La Noche de los Lápices | Una historia de lucha que continúa escribiéndose

En Argentina hace 47 años, el 16 de septiembre de 1976, comienza un operativo orquestado de conjunto por la Policía Bonaerense y el Batallón 601 del Ejército, en el marco de la última dictadura militar. El objetivo: secuestrar, torturar, masacrar a los estudiantes secundarios que militaban, se organizaban y luchaban por cambiar la sociedad.

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Los años 60 y 70, marcados por una enorme dinámica de la lucha de clases (no solo en Argentina, sino en Latinoamérica y en gran parte del mundo) trajo consigo la irrupción a la vida política de una buena parte de la juventud, secundaria y universitaria, que comenzó a organizarse y a confluir con otros sectores, como el movimiento obrero, para enfrentarse contra los gobiernos y las políticas que atentaban contra los intereses de los explotados y oprimidos.

Los jóvenes empezaban a militar y a participar activamente en los partidos políticos y organizaciones, cuestionando no sólo los regímenes dictatoriales (extendidos por toda América Latina) sino también las condiciones de vida a las que estaban sometidos por el sistema capitalista. Sin dudas, las influencias de los procesos como la Revolución Rusa, la China, o la Cubana en nuestro continente, y el Mayo Francés o la Primavera de Praga, con la juventud como protagonista, estaba calando hondo en los estudiantes.

El golpe de estado de 1976 y la dictadura cívico militar que gobernó de facto a la Argentina durante 7 años, llevó adelante el plan económico, político, social y cultural, que significara que no haya resistencia ni organización contra la puesta en pie de las bases del neoliberalismo. Necesitaban aplastar a una generación entera. La dictadura comenzó un plan sistemático de secuestro, tortura y desaparición de miles de luchadores, obreros y estudiantes en su mayor parte.

El 16 de septiembre a la noche, en La Plata, el operativo que lleva adelante el Batallon 601 del Ejercito, con la policía bonaerense al mando de Camps (indultado por Menem, hoy muerto) y Etchecolatz (hoy preso) secuestra a un grupo de estudiantes, militantes, de entre 14 y 17 años, que habían participado en la campaña por el boleto estudiantil en esa ciudad. En el año 1975 habían logrado conseguir ese derecho, pero en Agosto del 76, la dictadura lo suspendió. Identificaron luego a quienes habrían participado activamente de esa lucha, lo que se calificaba como “actos de subversión”.

Así consta en un documento de inteligencia titulado “La Noche de los Lápices”, que años más tarde fue hallado en dependencias de la Policía bonaerense, en donde se describen las acciones que se debían emprender contra estos jóvenes, “integrantes de un potencial semillero subversivo”.

El 16, Claudio De Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro eran secuestrados en la primera jornada del operativo. Todos ellos eran militantes de la UES.

En tanto que el 17, los represores apresaban a Emilce Moler, también militante de la UES Patricia Miranda, que estudiaba en el Colegio de Bellas Artes de La Plata.

Cuatro días después caía en las garras de los represores, Pablo Díaz, militante de la Juventud Guevarista.

El 8, una semana antes del operativo, también fue secuestrado Gustavo Calotti, quien compartió el cautiverio y las torturas como los demás compañeros.

Todos fueron conducidos al centro clandestino de detención conocido como Arana, donde se los torturó durante semanas, y luego los trasladaron a destinos similares: el Pozo de Banfield, el Pozo de Quilmes, Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires y las Comisarías 5.ª, 8.ª y 9.ª de La Plata y 3.ª de Valentín Alsina, en Lanús, y el Polígono de Tiro de la Jefatura de la Provincia de Buenos Aires.

Solo 4 de ellos pudieron sobrevivir. Lograron su libertad entre 1978 y 1980, tras estar “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”: Gustavo Calotti, Emilce Moler, Patricia Miranda y Pablo Diaz.

 

LA DEMOCRACIA. LA LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS. JUICIO Y CASTIGO.

En 1983, la dictadura militar llega a su fin, agobiada por la crisis económica, el desastre de Malvinas y la irrupción de miles y miles en las calles, luchando contra los militares y por los derechos democráticos. Todas las aberraciones que llevaron adelante las fuerzas represivas ya eran denunciadas durante la dictadura por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y también por organización políticas que, a pesar del terrorismo de Estado, siguieron haciendo denunciando los horrores, como así también luchando contra el plan económico militar.

En 1985, como consecuencia de estas luchas, de la democracia, y de la salida a la luz del terror, se llevó adelante el Juicio a las Juntas, donde sólo se juzgo a los principales responsables militares, a los que encabezaban las juntas. En estos juicios, Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, a través de su testimonio, logró que la Noche de los Lápices tomara notoriedad al contar los secuestros y posterior tortura de él y sus compañeros, como así también la desaparición de los que no lograron sobrevivir.

Hay gracias a ellos y las investigaciones posteriores relatos de otras víctimas y demás, podemos entender que lo que ocurrió tanto con las víctimas de la Noche de los Lapices en particular, como de la dictadura cívico-militar en general, además de horrible, es imperdonable. Intentaron a través del terror, tortura, asesinato y desaparición forzada, eliminar todo rastro de esa juventud y esa clase obrera que cuestionaba las condiciones de explotación a las mayorías, y ascendía en cuanto a conciencia y organización.

Solo a través de la organización independiente de aquellos que desde el primer momento lucharon por los DDHH, se logró que muchos genocidas, estén en prisión. Pero no sin sufrir reveses, como las leyes de obediencia debida y punto final, decretadas por Alfonsín, o los indultos de Menem, que entre otros, favoreció a Camps, represor que murió en libertad.

La lucha consecuente y la presión de las organizaciones de DDHH, las organizaciones democráticas y la izquierda lograron que el gobierno kirchnerista derogara estas leyes y la justicia avance con los juicios a los militares, aunque siempre quedo la deuda con los responsables civiles. Y esto es así aunque la política de DDHH de los Kirchner haya ido en el sentido de la reconciliación con las FFAA al poner a Milani al frente del Ejercito o haya aprobado la Ley Antiterrorista, en consonancia con el imperialismo yanqui. Los logros que hemos conseguido, y que es nuestra obligación seguir impulsando, intentaron ser puestos en peligro por el gobierno de Macri y los sectores reaccionarios que lo apoyan.

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