Roberto Sáenz: «Un gigante comienza a despertar»

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  • Cierre del acto virtual del Nuevo MAS por el Día internacional de los trabajadores: La nueva clase obrera y la construcción socialista.

 

 

La idea que yo tengo es hacer una serie de reflexiones. Este acto es internacionalista, entonces mi intención es transmitir dos o tres ideas respecto de la caracterización de clase obrera mundial en la actualidad.

La primera idea es que quizás, a veces, no se aprecie lo suficiente que en el siglo XXI una de las principales transformaciones del capitalismo es que históricamente jamás la clase obrera ha sido tan universal como lo es hoy; tan internacional. En las últimas dos décadas, por primera vez en la historia humana, la mayor parte de la sociedad es urbana, vive en las ciudades. Y además, la participación de la sociedad en el proceso productivo, en su forma de trabajo asalariado, en condiciones de explotación capitalista, jamás ha sido tan grande como en el día de hoy.

Esta clase obrera es diversa, con cara de inmigrante, con cara de mujer, con cara joven, con cara de varios colores. Una clase obrera diversa e inmensa. De las siete mil millones de almas que constituyen hoy la humanidad, se considera por sociólogos y especialistas que 3 mil millones son trabajadores y trabajadoras asalariados. Y de los cuales mil millones son directamente productivos, crean valor, es decir, de las industrias, de la energía, del comercio internacional y del transporte.

Hay una modificación inmensa del capitalismo mundial, que a su vez entraña una inmensa transformación de la clase obrera mundial, emergiendo asimismo nuevos lugares de concentración obrera: en el sudeste asiático; el sur mismo de EEUU con el ejemplo de Amazon; en África. Se habla que en el 2040 o 2050 podría aportar unos nuevos mil millones de trabajadores y trabajadoras a la fuerza laboral mundial: “La clase obrera del siglo XXI es una clase en formación, como era de esperar en un mundo en que el capitalismo sólo se ha vuelto universal recientemente (…) la fuerza de trabajo [industrial] ha crecido de 393 millones en el año 2000 a 460 millones en 2019, mientras que la fuerza de trabajo [productiva total] (fabricación, construcción y minería) ha crecido de 536 millones a 755 millones en el mismo período. Esta cifra no incluye a los trabajadores y trabajadoras del transporte, las comunicaciones y los servicios urbanos, que también son esenciales para la producción de bienes y que empleaban a otros 226 millones de personas en 2019 (…). En conjunto, este núcleo industrial representaba en 2019 el 41% de la fuerza de trabajo no agraria mundial. En otras palabras, las y los industrial workers of theworld, para tomar prestada una expresión, siguen siendo el núcleo masivo de producción de valor y de la población trabajadora. Sin embargo, su distribución geográfica ha cambiado”(Kim Moody, “Clase obrera mundial: crecimiento, cambio y rebelión”).

Todo esto significa una fuerza material inmensa concentrada en la clase obrera. Por supuesto que esta clase trabajadora mundial no se reconoce a sí misma; no es consciente de dicho potencial (dicho en términos de Marx por todos conocidos, es más clase en sí que clase para sí). Pero significa un hecho testarudo, una fuerza motriz histórico-material que seguramente, como subproducto de las condiciones de explotación capitalista, va a estar llamada a protagonizar experiencias históricas en el siglo XXI.

Dicho esto, quiero decir rápidamente que esta fuerza de trabajo presenta elementos de precarización laboral, de divisiones internas, cuyo núcleo principal precario lo componen la juventud, las mujeres y los inmigrantes. A su vez, el capitalismo mundial tiene mil y una herramientas para intentar dividir a la clase trabajadora: oponer originarios contra inmigrantes, efectivos contra precarios, viejos y jóvenes, etc. Además, intenta de todas las maneras posibles impedir la sindicalización (los países con altas tasas de sindicalización son hoy la excepción y no la regla).

Pero en contraposición a lo anterior, y como ya lo planteaba el Manifiesto Comunista, el capitalismo en su esencia está cruzado por una gran contradicción: a medida que se desarrolla crea su enterrador histórico, su verdugo, la propia clase obrera. Mientras que pugna por encontrar nuevos lugares y formas de acumulación y valorización, por extender la mercantilización del mundo y universalizar toda ideología al respecto (todo es mercancía, todo se compra y todo se vende), por “debajo de la tierra”, por así decirlo, haciendo el trabajo del topo como decía Marx, este mismo sistema desarrolla a su enterrador, que es la clase obrera.

Entonces, la primera idea es que la clase obrera urbana jamás ha tenido tanto peso material como hoy. Lógico, la tarea de todos los que nos consideramos socialistas revolucionarios es colaborar con que dicha clase asuma consciente y organizativamente su peso material, que sea consciente de la fuerza que posee. Que sea consciente de que es la que mueve el mundo, como se vio por ejemplo al comienzo de la pandemia en relación a las tareas esenciales. Que la clase obrera alcance dicha conciencia es la tarea histórica de nuestra corriente socialista revolucionaria.

En función de dicha tarea histórica, la cual es apasionante, hay que señalar dos cuestiones: una, el proceso de organización sindical, por así decirlo, y la otra de tipo político. Respecto de, dicho vulgarmente -porque va más allá de ello-, lo sindical, lo que se desarrolla actualmente es un (re) inicio de la experiencia de organización –en las condiciones del siglo XXI- en todas aquellas nuevas concentraciones de trabajadores donde no existen ni siquiera los derechos mínimos de organización. Un ejemplo palpable es el de Amazon, en Alabama, EEUU, donde en el depósito de dicha empresa se concentran seis mil trabajadores y trabajadoras en condiciones de explotación brutales, donde en un turno de diez horas sólo se tienen 30 minutos y los trabajadores deben hacer sus necesidades (en tarritos) en sus puestos de trabajo; no están autorizados a ir al baño…

A raíz de tales condiciones objetivas de súper explotación y de opresión, la necesidad, la presión hacia la organización es enorme, una presión material que surge de las condiciones mismas de explotación; por lo menos para poder luchar por los derechos elementales. Si hablamos de sindicalización, hablamos de las reivindicaciones inmediatas como clase. No son las nociones que pregonamos nosotros de dar vuelta el sistema, de acabar con el sistema capitalista, sino que se pelea por el reconocimiento elemental del derecho a las mínimas condiciones para trabajar dignamente.

Lo de Amazon es un hecho histórico, una elección que se perdió porque se cometieron errores elementales en la campaña. Hay que hacer los balances correspondientes y hemos publicado algunos artículos interesantes que aportan elementos en ese sentido. Respecto del proceso en sí, a la hora de la votación, la cual había que ganar por mayoría para iniciar la sindicalización, ésta se perdió como acabo de señalar. Los errores que se cometieron son clásicos. Uno de ellos fue que a la hora de hacer la campaña los activistas iban a la puerta del depósito a charlar con el resto de los trabajadores… Un lugar que está lleno de cámaras, donde el patrón te vigila, por lo que nadie quería hablar frente a esa vigilancia… Y por cuenta de la pandemia, más bien como excusa, no se realizaron visitas en las casas de los trabajadores y trabajadoras, que es justamente lo más prudencial a la hora de la organización independiente y desde abajo. Todos los que militamos en el movimiento obrero alguna vez sabemos que acá o en la China, como dice el dicho, la mejor conversación con las y los compañeros es la del mano a mano, en la intimidad, en la casa, sin la vigilancia del “panóptico” de la patronal.

Está claro que Amazon es una patronal durísima para con los trabajadores; una de las empresas más grandes del mundo hoy. La empresa, incluso para dificultar la votación, apeló a la reconfiguración de los semáforos de la ciudad a los fines de evitar el encuentro entre activistas y el resto de los trabajadores en las cercanías del depósito.

Es decir, el criterio anti-sindical es tan feroz entre las corporaciones en los Estados Unidos (y también China, por ejemplo, aunque con rasgos propios), cuestión que le otorga elementos de guerra civil a cualquier intento de organización básica. Para entender esto nada mejor que escuchar las confesiones de un profesional de la actividad anti-sindical norteamericano, Martin Jay Levitt: “El anti-sindicalismo es un terreno lleno de matones y basado en la mentira. Una campaña contra un sindicato es un ataque a las personas y una guerra contra la verdad. Como tal, es una guerra sin honor. La única forma de desmantelar un sindicato es mentir, deformar, manipular, amenazar y siempre, siempre, atacar. Toda campaña de ‘prevención sindical’, como se denominan estas guerras, se basa en una estrategia combinada de desinformación y de ataques personales” (Jane McAlevey, “Amazon EEUU: Los elementos constitutivos de la derrota sindical de Bessemer”, izquierdaweb).

Este proceso de sindicalización básica es representativo de un sector de la clase obrera que no posee una tradición de organización sindical, y en ese sentido es representativo, también, de un recomienzo de la experiencia de la organización elemental de los trabajadores.

Otro ejemplo al respecto es el de la clase obrera en China, que no tiene nada de comunista ni de socialista, sino que es uno de los regímenes más brutales dentro del capitalismo. En ese país las huelgas están prohibidas y, en general, los activistas sindicales están vinculados a abogados, “abogados prácticos”que aprendieron a defender a los trabajadores no en la universidad, sino en su experiencia práctica. Es decir, son mayormente trabajadores activistas despedidos que se transforman, entonces, a partir de la experiencia, como abogados prácticos para defender a otros trabajadores y en torno de los cuales se forman núcleos de organización de base de los trabajadores (la película Wetheworkers referida al proceso de organización obrera en Shenzhen, inmensa ciudad industrial que está en frente de Hong Kong sobre la China continental, refleja esta experiencia).

También está el ejemplo internacional de los repartidores de las aplicaciones. Este proceso tiene un elemento internacionalista y por ahora va por fuera de los sindicatos tradicionales con menos interés y reflejo para organizar a los trabajadores precarios. Se viene, por ejemplo, de una marcha inmensa de tres mil repartidores en motos en San Pablo, Brasil.

Está el proceso de rebelión popular contra un golpe de Estado que se vive actualmente en Myanmar, y siendo un país del sudeste asiático, tienen enorme peso las trabajadoras textiles, quienes son parte la vanguardia en dicho proceso (por no hablar ahora de la novedad de la rebelión en Colombia).

¿Qué es todo esto? Es el proceso de organización elemental de la nueva clase trabajadora en el siglo XXI. Es un hecho histórico. En Argentina quizás no se perciba el peso de dichas experiencias, ya que en nuestro país gozamos de otras relaciones de fuerzas respecto de los derechos laborales producto de hechos históricos como lo fue el Argentinazo, entre otros hitos, además de que el país no es uno de los nuevos centros de acumulación del capitalismo mundial, evidentemente; es decir en la Argentina es difícil percibir los procesos de “modernización” que se dan en el centro del mundo o el sudeste asiático.

A más de 150 años del Manifiesto Comunista, el peso de la nueva clase obrera mundial es inmenso. Y atención: si se lograra implantar la sindicalización en Amazon; si a su vez se lograra la organización sindical en la Foxcom en China, donde se concentran alrededor de cien mil o más obreros en cada planta; hechos como estos serían la base de futuras revoluciones históricas. Hoy recién están en el nivel de la organización elemental, pero su tamaño es de masas.

Lo que tiene que quedar claro es que producto del desarrollo del capitalismo en el siglo XXI, emerge esta nueva (joven) clase trabajadora mundial, que comienza a hacer sus primeras experiencias de organización. El elemento joven de esta nueva clase trabajadora hace también a una especie de “relevo” en las filas de los revolucionarios; expresa una renovación en la lucha que, como decía Trotsky, el movimiento revolucionario se renueva por generaciones.

Luego, hay otro plano aparte del sindical que es el de la organización política. Es el plano en el que los trabajadores se reconocen como clase irreconciliable con su enemiga, la burguesía. Pero también, y dando un paso más,como clase histórica para la transformación social. Como proyecto de reapropiación de todas las conquistas históricas de la humanidad al servicio de la emancipación y no del trabajo ajeno ni de la explotación ni la opresión. Ese es, en definitiva, el proyecto socialista:que la clase trabajadora se apropie de todo el desarrollo histórico humano en todos los planos. Obviamente que no para continuar la barbarie capitalista de la explotación y la opresión, sino, como decía Rosa Luxemburgo, para un proyecto de cultura, de civilización de la humanidad (Rosa decía que el socialismo no era algo de “cuchillo y tenedor” sino un proyecto de cultura, lo que se entiende como una nueva civilización donde no dominen las relaciones de explotación y opresión sino las relaciones emancipadas).

Esto último, el plano político, es lo más difícil y en lo que menos se avanzó en este nuevo siglo. El ámbito donde sí se verifica un avance en el último período es en la juventud, manifestando elementos embrionarios de una conciencia anticapitalista. Parte de este avance es el movimiento ecologista contra el cambio climático producto del ya innegable carácter destructivo del capitalismo para con la naturaleza. También contribuye la lucha del movimiento feminista y,en menor medida por ahora en el terreno político, aunque hay elementos novedosos de internacionalismo, el proceso de los repartidores y la juventud precarizada.

Entre la masa de las y los trabajadores lo que se dice una conciencia “socialista” es algo aún muy difícil de “recuperar”. Esto puede deducirse a raíz del hecho que la nueva clase obrera mundial del siglo XXI aún está digiriendo los “dolores de parto” de las frustraciones del proyecto socialista en el siglo pasado: hubo una grandiosa revolución socialista, la Revolución Rusa, la cual se burocratizó; hubo respuesta de la burguesía con el Estado de bienestar, etc.

Entonces, todavía la clase trabajadora está metabolizando los avatares de ese fenómeno histórico. En ejemplos concretos: en EEUU hay que desembarazar a la clase obrera de la falsa idea de que en los países imperialistas imperan libertades irrestrictas, lo cual sería grandioso pero no es real (sólo con ver la opresión de la población de color alcanza), siendo que en ese país las libertades que reinaron desde siempre son las de la explotación capitalista (es decir, en el segmento donde las libertades imperan son más formales que reales). Ese elemento liberal, que históricamente se puso en contraste con el totalitarismo estalinista (que también fue bien real), pesa aún en la conciencia de la clase obrera estadounidense como un argumento contra el socialismo.

En el otro lado del mundo, China, donde hoy se ubica el otro centro del capitalismo mundial, subyace en la clase obrera la herencia negativa del supuesto proyecto “comunista” (el activismo joven te dice cuando uno habla en China de socialismo, según Au Loong Yu, “no queremos que nos vengan con ese viejo discurso latoso del comunismo”…). Entonces, hay un lío enorme porque la burocratización de la revolución y el estalinismo se apropiaron hasta de las palabras del marxismo–desprestigiándolas, lógicamente- y ese es otro gran problema con el cual debemos medirnos a la hora de la conciencia política de nuestra clase (al menos en dichos países). Esas son, un poco, las coordenadas del complejo metabolismo que atraviesa la conciencia de la clase obrera mundial en este siglo XXI.

En ese proceso se ubican las corrientes revolucionarias como las nuestras que han sabido lograr peso de vanguardia en determinados países. Hay una nueva generación militante socialista. La perspectiva es extraordinaria aunque no sea sencilla.

Sintetizando entonces: la dialéctica entre la enorme fuerza material producto de la gran masa nunca antes vista de la clase obrera, la reorganización sindical de base de nuevos sectores y la conciencia anticapitalista de las generaciones jóvenes, nos lleva a la definición de que lo que se vive es un recomienzo de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos en el siglo XXI.

Estamos en el segundo año pandémico, que no es igual al 2020. Se está superando la atrofia social de la movilización aún sin haber superado la pandemia. Se reinician procesos de rebelión popular en diversos países; acaba de estallar Colombia. Hay explosiones de ira y bronca producto de las condiciones ya citadas, sumadas a la catástrofe sanitaria.

Hay un ejemplo sintomático que es el de Francia, en donde el gobierno de Macron se la pasa reprimiendo a las movilizaciones, y éstas en respuesta no paran de resurgir, dando vida al proceso contradictorio que hemos citado más atrás:lo que no se acalla se radicaliza.

En definitiva, hay vida, hay lucha. En ocasión del 150° aniversario de la Comuna de París, podemos decir que la lucha de clases a nivel mundial, con centro en las jóvenes generaciones de trabajadores, las mujeres y la juventud, está más viva que nunca.

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