Juicio Johnny Depp – Amber Heard

Un juicio que solo demostró que si tenés plata podés ganar cualquier cosa.

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La semana pasada llegó a su fin el mediático y controvertido juicio de doble entrada entre Johnny Depp y Amber Heard. El actor denunció a su ex pareja por difamación, en relación a un artículo que ella publicó hace unos años en el Washington Post, en el cual ni siquiera nombra a Depp, pero habría bastado para que quedara desplazado de todos los proyectos cinematográficos en curso. Luego de 7 semanas de show televisado, sobredosis de información y una mega exposición de cada detalle de la vida privada de la pareja (y de Amber), el jurado falló a favor de él, afirmando que ella actuó con “verdadera malicia” al publicar el mencionado artículo.

Un final anunciado

El fallo no fue de sorpresa para ninguna de las millones de personas que siguieron este juicio por televisión, radio, podcast o redes sociales. Mientras Camille Vazquez, quien encabezó el equipo de abogados de Depp, generaba el hashtag viral #CamilleVazquezMyLawer (#CamilleVazquezMiAbogada), los abogados de Amber Heard eran ridiculizados en memes en todos los idiomas por su incompetencia. Efectivamente, la estrategia y las alocuciones de Vazquez fueron sólidas, mientras que los abogados de Amber Heard se apoyaron en “se dice que se dijo”. Además, un ejército de trolls anti-Amber (o más bien anti-mujeres), probablemente financiado por el mismo Johnny Depp, inundó de comentarios cada transmisión ridiculizando y humillando a Heard y enalteciendo al buen (y pobre) tipo de Johnny…

Un fallo tan predecible ¿quiere decir que el juicio demostró sólidamente la verdad? De ninguna manera. Demostró que Camille Vazquez es una gran oradora, demostró (quizás en alguna medida) que algunos de los relatos de Amber Heard eran poco consistentes, y demostró, sobre todas las cosas, que si tenés mucha mucha plata podés ganar cualquier cosa, y sobre todo un juicio que propulse tu carrera actoral de nuevo hacia lo alto. Pero no demostró ninguna verdad.

La polémica

En plena avanzada anti-derechos en Estados Unidos, se instaló un debate alrededor de las “denuncias falsas”, las mujeres que “también mienten”, la “cultura de la cancelación” y si efectivamente alcanza o no con la palabra de las víctimas para demostrar la verdad.

Un testimonio o una denuncia no son probatorios en sí mismos y es cierto que no alcanza solo con la palabra. Un proceso de investigación siempre es necesario antes de emitir una condena. Pero el problema más usual que enfrentan las denunciantes cuando son mujeres, personas LGBTTINB, niñas o niños; es que no se les cree, no importa cuánta prueba presenten; y que se las violenta y revictimiza continuamente en el proceso judicial (y mucho más aún si la persona denunciada tiene dinero, poder o fama). El movimiento feminista viene dando una lucha inmensa para terminar con la impunidad y con el disciplinamiento que el poder judicial impone sobre las mujeres y diversidades, pero aún son muchas las trabas en el acceso a la justicia. El falso SAP (Síndrome de Alienación Parental) sigue apareciendo por los tribunales acusando a las madres protectoras de locas, resentidas y mentirosas; y permitiéndole a los abusadores llorar y victimizarse. Thelma Fardín lleva cuatro años peleando por una condena a su violador, Juan Darthes, y ha denunciado en repetidas ocasiones lo desgastante que es declarar una y otra vez.

En este sentido, más allá de que la denuncia de Amber Heard sea falsa o no, de ninguna manera un juicio que implica situaciones de violencia de género debe ser televisado a nivel mundial y consumido cual reality show con subtítulos hasta en otros alfabetos. Además de que el exceso de información dificulta entrever la verdad, la hiper mediatización y exposición de los detalles más íntimos de la vida de una mujer también es, en su medida, violenta, y en este caso se la acompañó de humillaciones y dudas peyorativas sobre su salud mental.

Es necesario entonces preguntarse ¿A quién le sirve esta hiper mediatización de un caso puntual de lo que los medios de comunicación presentan como una “relación tóxica” entre dos personas blancas y ricas? (Por supuesto a Johnny Depp, quien financió el espectáculo y prontamente relanzará su carrera).

Una pareja en la que las discusiones cotidianas se acompañan de gritos, insultos, golpes a las mesas y alacenas e incluso rotura de cosas, no es una relación “tóxica”, es una relación violenta ¿A quién le sirve que se diga lo contrario?

Se señala cada uno de los momentos violentos de Amber Heard como si los mismos la invalidaran como víctima. ¿Quién se beneficia del discurso que afirma que una mujer víctima deja de serlo si se defiende? Peor aún, se enfatizó continuamente en las infidelidades de Amber Heard como si eso justificara la violencia y se dijo repetidas veces que ella “llora sin lágrimas” en sus relatos ¿A cuántos misóginos nos recuerdan estos argumentos?

Vuelve a aparecer el viejo clásico de “Johnny Depp es un buen tipo, es tranquilo y amable” y se presenta al pobre hombre al que le arruinaron la vida cuando lo denunciaron y le pusieron una órden de restricción. Mientras a ella se la presenta como loca, violenta y sobretodo mentirosa, porque la condena que le cabe no es por haber sido “abusiva” con su ex-esposo, como se argumentó, si no por haber mentido.

¿A quién le sirve? A los reaccionarios del mundo que se organizan para correr a derecha los debates: En Estados Unidos una avanzada anti-feminista pretende barrer con el derecho al aborto al mismo tiempo que se habla de la necesidad de “darle armas a los maestros” para enfrentar las masacres escolares ¿Y qué tiene que ver Johnny Depp? Es un elemento más de los que intentan rediscutir consensos sociales que el movimiento feminista conquistó con años de lucha: Que llegar borracho a tu casa y golpear mesas y paredes al lado de tu esposa es violencia, que ser un sujeto tranquilo en público no implica que no puedas ser un violento en privado, que una relación entre un hombre y una mujer no es “violenta por ambas partes” porque hay una desigualdad que no puede ser ignorada.

Amber Heard puede no ser una santa, y este juicio no probó que mentía pero tampoco probó que dijera la verdad. Sin embargo, la frase que fue elemento central del fallo del jurado tiene gran cuota de exactitud: “Me convertí en una figura pública representando el abuso doméstico y sentí la fuerza completa de la rabia que nuestra cultura tiene hacia las mujeres que denuncian”. La rabia de los trolls comentadores, hinchas del Capitán Jack Sparrow, no fue contra Amber; fue contra todas las mujeres que denuncian, fue contra el Me Too, fue contra el Ni Una Menos, fue contra el feminismo y las diversidades. Miles de mujeres en todo el mundo intentan salir de relaciones violentas con infinitas veces menos recursos que Amber Heard, y sobre ellas se proyecta la rabia que los misóginos descargaron a través de las redes contra la malvada y mentirosa ex pareja del pobre Johnny Depp.

Entre tanta confusión hay dos cosas que se pueden enunciar como verdades:

Johnny Depp no es ningún pobre tipo.

Los pañuelos verdes inundan las calles estadounidenses. La marea feminista tiene con qué defender lo conquistado.

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