Anatomía de un fracasado putsch anti electoral

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  • El fallido intento de la horda fascista convocada por Trump para impedir la consagración formal de Biden como Presidente de Estados Unidos el pasado miércoles 6 continúa teniendo repercusiones a nivel mundial.

Marcelo Buitrago

Partiendo de que no hay ningún antecedente por la forma en que fue realizado. Las cuatro veces que el Congreso de Estados Unidos fue atacado se remontan al ataque de las fuerzas británicas que intentaron quemarlo  durante la guerra anglo estadounidense en 1812, dos ataques terroristas con explosivos en 1915 y 1983 y un ataque de cuatro nacionalistas puertorriqueños en 1954 hiriendo a cinco congresistas: nunca una movilización que se apropiara por horas del mismo.

Según AP, la Policía del Capitolio, una fuerza represiva del tamaño de una ciudad para un solo edificio, conocía la amenaza potencial de los disturbios días antes que ocurrieran, pero rechazó las ofertas de ayuda de la Guardia Nacional y el FBI. Recién cuando una multitud desafiante se reunió en las afueras del edificio pidieron refuerzos a la Policía de la ciudad de Washington, lo que no impidió que la turba irrumpiera en el Capitolio apenas media hora después de proponérselo, ante la pasividad policial. Recién ahí, mientras los partidarios de Trump deambulaban saqueando el edificio, y las máximas autoridades de Estados Unidos se escondían, el jefe de la Policía del Capitolio pidió ayuda a la Guardia Nacional, en una llamada a altos oficiales del Pentágono. “Pero los funcionarios de Defensa se opusieron, preocupados por la imagen de soldados dentro del edificio del Capitolio”, según el Washington Post, que también revela que los congresistas de Virginia y Maryland, en medio el caos, llamaban a sus gobernadores pidiendo el envío de los destacamentos de sus estados de la Guardia Nacional, lo que era bloqueado por el Departamento de Defensa. La de Virginia llegó recién el jueves, mientras que la de Maryland llegó cuando la revuelta había terminado.

El 4 de enero los diez ex Secretarios de Defensa vivos, republicanos y demócratas, habían presentado una carta publicada en el Washington Post advirtiendo a Trump que no involucrase a los militares en su reclamo de fraude: “Ha pasado el tiempo de cuestionar los resultados, el tiempo del escrutinio formal de los votos del Colegio Electoral ha llegado” y que “los esfuerzos para involucrar a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en la resolución de disputas electorales nos llevarían a un territorio peligroso, ilegal e inconstitucional”. Además: “los funcionarios civiles y militares que dirijan o ejecuten tales medidas serán responsables, incluso enfrentando posibles sanciones penales por las graves consecuencias de sus acciones”. Terminaron su carta instando al Departamento de Defensa a “abstenerse de cualquier acción política” que pudiera socavar los resultados electorales o perjudicar la transición a una nueva administración.

La declaración, que fue calificada como una “reprimenda extraordinaria a Trump” por Time, y como una “enérgica  carta pública a un Trump que continúa negando su derrota electoral” por CNN, muestra al punto que ha llegado la polarización política estadounidense y el adelgazamiento institucional de su democracia: la advertencia/ruego a los militares para que no se involucren en maniobras golpistas, propias de las despreciadas y humilladas  “repúblicas bananeras”, según el ex presidente Bush. Uno de los firmantes  reconoció su carácter “altamente inusual”, que estaba justificado por el “camino inconstitucional” que Trump había tomado.

Sin embargo, sólo dos días después la declaración se reveló como mínimo insuficiente y contradictoria. Porque si “ha pasado el tiempo de cuestionar los resultados» ¿cuál sería la “disputa electoral” en la que las Fuerzas Armadas no deben involucrarse?

Peor aún, el llamado a “abstenerse de cualquier acción política” por más que esté enfocado en “socavar los resultados” o  “perjudicar la transición” puede ser leído en clave de “no actuar”, ya que el reclamo de 147 legisladores trumpistas el miércoles era que los resultados estaban alterados y el “no actuar” fue lo que sucedió en un principio, hasta que las máximas autoridades del Congreso yanqui estuvieron en peligro y quedó claro que era una amenaza real para el establishment político del país, vicepresidente de la nación incluido.

La lógica política e institucional yanqui ha sido alterada desde el inicio mismo del mandato de Trump. Ni los demócratas ni los republicanos que le han dado la espalda encuentran la manera de restablecerla: adelantémonos a decir que es un vano intento, porque Trump es el emergente de un país fracturado social y políticamente, irreconciliable. Dos países dentro de uno, algo que no se puede superar con expresiones de buenos deseos de reconciliación desde las alturas, “un país lleno de patriotas a algunos de los cuales Trump los ha guiado por un camino inconstitucional” a los que bastaría volver a  llevar por el buen camino. El otro emergente es la irrupción del movimiento Black Lives Matter, que volvió a cuestionar en las calles, con una masividad no vista en décadas, uno de los fundamentos de la institucionalidad yanqui: el racismo y la represión y violencia contra la población de color. Esta fractura es parte constitutiva de la sociedad norteamericana, desde sus orígenes, pero ahora ha alcanzado niveles explosivos.

Una nota del diario El Atlántico lo resume así: “Toda la historia en una sola foto”, dando cuenta de una foto viralizada de un manifestante dentro del Capitolio con la bandera confederada. Detrás de él se observan dos cuadros: uno, de un ardiente senador abolicionista. El otro cuadro es de otro senador, también vicepresidente, ardiente esclavista, concluyendo que la foto captura la brecha entre las promesas fundacionales y la realidad actual.

Demócratas y Republicanos han sido testigos durante todo el mandato de Trump a sus llamados a movilizaciones de carácter ultraderechista, a la justificación de los asesinatos cometidos por sus partidarios (Charlottesville 21017, Kenosha 2020) y por  las fuerzas represivas bajo el lema “Ley y Orden”. Y si los “defensores de la institucionalidad” se oponen por principio y naturaleza a la movilización social y política en defensa de los derechos democráticos y ahora las fuerzas represivas no deben actuar, entonces no alcanza la tradicional invocación al “santuario de la democracia” como un talismán.

Cabe señalar, que esta consideración se refiere a la lógica que siguen tanto Demócratas como Republicanos. Desde el punto de vista de la lucha en defensa de los derechos democráticos de las trabajadoras y los trabajadores estadounidenses, la única vía seria y eficaz en enfrentar a la ultra derecha consiste en la movilización independiente, no apelando a las fuerzas represivas y sus facultades casi ilimitadas contra los trabajadores, los negros, las mujeres y la juventud. Como se vio el miércoles, para los supremacistas blancos había forcejeos en el asalto al Capitolio, mientras que para las movilizaciones por George Floyd hubo gases, balas de goma, cabezas rotas y palazos a mansalva: no es una especulación que las fuerzas represivas pueden ser una base de apoyo para los grupos fascistas.

A Trump le bastó así con movilizar una turba racista de algunos miles de desaforados a los símbolos del poder político para causar una crisis política monumental. Le alcanzó con sembrar entre sus partidarios durante dos meses que había sido víctima de fraude. Ante el silencio, la complicidad y la participación según el caso de la mayoría de los dirigentes republicanos, presionó por twitter al Vicepresidente Mike Pence instalando la idea que él tenía la facultad de rechazar los resultados de algunos estados enviándolos de vuelta para su revisión y así ganarían. “Hazlo Mike, es tiempo de un gran coraje”. Convocó a marchar al Capitolio y paralizó hasta donde pudo la respuesta del aparato estatal; ante el desborde se limitó a pedir “no violencia” a sus partidarios “manténgase tranquilos” y “respeten a nuestros hombres y mujeres en Blue”(la policía). La respuesta ante el Black Lives Matter había sido su calificación de “sediciosos” y el despliegue inmediato y violento de todas las fuerzas represivas

La fallida intentona ha puesto a la vista la falta de respaldo tanto de la élite de las corporaciones yanquis, como dentro de las instituciones estatales (el Estado Profundo del que renegó Trump en todo su mandato) para el autoritarismo de extrema derecha. La Asociación Nacional de Manufactureros, la fuente de apoyo empresarial más fuerte de Trump, pidió su destitución; en las  finanzas, el director ejecutivo de Black Rock y el director ejecutivo del PJ Morgan Chase emitieron sus propias condenas, como ejemplo de muchos otros ejecutivos de empresas. Twitter cerró la cuenta de Trump, una de sus principales vías de comunicación; primero en forma provisoria y después definitiva. Facebook hizo lo mismo. Apple eliminó a la red social Parler desde su App Store y Google suspendió a Parler de su tienda Google Play, diciendo que no restablecerá el servicio hasta que se eliminen los comentarios violentos[1]. Pero muestra también que hay un sector  de la  clase capitalista (sobre todo sus franjas inferiores e intermedias) que quisiera poder forzar a toda costa la situación contra los trabajadores y oprimidos, recurriendo a la violencia abierta y desembozada; de hecho la asaltante caída en el Capitolio Ashli Babit era propietaria de una pequeña empresa de piscinas en California.

Es peligrosamente complaciente calificar a los hechos sólo como una mera puesta en escena, y minimizarlos o banalizarlos, en base al carácter abiertamente imperialista y burgués de Biden y el Partido Demócrata. Sin apoyar ni simpatizar con ninguno de los bandos imperialistas que disputaron la presidencia, hay que decir claramente que “las bandas de ultra derecha y el golpismo ponen en cuestión los más elementales derechos democráticos de las masas estadounidenses, ahora quieren pasar por encima de un resultado electoral claro tanto en el voto popular como en el Colegio Electoral, más allá de los fuertes rasgos antidemocráticos del régimen político yanqui en sí”.[2]

Ya en enero de 2020 partidarios de Trump armados rodearon el parlamento de Virginia, contra modificaciones en el control de armas, y en abril las hordas trumpistas armados con rifles semiautomáticos irrumpieron en el Capitolio estatal en Lansing, Michigan, en contra de las medidas de cuarentena (más adelante, el FBI anunciaba un complot de milicias para secuestrar a la gobernadora). Ahora la turba exhibía no sólo la bandera de los esclavistas confederados y remeras nazis sino que también montaron una horca, el símbolo aberrante del linchamiento de los afroamericanos.

Esto es un cuestionamiento a los derechos democráticos de las amplias mayorías populares en el centro de la principal potencia mundial, y no es una cuestión personal de Trump: 147 legisladores republicanos lo acompañaron en intentar anular el resultado electoral. Tiene su propia base social, no puede no significar un inmenso peligro a nivel internacional.

Los demócratas: terror a la movilización

Nancy Pelosi, la líder demócrata en el Congreso, inmediatamente intentó llevar las cosas al curso institucional y amenazó a Trump con el ‘impeachment’ o juicio político si no abandonaba el poder «inmediatamente”, haciendo  pública una carta que dirigió a la reunión del caucus de su partido. En ella se declara partidaria de que los republicanos fuercen a Trump a renunciar o que el vicepresidente Pence acceda a la petición de activar la Enmienda 25, según la cual él mismo y una mayoría del gabinete podrían proceder a destituir al presidente.

Sin embargo, por parte de los republicanos,  hasta ahora lo único que se ha visto es la renuncia de la Secretarias de Transporte y Educación y otros funcionarios, mientras Pence mira para otro lado: después de todo, Trump ha sido el líder indiscutido de los republicanos, casi nadie de ellos lo enfrentó antes….. y tiene 75 millones de votos.

Además, de llegar a este punto, el presidente tiene la oportunidad de ofrecer una respuesta por escrito, y si impugna la destitución entonces le corresponde al Congreso decidir. Cualquier voto en el Senado y la Cámara de Representantes que ordene la destitución del presidente requiere una mayoría de dos tercios.

Por el lado del juicio político, tiene que ser iniciado por la Cámara de Representantes y sólo necesita una mayoría simple para ser activado. Pero luego el juicio se celebra en el Senado, donde se necesitan dos tercios de los votos para destituir al presidente, y este hito nunca se ha alcanzado en la historia de Estados Unidos (incluido el anterior juicio político que sufrió Trump).

En el aspecto práctico, ambas vías pueden resultar difíciles e improbables de aplicar, dado el poco margen de tiempo que le queda a Trump al mando, hasta el 20 de enero.

Biden, por su parte, declaró que el juicio político es asunto del Congreso, desligándose del tema, y desde entonces se ha dedicado a promocionar las figuras de su gabinete y anunciar medidas para reconstruir la economía y recuperar el empleo “todos juntos”.

Aún así, el lunes 11 los demócratas dieron el primer paso para iniciarle el juicio político, pero más allá de la pirotecnia verbal de Pelosi “su complicidad (republicana) pone en peligro a Estados Unidos, erosiona nuestra democracia y debe terminar”; la gran mayoría de los analistas políticos ven la jugada como la posibilidad de inhabilitar a Trump a participar en futuras elecciones. Lo que lleva a concluir que el mayor temor de los demócratas no es la turba fascista, ni el desprecio de Trump por las sacrosantas instituciones, sino que la movilización independiente pase por arriba de todos los procedimientos legales y salga, no sólo a echar a Trump, sino a enfrentar a la extrema derecha, que incluso está amenazando abiertamente con seguir en la calle.

También el ala izquierda de los demócratas, que tiene su principal figura en Alexandria Ocasio-Cortez, sigue el mismo camino institucional. Esta última se ha dedicado a impulsar en los medios el juicio político a Trump y a polemizar por twitter con los legisladores republicanos, incluso exigiendo su renuncia, como a Ted Cruz y Kevin McCarthy. Pero no mediante  la movilización sino por su santa indignación moral, como si a los dirigentes de la extrema derecha se los pudiese convencer razonando sobre los derechos democráticos de los oprimidos.

Finalmente, cabe recordar que ha pasado menos de una semana del asalto como para dar por terminados los desarrollos. Se verá si el partido republicano se parte o no y quién se queda con su liderazgo, cómo Trump reemplaza en lo inmediato la desconexión de sus altavoces (facebook y twitter), y si puede darse una segunda línea más homogénea ahora desalojado de la presidencia (el continuo cambio de su personal político ha sido una constante de estos años). Pero lo que es seguro es que la polarización política continuará y dejarle la calle a la extrema derecha esperando pasivamente la asunción de Biden no es sólo un error, sino también la mejor manera de fortalecerla.

La experiencia de la movilización del Black Lives Matter, que pateó el tablero político, debería ser el punto de partida  para la defensa de los derechos democráticos y sociales  de los trabajadores, los negros, las mujeres y la juventud.


[1] Parler es una red social en  la que se habían volcado los seguidores de Trump por el menor control que ejerce en comparación que twitter y facebook, que comenzaron a etiquetar y eliminar publicaciones de manera más agresiva debido a la desinformación, la discriminación y la incitación a la violencia. Como resultado, los partidarios de Trump, incluidos conservadores de alto perfil como el senador de Texas Ted Cruz, acudieron en masa al servicio.

[2]  Declaración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie.

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