Chavela Vargas, la que hizo lo que le dió la gana

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  • Tú eras feliz cantándole a los invisibles, a los de a pie, a los que en sus bolsas no cargan más que un puñado de penas.

Por Humberto Vázquez Galindo

Hoy mi Chavela Vargas, con la que yo agarraba por mi cuenta la parranda, la paloma negra de los excesos, que nadie sabe bien dónde, dónde, andará, cumpliría 101 años. Hoy festejó su vida y festejó su muerte, porque ella, bruja cómo era, no murió, ascendió. Con este texto la despedí el día que me llegaron con la fatal noticia: “Se murió chavela” y la sangre se me fue a los pies y los mariachis del mundo callaron y todos quedamos huérfanos de esa voz reposada en alcohol.

 

‘Ojalá que te vaya bonito’

Era domingo, era cinco de agosto, era una tibia tarde de 2012 y nunca voy a olvidar cuando entró mi morro a decirme, así con todas sus letras, “Se murió Chavela”. No hizo falta el apellido, supe que eras tú y entonces nos abrazamos y te lloramos como se le llora a una amiga entrañable. No querías morir en sábado para no arruinarle la fiesta a nadie y así fue. Pero sabes una cosa Chavela, no nos arruinaste la fiesta, nos arruinaste la vida. Ese día tratamos de llenar el hueco de tu partida cómo se debe. Con tequila en mano te lloramos en cada rincón de la casa.

De pronto surgió una pregunta: “¿qué música pongo?”, me dijo Tony con los ojos hinchados y no supe que decir. En otro momento en otra circunstancia, en cualquier pérdida te poníamos a ti. Porque qué bonito era agarrar contigo la parranda. Pero qué pasa, cuando la compañera de pedas se ha ido para siempre.

Yo me senté en la computadora y en un charco de lágrimas escribí estas palabras atropelladas, la que sería mi despedida para la mujer que me enseñó a amar sin medida, sin límite, sin complejo, sin permiso, sin coraje, sin consejo, sin duda, sin precio, sin cura, sin nada. “No tengas miedo de amar, verterás lágrimas con amor o sin él”.

Aquí va de corridito lo que esa tarde escribí para decirte adiós, pero hasta en eso me corregiste, te levantaste unos segundo del féretro y me soltaste: “¿Adiós? Nunca se dice Adiós, se dice Te amo”.

‘No te mueras nunca’, le gritaban en sus conciertos, y la paloma negra de los excesos se lo tomó tan a apecho que hoy, la voz más dolorosa y aguerrida de la música ranchera, no se apagó, trascendió.

“Las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo”, es el himno que magistralmente le escribió su “cuatacho” Joaquínito. La canción no puede ser más acertada, la voz de Chavela se convirtió en el antídoto perfecto para todos los males, pero en especial para uno: El de amores. Y si bien, las heridas no se curaban del todo, que bien ayudaba escucharla, con botella de tequila de por medio, para exorcizar los demonios y llorar, cómo no, a grito tendido.

Chavela, disculpa la tristeza, pero hay una pregunta en el aire: A quién se tiene que escuchar para olvidar que ya no estás aquí. En otra circunstancia, en otra despedida, la respuesta obligada eras tú, pero la combinación de tu desgarrada voz, con el dolor de tu partida, vuelve esto insoportable.

Una posible respuesta podría ser algo del cancionero de tu íntimo José Alfredo Jiménez, un repertorio que hiciste tuyo y que cantaste como nadie. “José Alfredo componía pensando en que yo cantara sus canciones”, dijiste en una entrevista y desde el Facebook, desde el twitter, a donde también fuiste a meterte, tu horda de fans no dejaron de cantarte, el coro se unió en una serenata cibernética al enterarse de tu partida: “Yo no sé si tu ausencia me mate, aunque tengo mi pecho de acero”, se leía en redes sociales mientras algunos se curaban la resaca, porque tú lo prometiste, no querías morirte en sábado para “no arruinarle la fiesta nadie” y así fue.

 

Tú amiga la muerte

“Cuántas luces dejaste encendidas yo no sé cómo voy a apagarlas”, rezaban más tarde, tus fieles por las cantinas. Pero el día que fuera Chavela, y como tú lo cantaste con tu voz quebrada, doliente, rasposa: “Cuando tú te hayas ido amor, me envolverán las sombras”.

Pero tu partida tenía que ser en México, porque tú, la bruja mayor, la chamana, así lo decidiste cuando ella vino a darte un ultimátum: “Me encontraré de tú a tú con la muerte. No le tengo miedo, le tengo respeto. ‘Señora aquí estoy, cuando usted quiera’. Mi partida definitiva me parece encantadora, porque yo con la muerte no tengo ningún problema”, dijiste un día envalentonada, pero que digo envalentonada, lo dijiste con la tranquilidad de quien sabe que se va sin deberle nada a nadie.

Tú sabías que en cualquier momento pasaba por ti, celosa como es, para que le cantaras La Llorona sólo a ella, porque que feo que nadie te quiera abrir la puerta. Y entonces sacaste fuerza y a tus 93 años fuiste a España, tu patria chica, para despedirte de tu poeta de cabecera, de Federico García Lorca, a quien dedicaste tu último disco, al fantasma con el que mejor platicabas cuando te invadían las soledades.

Por cierto, ¿qué le dijiste a Sabina? Cuáles fueron tus palabras para Joaquín, ese con el que compartías dos cosas: el amor por la bebida y las mujeres. Ese mismo que prometió que jamás iba a lavar su sofá porque ahí te habías sentado tú, porque ahí lloraron y cantaron juntos, porque ahí te sacó las palabras de la boca para componerte una canción que no te quedara chica.

¿Y Pedro?, el que te convirtió en una Chica Almodóvar, en la cantante oficial de sus películas, ese que te siguió por tus giras en España y dijo que antes que cineasta quería ser recordado como el presentador de Chavela. ¿Qué vino a tu memoria cuando los viste? Qué te dijeron ellos, y otros, porque amigos tenías por montones, que hicieron que se te arrugara el corazón y casi te ‘pelaras’ allá, en tierras extranjeras. Pero sacaste la casta y de tu ronco pecho salió un: “Quiero morir en México”.

Y a eso volviste. A despedirte ahora de los tuyos, del país que te abrazó como el padre que nunca tuviste, ese donde casi te desmayas al ver por primera vez un mariachi, esos mismos que le pusieron melodía a una voz que un día salió como toro desbocado y se llevó de encuentro a un país entero que se quedó paralizado y dejó lo que tenía que hacer para escucharte con atención y desde ese momento presumirte como nuestra, como la única mexicana que no nació aquí, nomás por tus ‘destos’, porque se te dio la chingada gana. Y cómo llevarte la contra, si no había mariachi al que no le temblaban las piernas nomás de hacerte segunda, de ponerle alfombra roja a ese canto que apenas se asomaba y te ponía una revolcada de aquellas.

Y mira lo que son las cosas Chavela a este país, en el que te abriste paso trabajando como sirvienta, lo terminaste consolando, curándole los calambres en el alma, espantándole el susto y Los mejor: barriéndole las penas que se aferran al corazón.

Vendías ropa de segunda, trabajaste de chofer, a veces no tenía para comer y de pronto ahí estabas, con los brazos abiertos y el pecho hinchado de orgullo porque cantabas en el Palacio de Bellas Artes. Y no solo eso, en España no hubo teatro que no abarrotaras. La Sala Caracol de Madrid solo fue el inicio de tu romance con la Madre Patria.

“Si los milagros existen, éste es uno de ellos. Hay cantantes que se retiran en uno o dos años y cuando vuelven ya no pueden hacer nada. Yo me retiré más de quince, volví y se me abrieron las puertas. ¡Con 72 años!”, dijiste sorprendida.

Y tú que ya solo le cantabas en Tepoztlán a los teporochos para que te compartieran sus alipuses, de pronto estabas parada en el Olympia de París, hasta donde llegó Almodóvar a ser tu maestro de ceremonias. Y las piernas te temblaban por primera vez porque en ese escenario había estado esa mujer que compartía contigo algo más que una voz hipnótica y atormentada.

Pedro Almodóvar lo recuerda así: “Esa misma mañana habíamos estado probando sonido, vi que Chavela le preguntaba algo a uno de los técnicos, no sé en qué idioma, porque ella no habla francés. La vi después, desplazarse hasta el lugar del escenario que el técnico le había indicado con un gesto. Más tarde, le pregunté que le había preguntado. Chavela me respondió que quería saber dónde se colocó Edith Piaf cuando actuó en esa sala, y a ese lugar se dirigió, allí estuvo todo el concierto. No tengo palabras”.

Y todo México estaba orondo, no cabía del orgullo, bueno, casi todos: “Cuando canté en el Olympia de París, Lola Beltrán preguntó: ¿qué está haciendo esta hija de la chingada allá? y se murió del puritito coraje. María Victoria también dijo que el Olympia no era para borrachos y qué ahí sólo cantaban las personas honorables… y yo le respondí qué si así fuera siempre estaría cerrado”.

Y para rematar en Carnegie Hall de Nueva York, ahí donde se sentó al piano Nina Simone, donde se paró con guitarra en mano Bob Dylan, por donde desfilaron Charlie Parker, Mile Davis y otra gran mujer, otra gran voz y otra eterna enamorada del alcohol: Billie Holiday.

¿Qué tal Chavela? Nada mal para esa niña que sus padres escondían por rara. Bien dijiste que “cuando te rechaza tu familia, es difícil quererse a uno mismo”, pero el amor que te faltó te llegó en cascada y a manos llenas, porque te lo granjeaste dándole vuelo a las cuerdas vocales.

Y que buena para agenciarte el amor de las mujeres que se te pegó la gana, como aquella noche en Acapulco, en donde le cantaste a todo Hollywood: “Tras una noche de juerga, todo el mundo amaneció con todo el mundo y yo amanecí con Ava Gadner”.

¿Y Frida Kahlo? Ese amor legendario se cuece aparte: “Sus cejas juntas eran una golondrina alzando el vuelo. Presentí que podía amar a ese ser, pero ella un día me dijo: ‘no te puedo atar a mis muletas y a mi cama’. Abrí la puerta y me fui”.

 

‘Quiero morir en México’

Pero, cómo morirte allá, si acá te esperaban José Alfredo, con botella en mano, en el rincón de una cantina; Frida, entregándote su corazón ensangrentado y Diego Rivera encantado con ese amor, porque al fin de cuentas, por las noches, les cantabas a los dos; Tomás Méndez para quien fuiste la paloma negra de los excesos; Jorge Negrete al que imitabas de niña, descalza, sola, pobre y luego tomaste del brazo para cantar juntos; el “Indio” Fernández que no se cansó de aplaudirte; la deslumbrante belleza que se sentaba a oírte y tú como un pavorreal porque se trataba de María Félix, Dolores del Río, Liz Taylor y Ava Garner; Agustín Lara, a quien le reprochabas su cursilería y le disputabas las novias; Carlos Monsiváis el cronista de tus parrandas; Mercedes Sosa que lloró tu muerte antes de que te fueras; Carlos Fuentes que te escuchaba a escondidas para inspirarse. La lista sigue, pero no con cualquiera, sino con los más grandes de esta tierra. Y sin embargo tú eras feliz cantándole a los invisibles, a los de a pie, a los que en sus bolsas no cargan más que un puñado de penas. En fin, al México tuyo, el que se cae, se levanta, se llena de lodo y se sacude para volver a caer en los mismos errores.

Y de los vivos ni hablar, hacían fila para cantarte, para homenajearte, para sacarte un acorde, para hacer dueto y gritarle al mundo que cantaron contigo: Lila Downs a la que nombraste tu sucesora, Eugenia León, Concha Buika, Martirio, Tania Libertad, Café Tacvba, La Negra Chagra, Ely Guerra, Miguel Bosé, Luz Casal, Armando Manzanero y también esta lista se hace larga.

Y es que cómo no rendirse a los pies de la mujer que, sin necesidad de un discurso feminista, ni a favor de las minorías y sin ondear banderas, aventó la falda y los vestidos en una época en donde los pantalones los llevaban los machos y no sólo eso, jamás ocultó lo que era y no hay mejor ejemplo de activismo que ser uno mismo, que ser Chavela Vargas: “Yo he tenido que luchar para ser yo y que se me respete, y llevar ese estigma, para mí, es un orgullo. Llevar el nombre de lesbiana. No voy presumiendo, no lo voy pregonando, pero no lo niego. He tenido que enfrentarme con la sociedad, con la iglesia, que dice que malditos los homosexuales… Es absurdo. Cómo vas a juzgar a un ser que ha nacido así. Yo no estudié para lesbiana. Ni me enseñaron a ser así. Yo nací así. Desde que abrí los ojos al mundo. Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjate qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme… Mis dioses me hicieron así”.

Pero te llegó la hora Chavela, y aunque después de unos días hospitalizada en Cuernavaca, lo médicos dijeron que fue por problemas renales y cardiorrespiratorios, todo como producto del esfuerzo de tu viaje a España, tu verdad era diferente: “Yo sabía perfectamente bien cuáles eran los costos, y claro que valió la pena. Le dije adiós a Federico, les dije adiós a mis amigos y le dije adiós a España. Y ahora vengo a morir a mi país”, comentaste a tu llegada.

Y muy pronto sentiste el llamado de la “Llorona” y empezaste a despedirte con ese himno con el que añorabas te dijeran adiós: “Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas, lo mismo que un árbol, que en tiempo de otoño se queda sin hojas, al fin que la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas, esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón”.

 

El ascenso de la chamana

Y entonces, chamana, pediste que no te hicieran ningún tratamiento invasivo porque tenías que irte de forma natural, porque no ibas a morir sino a “trascender”. Entonces ordenaste a tu amiga, la periodista María Cortina, que te colocara en el pecho el medallón que te regalaron los chamanes huicholes, el cual sólo usas para dar conciertos y así lanzaste tu último suspiro con el corazón contento, porque a ti que desde niña te daban como muerta y mira, llegaste a los 93 años y hasta te diste el lujo de dedicar 20 de ellos nada más para conservarte en alcohol, bien dijiste Chavela que tu hígado lo pondrían en un museo, porque para decir verdad, nadie te dio alcance, nadie como tú se tomó 45 mil litros de tequila y vivió para contarlo, nadie visitó el infierno y salió tan airoso, por eso te vas feliz porque hiciste lo que te dio la gana, porque como lo soñaste de niña te creaste un nombre y una voz y que vozarrón Chavela, porque llegaste con las manos vacías y te vas con honores y el corazón con sobrecupo, con el pueblo llorándote, llamándote “la última grande”, porque México no te dejó huérfana como te dejaron tus padres, ni te dejó morir antes de tiempo, porque volviste a Tepoztlán para amanecer mirando el cerro del Chalchitépetl, porque “uno siempre vuelve a los mismos sitios donde amó la vida”.

 

Te vas ángel mío

Pero no porque tú te vas feliz, el llanto de tus dolientes no se deja sentir, a estas horas, tu enorme grey, tus huérfanos que se cuentan por millones, todos los agremiados a tu voz, con un nudo en la garganta, no dejan de cuestionarse con una de tus máximas composiciones: “¿A dónde te vas paloma? ¿Por qué abandonas el nido?”. Pero a ti Chavela no se le despide con rezos en el Facebook, ni con condolencias a través de Twitter, ni formalidades, a Chavela Vargas se le despide en el rincón de una cantina, exigiendo un tequila y exigiendo una canción y entonces cuando llegue el estribillo, con la botella en la mano, lágrimas en los ojos y el corazón en los huesos, reprocharte a todo pulmón: ¿Paloma negra, paloma negra, dónde, dónde andarás?, Y cuando estén sirviendo ya la del estribo alzar la copa y mirar hacia arriba para decirte adiós como tú te mereces: “Ojalá que ta vaya muy, pero muy bonito”.

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