Marcel Proust o la literatura como antropología histórica

Este próximo 18 de noviembre se cumple el centenario de la muerte de Marcel Proust. Su nombre está indisolublemente asociado a su novela “En busca del tiempo perdido” (À la recherche du tempsperdu), una de las más emblemáticas del siglo pasado y por qué no, de la literatura francesa y universal.

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Mi obra no es microscópica, sino telescópica. Tuve la desgracia de comenzar un libro con la palabra “yo” y de inmediato todos creyeron que, en lugar de intentar descubrir leyes generales, yo me analizaba en el sentido individual y detestable de la palabra

Proust

Sería verdaderamente pueril sostener que la literatura burguesa resulta nociva para la solidaridad de una clase. Lo que Shakespeare, Goethe, Pushkin o Dostoievski darán al obrero es, antes que nada, el concepto de complejidad psicológica del hombre, de sus pasiones y sentimientos; comprenderá entonces con más profundo y elaborado sentido, sus fuerzas físicas, la intervención del instinto, etc. Y el resultado será un enriquecimiento interior.

Trotsky

Marcel Proust, luego de un “célebre” rechazo de André Gide (entre otros) para publicarle su obra, en la que venía trabajando desde 1908, encontrará al fin editor algunos años después. La monumental: À la recherche du tempsperdu (A la búsqueda del tiempo perdido) constará de siete partes publicadas entre 1913 y 1927, de las cuales, las tres últimas son póstumas. Proust muere el 18 de noviembre de 1922 cuando aún se encontraba trabajando en ella y contaba con 51 años. En 1895 había escrito y no concluido una especie de antecedente de En busca… la inconclusa Jean Santeui, trabajo que será publicado en 1952. Un año después escribirá y logrará publicar “Los placeres y los días” un conjunto de cuentos largos y poemas en prosa. Para muchos críticos, el conocimiento de la obra del inglés John Ruskin, a quien traducirá al francés, fue decisivo en su cambio de paradigma estético y expresivo.

Sin lugar a dudas “su” obra fue En busca…La cantidad de miradas y apreciaciones que la misma conlleva es extensísima. Recientemente (todo centenario “invita” a ello) fueron encontrados setenta y cinco folios de manuscritos inéditos de “Petit Marcel” que son borradores de capítulos, especialmente del primer volumen de la novela, quizás la más conocida (incluso hay una versión cinematográfica, de una parte de ella): “Por el camino de Swann”. Y en España se acaba de anunciar en estos días la aparición de cartas y una especie de diario inédito del escritor francés.

Desde el psicoanálisis con un tema caro a dicha ciencia como es el de la memoria y la importancia de la infancia para el ser adulto (Proust habría señalado: “la patria es la infancia”), como así también desde cierta metafísica filosófica con el no menos importante tema del paso del tiempo, como así también las cualidades intrínsecas de su prosa literaria, no ajena a cierto barroquismo pero con la presentación de un “mundo” que abarca a aristócratas venidos a menos, artistas que tocan en sus salones, burgueses advenedizos y de los otros, los que sirvieron para presentar frescos de la sociedad  francesa en plena belle époque. Todos esos ámbitos y saberes se apropiaron de partes de la obra proustiana

Los prejuicios propios de su tiempo, hicieron que Proust enmascarara su inclinación homosexual y convirtiera sus paseos por los Campos Elíseos observando a muchachitos, en paseos con la jovencita Gilberta (hija de Swann y Odette) primero y de Albertina después, según cuenta quien fuera su mejor biógrafo: George Painter. En el tomo cuarto de su obra: “Sodoma y Gomorra”, aquel “dedo en la llaga” a la moral pacata de fin de siglo era más patente aún. Asimismo, no le eran ajenas circunstancias políticas y sociales del periodo: su participación en la denuncia del caso Dreyfus y su lucha por el antimilitarismo son buenos ejemplos de ello.

Ricardo Piglia, en la que creemos una observación aguda, señala que En busca …  está entre dos mundos. Recuerda que la “forma” novela es hija de la modernidad, del surgimiento de la imprenta. La misma, arranca grosso modo con el Quijote y se continúa hasta el gran siglo para el género, que es el XIX, con sus narraciones que atraían a masas de lectores (su difusión a través de revistas, es una constante), con cierta linealidad espacial y temporal, su realismo social, etc. Sin embargo, ésta va a ser desplazada por la irrupción del cine. La novela entonces se “estetiza”, sus creadores logran un grado mayor de libertad al no estar “condenados” a escribir para ese público amplio y disperso, y logran así experimentos varios y convierten la propia ficción en un “campo de reflexión”. Proust, como Joyce, Faulkner o el mismo Macedonio aquí, no se entienden sin ese contexto (amén de la coyuntura histórico social). Lo que importa, creemos, es que la novela persiste más allá de esos momentos y derivaciones.

El trotskista francés Daniel Bensaid, señala que En busca… es una novela filosófica y que, en ella, el “gran” tema a desarrollar es el de la totalidad. Y para lograr aprehenderla, hay que partir de las categorías más simples; en el caso de Proust, la “famosa” magdalena (que el protagonista, el mismo Marcel, al saborearla “recuperaba” la totalidad del tiempo pasado y se proyectaba al presente y al futuro). Dice el galo:

Para Marx, para Hegel y para Proust, se trata de la misma obsesiva cuestión: ¿por dónde comienza la totalidad? La totalidad atormenta cada eslabón, cada fragmento, cada detalle de la cadena. Éste es, sin embargo, el que resume y revela el conjunto: el ser, la magdalena, la mercancía.Trivial e inocente, completamente simple, la mercancía fracturada se abre como una especie de luz mágica de donde escapan valor de uso y valor de cambio, trabajo abstracto y trabajo concreto, plusvalía y ganancia, así como de la magdalena crujiente, surgen el lado de Swann y el de Guermantes. Las categorías mercantiles o memoriales que fluyen de esas heridas, revelan la maravillosa totalidad de un mundo en devenir.

Por supuesto que se podrían decir (y de hecho se han dicho) muchas más cosas de En busca… Escogimos las que nos parecen más sugerentes. La vida es muy corta y Proust muy largo, dijo Anatole France, y en verdad lo que parece un demérito (su extensión: algo que se ve en sus propias frases que contienen más de una subordinada), termina siendo una virtud y un placer: el del libro que no se acaba nunca. Una especie de “libro diccionario”, al cual podemos volver cuando queremos o retomarlo por donde deseamos, aunque así fuere para sumergirnos en sólo dos o tres fragmentos del mismo (esto nos recuerda la cara azorada de Mafalda cuando observaba esa actitud de su padre con el “mataburros”).

Proust, como Shakespeare, Goethe o Dostoievski (como señala Trotsky, siguiendo a Marx), además de radiografiar una época y una clase, sobrepasó esas limitaciones y buceó (terminó de Freud que utilizaba también el revolucionario ruso) en la complejidad del “alma” humana (somos materialistas, la misma es una figura poética) y al hacerlo la enriquecía. Además de conformar una actitud contestataria y revulsiva para el orden social existente. Juan José Saer lo escribía con suma precisión y con dichas palabras cerramos nuestro artículo. El escritor santafesino, señalaba:

Preservar la capacidad iluminadora de la experiencia poética, su especificidad como instrumento de conocimiento antropológico, éste es, me parece, el trabajo que todo escritor riguroso debe proponerse. Esta posición, que puede parecer estetizante o individualista, es, por el contrario, eminentemente política. En nuestra época de reducción ideológica, de planificación represiva, la experiencia estética, que es una de nuestras últimas libertades, es constantemente amenazada. La función principal del artista es entonces la de salvaguardar su especificidad. Los elementos extraaartísticos, nacionalidad, extracción social, “espíritu de la época”, influencias culturales, etc, son totalmente secundarios. Los verdaderos creadores representan a su época contradiciéndola. Si, por ejemplo, se toma el caso de Robert de Montesquieu y de Proust, inmediatamente se encuentra una serie de categorías históricas, sociales, culturales, etc, que les son comunes. Con ligeras variantes los dos pertenecen a la misma época, al mismo medio social, frecuentan los mismos salones y reciben más o menos las mismas influencias culturales. Y sin embargo, mientras Montesquieu no es más que un pobre fantoche, Proust es uno de los más grandes escritores de la época moderna. El que representa a la aristocracia y a la gran burguesía francesa de la Bella Época es Montesquieu, y no Proust. Por su praxis narrativa, Proust alcanza una dimensión antropológica que justifica sus descubrimientos y los hace válidos para otros tiempos y otros lugares, mientras haya, se entiende, gente dispuesta a leerlo.

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