La Nakba: la catástrofe palestina

Se cumplen 74 años de la “catástrofe” palestina, la expulsión y masacre de cientos de miles de sus tierras y sus hogares, y la creación del Estado colonialista de Israel.

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Presentamos a continuación un fragmento del libro “Palestina: 60 años de limpieza étnica” de nuestro compañero Roberto Ramírez, en el que explica con particular claridad las condiciones reales del inicio del “conflicto” por las tierras palestinas, qué fue la Nakba y las características del Estado de Israel como uno racista, colonialista desde sus mismos inicios.

La guerra de 1948 comenzó en 1947

El rechazo árabe a la partición condujo a una lucha que llevaría en 1948 a la intervención de varios estados árabes, principalmente Transjordania (hoy Jordania) y Egipto, y que terminaría en su derrota.

Aquí vamos tener que desmentir a otro mito del sionismo: el del “puñado de israelíes luchando contra el gigante de 100 millones de árabes”, “David contra Goliat”, etc., etc. En todos los enfrentamientos armados desde 1948 –a excepción quizás de la guerra de Yom Kippur en 1973 en que la cosa fue un poco más pareja– los sionistas han tenido siempre una neta superioridad militar, no sólo en hombres sino también en material bélico.

En 1947/48, mientras los palestinos se hallaban destrozados por la derrota de la insurrección de 1936/39, el sionismo contaba no sólo con la Haganá (organizada, armada y tolerada por los ingleses aun en los momentos de mayor roce con los sionistas), sino que también disponían de las unidades “irregulares” como el Irgún y otras, y con varios miles de combatientes entrenados en las brigadas judías del ejército inglés. El Gral. Dayan sale de esa escuela, por ejemplo.

En el libro oficial sionista “Antología Israel”, antes citado, se dan cifras elocuentes. Hagamos la suma:

Policía Rural Judía ……………………………………. 2.000

Haganá ………………………………………………… 45.000

Palmaj (comandos entrenados por los ingleses) ….. 3.000

Irgún y otros grupos terroristas …………………….. 3.000

A estos hay que sumar varios miles de “voluntarios” venidos de Europa y EEUU, veteranos de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos pilotos de caza, que se sumaron a la contienda. Con ellos, llegamos a una cifra entre 60.000 a 70.000 combatientes sionistas, la mayoría de ellos de alta calificación técnica y/o militar.

A su vez Stalin, por intermedio del gobierno títere de Checoeslovaquia, proveyó a los sionistas de abundante armamento y hasta de aviación.

¿ Qué oponían contra ellos, las “hordas de cien millones de árabes”? Hasta la intervención de los Estados árabes limítrofes, prácticamente la mayor fuerza organizada de los palestinos fue el Ejército de Liberación de Fawzi el-Kawakji, que entró a Palestina en enero del 48. Apenas alcanzaba la cifra de 5.000 hombres.

Había naturalmente muchos otros miles de resistentes en las aldeas y ciudades árabes. Pero la resistencia era desconectada y desorganizada militar y políticamente. Para poder imponer la superioridad de su número contra los colonizadores, los palestinos necesitaban un arma de la que carecían: una política y una organización revolucionarias, capaces de movilizar al conjunto de las masas palestinas y de los países árabes limítrofes. No necesitamos decir que ése no era el objetivo de Abdullah, Faruk y demás personajes que aparecían como “representantes de la nación árabe”. Por el contrario, estaban incubando una traición monumental.

 

La extraña guerra de 1948 y la traición del rey Abdullah de Jordania

Mientras la resistencia palestina era exterminada, mientras se sucedían matanzas de las que luego hablaremos, los gobiernos árabes se pasaban de conferencia en conferencia. El 14 de mayo de 1948 era proclamado el Estado de Israel. Al día siguiente, recién después de meses de lucha, intervienen, primero Transjordania, luego Egipto y en menor medida otros países árabes. Todos los ejércitos de los estados árabes que operan no pasan de 25.000 hombres, sin unidad de comando, por otra parte. Aun en esos momentos, las fuerzas sionistas tuvieron una indiscutible superioridad militar.

La única fuerza capaz de medirse militarmente con la Haganá era la Legión Árabe de Transjordania, dirigida por oficiales ingleses. Y decir esto, ya es decir que iba a la derrota. Inglaterra, a quien le convenía aparecer ahora como “protectora” de los árabes, desarrollaba en verdad un doble juego. Mientras en las Naciones Unidas se había opuesto a la partición de Palestina, terminó acatando el bloqueo y embargo de armas y municiones a los beligerantes. Este “embargo”, como sucedió en la guerra de Abisinia o en la de España, sólo afectaba a una de las partes en lucha, en este caso a los árabes.

Pero el golpe final sobre los palestinos habría de ser el pacto secreto entre Abdullah, rey de Transjordania y Golda Meir, representante en esos momentos del gobierno israelí. Este pacto consistía, sencillamente, en repartirse Palestina. Así, el Estado de Israel extendió su superficie más allá de las fronteras señaladas en el mapa de partición de las Naciones Unidas y el Rey de Transjordania, abuelo del actual Hussein, se apropió de Cisjordania. Al rey Faruk solamente le tocó un hueso: la franja de Gaza.

Pocos años después, Abdullah sería ejecutado por un palestino. Pero ese acto de justicia y desesperación no habría de cambiar la suerte de su pueblo. Comenzaba la tragedia del pueblo palestino, despojado de su tierra y su derecho a la autodeterminación.

Terror para lograr una “tierra sin pueblo”

Los colonizadores sionistas habían tenido tiempo de comprobar que la consigna de “tierra sin pueblo” no se correspondía con la realidad de Palestina. Pero, si la “tierra sin pueblo” no existía, se podía en cambio fabricarla. Vimos cómo al principio de su colonización, las medidas económicas y políticas del sionismo tendían a una lenta pero firme marginación de la población árabe. Ahora este proceso daría un salto: la expulsión de la mayoría de los palestinos y la expropiación de sus bienes.

El líder sionista Weitz, director durante muchos años del departamento de colonización de la Agencia Judía, anotaba en su “Diario” en 1940: “La única solución es una Palestina, o al menos una Palestina Occidental [al oeste del río Jordán] sin árabes… y no hay otro camino que transferir todos los árabes desde aquí a los países vecinos, transferirlos a todos: ni una aldea, ni una tribu deben quedar.” Para realizar estos planes dignos de Hitler, sólo había un método: el que usaba Hitler. Y se usó.

Apenas votada la partición en las Naciones Unidas, comenzó una campaña de terror que obligó a la huida de las poblaciones árabes. Como principales ejecutores de las carnicerías se distinguieron los miembros del Irgún, organización terrorista que tenía la ventaja de ser “extra oficial”. Es decir, que cuando efectuaba alguna masacre, Ben Gurión podía lavarse las manos y decir que no era responsable. El dirigente de esta organización fascista era el famoso Menajen Begin, hoy líder del partido Herut, miembro de la Knesset (parlamento de Israel) y ministro en multitud de gabinetes.

Sería imposible hacer el recuento de todas las matanzas de los sionistas en ese período. Ya relatamos la hazaña del Irgún en la Refinería de Haifa el 31 de diciembre de 1947. Vamos a hablar ahora de Deir Yassin.

El exterminio de la aldea árabe de Deir Yassin ha sido calificado con razón como el My Lai del sionismo, comparándola con la célebre masacre perpetrada en esa aldea de Vietnam por las tropas yanquis.

Los testimonios básicos de la matanza de Deir Yassin fueron dados por el delegado de la Cruz Roja Internacional en Palestina, M. De Reynier, quien descubrió los cadáveres y alcanzó a salvar a tres víctimas gravemente heridas. Su informe fue publicado en 1950. En abril del año pasado, el periódico israelí Yedioth Aharonot, publicó diversa documentación sobre la matanza, entre ella un informe secreto del soldado Meir Philipsky –que hoy es el general (r) Meir Pa’el– y que al producirse la masacre era “oficial de enlace– entre la Haganá y los grupos terroristas (Irgún Zvi Leumi (ETZEL) y el grupo Stern (LEHI). Estos datos pueden resumirse así:

El día 9 de abril de 1948, unidades especiales de la Haganá tomaron la aldea de Deir Yassin, después de vencer una débil resistencia árabe. Finalizada la resistencia, la dejaron en manos de los carniceros de ETZEL y LEHI. Estos fueron casa por casa, exterminando a todos sus pobladores civiles, la mayoría eran mujeres, ancianos y niños, ya que los hombres se hallaban trabajando fuera de la aldea en esos momentos. Arrojando granadas de mano en las viviendas y luego ametrallando o degollando a los sobrevivientes, exterminaron alrededor de 250 palestinas y palestinos.

“Junto con un grupo de habitantes de Jerusalén –relata el mencionado Philipsky– rogamos a los comandantes que dieran orden de parar la matanza, pero nuestros esfuerzos resultaron infructuosos. Entretanto, unos 25 hombres habían sido traídos fuera de las casas. Fueron subidos en camiones de carga y llevados en marcha triunfal –como un triunfo romano– por los barrios de Mahaneh Yahuda y Zakhron Yosef (en Jerusalén). Cuando finalizó la marcha, fueron llevados a una cantera de piedras que queda entre Giv’at Sha’ul y Deir Yassin y allí muertos a sangre fría.” Los cadáveres de la aldea fueron arrojados a los pozos de agua. Allí los descubrió el delegado de la Cruz Roja, De Reynier.

El historiador israelí Arieh Yitzhaqui, comentando en Yediot Aharonot la documentación publicada, destaca que lo de Deir Yassin “siguió el esquema habitual de la ocupación de una aldea árabe en 1948. En los primeros meses de la guerra de la independencia, las tropas de la Haganá y el Palmach realizaron docenas de operaciones de este tipo…”

El objetivo político de las matanzas de Deir Yassin, Lidda, Jaffa, etc. no puede ser más claro: fabricar la “tierra sin pueblo”, “transferir –como decía Weitz– a todos los árabes desde aquí a los países vecinos…”

Si hay dudas, Menajen Begin, uno de los principales ejecutores de estos crímenes, las despeja: “Todas las fuerzas judías –dice Begín– avanzaban a través de Haifa como un cuchillo en la manteca. Los árabes huían llenos de pánico gritando: «¡Deir Yassin!»… Este éxodo masivo pronto devino en una enloquecida e incontrolable huída.” De esa forma, al firmarse el armisticio a principios de 1949, aproximadamente un millón de palestinos habían sido expulsados de su tierra.

El estado colonial y racista

El Estado de Israel es la institucionalización del hecho colonial. Como en sus iguales, los estados de Sudáfrica y de Rhodesia, la población nativa fue despojada de sus tierras y bienes, y de sus derechos nacionales y democráticos, parte de ella obligada a emigrar y la restante sometida a las normas clásicas de los estados donde una supuesta “raza superior” domina a una “raza inferior”. El Estado de Israel es el instrumento (armado hasta los dientes por el imperialismo) que tiene como fin el mantener esa situación colonial. Retribuye servicios al imperialismo actuando como gendarme contra los movimientos revolucionarios o simplemente nacionalistas del mundo árabe.

Iremos finalizando este estudio con algunos ejemplos del carácter colonial, racista y contrarrevolucionario del actual Estado de Israel.

Uno de los más escandalosos –después del obligado éxodo de un millón de palestinos por el terror de las matanzas sionistas– es el despojo en masa de sus bienes. Ya hemos visto con qué métodos fueron obligados a huir. Después de la guerra del 48, al mismo tiempo que no los dejaba volver a sus hogares, el Estado de Israel aplicó una ley denominada de “propiedad de las personas ausentes”, según la cual, el árabe que se hallara “ausente” perdía todos sus bienes al estar estos “abandonados”. De esa forma, tierras, casas, comercios, industrias, cuentas bancarias, etc. de ese millón de palestinos pasaron al bolsillo de los colonizadores. Fue la “acumulación originaria” del sionismo.

La “Ley de ausencia” es una “ley” de robo en masa hasta desde el punto de vista de las normas jurídicas burguesas. Es lo mismo que si una pandilla de asaltantes penetra en casa de una familia, asesina a una parte y produce, en consecuencia, la huida del resto. Cuando se les va a pedir cuentas, estos caballeros argumentan que, por haberse “ausentado” los sobrevivientes y “abandonado” sus bienes, han perdido todo derecho sobre ellos. Han pasado ahora a manos de los gangsters. Al mismo tiempo, a punta de pistola, impiden el regreso de los sobrevivientes y, cada vez que estos tratan de entrar a su casa, los gangsters claman ante el mundo que son “agredidos”.

La llamada “Ley del retorno”, es otro ejemplo de racismo. Cualquier judío de cualquier país del mundo, aunque sus antecesores jamás hayan tenido que ver con Palestina, tienen derecho a “regresar” (?) a Israel y ser ciudadano con plenos derechos. En cambio, un palestino (que hace 25 años fue echado por la fuerza) o su hijo no tienen derecho al “retorno” ni a la ciudadanía.

Durante la ocupación británica fueron promulgadas, en 1945, unas “leyes de emergencia” que fueron calificadas por el dirigente sionista Jacob Shapira de la siguiente forma: “Estas leyes no tienen equivalente en cualquier país civilizado, ni siquiera en la propia Alemania nazi. Son leyes que sólo se aplican a un país ocupado… ninguna autoridad se puede permitir la promulgación de leyes tan inhumanas.” Pero estas leyes –con algunas modificaciones formales– siguieron en vigencia en el Estado de Israel y, para completar la burla, el Sr. Shapira se convertía poco después en Ministro de Justicia, es decir, ¡en el encargado de aplicadas!

De acuerdo a estas “leyes” vigentes actualmente en Israel, y aplicadas en los territorios usurpados después de la guerra de 1967, los palestinos se hallan bajo “gobierno militar”. Las autoridades militares tienen derecho a “transferir y expulsar a los habitantes de las zonas, tomar y conservar en su poder cualquier bien, artículo u objeto, practicar pesquisas y allanamientos en todo momento, limitar el desplazamiento de personas, imponer restricciones en el ámbito del empleo y los negocios, decretar deportaciones, poner cualquier persona bajo vigilancia de la policía o imponerle residencia forzosa. . . confiscar cualquier terreno en interés de la seguridad pública, usar libremente de la requisa, imponer la ocupación militar a expensas de los habitantes, establecer el toque de queda, suspender los servicios postales y cualquier otro servicio público”.

Existen pocos estados con legislación semejante y que se aplique exclusivamente a un sector de la población, siendo este sector determinado por su supesta “raza”. La Alemania de Hitler fue un ejemplo de este tipo de estado. Rhodesia y Sudáfrica lo son hoy en día. Es impresionante la similitud, hasta en la forma, de la legislación antinegra en Sudáfrica y la legislación antiárabe en Israel. Ambas reconocen, por otra parte, un origen común: la legislación colonial británica.

La maraña de leyes y disposiciones racistas y coloniales se apoyan unas a otras y se combinan en un mismo resultado: la opresión, el robo y la explotación de la población árabe. Un ejemplo frecuente es el siguiente: una autoridad militar declara “zona de seguridad” a tal o cual región. Ningún árabe, por consiguiente, puede entrar o vivir en ella. Si en la zona existía alguna aldea, sus pobladores son expulsados; si había tierras pertenecientes a árabes, no se los deja pasar para cultivadas. Acto seguido comienza a actuar la “Ley de ausencia”: las tierras y aldeas se hallan “abandonadas”, sus cultivadores y moradores se han “ausentado”, por lo cual pasan a ser propiedad de Israel. Es que la “ley de ausencia” se aplica también a los palestinos que se hayan trasladado a otro lugar, aunque estos palestinos permanezcan dentro de Israel y aunque su traslado haya sido forzado por una autoridad israelí.

Una pálida idea del régimen fascista al que está sometida la población palestina lo da el “Informe del Comité Especial de las Naciones Unidas encargado de investigar las prácticas israelíes que afecten los derechos humanos de la población de los territorios ocupados”. Es un catálogo de horrores: “torturas y malos tratos”, “detención administrativa” (es decir, la prisión de miles de palestinos en cárceles y campos de concentración por disposición de las autoridades militares, sin juicio alguno y por tiempo indeterminado), “expulsión de personas de los territorios ocupados en virtud de las llamadas órdenes de deportación”, “traslado de varios miles de personas de sus hogares a otras partes del territorio ocupado”, “expropiación de sus bienes, incluso bienes pertenecientes a personas trasladadas de sus hogares”, “demolición de casas” (aproximadamente 10.000 desde 1967), “negación del derecho a regresar a sus hogares a las personas que huyeron del territorio ocupado a causa de las hostilidades de junio de 1967 y a las que fueron deportadas o expulsadas de cualquier otra forma”. Tales son los items del Informe del Comité Especial de las Naciones Unidas.

El “Informe” llega a la conclusión de que no se trata de una política “empleada en circunstancias excepcionales” sino que, por el contrario, se “ha convertido arbitrariamente en una norma de conducta o política definitiva”. Y agregamos nosotros: esta “norma de conducta o política definitiva” es la consecuencia lógica, fatal e inevitable de toda situación colonial.

Nunca, en ninguna época y en ningún continente, un grupo de colonizadores ha podido establecer y mantener su dominio sobre la población nativa sin apelar a métodos por el estilo. Rhodesia, Sudáfrica, la Argelia “francesa”, las colonias portuguesas africanas e Israel están allí para probarlo.

Desde 1948, el desarrollo del Estado colonial y racista de Israel ha acentuado cada vez más su similitud con las mencionadas experiencias de colonización. Y ahora queda clara toda la falsedad del argumento sionista de que no son colonizadores porque no explotan mano de obra nativa. Ya vimos que, al principio de la colonización, esto de “no explotar mano de obra nativa”, era el manto “socialista” que cubría la expulsión de los obreros y campesinos árabes de sus empleos y sus tierras. Pero, una vez operado el desplazamiento de la población nativa y la expropiación en masa de sus bienes, los sionistas no han tenido ningún escrúpulo en explotar a los palestinos despojados.

El hambre y sed de superganancias que domina a la burguesía sionista, extiende también la explotación, la discriminación racial y la miseria sobre amplios sectores de la población judía, especialmente la de origen oriental (sefarditas, yemenitas, etc.). Hoy el Estado de Israel es una pirámide racista, donde la cúspide es ocupada por dos mil millonarios (en dólares) de origen azkenaze (judíos europeos) e íntimamente ligados a las inversiones imperialistas. Más abajo, una burguesía media y una burocracia privilegiada del Estado y de la Histadrut, también de origen askenaze. Estas clases y capas privilegiadas, se asientan sobre las masas de judíos orientales y, ya en el último escalón de la pirámide, sobre los palestinos. Israel es la Sudáfrica de Medio Oriente.

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