Avándaro 1971: A 50 Años de Woodstock en Valle de Bravo

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  • El legendario Festival de Rock y Ruedas de Avándaro correspondió a un hito en la historia del rock mexicano. 

Articulo de nexos

Federico Rubli Kaiser

Sin duda el ya legendario Festival de Rock y Ruedas de Avándaro correspondió a un hito en la historia del rock mexicano. Llevado a cabo en esa comunidad de Valle de Bravo el 11 y 12 de septiembre de 1971, hoy, a cuarenta años de distancia ciertamente nos invita a una reflexión. Se ha dicho y escrito mucho sobre el célebre evento roquero. Desafortunadamente a lo largo de los años se ha ido desvirtuando mucho su verdadera historia y de cómo se desarrolló esa magna reunión juvenil. Renombrados escritores y musicólogos han opinado sobre el festival cuando ni siquiera estuvieron presentes. El afán protagónico inclusive ha llevado a un conocido locutor a autoproclamarse falsamente como promotor y organizador. Muchos músicos participantes han desvirtuado la realidad con tal de erigirse como los únicos paladines del rock nacional. He dedicado varios años de mi actividad como historiador del rock mexicano a investigar ese evento y ese fenómeno. Sin pretender desde luego a poseer la verdad absoluta, me dediqué a hacer una investigación exhaustiva entrevistando a personajes clave, recurriendo a fuentes documentales en el Archivo General de la Nación (documentos de los órganos de inteligencia gubernamental de la época), y el recurso quizá más valioso aunque necesariamente subjetivo representado por la memoria de mis vivencias. Esas investigaciones las publiqué hace unos años en un libro.[1] Como joven adolescente de 17 años, asistí y viví con toda intensidad el festival. Hoy a 40 años, trato de ver a Avándaro a través de un prisma más nítido, frío y analítico. Por ello quisiera compartir algunas reflexiones al respecto.

El contexto. En 1971 el rock mexicano vivía un gran auge. Desde unos años antes comenzó a gestarse el primer movimiento de un rock original que fue denominado “La Onda Chicana”. Ese rock propio surgió principalmente cantado en inglés. El estilo musical era congruente con el rock ácido y sicodélico de la época. Las compañías disqueras y la radio apoyaron la difusión de la Onda Chicana abriéndoles las puertas a los múltiples grupos que procedían de toda la República: de Tijuana (Bátiz, El Ritual, Love Army, Peace & Love, Dug Dug’s), de Monterrey (La Tribu, El Amor), de Reynosa (La División del Norte), de Guadalajara (La Revolución de Emiliano Zapata, Los Spiders, Bandido, 39.4, La Vida, La Fachada de Piedra), y del DF (Three Souls in my Mind, Tinta Blanca, La Máquina del Sonido, Iguana, Tequila, Nuevo México). Y muchos más, imposible nombrarlos a todos. En explanadas universitarias y salones se llevaban a cabo frecuentes tocadas de estos grupos. Ante esa efervescencia roquera el paso lógico era llevar a cabo un festival tipo Woodstock. En Valle de Bravo se llevaba a cabo una tradicional carrera de autos, y los organizadores decidieron escenificar el día previo a la competencia, una fiesta amenizada por unos grupos de rock. Los principales organizadores del festival (que no estaban vinculados al rock sino al medio publicitario y automovilístico deportivo) fueron los jóvenes Eduardo López Negrete (+), su hermano Alfonso y Justino Compeán. A Armando Molina, manejador de grupos de rock, lo contrataron para conformar al elenco musical, y Luis de Llano fue comisionado por la empresa Telesistema Mexicano (antecesora de Televisa) para encargarse de la producción en vídeo tape del evento. Muy pronto el entusiasmo de los grupos por estar presentes hizo que su número creciera, y al final en vez de dos se tuvieron 12 grupos para actuar desde la noche del sábado 11 hasta la mañana del 12 de septiembre. Al comenzar a promocionarse el Festival de Rock y Ruedas la exaltación entre los jóvenes fue abrumadora, y muy pronto se vendieron los 75 mil boletos que se tenían a 25 pesos cada uno.

El Festival. Desde un par de días antes de la fecha, con la euforia de poder asistir a nuestro Woodstock mexicano, miles de jóvenes se trasladaron literalmente como sea a Avándaro: en camiones de todo tipo, ya sea dentro o sobre el techo, en aventón, en autos repletos. Muchos hicieron el peregrinaje a pie, haciendo que sobre la carretera luciera una gran cadena humana al lado de los vehículos. En los parajes del festival levantaron tiendas de campaña, muchas de ellas improvisadas. No hay un cálculo oficial del número de asistentes; coincido que estuvimos unos 300 mil jóvenes presentes. A las 8 pm del sábado inició el festival. Actuaron 11 grupos pues el doceavo, Love Army, quedó varado en la carretera. El orden en el que tocaron fue: Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace & Love, El Ritual, Los Yaki, Bandido, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in My Mind. Fue lo mejor y más representativo de la Onda Chicana. A pesar del tumulto, el evento se desarrolló con calma, sin violencia y total camaradería. Asistió un mosaico de jóvenes de todas las clases sociales y económicas que convivieron en paz y armonía. La carrera de autos obviamente se canceló; de todas formas la mayoría estábamos ahí por el rock, no las ruedas.

El Poder se atemoriza. Presentes en Avándaro estuvieron desde luego elementos de las corporaciones públicas de seguridad e inteligencia para monitorear esta concentración de jóvenes. Apenas 3 meses antes se había dado la brutal represión del Jueves de Corpus por lo que las autoridades se mantenían aprensivas ante una concentración masiva de adolescentes. Al actuar el grupo Peace & Love el vocalista utilizó palabras altisonantes, y los coros de dos de sus canciones asustaron al sector oficial: una de ellas se titulaba Mariguana y la otra Tenemos el poder. El coro pegajoso de esta última rola entonado por 300 mil gargantas clamando “Tenemos el poder” terminó por atemorizarlos. Pensaron que ante esa euforia podría seguir una incitación masiva a pronunciarse contra el régimen. Seguramente en la madrugada del día 12 llegaron al Secretario de Gobernación Moya Palencia reportes de lo que estaba sucediendo. Pudo haber consultado con el mismo Presidente Echeverría sobre qué hacer.

Hipótesis de una conjura oficial. El desenlace de Avándaro fue en verdad desafortunado. Yo creo en una hipótesis de un complot oficial desde las más altas esferas del poder que fraguó el juicio sumario y la condena sobre el rock en México. Me parece que el sector gubernamental no tuvo una estrategia calculada ni planeada de antemano para, por medio del festival, lograr algún fin político. Más bien el gobierno actuó con rapidez para armar una conjura ante la secuencia fortuita de los hechos que se le presentaron como una ventana de oportunidad para beneficiarse políticamente.  Estructuró una inmediata y amplia campaña en los medios de comunicación (que eran totalmente controlados por el gobierno) para difundir el supuesto libertinaje y desenfreno con el que se comportaron 300 mil jóvenes. “Frenesí de sexo y drogas” espetó una de las tantas ocho columnas en los diarios. La campaña mediática deslindaría responsabilidades de los hechos por parte del gobierno federal y las transferiría al gobierno estatal para desprestigiar a su gobernador Hank González. Adversario político de Moya, esto le serviría para asestarle un golpe al gobernador. Al mismo tiempo la campaña oficial de difamación serviría para censurar la concentración masiva de jóvenes en actos de rock lo cual representaba un riesgo para el régimen. El desprestigio y la denostación del rock resultaron en la cancelación de legítimas fuentes de trabajo para cientos de músicos profesionales, la virtual desaparición del rock mexicano de la radio y de los estudios de grabación y el fomento de una actitud acrítica de muchos jóvenes ante la represión cultural e ideológica oficial. Se propinaba así un golpe mortal a la creatividad y originalidad roquera del movimiento de La Onda Chicana. La censura retrasó en cuando menos una década el desarrollo del rock mexicano como expresión cultural.

Si hubiera que señalar al que mayor beneficio político obtuvo con la campaña de desprestigio del Festival, éste fue sin duda el Secretario Moya Palencia. Es difícil comprobar si Moya fue el cerebro detrás de la supuesta conjura. Pero ciertamente hay indicios que podrían sugerirlo al revisar fuentes hemerográficas y archivos oficiales.

La trascendencia de Avándaro. Como en todo fenómeno social, el contexto es determinante. No debemos perder de vista que Avándaro fue un movimiento de la contracultura juvenil mexicana que surgió en el marco de la filosofía hippie pacifista y opuesta al establishment, con una generación post-68 aún herida. La irreverencia juvenil era parte de esas actitudes. El rock mexicano atravesaba por una importante etapa de consolidación de una identidad propia y original manifestada a través de La Onda Chicana. Avándaro fue dos cosas al mismo tiempo: la cima de ese movimiento y el principio de su fin.

Su relevancia como expresión contracultural fue que sin intención política, Avándaro estremeció las estructuras del sistema. Constituyó la válvula de escape pacífica por donde salió disparado el descontento juvenil sobre el establishment. Siguiendo lo dicho por el historiador Eric Zolov, “fue la expresión mayor de un cuestionamiento largamente incubado, alimentado por una inquietud y una rabia crecientes contra la estructura patriarcal autoritaria de la sociedad mexicana”.

Avándaro se dio por casualidad y quizá en esa espontaneidad radica otro de sus significados. Los organizadores nunca pretendieron un festival de gran magnitud; el evento sencillamente los rebasó. En su naivité, nunca se imaginaron lo que resultaría.

El Festival demostró dos facetas de la condición humana que terminaron en una gran colisión: por un lado, la solidaridad, armonía y convivencia pacífica, y por el otro, el instinto de sobrevivencia política de intereses particulares a cualquier costo. Avándaro ofrece así un terreno fértil de análisis y reflexión para sociólogos, sicólogos sociales y politólogos. En particular, para los estudiosos de la comunicación, la campaña de difamación y manipulación en los medios debe ser un ejemplo de hasta dónde puede llegar el poder de los mass media cuando están subordinados al servicio de intereses gubernamentales.

Así, la versión oficial de Avándaro fue una mayúscula tergiversación de la realidad. Desafortunadamente, hasta donde se sabe, no sobrevivió a la censura ningún testimonio fílmico o fotográfico amplio y detallado que dé cuenta fidedigna de lo realmente sucedido. Ante esa ausencia, el testimonio más confiable que perdura es el de quienes estuvimos en Avándaro. Los ahí presentes podemos constatar que el festival fue una reunión maravillosa que a pesar del amplio número de asistentes, se desenvolvió en total armonía y solidaridad. No hubo enfrentamientos, riñas o heridos; se dio una gran convivencia y respeto entre diferentes clases socioeconómicas con espíritu de compartir todo desinteresadamente. Sí hubo consumo de mariguana y alcohol, pero ello no condujo nunca a un desbordamiento generalizado, caótico, agresivo y degenerado como se quiso hacer parecer. Sí hubo varios jóvenes que se despojaron de sus ropas, pero esto no llevó a un aquelarre de desnudos. La famosa “encuerada de Avándaro” fue un hecho espontáneo y emblemático de que los jóvenes estábamos ahí para despojarnos de nuestras inhibiciones[2]. Todos compartíamos la ebullición de la juventud y el gusto por escuchar nuestra música. Ése fue nuestro pecado ante los ojos oficiales.

Desde el punto de vista musical, a pesar de las fallas de audio durante el festival, en Avándaro se escucharon a las mejores agrupaciones de rock de la época. Fueron 11 grupos y bandas que se entregaron en música y alma por más de 12 horas ante 300 mil asistentes. Protagonistas que trascendieron y pertenecen a la historia y leyenda del rock mexicano.

El desarrollo del movimiento artístico-musical de La Onda Chicana estaba ya migrando de las composiciones en inglés hacia rolas con letras en español. Se demostraba así que el rock original en nuestro idioma era posible. Las excelentes composiciones de los grupos importantes de esa época atestiguan la calidad y originalidad del movimiento. Afortunadamente se preservan la mayoría de esas grabaciones. Si tan sólo en esa época las técnicas de grabación hubiesen contado con la tecnología avanzada posterior, imagínese la elevada calidad de esas aportaciones musicales. Y si adicionalmente hubiese habido la voluntad de no interferir en el desarrollo de ese movimiento e impulsarlo a través de adecuados apoyos comerciales y mercadotécnicos, la evolución del rock mexicano hubiese sido muy distinta.

Epílogo. Con Avándaro se selló un importante capítulo en la historia del rock nacional: su caída en el ostracismo y la atrofia de su desarrollo como expresión artística por muchos años. Al coartar un movimiento de rock propio, la consecuencia de Avándaro fue una regresión propiciada deliberadamente por el círculo gobernante que se atemorizó ante los alcances de una concentración masiva de jóvenes que podría fomentar una conciencia políticamente crítica hacia el régimen prevaleciente. Percibió que el rebeldismo de la contracultura rocanrolera atentaba contra los valores sociales establecidos, es decir, el establishment y las buenas costumbres de la tradicional familia mexicana. En consecuencia, el Estado mexicano de entonces, patriarcal y autoritario, reaccionó con actos de marcada represión para abatir esas expresiones y no perder el control sobre la juventud. Ello porque el rock hacía que los jóvenes se concentraran masivamente.

Después de Avándaro el rock huyó hacia la marginalidad y subterraneidad para sobrevivir bajo condiciones precarias en los llamados hoyos fonkys. Fue apenas en las décadas de los ochenta y noventa que se dio una gradual reinserción del rock en la vida cultural nacional.  Ello ha llevado a que en nuestros días gocemos de una expresión de rock mexicano que es aceptada, amplia, rica, de calidad musical y competitiva internacionalmente. Pero ello no hubiese sido posible sin la evolución previa, dolorosa y lenta, que se dio en los setenta. Ése fue el valioso legado que nos dejó la generación de La Onda Chicana.

Es de llamar la atención que hasta cierto punto, la respuesta represora gubernamental en contra del rock fue exitosa al no haber permitido consolidar en ninguna etapa el vínculo rock-contracultura-revolución. El rock siempre se asoció con lo contracultural, pero nunca logró el paso decisivo para integrarse con los movimientos y revueltas estudiantiles: ni en 1968, 1971, ni tampoco en las protestas estudiantiles posteriores de 1986 y 1999. A diferencia de otros países, los movimientos estudiantiles en México siempre han mantenido una relación distante con el rock.

Aunque ya pasaron 40 años, muchos asistentes se resisten a aceptar que estuvieron presentes. Es increíble que aún tengan clavado el estigma; consideran que fue una desviación propia de su juventud y muchos de ellos hoy empresarios exitosos o políticos, prefieren, con falso pudor, no reconocer que anduvieron entre lodo, mugrosos y olor a mota.

A cuatro décadas de distancia, el espíritu de Avándaro sigue vivo entre aquéllos que no nos avergonzamos de haber vivido esa extraordinaria saga socio-musical. En ese campo, no se ha vuelto a dar en nuestro país nada similar.

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