un lado, producto de la crisis de un proyecto de país entregado tras la redemocratización, la extrema derecha combina sus iniciativas para lanzar otro proyecto nacional (refundar el país por la derecha ultrareaccionaria), la izquierda del orden entrega la calles a este sector y se reduce a un rescate del pasado limitado por políticas exclusivamente institucionales.

La campaña de Lula se basa en un vago llamado a defender la «democracia» y volver a Brasil “antes de Bolsonaro”, donde el hambre y la miseria también afectaron a decenas de millones de personas, donde también estuvieron presentes todas las formas de explotación capitalista, patriarcal, racismo y destrucción de la naturaleza. En otras palabras, la normalización de este modelo social a través de una dosis reducida del veneno. En ese sentido, la propuesta del PT es tremendamente conservadora y no genera grandes emociones en su base social y quienes votarán por Lula para derrotar a Bolsonaro.

En junio de 2013, con la brutal represión del PT al levantamiento juvenil contra el aumento de tarifas en São Paulo -movimiento que podría haber desencadenado una rebelión popular por izquierda- seguida de la represión del movimiento contra la Copa del Mundo en 2014 y el posterior impacto de la crisis del capitalismo internacional en el país, comenzó a perfilarse un escenario con condiciones favorables para las fuerzas reaccionarias, detonando el período en el que nos encontramos hoy. La destitución de la ex presidenta Dilma Rousseff, el arresto político de Lula y la elección de Bolsonaro no son sólo producto de iniciativas de la derecha, sino también de las sucesivas traiciones de la burocracia lulista. Negar esto sería negar la dinámica misma de la lucha de clases.

El accionar histórico del PT y el lulismo está guiado por un giro sistemático a la derecha que combina el debilitamiento político-ideológica de los movimientos sociales y sindicatos que lideran, la desmovilización de la clase obrera, políticas centradas en el asistencialismo, insuficientes en el período de crecimiento económico del país, represión de las luchas independientes, como en 2013, sumisión al capital financiero y las grandes corporaciones, etc.

Este proceso, en vez de prevenir y enfrentar políticamente el avance autoritario, en defensa de nuestra clase, contribuyó a abrir el camino a la clase dominante y su agenda. Se afirmó, bajo la lógica de que no había nada que hacer, en que la única alternativa viable era mover algunas piezas dentro de las instituciones políticas, una orientación irresponsable y traidora, que persiste y cobra más peso para estas elecciones. Es una orientación que sabotea y sedimenta la idea de que los trabajadores, las mujeres, la juventud y el movimiento negro no son sujetos políticos y sociales capaces de intervenir en el curso de la historia: las masas no son nada, el gran líder Lula lo es todo, un mentor universal que  sabe lo que hay que hacer y cómo.

La combinación de una crisis estructural del capitalismo con la pasividad y quietismo del PT, sus centrales sindicales y el lulismo que hoy gana otro gran aliado (el PSOL) y las iniciativas de la extrema derecha, contribuyen a una rotunda regresión en las condiciones de vida de los explotados y oprimidos, en la organización, combatividad y conciencia política de las masas y favorece la permanente presión y amenaza del bolsonarismo. Esta lógica se consolida hoy con la entrega de las calles al bolsonarismo y la construcción de un amplio frente burgués entre Lula y Alckmin. Una fórmula electoral que otorga el carácter obrero-burgués al Partido de los Trabajadores y el contenido liberal-social de su programa.

Los límites programáticos de este frente y la idea de rescatar un pasado mediocre, en condiciones materiales totalmente diferentes en el  presente, además de reafirmar la lógica de la “miseria de lo posible”, no genera una identificación de las masas trabajadoras pues evidentemente no es de ellos y ni para ellos. Es decir, no despierta ninguna esperanza de cambio profundo en las condiciones de vida de los trabajadores y, por lo tanto, no los moviliza subjetivamente para defender espontáneamente tal programa. La promesa de “carne asada y cerveza”, además de dejar clara la idea paternalista de domesticación de nuestra clase –garantizado por la tutela de Lula–, refuerza el compromiso de este frente con la clase dominante y con no dar marcha atrás la catastrófica situación de hambruna.

Lo que queremos decir con esto, es que los límites programáticos del lulismo sumados a otras traiciones expresadas anteriormente y reforzado por la adaptación al orden del PSOL, contribuyen de manera decisiva a la desmoralización ideológica de las masas y a su inmovilismo como sujeto activo en la lucha por sus intereses. Hecho que se suma a la recuperación electoral de Bolsonaro, desarmando a la clase obrera para resistir y enfrentar en las calles a la extrema derecha y sus políticas, factor decisivo para derrotar categóricamente al bolsonarismo.

El sectarismo de la izquierda independiente

En otro plano está el papel sectario de la izquierda independiente frente a las tareas que presenta la coyuntura actual. Sin duda, tiene un enorme valor que muchas organizaciones no capitularon ante la presión de la conciliación de clases en torno a la fórmula Lula-Alckmin. En SoB libramos esa batalla dentro del PSOL y, cuando se aprobó la incorporación al frente amplio -además de la federación del partido con REDE- fuimos la única corriente que rompió con el partido defendiendo la independencia de clase.

Sin embargo, la coyuntura actual exige mucho más que eso, pues se requiere combinar la independencia de clase con la astucia táctica para derrotar al neofascismo , para lo cual es necesario promover la unidad de acción con todas las fuerzas antigolpistas y conformar frentes únicos de la izquierda socialista e independiente.

Ante esto, las posiciones de las organizaciones son diferentes, pero tienen un elemento en común: nadie -a excepción del SoB- llama a un frente de izquierda para conformar un polo de lucha independiente de la patronal y la burocracia y derribar el bolsonarismo en las calles. incluso muchas de estas organizaciones cayeron en el sectarismo extremo, según el cual no se puede marchar con sectores reformistas o burgueses antigolpistas. Por eso estuvieron ausentes de varias de las manifestaciones del último período (por ejemplo, en la marcha del 10 de septiembre en la Avenida Paulista, el PSTU y el MRT no participaron). Esto es “purismo” de clase, que nada tiene que ver con la independencia de clase y la diversidad de herramientas tácticas desarrolladas por el marxismo revolucionario.

Por lo tanto, el balance político de estos sectores expone que caracterizan que Bolsonaro representa una amenaza de golpe, pero  al tomarla en serio, no toman medidas prácticas para poner en marcha los únicos instrumentos políticos que pueden contener el neofascismo,  la movilización de las masas en las calles que sólo puede ser conquistada impulsando sistemáticamente la unidad de acción. Así, la política de los sectores que no entraron al frente popular termina siendo estéril, no contribuyendo a la tarea central que tenemos hoy: derrotar a Bolsonaro en las calles para vencer en las urnas.

Las elecciones

Las últimas encuestas electorales muestran la estabilización de la polarización electoral entre Bolsonaro y Lula, y colocan la posibilidad de victoria en la 1ra vuelta para Lula. Sin embargo, aún es posible que sea necesaria una segunda vuelta para definir la elección, con una importante ventaja del candidato del PT sobre el neofascista, pero con un aumento de los peligros de golpe por parte de Bolsonaro.

Aunque Lula gane en primera vuelta, es un hecho que el bolsonarismo está a la ofensiva y por eso  ha reducido la diferencia en las encuestas en los últimos meses, ayudado por el papel pasivo y traidor de la izquierda del orden, que no convocó a sus bases a las calles para combatir el neofascismo.

Las elecciones son siempre reflejos de la realidad por más distorsionada que sea, por lo cual podemos decir que la situación ciertamente podría estar mucho más definida. ¿Cómo no sumar a eso la posición del lulismo frente a las importantes movilizaciones de 2021, que abrieron una nueva y favorable coyuntura para derrotar al actual presidente neofascista?

Es un hecho que esta postura imposibilitó derrotar a Bolsonaro antes de las elecciones, desatendiendo la lucha contra el hambre que afecta a 33 millones de brasileños “resistan el hambre, en octubre de 2022 las cosas cambiarán”. Claros son los límites de este amplio frente burgués para revertir sustancialmente tal situación de pauperismo generalizado, una vez que esto es precedido por un programa con medidas anticapitalistas que enfrente los intereses de la clase dominante,  donde Lula se comporta como un factor preventivo asegurando que nada se salga del control de las calles impidiendo que las masas exijan más de lo que los burgueses quieren dar.

De hecho, la crisis económica internacional como realidad objetiva, imposibilita que Lula repita el modelo de conciliación de clases de sus gobiernos anteriores y, por el contrario, contribuye a que Lula aplique duras medidas de ajuste a los trabajadores para velar por los intereses de las grandes empresas.

La sensación de que la única salida política posible es la conciliación de clases expresada en la figura de Lula -ahora acompañado por Alckmin- resulta de la combinación dinámica de múltiples elementos. En primer lugar, el reflujo de las amplias movilizaciones de vanguardia del año pasado, que no asumieron un carácter masivo debido a la pasividad consciente de las centrales sindicales dirigidas por el lulismo. Segundo, la crisis de una dirección alternativa y revolucionaria que se expresa en el oportunismo traidor de las organizaciones y direcciones del PSOL. Por último, la irresponsable e inconsecuente política sectaria de las organizaciones de izquierda independiente, que se mostraron incapaces de llevar a cabo la táctica de amplia unidad de acción y de construir un frente de izquierda socialista para impulsar la lucha y las salidas anticapitalistas a la crisis.

Electoralmente, Lula es el único capaz de derrotar a Bolsonaro en las urnas –esto no significa derrotar categóricamente al bolsonarismo, ni que la extrema derecha no intente una ofensiva a lo “Capitolio” como lo hizo el trumpismo, que sigue vivo y fortificado para volver al poder en EE.UU. Mucho menos significa, como estamos cansados ​​de escribir, que para conseguir el voto de Lula sea necesario entrar en el frente burgués con Alckmin, renunciando a la independencia de clase y a un programa revolucionario, como lo hizo de forma oportunista el PSOL, además de federarse con un partido burgués como REDE.

Por lo tanto, cuando hablamos de votar, bajo la ciencia y el arte del marxismo revolucionario, estamos hablando de una posición táctica . Es por esto que  la participación en frentes o gobiernos con la burguesía, viola el principio de independencia de clase, liquidando la lucha estratégica por la autoemancipación de la clase obrera.

Las razones que llevaron a la ruptura de nuestra organización con el PSOL son conocidas, y no se trató del voto a Lula en primera vuelta, sino de la capitulación a este sector que acabó con el proyecto de superación del lulismo por izquierda razón por la cual nació nuestro antiguo partido. La gravedad del accionar de la coalición del PSOL con una candidatura de una figura reaccionaria representante directo del capital financiero como Alckmin, responsable de la masacre de la educación estatal de São Paulo, del aumento del 96% de muertes por policías militares en la periferia y artífice importante de la destitución de Dilma, se expresa en liquidar la construcción de salidas que pongan a la orden del día las necesidades de nuestra clase como la lucha directa para derrotar al bolsonarismo en las calles – una traición histórica e inmediata.

Nosotros, desde la corriente Socialismo o Barbarie, entendemos que la prioridad para derrotar a Bolsonaro y la ultraderecha sigue siendo el enfrentamiento directo en las calles. Construir, sobre la base de una amplia unidad de acción y un frente de izquierda socialista, una alternativa independiente para salir de la crisis y al servicio de la movilización y organización de la vanguardia, además de exigir a la burocracia la convocatoria de actos nacionales para enterrar al neo fascismo. También entendemos que en una posible segunda vuelta –una “nueva elección”– las posibilidades de Bolsonaro de generalizar el miedo político se amplían cualitativamente y con una derrota probable, tendrá más fuerza para cuestionar el resultado electoral. Aunque no pueda hacer implosionar los resultados electorales para mantenerse en el poder de manera autoritaria, ciertamente surgirá como una fuerza política tremendamente fortalecida capaz de movilizar, de manera organizada, una oposición ultra reaccionaria de extrema derecha al gobierno de Lula por las calles.

Por eso, para el próximo 2 de octubre reconocemos la legitimidad en base a la expresión popular del voto masivo a Lula en la primera vuelta en defensa de las libertades democráticas y no de su programa burgués de conciliación. Sin embargo, seguimos en la batalla por construir diálogos con estos sectores para advertir sobre los límites de este amplio frente burgués y deconstruir todas y cada una de las ilusiones de que este sector puede resolver los problemas de nuestra clase.

Por último,  nuestra organización centrará su táctica electoral en la votación a Vera, del PSTU, candidata por el Polo Socialista Revolucionario, mujer negra y trabajadora con un  programa socialista independiente, en primera vuelta. Sin embargo, reafirmamos una vez más la legitimidad del voto ultra crítico por Lula en la primera vuelta para derrotar a Bolsonaro, sin generar la menor ilusión de que su triunfo traiga un gobierno que represente los intereses de los trabajadores y oprimidos. Por el contrario, será un gobierno liberal-burgués-social frente al cual tendremos que colocarnos inmediatamente en la oposición y en ningún caso defender su política ni ser parte de ella, como lo hacen el PSOL y otras organizaciones de izquierda.

Pero no basta el voto para derrotar al neofascista Bolsonaro mientras el centro de su estrategia gira en torno a imponer el miedo para aumentar la abstención de quienes votan en su contra y/o para cuestionar directamente los resultados de las encuestas, sumado a la convocatoria para motos y camiones para el 1 de octubre y acciones para el 2 (día electoral). No podemos esperar pasivamente un Capitolio brasileño, como pretenden Lula y la dirección del movimiento de masas. Es necesario que todas las organizaciones que dicen defender las libertades democráticas -principalmente Lula, el PT, la CUT, el MST y la UNE- convoquen inmediatamente actos/vigilias organizadas desde la base en todas las principales capitales del país como muestra de fuerza y ​​exigir el respeto a la soberanía popular y los derechos democráticos de los trabajadores, conquistas que Bolsonaro continuará atentando hasta el final, gane o pierda la elección.

Además, bajo la perspectiva del relanzamiento del marxismo revolucionario para este siglo, es vital un debate permanente sobre la necesidad de la organización y movilización independiente de los explotados y oprimidos y sobre la relevancia histórica de construir un partido socialista que supere el lulismo de izquierda y todas las formas de reformismo y sectarismo estéril de la ultraizquierda.

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