
- Para construir organizaciones revolucionarias en el siglo XXI, hay que sacar lecciones del siglo XX.
Roberto Saenz
¿Revoluciones o contrarrevoluciones?
No dedicaremos demasiado lugar en este trabajo a la corriente “colectivista burocrática” (también llamada “antidefensista”), debido que no tiene hoy expresiones de importancia. [7] Sin embargo, consideramos imprescindible dejar establecida su completa falta de perspectiva histórica y su impresionismo, que los llevara a una tendencia a la capitulación al imperialismo y, en los hechos, a considerar las revoluciones de posguerra prácticamente como contrarrevoluciones. Se trata de una completa desubicación histórica y política, porque el punto de partida básico de un socialista revolucionario es poder distinguir revolución de contrarrevolución, como así también a una nación imperialista de una dependiente, semicolonial o no capitalista.
Concretamente, hubo dos importantes corrientes “antidefensistas”. Una, la inspirada por Max Schachtman en Estados Unidos, proveniente de la ruptura del SWP de ese país en abril de 1940 y que constituyó la primera gran divisoria de aguas en la historia de la Cuarta. [8] Junto con ésta, en el ámbito de la sección francesa, la ruptura que dio lugar a la revista Socialismo o barbarie de Castoriadis y Lefort en 1948. [9]
La tendencia schachtmanista terminó asumiendo un ángulo “estalinofóbico”, totalmente falto de perspectiva histórica. Esto fue producto de un análisis superficial y reductivamente “endógeno”, que tendía a perder la raíz materialista fundamental de la unidad de la economía mundial como totalidad (fundamento de la teoría de la revolución permanente de Trotsky). Es así que tendió a considerar a la URSS y los países no capitalistas como expresiones de una “regresión histórica” y del desarrollo de una “barbarie” frente a las cuales los países centrales del imperialismo aparecían como “progresivos”. Porque si el régimen estalinista significaba el “declive de la civilización”, la negación “reaccionaria” del capitalismo, resultaba ser peor que éste, y debía defenderse el capitalismo frente a la “barbarie estalinista”.
El “antidefensismo” rechazaba una formación social que a nuestro entender no era obrera y mucho menos socialista, pero que configuraba sociedades no capitalistas y en ese sentido subordinadas y oprimidas por el capitalismo mundial, donde se habían obtenido una serie de conquistas [10] , más allá de que se fueron degradando. Por lo tanto, era una obligación defenderlas del imperialismo en tanto que tales, desde una perspectiva de clase e independiente. Aquí, este “antidefensismo” se transformaba en defensa del capitalismo mundial.
En la famosa discusión de 1939-40 en el seno del SWP de EEUU, Trotsky planteaba: “(…) La línea marxista de conducta en la guerra está determinada no por consideraciones sentimentales o de moral abstracta sino por la apreciación social de un régimen en sus relaciones recíprocas con otros regímenes. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuese política o ‘moralmente‘ superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial asesta un golpe al imperialismo que es el principal enemigo de la clase trabajadora. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú por dos razones fundamentales: primera, la derrota de la URSS proporcionaría al imperialismo nuevos y colosales recursos y prolongaría muchos años la agonía mortal de la sociedad capitalista; segunda, las bases sociales de la URSS, liberadas del yugo de la burocracia parásita, pueden tener un progreso económico y cultural ilimitado, mientras que las bases capitalistas no ofrecen otra posibilidad que una mayor decadencia”. [11]
Esta ubicación nos parece metodológica y políticamente correcta, mas allá de que, en nuestro concepto y desde el punto de mira de hoy, la defensa de la URSS ya estaba planteada no en tanto que Estado obrero sino en tanto que formación social no capitalista.
La postura antidefensista, en cambio, derivó en una ubicación de frente único con la socialdemocracia imperialista frente a la supuesta barbarie “antiobrera y antiburguesa” del estalinismo. Esto es, se trasladaba también a su actuación en los países capitalistas e imperialistas, donde se asimilaban mecánicamente los PC a la burocracia del Kremlin sólo para terminar en brazos de la burocracia socialdemócrata. Esto se puede ver en un texto de Schachman de 1948: “El estalinismo es una corriente reaccionaria, totalitaria, anti-burguesa y anti-proletaria en el movimiento obrero, pero no del movimiento obrero (…). Donde, como es la regla general hoy en día, los activistas no sean aún los suficientemente fuertes para luchar por el liderazgo directamente, donde la lucha por el control del movimiento obrero se produzca entre reformistas y estalinistas, sería absurdo para los activistas proclamar su ‘neutralidad‘ y fatal para ellos apoyar a los estalinistas. Sin ninguna duda, deberían seguir la línea general, dentro del movimiento obrero, de apoyar al reformismo oficial frente al estalinismo. En otras palabras, allí donde no sea posible aún ganar en los sindicatos la dirección de los militantes revolucionarios, preferimos la dirección de los reformistas, que tratan de mantener a su modo un movimiento obrero, a la dirección de los estalinistas totalitarios, que tratan de exterminarlo”. [12] De ahí al ingreso al Partido Demócrata en 1958, al apoyo a Estados Unidos en Cuba y en la guerra de Vietnam y a la presidencia de Nixon en la década del 70 sólo hubo un paso. [13]
La base teórica de todo esto fue que esta tendencia nunca pudo definir desde el punto de vista del marxismo en qué consistía el “colectivismo burocrático” en el marco, como decíamos más arriba, de una pérdida del fundamento materialista de la teoría de la revolución permanente y de la unidad de la economía mundial como totalidad.
En este marco, se señalaba incorrectamente la existencia de un nuevo “modo de producción”, incluso superior al capitalismo, así como también de una “nueva clase explotadora” orgánica, pero nunca fue capaz de aportar un análisis materialista y la perspectiva histórica de tal circunstancia. Su posición resultó así un pasarse con armas y bagajes a un punto de vista idealista y ahistórico, por fuera del contexto de las tendencias histórico-materiales.
Coincidimos, entonces, plenamente con la crítica de Pierre Naville a Bruno Rizzi, exponente histórico de la posición “colectivista burocrática”: “Bruno Rizzi fue el primero en haber presentado una concepción sistemática de la ‘burocratización‘ de la economía, y por tanto de la apropiación orgánica del sobreproducto social por una clase de burócratas (…) Esta tesis ha sido retomada de distintas formas después de que Rizzi la expusiera, y también ha tenido sus predecesores. Me refiero aquí sólo a la sustancia: la burocracia del Estado es una clase explotadora sui generis, en el sentido en que la burguesía capitalista era y es una clase explotadora del proletariado asalariado. Mi objeción es que ese análisis superficial dejaba sin explicación los mecanismos de la producción y la apropiación de la plusvalía, e incluso el de la repartición de las ganancias, considerado como fenómeno de explotación de una clase por otra. A pesar de las variaciones de sus exposiciones sucesivas, Rizzi nunca logró explicar qué es la “explotación burocrática”, salvo por referencias históricas (analogía con la servidumbre feudal), o descripciones externas”. [14]
Por el lado de Castoriadis y Lefort, también la perspectiva histórica era completamente errada. Hablaban de un “capitalismo burocrático” como “estadio superior” del propio sistema:
“¿Cuál es el significado histórico de ese régimen? Puede decirse que representa la última etapa del modo de producción capitalista, en la medida en que la concentración de capital, factor esencial del desarrollo del capitalismo, alcanza su último limite, puesto que todos los medios de producción están a disposición de un poder central y son dirigidos por éste, que expresa los intereses de la clase explotadora. Es también la ultima etapa del modo de producción capitalista en la medida en que realiza la explotación más extrema del proletariado. Podemos, pues, definirlo como el régimen del capitalismo burocrático (…) tanto la burguesía como la burocracia son clases en la medida en que personifican la dominación del capital sobre el trabajo (…) la burocracia es una clase explotadora, ‘relevo‘ histórico de la burguesía (…) Estados Unidos está muy a la zaga de la URSS por lo que respecta al grado de concentración del capital”. [15]
En el caso de esta expresión del “antidefensismo”, queda claro que el régimen social de la URSS era visto como un régimen de explotación orgánico, al que tendía todo el capitalismo mundial, y donde la burocracia constituía una clase histórica de pleno derecho. Incluso, el grado de explotación del trabajo sería mayor que bajo el capitalismo imperialista, y la URSS tendía a la superación de los Estados Unidos en tanto que sistema social. En resumen, un impresionismo sin límites, una total falta de correcta perspectiva histórica que, como se ha dicho, confundía los terrenos de la revolución y la contrarrevolución, del imperialismo y de las sociedades no capitalistas, rompiendo con la base materialista de la teoría de la revolución permanente.
¿Revoluciones burguesas?
En el contexto de la polémica en el movimiento trotskista de la posguerra y del debate alrededor de la naturaleza de la URSS y de las revoluciones que estaban en curso, una de las corrientes o expresiones que surgieron y se mantuvo al margen de las distintas divisiones y unificaciones entre las corrientes trotskistas mayoritarias fue la de Tony Cliff y la tendencia por él fundada, Socialismo Internacional.
El surgimiento de esta corriente tuvo lugar durante la polémica acerca de la guerra de Corea, donde los integrantes del Socialist Review Group fueron expulsados del Partido Comunista Revolucionario, principal organización trotskista de Inglaterra en la década del 40. [16]
Más allá del motivo inicial de esta división, que veremos más abajo, esta corriente tendió a configurar una posición con un flanco programático fuerte: su delimitación respecto a que ni la URSS, a partir de los 30, ni los demás países del Este de Europa eran Estados obreros.
“Un elemento que Trotsky subrayaba como prueba de que era un ‘Estado obrero‘ (aún degenerado) era la ausencia de propiedad privada en amplia escala y el predominio de la propiedad estatal. Sin embargo, es un axioma del marxismo que el considerar la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción es crear una abstracción suprahistórica. La historia humana conoció la propiedad privada del sistema esclavista, del sistema feudal, del sistema capitalista, todas las cuales son fundamentalmente distintas una de la otra. Marx ridiculizó el intento de Proudhon de definir la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción”. [17]
Sin embargo, la definición de las revoluciones de posguerra como “burguesas” y dando lugar a sociedades definidas como “capitalistas de Estado” –y la URSS incluso como “imperialista”– dio lugar a consecuencias políticas extremadamente sectarias y unilaterales, cuyo problema principal fue también la pérdida de correcta perspectiva histórica frente a los principales acontecimientos de la lucha de clases de ese período. Veían a la burocracia rusa como “negación parcial de la clase capitalista tradicional, siendo al mismo tiempo la más verídica personificación de la misión histórica de esa clase”. [18]
Esto partía de una comprensión equivocada de la teoría de la revolución permanente en el sentido de que bien entrado el siglo XX, seguirían siendo posibles revoluciones burguesas. Es cierto que la característica específica de la revolución socialista es la intervención de las más amplias masas obreras y populares de manera consciente en el proceso histórico. Y, efectivamente, esta condición esencial estuvo marcadamente ausente a lo largo de todas las revoluciones de la posguerra. Pero esta corriente cometió el grave error de apreciación de considerar todos estos procesos lisa y llanamente como “revoluciones burguesas”, una evaluación que tendía a ubicar a su corriente totalmente por fuera de los procesos revolucionarios tal cual se dieron.
Alex Callinicos, actual dirigente de Socialismo Internacional, resume las posiciones de su corriente: “El ‘Socialist Review Group‘ tomó una aproximación similar durante la Guerra Fría, negándose a apoyar al bloque del Este ni al del Oeste. Por el contrario, basó sus esperanzas en la revuelta de la clase trabajadora desde abajo, una posición resumida en la consigna: ‘Ni Washington, ni Moscú, Socialismo Internacional”. Valorando el conflicto Este-Oeste como interimperialista, esta lucha implicaba el derrotismo revolucionario primeramente desarrollado por Lenin durante la Primera Guerra Mundial, más que la ‘estalinofobia‘ schachtmanista. Más en general, la teoría de Cliff sobre el capitalismo de Estado hacía posible restablecer la idea del socialismo como autoemancipación de la clase trabajadora en el lugar central que le daba Marx. Si no sólo la Unión Soviética, sino también los Estados del Este de Europa, China, Vietnam y Cuba representaban no un socialismo deforme, sino una variante del capitalismo, entonces no podía haber cuestión del socialismo alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora”. [19]
El problema es que, más allá de la correcta preocupación por restablecer una comprensión del marxismo revolucionario de manera auténtica, nos parece que la a esa altura dogmática igualación entre el imperialismo mundial y las sociedades no capitalistas –pero tampoco Estados obreros– tendía a una ubicación política sumamente incorrecta frente a la URSS y, sobre todo, frente a las reales, aunque distorsionadas, revoluciones en curso.
Por ejemplo, en la guerra de Corea Socialismo Internacional tuvo la incorrecta posición de que el enfrentamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur era una guerra entre “imperialismos” rivales, lo que nos parece una desubicación total acerca del contenido central de ese conflicto, de tal magnitud que segó la vida de dos millones de personas. Recordemos que Corea del Sur recibía el apoyo de Estados Unidos, que acababa de tirar la bomba atómica, y Corea del Norte, de China, que acababa de salir de la revolución.
Insistimos en que, más allá de toda otra consideración, la ubicación de Tony Cliff frente a la Guerra de Corea fue totalmente equivocada. Y esto era el producto político directo de la definición teórica de la URSS y China como “capitalismos de Estado”, que tendía erróneamente a igualar a Estados Unidos y estos países como “imperialistas”, con la gravísima consecuencia de perder de vista las relaciones de opresión entre países realmente imperialistas y otros que configuraban sociedades no capitalistas, imposibles de asimilar al imperialismo. Ya volveremos sobre esto.
Otro elemento que muestra la debilidad de la postura de SI es la pregunta acerca de cuál de los regímenes sociales era más progresivo. Porque aun si no se consideraba el régimen social de los países del Este y la URSS como Estados obreros, había que defenderlos en tanto que formaciones sociales no capitalistas, subordinadas en última instancia a la economía capitalista mundial, tal como señalaba Trotsky en el debate con los “antidefensistas”.
Los mismos problemas de ubicación surgieron respecto de las revoluciones de posguerra: “[a] las grandes revoluciones del Tercer Mundo –China, Cuba, Vietnam– (…) los trotskistas ortodoxos las veían como la confirmación de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y afirmaban que de ellas resultaban nuevos pero deformados Estados Obreros. Cliff rechazó esta conclusión, dado que implicaba que el socialismo podía ser alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora (…) Cliff adujo varios factores –sobre todo, la subordinación política de la clase trabajadora en los países atrasados, su dominación por políticas de colaboración de clases, usualmente por intermedio del estalinismo– para dar cuenta de la pasividad del proletariado en el Tercer Mundo. El vacío resultante fue llenado por otra fuerza social, la intelectualidad urbana(…) Los nuevos regímenes revolucionarios no eran, sin embargo, Estados obreros del tipo que fuere, sino, por el contrario, nuevos capitalismos de Estado burocráticos, reproducción del patrón estalinista original. Cliff describió estos procesos como ‘revolución permanente desviada‘: la dinámica social analizada por Trotsky, en ausencia de un movimiento de la clase trabajadora dirigida por el partido marxista, llevaba a una variante particular de revolución burguesa”. [20]
Esto, evidentemente, no dejaba de ser unilateral y erróneo, más allá, insistimos, de la justa delimitación frente a estas revoluciones, que no fueron obreras y socialistas, como las definieron la mayoría de las corrientes trotskistas “tradicionales”. Pero, a nuestro entender, definirlas como “revoluciones burguesas” tenía la seria dificultad de atribuirle un rol revolucionario a la burguesía en pleno siglo XX en condiciones en que, desde el siglo XIX, se había transformado mundialmente en una clase reaccionaria. Y esto los obligaría entonces a definir las sociedades donde se hizo la revolución como países dominados esencialmente por relaciones sociales de producción feudales, cuando está establecido por toda la investigación histórica que ya era dominante el capitalismo, y cuando Trotsky, en su polémica con el estalinismo, había señalado que en el siglo XX se había acabado la ya artificial división entre países “maduros e inmaduros” para la revolución socialista.
Más bien, por circunstancias específicas [21] , a la salida de la posguerra, entre ellas el inmenso peso alcanzado por la URSS, las capas pequeño burguesas y burocráticas usufructuaron una genuina movilización revolucionaria de las masas populares en su beneficio, configurando revoluciones democrático-nacionales antiimperialistas y anticapitalistas, pero no obreras ni socialistas, en las que el proceso de transición al socialismo estuvo bloqueado desde el comienzo.
Es decir, la progresiva expropiación de la burguesía fue revertida en contra de los propios trabajadores al servicio de su opresión y explotación. Fueron procesos revolucionarios genuinos, pero expropiados a las masas populares desde el principio y revertidos, a la postre, contra ellas.
Junto con esto, desde el punto de vista de la formación social, la concepción capitalista de Estado establecía una absoluta homogeneidad del mundo muy difícil de sostener. Porque al señalar que los países donde fue masivamente expropiado el capital serían esencialmente iguales a los países capitalistas e imperialistas “normales” se perdían totalmente de vista las diferencias específicas entre unos y otros.
Como dice Naville, “Cliff está entre aquellos para quienes la economía de la URSS es simplemente la de un capitalismo de Estado. Sobre este punto acuerda con Munis, Bordiga y otros. [Pero] no admite que este capitalismo sea equivalente a un ‘colectivismo burocrático‘ (Rizzi) o un régimen ‘burgués-burocrático‘ (Munis). En su libro Estalinismo en Rusia, un análisis marxista (1955), aporta su contribución explicando por qué la burocracia –a la que considera una clase orgánica– no se apropia de la plusvalía de la misma forma que la burguesía, problema que Rizzi había sido incapaz de resolver (…) Cliff admite que la regulación de la actividad económica por el Estado… es una ‘negación parcial de la ley del valor‘ (…) Pero en la URSS no hay evidentemente ni supresión del intercambio (de las capacidades de trabajo, de los productos y los servicios) ni la desaparición de la función capitalista de la regulación por la ley del valor. Por tanto, si la burocracia domina esos intercambios, no es apropiándose legalmente la plusvalía, porque ella no es, según Cliff, propietaria del aparato de la producción. Esta diferencia no impide que se trate de una explotación flagrante, sino sólo que opera de una forma nueva, sobre todo jurídicamente”. [22]
Esta diferencia específica, como señala Naville, es lo que perdía Cliff con la valoración de que los países del Este eran un modo de producción orgánico (capitalismo de Estado) y la burocracia una nueva clase capitalista sui generis, también orgánica. Porque, insistimos, una cosa –que defendemos– es la unidad de la economía mundial y el continuado imperio de la ley del valor tanto en los países capitalistas como en los no capitalistas que se desenvolvieron a lo largo del pasado siglo XX, aun cuando esa ley del valor fuera parcialmente negada en los países no capitalistas, como correctamente dice el propio Cliff. Pero otra muy distinta era establecer una homogeneidad prácticamente total entre ambos tipos de países, desconociendo, repetimos, las diferencias específicas entre ellos y considerando orgánicos al modo de producción de la URSS y a la burocracia como clase.
Una incorrecta igualación del mundo
Esto se combina con otras consecuencias vigentes hoy de la teoría del capitalismo de Estado, que nos parecen sumamente graves y unilaterales. Por ejemplo, el planteo de que los países semicoloniales no tendrían “ninguna importancia ni funcionalidad para el imperialismo al menos desde la segunda posguerra”. Así, el problema de la relación entre el imperialismo y las naciones semicoloniales (la opresión nacional imperialista y las tareas democrático-revolucionarias frente a ella) no parece tener ninguna entidad real. Esta desubicación sigue presente en varios trabajos contemporáneos de esta corriente. [23]
“La teoría de Cliff del capitalismo de Estado y su extensión en la teoría de la economía armamentística permanente tuvo dos consecuencias más. Primero, proveyó las bases para la compresión del desarrollo del Tercer Mundo (…) se cuestionaban ciertos elementos de la teoría de Lenin del imperialismo, y en particular la idea de que las colonias (para esa época crecientemente ex colonias) jugaran un papel esencial para los países avanzados como mercados, bases de materias primas, y lugares de inversión (…) El Tercer Mundo era, de conjunto, de una importancia económica declinante para las metrópolis occidentales. Este corrimiento en el centro económico de gravedad había hecho posible el desmantelamiento relativamente pacífico de los imperios coloniales europeos luego de 1945 (…) Esta modificación de la teoría del imperialismo de Lenin les posibilitó cuestionar la creencia, muy influyente en la izquierda europea desde los 50, de que los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo representaban el principal desafío al capitalismo (…) La principal división en el mundo (…) era entre el capital internacional y el trabajo internacional, sin importar [irrespectively] el asentamiento nacional de la lucha”. [24]
Pero este “sin importar” resume un problema inmenso, tremendo: la completa pérdida de vista del hecho de que el capitalismo imperialista mundial constituye un ámbito jerarquizado de países de naturaleza distinta, donde existe, junto con el clivaje central de las clases, el clivaje nacional, esto es, países dominantes y países dominados. [25] Esta cuestión, lejos de atenuarse, se ha reforzado en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista.
Al respecto, decía Trotsky: “En política, lo más importante y, en mi opinión, lo más difícil es definir, por un lado las leyes generales que determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo moderno, y por el otro, descubrir la combinación especial de estas leyes para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperialismo. No hay que olvidarlo ni un solo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea divisoria fundamental de los estados y naciones modernas”. [26]
Esta tendencia de los compañeros a perder de vista este hecho tan elemental, a la igualación entre países como Argentina o Brasil con Inglaterra (por poner un ejemplo) constituye una posición unilateral e insosteniblemente sectaria. Aunque se esgrime la correcta preocupación por sostener una perspectiva de clase e independiente, se pierde completamente de vista la opresión nacional de los países imperialistas respecto de las naciones dependientes o semicoloniales, y la necesaria defensa de éstas frente al imperialismo.
Esta posición, históricamente, constituyó una reacción sectaria frente a procesos progresivos como la descolonización, que, a pesar de mantenerse en el terreno burgués, dieron lugar a peleas heroicas como la lucha en Argelia a fines de los 50 y principios de los 60, y que cruzaron en esos años la vida del movimiento trotskista.
Respecto de la situación actual, podemos leer en un reciente trabajo de Chris Harman: “Las referencias a la Argentina como semicolonia están muy extendidas en la izquierda argentina. En algunos casos significa simplemente un sinónimo de ‘empobrecimiento‘; en otros, significa explícitamente que la burguesía local carece de soberanía política porque es económicamente débil y por lo tanto forzada a entrar en una posición subordinada en sus relaciones económicas con el capitalismo de los países más ricos y poderosos. Esto es cometer un error teórico fundamental. Una colonia carece de independencia política. Una vez que alcanza independencia política –esto es, deja de estar dominada militarmente por alguna potencia– deja de ser una colonia. El hecho de que no puede obtener una mítica independencia económica del sistema mundial no viene al caso [is neither here nor there] (…) El término ‘semicolonia‘ sólo puede ser correctamente atribuido a países en los que la ocupación militar directa hace absurda la pretensión de independencia política”. [27]
Esta postura es la que nos parece insostenible, y comete el gravísimo error de confundir el status de un país colonial con el de uno semicolonial o dependiente, correctamente distinguidos en la elaboración de Lenin como “formas transitorias de dependencia” encubiertas en una independencia sólo “formal”. Porque “en la presente fase del capitalismo se han producido cambios en las relaciones entre el centro del mundo (…) y la periferia atrasada y semicolonial. Por supuesto, esos países eran y siguen siendo semicolonias (…). Esquematizando, podemos decir que, en el siglo XX, esas relaciones pasaron por dos situaciones previas a la presente fase de mundialización. La primera es la que analizó Lenin en 1915 en su clásico El imperialismo, fase superior del capitalismo. En ese momento, la mayoría de los pueblos y países atrasados eran directamente colonias, principalmente de las potencias europeas. Pero, advertía Lenin, entre ‘los dos grupos fundamentales de países‘ –los que poseen colonias y las colonias– ‘existían excepcionalmente diversas formas transitorias de dependencia estatal (…) formas variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal, son políticamente independientes, pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática‘(…) en la segunda posguerra, producto, por un lado, de la gran revolución anticolonial que barrió Asia y África; por otro lado, de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui, que no poseía grandes colonias y al que lee resultaba intolerable que sus maltrechos competidores europeos las conservaran, la ‘diversidad de formas transitorias de dependencia‘ pasaron a ser la regla y no la excepción”. [28]
Es precisamente esto lo que no veían, ni ven, los compañeros ingleses: la subsistencia de una relación de subordinación política (“independencia sólo formal”) que excede la existencia o no de tropas ocupando un país. [29]
En este punto, se mantiene plenamente la validez del abordaje de Lenin sobre la “cuestión nacional” como un problema eminentemente político y no de una abstracta y supuesta “independencia económica” –abordaje economicista al que Lenin nunca adscribió–, que se da de patadas con la unidad de la economía mundial y con la imposibilidad de construir un capitalismo o un socialismo “en un solo país”. Los compañeros pierden de vista esta pelea por una real independencia política que, para ser realizada de manera consecuente –como repetía Trotsky–, requiere hoy más que nunca de la revolución proletaria.
Este mismo abordaje unilateral –que, insistimos, tiene raíces en la propia teorización del “capitalismo de Estado”– y que convierte su antiimperialismo en algo sumamente abstracto, se presenta de manera más cruda aún en otro trabajo. Allí se llega a decir explícitamente que: “Rechazar el parloteo sobre el fin del imperialismo usualmente significa insistir en la continuada relevancia del análisis de Lenin de 1916, sin reconocer los cambios ocurridos desde que ese análisis fue realizado. No obstante, había un problema real. La verdadera fuerza del abordaje de Lenin se sostenía en la insistencia de que las grandes potencias occidentales eran llevadas a dividir y redividir el mundo entre ellas, llevando por un lado a la guerra y por el otro a la dominación colonial directa. Esto difícilmente encajaba en una situación en la cual la posibilidad de guerra entre los estados occidentales parece crecientemente remota y las colonias han ganado independencia. Sin embargo, la mayor parte de la izquierda redefinió el imperialismo para referirse simplemente a la explotación del Tercer Mundo por las clases capitalistas occidentales, ignorando el impulso hacia la guerra entre potencias imperialistas, tan central en la teoría de Lenin, y en la práctica viendo al sistema en su conjunto como una versión del ultra-imperialismo anunciado por Kautsky. Al mismo tiempo, simplemente reemplazaron la referencia al colonialismo por referencias al ‘neo-colonialismo‘ o ‘semi-colonias‘”. [30]
Pero esta postura, una vez más, tiende a dejar de lado no sólo la continuada vigencia de las relaciones de opresión entre los países imperialistas y la vasta zona semicolonial del mundo, sino que, peor aún, no reconoce en modo alguno que en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista, las relaciones de subordinación, sometimiento, expoliación y semi-colonización de los países no imperialistas, lejos de atenuarse, se han reforzado de manera evidente.
El antiimperialismo que sostienen los compañeros se vuelve moral, abstracto y sin sustancia, en la medida en que si no existen relaciones jerarquizadas y de opresión en el ámbito mundial, lo que queda es una insostenible homologación de todo el espacio del mundo.
Estas posiciones tuvieron también origen en la ubicación de esta corriente respecto de los procesos de descolonización en la posguerra, y hacen las veces de “justificación” de posiciones pasadas. Pero, también aquí, la correcta delimitación respecto de las direcciones nacionalistas burguesas de posguerra, ante el hecho de que éstas efectivamente impidieron una dinámica revolucionaria anticapitalista y socialista, no quita que Socialismo Internacional haya tenido, tal como en los países donde tuvieron lugar reales revoluciones antiimperialistas que expropiaron al capital, una posición completamente sectaria y por fuera del proceso real. [31]
Notas:
[7].- Salvo el grupo inglés Alliance for Workers‘ Liberty, no se conoce hoy otro grupo que se reivindique de la tradición de Schachtman, que terminó capitulando en 1958 con su entrada al Partido Demócrata y que en la década del 60 apoyó a Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Del mismo modo, sólo se mantuvo de manera independiente Hal Draper, que logró realizar una importante obra teórica sobre Marx, si bien con el muy grave déficit de una valoración totalmente unilateral del legado de Lenin, y sin llegar nunca a revisar la concepción idealista del “colectivismo burocrático”.
[8].- Caracterizada por Trotsky como “tendencia pequeño burguesa”, lo que a la postre se terminó confirmando, más allá de que tampoco la tendencia de Cannon logró mantener la independencia de su corriente, que terminó capitulando definitivamente al castrismo a comienzos de la década del 80 (luego de la muerte del propio Cannon).
[9].- Como así también la corriente de C.R.L. James en Estados Unidos en la misma época, una tendencia espontaneísta- idealista, de la que son tributarios hoy intelectuales como Harry Cleaver, en la línea de John Holloway.
[10].- En nuestra concepción, la URSS configura en las primeras décadas (luego de la revolución de Octubre) un estado obrero de pleno derecho, transformándose, como producto de la contrarrevolución estalinista, en un “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”, como lo definiera Christian Rakovsky. En el caso de las revoluciones en China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como de los países del este de Europa –donde también se obtuvieron conquistas como la expropiación de la burguesía, la independencia del imperialismo, la reforma agraria y la unidad nacional–, estas conquistas fueron distorsionadas desde un comienzo, dando lugar directamente a la configuración de Estados burocráticos a imagen y semejanza de la URSS.
[11].- León Trotsky, En defensa del marxismo, Buenos Aires, Yunque, 1975, p. 156.
[12].- Tony Cliff, Capitalismo de Estado en la URSS, Barcelona, En Lucha, 2000, p. 231.
[13].- Creemos que Alex Callinicos tiene razón cuando afirma que en definitiva (como la definiera Trotsky oportunamente) la tendencia de Schachtman fue de un sector que cedió a la presión de la pequeño burguesía imperialista.
[14].- Pierre Naville, El nuevo Leviatán, vol. 3, “El salario socialista”, París, Anthropos, 1970, pp. 263-4.
[15].- Cornelius Castoriadis, La sociedad burocrática, volumen 2, Barcelona, Tusquets, 1976, pp. 14-20.
[16].- Esta llega a tener unos 400 militantes; luego se dividió alrededor del problema del “entrismo” en el Partido Laborista. Respecto de la corriente de Cliff, “el motivo directo [de la expulsión] fue la negativa de Cliff a definir a Corea del Norte como más progresista que Corea del Sur en la guerra imperialista que estaba dividiendo el país”, tal como ellos mismos relatan en Capitalismo de Estado en la URSS, ed. cit., p. 11.
[17].- Tony Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, Londres, Bookmarks, 1999, p. 31.
[18].- En P. Naville, op. cit., p. 295.
[19].- Alex Callinicos, Trotskyism, cit.
[20].- Idem, pp. 83 y 84.
[21].- Que estaban marcadas por el peso inmenso del aparato burocrático estalinista en la URSS, los acuerdos de Yalta y Potsdam y el carácter de conflicto “pautado”, dentro del sistema mundial de Estados, que asumió la pelea Este-Oeste, que enchalecaron en gran medida por todo este período histórico la lucha entre las clases.
[22].- P. Naville, op. cit., pp. 292-4.
[23].- Ver, por ejemplo, “Analysing Imperialism” de Chris Harman, en International Socialism 99. Una crítica a una posición similar es la de Roberto Ramírez a Robert Brenner: “El boom y la burbuja”, en SoB 15.
[24].- A. Callinicos, Trotskyism, cit.
[25].- A este respecto ver el importante trabajo de Roberto Ramírez “La mundialización del capitalismo imperialista y nuestro programa”, en www.mas.org.ar.
[26].- León Trotsky, “Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, en Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP, 2000, p. 95.
[27].- Chris Harman, “Argentina: Rebellion at the Sharp End of the World Crisis”, International Socialism 94, pp. 43-44.
[28].- Roberto Ramírez, cit., pp. 38-9.
[29].- La forma de razonamiento sectario se caracteriza, precisamente, por su formalismo, por no ver los matices, los “grises”, que, como decía Trotsky en algunos de sus textos sobre España y Francia, son las circunstancias más comunes que se nos presentan a los revolucionarios en la vida política.
[30].- Chris Harman, “Analysing Imperialism”, Internacional Socialism 99, p. 32.
[31].- Los compañeros no han hecho un balance de este curso y se muestran muy dogmáticos, muy poco críticos respecto de su propia tradición. Es cierto que, proviniendo de posiciones muy sectarias, hace ya algunos años están en un giro correcto hacia los movimientos de masas reales, pero, en varios casos, con costados oportunistas.