Un giro derechista persistente

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Por Roberto Saenz

Pasemos ahora al informe y las definiciones. El primer elemento es el giro a la derechaque se sigue verificando en la situación mundial. Esta definición es doblemente importante dejarla asentada porque somos una corriente con peso centralmente en América Latina, una región dinámica en las últimas décadas, y que si bien ha ido acompañado el giro derechista más general, nuestra radicación periférica quizá nos nuble la vista respecto de las principales tendencias internacionalmente; nos confunda.

La primera definición es, entonces, que la coyuntura mundial, de conjunto, está muy a la derecha. La coyuntura internacional es, lisa y llanamente, reaccionaria. No hay prácticamente un solo país del mundo donde el péndulo político no esté corrido hacia la derecha. Estuve revisando: papeles, notas, regiones, etc. No hay una sola región del mundo que esté a la izquierda. Es un dato político central, que tiene una suma de elementos y que uno no puede dejar de considerar a la hora de formular la política.

Veamos geográficamente la cosa, arrancando por el norte del mundo y sumando: Trump en EEUU, cuyo gabinete representa una ideología ultraconservadora que no se veía en la Casa Blanca desde la presidencia de William Harding en la década de 1920. Está Xi Jinping en China, con su impronta cada vez más autoritaria y de culto a la personalidad. Shinzo Abe en Japón es un gobierno ultranacionalista nacional imperialista: el Partido Liberal Demócrata, clásico partido dominante en Japón desde la posguerra, se impuso en las últimas elecciones presidenciales de manera aplastante y está por el rearme militar del país. El gobierno de Theresa May en Gran Bretaña es definido por Alex Callinicos como “uno de los más reaccionarios en el último siglo, pero también débil e ilegítimo”, que “no necesariamente rechaza el neoliberalismo cosmopolita” pero “tiene el objetivo de darle a la ideología dominante un perfil más nacionalista, autoritario y económicamente intervencionista”. En Rusia Putin fue reelegido por tercera vez; tenemos el gobierno de extrema derecha, nacionalista y racista de Modi en India; Erdogan en Turquía, etcétera. Lo que se aprecia son gobiernos de derecha en los principales países. Es muy difícil encontrar un contrapeso a este giro derechista global. Si se mira el mapamundi, se ve todo muy a la derecha.

Sobre el carácter de un gobierno como el de Trump veamos una segunda definición: “Aunque Trump preconiza una política muy de derecha (…), hoy por hoy no es fascista. ¿Por qué? En primer lugar, Trump, si bien ha puesto en la picota a los militantes del Partido Republicano, no se ha alzado por encima del mismo ni de la clase política; es decir, no es una figura bonapartista, independiente del sistema político existente. En segundo lugar, no tiene detrás un partido fascista. Demagogo populista, ha sido capaz de movilizar a votantes blancos que buscan mejorar su situación económica y que se sienten amenazados por los inmigrantes extranjeros que compiten por los puestos de trabajo y ponen en peligro su status” (“El monstruo se instala en la Casa Blanca, el pueblo protesta”, Dan La Botz).

Yendo del norte imperialista a Latinoamérica, recordemos que, desde la década del 2000 en las discusiones sobre la situación mundial, América Latina era la región de contrapeso mundial. Por las rebeliones populares de comienzos del siglo XXI, estaba a la izquierda. En el resto del mundo la situación era mala; pero en Latinoamérica no.

Una muy breve periodización podría marcar los años 90 como de ofensiva neoliberal generalizada en la región, la primera década de los años 2000 como de rebelión popular y desde mediados de la actual década, de acelerada reversión derechista del ciclo anterior pero sin que se termine de estabilizar. La región tuvo sus vaivenes, pero es evidente que desde 2015, de conjunto, con el triunfo de Macri en la Argentina (octubre 2015), con el “golpe parlamentario” en Brasil (abril/julio 2016), con la crisis cuasi terminal del chavismo, ha sufrido un claro retroceso: un fuerte giro a la derecha.

Y sin embargo, América Latina, de todas maneras, mantiene un conjunto de atribuciones positivas. La región está caracterizada, dicho en general, por el conflicto de clase. No está mezclado con el conflicto religioso, por ejemplo, que complica tanto otras regiones, los países de Medio Oriente en primer lugar, sin desconsiderar el inmenso movimiento de mujeres o de minorías sexuales, los reclamos nacional-originarios, e, incluso, el problema negro en Brasil, etcétera. Pero creemos que se entiende que, en todo caso, se trata de cuestiones más directamente políticas, no mezcladas con la religión como ocurre en otras regiones

Además, sus relaciones de fuerzas no están resueltas, como se puede ver al cierre de la edición de esta revista, en la crisis general del gobierno de Macri en la Argentina, fuertemente herido a partir de las jornadas de diciembre del 2017 y de las cuales no ha terminado de recuperarse; más bien ocurre lo contrario.

Incluso en Brasil, donde Michel Temer ha logrado imponer parte de su reaccionario programa, de todos modos las cosas no lucen del todo estabilizadas; el paro camionero conmovió al gobierno y se vienen elecciones presidenciales en medio de una fragmentación política sin precedentes, aunque nada de esto debe llevarnos de perder de vista el asesinato de Marielle, la intervención militar de Rio de Janeiro, la prisión de Lula y el ascenso electoral de Jair Bolsonaro, todos elementos hacia la derecha, sin duda.

Enzo Traverso señala agudamente que después de las derrotas de las revoluciones del siglo XX, la religión volvió a ser una dimensión fundamental de la política en muchas regiones (una dimensión sustituta de la crisis de alternativas que dejó el siglo). Define el ciclo actual como un período sin utopías, lo que tiene su importancia porque subrayemos que la “dimensión utópica” ubica la aspiración a pelear por una alternativa. La actual proliferación de películas distópicas sería uno de los reflejos de lo que estamos señalando.

De todas maneras, y aun en medio del desarrollo de fenomenos “bipolares” que veremos en el próximo punto, América Latina está en un andarivel conservador (ver el reciente triunfo de Iván Duque en Colombia). Más que el mundo acoplarse a la región, la región se está acoplando al mundolo que no deja de ser lógico dado el peso gravitacional diverso de ambas “entidades”. Se trata de un cambio muy importante: Latinoamérica ha dejado de cumplir ese rol de contrapeso que mantuvo a lo largo de muchos años; al menos en lo inmediato.

Volviendo al mundo, si vamos al mundo árabe la situación es horrible. El único contrapeso es un poco Túnez, que vivió una rebelión popular en 2011 seguida de elecciones bastante democráticas en 2011 y 2014, lo que marca una diferencia con el giro autoritario y dictatorial del resto de las primaveras árabes (salvo el lentísimo deshielo cultural en Arabia Saudita y ahora la rebeliuón jordana). Pero la situación de conjunto es muy mala, muy degradada, una degradación contrarrevolucionaria de las primaveras árabes. Aquí sí está todo muy complicado por el fenómeno religioso. Aun así, hay contratendencias como la lucha del pueblo kurdo, el retroceso de ISIS (que requiere un desarrollo específico que aquí no podemos hacer), etcétera.

No nos olvidamos de Turquía, que también ha girado a la derecha (o a la extrema derecha) con el endurecimiento del régimen de Erdogan. A años luz parecen haber quedado las rebeliones populares que caracterizaron Egipto, Siria y otros países al comienzo de la década actual.

Si del Cercano Oriente vamos a otra región centro de acontecimientos de alcance histórico-universal hoy, pero que arranca de muy atrás, como es el sudeste asiático, Asia-Pacífico, ocurre exactamente igual: está todo a la derecha, siendo Corea del Sur, en cierto modo, un contrapunto de importancia. Corea del Sur es para estudiar, sobre todo ahora que están en curso las negociaciones de paz entre el norte y el sur. Su actual presidente, Moon Jae-in, fue electo el 9 de mayo del año pasado con el 41% de los votos contra el 24% del conservador Hong Joon-pyo, posteriormente a un gran levantamiento democrático conocido como el “Movimiento de las velas” (2016/7) contra la presidenta de derecha Park Geun-hye, por escándalos de corrupción.

Aunque no obtuvo mayoría en las cámaras legislativas, la elección representó una grave derrota electoral para la derecha militarista y el régimen precedente; incluso, en cierto modo, una cachetada a Trump. La opinión surcoreana está ampliamente a favor de retomar el dialogo con Corea del Norte y se opone a cualquier “solución militar” (Rousset).

Yendo de Corea del Sur a Hong Kong, y basándonos en textos recientes de Au Loong-Yu, actualmente uno de los principales estudiosos marxistas de la región, se destaca la paradoja de que la “Rebelión de los Paraguas” (2014), un movimiento juvenil-democrático contra las imposiciones del gobierno de Pekin, haya sido capitalizada por las corrientes de extrema derecha anti chinas, nativistas. Parece una locura, pero las pulsiones nacionalistas en esta región, tanto a derecha como a izquierda, tienen mucha tradición, tanto en un sentido progresivo como reaccionario. En China y ambas Coreas existe una sensibilidad a flor de piel contra Japón por cuenta de sus horrendos crímenes durante la Segunda Guerra Mundial.

Las corrientes de extrema derecha hongkonesas están muy fuertes, lo que en este caso significa la capitalización derechista de un justo sentimiento de autodeterminación política. Existe un grave problema en Hong Kong: la izquierda está identificada con el maoísmo y sumida en un desprestigio descomunal. Au Loong Yu cuenta que en los años 60 el maoísmo era una potencia entre la juventud de Hong Kong. Hoy la situación es radicalmente distinta: “Fue la extrema derecha localista la que capitalizó el ‘Movimiento de los Paraguas’ (…). El problema es que en Hong Kong no hay partidos de izquierda, y todos los partidos ‘pandemócratas’ son de centro derecha. A resultas de ello, el llamado ‘régimen liberal’ de Hong Kong ha generado una mentalidad muy competitiva y de darwinismo social” (Entrevista a Au Loong-Yu, “En el vigésimo aniversario de la reunificación con China”, 7-7-17).

Acá podemos ver la superposición o “choque” de temporalidades (un tema al que volveremos al final de este documento), en el sentido de una temporalidad universal de cierto cuestionamiento al capitalismo desde la crisis de 2008 que se superpone o choca contra otra temporalidad proveniente de la caída de los Estados burocráticos no capitalistas, fenómeno que, evidentemente, genera todo otro tipo de reflejos en la conciencia

Vayamos ahora a Europa. A nivel gubernamental es menos dramático, claro está, que en Francia se haya impuesto Macron y no el FN de Marie Le Pen. En Alemania, por comparación a la extrema derecha, Merkel (reelecta para un cuarto mandato, más débil que los tres anteriores por su pésima performance electoral), parece “centrista”. En lo económico, Alemania exporta un 60% de su producción, cuestión que explica su profesión de fe globalista y neoliberal (sin perder de vista el alto grado de productividad de su economía). Otra explicación de los actuales choques con el giro nacionalista/proteccionista de Trump, que veremos más abajo.

La extrema derecha alemana, de todos modos, hizo su mejor elección desde la posguerra, alcanzando el 13% de los votos e ingresando por primera vez desde los años 30 en el Bundestag (parlamento alemán): “Para la mayoría de los alemanes –incluyendo a los trabajadores– mantener Alemania en una posición privilegiada en el seno de la competencia internacional es la única manera de no compartir el destino de los países europeos del sur” (Angela Klein, “After the German election”). Lo que muestra, en todo caso, las pulsiones conservadoras de la mayoría del electorado alemán. Y lo propio ocurrió en Francia con el FN: 7,5 millones de votos en la primera vuelta y 10 millones en el balotaje, cifras históricas (puede leerse un análisis pormenorizado de las elecciones en Francia en “Interview: The meaning of Macron”, International Socialism 155).

Existen matices, claro. Pero el péndulo político está entre el centro y la derecha e, incluso, la extrema derecha, cuando pocos años atrás se podía decir que se vivía una cierta irrupción de la centroizquierda, el nuevo reformismo, hoy en franca crisis, situación de la cual hay que excluir los casos de España (Podemos sigue siendo una fuerza en ascenso) y Portugal (el Bloco de Esquerda tiene fuerte presencia politica en el país). Pero, de conjunto, todavía pesa la traición de Syriza. Entre las expectativas que generó y la capitulación ignominiosa en la que terminó, la brecha es dramática.

Estamos así frente a una coyuntura internacional reaccionaria bastante larga; no se ve cuándo irá a terminar. La traición de Syriza ocurrió a mediados del 2015. El Brexit se impuso en junio de 2016. Trump llegó a la presidencia a finales del 2016. Erdogan se fortaleció en Turquía luego de un levantamiento cívico-militar fallido. Hubo atentados ultrarreaccionarios de ISIS en países centrales de la Europa imperialista como Francia, etcétera.

Se trata de una serie de acontecimientos que terminaron cambiando la dinámica general colocando el proceso de la rebelión popular a la defensiva. Pero, atención, sin cerrarlo, lo que sería un error: incluso la actual coyuntura da ejemplos –aunque plagados de contradicciones– de su permanencia, como Nicaragua, Irán, Jordania y una larga lista de procesos donde ha reaparecido, nuevamente, los rasgos de rebelión popular. Volveremos sobre eso.

El primer elemento es, entonces, este: el giro a la derecha de la coyuntura mundial, con una serie de consecuencias y desarrollos que reenvían a la dificultad que sigue presente de sobreponerse a las modificaciones y cambios estructurales del fin del siglo pasado; entre ellas, la crisis de alternativa socialista. Reenvía a cuestiones de fondo que cuesta superar y que proponen elementos de temporalidad larga en la actual situación mundial presentes desde la caída del Muro de Berlín.

Se vive una ruptura en la continuidad de la experiencia entre distintas generaciones. Asoman los complejos problemas de una refundación de un nuevo movimiento obrero y de masas, que se expresa en un conjunto de incipientes desarrollos, pero que todavía cuesta que cristalicen en un avance conjunto.

No es fácil refundar, relanzar, recomenzar. Los dolores de parto de ese recomienzo de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos se alargan. Se modificaron las generaciones; se quebró la continuidad con la experiencia histórica anterior. Toda una serie de elementos que están del lado “malo” de las cosas, como en la “mala infinitud” de Hegel. Se despolitizó la vida cotidiana de las masas.

Estos elementos combinan aspectos de coyuntura con cuestiones inerciales y dificultades más profundas. Esta definición se podría trabajar mucho más. Se trata de una problemática que tiene varias determinaciones y acerca de la cual venimos trabajando. Se la puede encarar regionalmente o se puede tomar desde el punto de vista de la experiencia de las generaciones, como hemos hecho en “La tarea de rescate de la revolución. Siglo XX y dialéctica histórica”. La primera definición es, entonces, el giro a la derecha de la situación mundial. 

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