
La mano que empuñó el piolet que asesinó a Trotsky fue movida por los hilos de Stalin, el líder de la burocracia usurpadora, el sepulturero de la revolución más importante de nuestra era. A 82 años de su asesinato, su legado sigue más vivo que nunca. Ser trotskista hoy implica aprender de su legado y luchar junto a los trabajadores por una sociedad sin opresión y explotación.