Las alas de Emily Dickinson

Frente a la inmovilidad y los códigos se alzaba con una fuerza preciosa un espíritu fuerte y decidido, ávido de conocer y conocerse, un espíritu empeñado en dar un sentido a todo aquello que vivía.

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Artículo de el vuelo de la lechuza

Casi todo lo que se sabe de Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) está escrito en sus poemas y en la correspondencia que mantuvo prácticamente con las mismas personas a lo largo de toda su vida.

La vida de Emily Dickinson, como su poesía, es ambigua y está profundamente marcada por dicotomías y ambivalencias. Precisamente es eso lo que la hace especial: la estricta e inquebrantable moral puritana por la que se regía con celo su familia no pudo contener el impulso abierto, libre por naturaleza, que dibujó sin descanso el rumbo de toda su vida. Frente a la inmovilidad y los códigos se alzaba con una fuerza preciosa un espíritu fuerte y decidido, ávido de conocer y conocerse, un espíritu empeñado en dar un sentido a todo aquello que vivía.

Dickinson creía con firmeza en la palabra. Cada palabra, cada sílaba incluso, tenía su propia fuerza casi mística capaz de crear y destruir –For I have but the power to kill, Without –the power to die– [pues yo tengo sólo el don de matar, / y no –el de morir–] (poema 764) (traducciones propias) –. Las palabras en sí mismas tenían vida:

A word is dead, when it is said / some say– / I say it just begins to live / That day[Una palabra está muerta cuando se dice / afirma alguno– / yo creo que justo empieza a vivir / ese día].

Las palabras se respiran, se meditan, y cada una ocupa su lugar esencial –tremendamente esencial e imprescindible– en el poema. Aquí –en los poemas, en todo este universo repleto de fuerzas y vida– es normal encontrar palabras polisémicas, con suerte descifrables, aunque a menudo ambiguas. Por eso no extraña que uno de sus poemas más famosos y complicados empiece: «I dwell in Possibility [habito en la Posibilidad]», donde dwell significa vivir, algo que se interpreta en español como reconfortante, y que sin embargo en inglés, además de ése, también posee cierto sentido negativo, como de esfuerzo casi imposible por estar haciendo lo que se hace. También suele jugar con vocabulario científico –desde la década de 1820, antes del nacimiento de Dickinson, se construían casi a un ritmo irrevocable líneas de ferrocarril que servían de unión para todo el largo y ancho del territorio estadounidense–. Así, emplea con frecuencia el término freight, utilizado para designar la carga que transportaban los vagones. La palabra y su forma es quizá lo más relevante de la poesía de Dickinson. Pues la palabra permite crear, jugar, participar en el mundo. También suponía un puente para acercarse a algo más, a algo superior, para acercarse «a lo Sobrenatural» –nótese el sobre– «desde lo Natural».

De esa firme creencia en el poder de la palabra vendría quizá una de los elementos más característicos y enigmáticos aún hoy de su poesía: la utilización de los guiones. En 1890, cuatro años después de la muerte de Dickinson, el mismo editor que había rechazado mientras vivía sus poemas y con el que mantuvo una correspondencia de veinte años, publicó las tantísimas piezas que la hermana de Emily encontró en pequeños fascículos encuadernados y dispersos por toda su habitación. Sin embargo, los manuscritos, a menudo difícilmente legibles por la caligrafía, los símbolos y las tachaduras, se modificaron libremente para su publicación, eliminando la utilización «aleatoria» de mayúsculas, y fueron tristemente despojados de todos aquellos guiones considerados innecesarios. Y sin embargo así fue como Emily Dickinson se lanzó –sin más seguridad que una cuerda endeble, casi invisible– hacia el futuro. No fue hasta 1950, sesenta años después, cuando se reconoció su particular forma de escribir y se reeditaron sus manuscritos. Y, sin embargo, hasta 1999 no se publicó una edición completamente fiel, que se considerara canónica, de aquellos escritos.

Los guiones son la propia base y estructura del poema. Para muchos fueron errores o signos ortográficos escritos con rapidez. Para otros, empero, son una parte más del poema, respiraciones hermosas y necesarias, que se apoyan en las palabras y les conceden ese valor tan ansiado que constantemente se buscaba. El guion aísla la palabra, le permite respirar y le concede toda la importancia de la que ésta es digna. Uno de los ejemplos más claros se ve en el final del poema 193:

But the Heart with the heaviest freight on– / Doesn’t – always – move [Pero el corazón con la más pesada carga / no – siempre – se mueve]

Donde el movimiento del corazón, en el último verso, se frena y atropella mediante guiones, y, si se leyera en alto, las pausas obligadas por los signos harían sonar aquel verso de forma hermosísima, como el latido entrecortado por una carga que tiene que soportar.

Tal fue la suerte de Dickinson: apenas publicó en vida sino seis poemas en periódicos de tirada local, algunos de aquellos sin firma y otros cuantos que fueron publicados sin consentimiento y a escondidas por su cuñada o sus amigos del ámbito literario. Sin embargo, lo que podría ser un impedimento y desesperación para algunos, para Dickinson fue una manera más de libertad: sin la obligación de verse publicada, todavía sentía aquella libertad de escribir lo que quisiera cuando quisiera y, sobre todo, como quisiera.

De contradicciones, ya se ha dicho, estaba repleta su vida: en 1858, la madre de Emily sufrió una parálisis nerviosa, lo que obligó a la poeta a encerrarse en casa y encargarse de su cuidado. A partir de ese momento, el encierro será constante e irá en aumento, hasta llegar a un punto en que no salga apenas de su propia habitación y pase así los últimos años de vida. Sin embargo, esos primeros años de encierro son los más prolíficos: en apenas un par llega a escribir casi 1.800 poemas y mantiene asidua correspondencia con sus familiares y unos cuantos personajes del ámbito literario.

A pesar de su reclutamiento físico voluntario, los poemas de Dickinson reflejan una libertad apasionada. Y parte de esa libertad se da por el respeto y el amor a las palabras antes mencionado. Emily Dickinson vivió encerrada, pero sólo físicamente: las palabras –y por extensión la poesía– eran capaces de otorgarle esa libertad que tanto ansiaba y, de hecho, nunca llegó a sentirse sola. Sabía y sentía que estaba en pleno contacto con la vida, que el Mundo en que habitaba era poderoso y resistente,

There is no Silence in the Earth – so silent / As that endured / Which uttered, would discourage Nature / And haunt the World [No hay Silencio en la Tierra –tan fuerte / como ese que aguante / y, una vez pronunciado, / abatiera la Naturaleza / y atrapara el Mundo] (1004)

Que aquel Mundo resistente y firme lo era porque ella misma había sido y sería capaz de participar en él:

A bird came down the Walk / […] Like one in danger, Cautious, / I offered him a Crumb, / and he unrolled his feathers / and rowed him softer Home– / Than Oars divide the Ocean [Un pájaro apareció en el camino / […] Como alguien en peligro, con Cuidado / le ofrecí una Migaja / y desplegó sus alas / y zarpó más suave a Casa / que los remos dividiendo océanos] (359)

En un ambiente casi aislado, incluso sofocante, Dickinson desplegaba sus alas –de hecho no son pocos los poemas que hacen referencia a los pájaros–, y lo hacía perfectamente consciente de su capacidad y sin remordimientos. Se sabía un pájaro, capaz de construir y destruir un mundo que avanzaba demasiado rápido. Su Mundo se batía siempre entre dos polos. Mientras los ferrocarriles se extendían como venas por todas partes del país y Graham Bell patentaba su teléfono y Darwin ya había publicado su Origen de las especies, Dickinson tenía que lidiar con una moral y una fe cada vez más rígidas, que no le ofrecían en absoluto la ansiada libertad por la que suspiraba; ella cantaba al amor –un amor que por lo visto nunca llegó a encontrar, al menos públicamente–, cantaba a la Naturaleza de la que se sentía parte, optaba a algo más alto desde sí misma. Sólo encontraba consuelo en aquel Mundo que podía transformar a su antojo, aquel Mundo del que siempre hablaba y que no era otro que la propia poesía, en su más pura esencia, a la cual dedicó toda una vida de búsqueda.

Los últimos años los pasó vestida de blanco. Saltó a la fama más por su excentricidad que por su calidad creadora. Sus poemas no tenían sentido y eran indescifrables, pero, en un mundo dividido, en que constantemente se batían dos fuerzas de las que ella formaba parte, ¿qué tenía sentido? Si su propio Mundo carecía de sentido, ¿por qué iban a tenerlo sus creaciones? Así había sido y así fue, desgraciadamente incomprendida y enigmática, llena de ambigüedades y contradicciones, comedida y desbordante. Ahogada por completo en una búsqueda desesperada de la belleza y el sentido, una única palabra en un Mundo que se caía a pedazos.

A continuación incluyo mi traducción de dos poemas suyos que, además de formar parte de la lista de los más conocidos, representan perfectamente aquel espíritu libre que mantuvo con mimo y fuerza durante toda su vida:

«La esperanza» es esa cosa con plumas…

«La esperanza» es esa cosa con plumas –
que se posa en el alma –
y entona un canto sin palabras –
y nunca se detiene – nunca –

y más dulce – en el vendaval – se escucha –
y cruel ha de ser la tormenta –
que pudiera arrasar al pajarito
que mantiene a tantos vivos –

lo he oído en la tierra más fría –
y en el mar más extraño –
y aun así – nunca – en lo peor,
pidió una migaja – de mí.

Vivo en la Posibilidad…

Vivo en la Posibilidad –
casa más agradable que la Prosa –
con más Ventanas –
con más – puertas –

y habitaciones como cedros –
inescrutables para el ojo –
y como tejado eterno
la cubierta del cielo –

como visitantes – los mejores –
como ocupación – Esto –
abrir mis estrechas manos
y aunar el paraíso –

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