Presentación

La pregunta para un futuro completamente automatizado, entonces, sería si los trabajos pueden desvincularse de los ingresos, y los ingresos desvincularse del consumo.

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Un amplio debate se registra en los círculos académicos, los medios especializados y también los masivos, y hasta en las instituciones emblemáticas del orden mundial. El G-20 en Argentina tiene como uno de sus puntos centrales el futuro del trabajo, producto del cambio tecnológico. Mientras el FMI se pregunta cómo poner los robots al servicio del bien público, el Banco Mundial afirma que las nuevas tecnologías ayudarán a poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030. A su vez, la OCDE se pregunta: ¿cómo deberíamos responder a la revolución digital para maximizar sus beneficios y mitigar sus riesgos? El Parlamento Europeo ha aprobado una resolución sobre robots civiles, con una serie de recomendaciones a la Comisión Europea para su futura legislación, y Bill Gates propone que “los robots que toman tu trabajo deberían pagar impuestos”, idea que es apoyada por Robert Shiller, Nobel de Economía, ya que aunque ha provocado burlas en muchos círculos, existen innegables “externalidades a la robotización que justifican alguna intervención del gobierno”, dado que “un impuesto sobre la renta más progresivo y un ‘ingreso básico’ carecen de un amplio apoyo popular”.

Informa el diario español El País que en el Foro de Davos, para Sundar Pichai, el jefe de Google, “la inteligencia artificial (IA) nos va a salvar, no a destruir. Es probablemente lo más importante en lo que la humanidad jamás haya trabajado. Creo que la IA tendrá un efecto más profundo que la electricidad o el fuego”.

El optimismo de Pichai no es compartido por Jack Ma, el fundador de AliBaba, la gigantesca empresa china de e-commerce que es el rival más acérrimo de Amazon. En Davos, Ma dijo: “La inteligencia artificial y el big data son una amenaza para la humanidad. La IA debe apoyar a los seres humanos. La tecnología siempre debe hacer cosas que empoderen a la gente, no que la inhabiliten”. Cabe señalar que Google y AliBaba son dos de las empresas líderes en este campo y están entre las que más invierten en el desarrollo de inteligencia artificial.

Una de las sorpresas de la reunión la provocó el millonario inversionista y filántropo George Soros. Para él, las empresas de tecnología de información constituyen una grave amenaza contra la cual los gobiernos deben actuar de manera firme e inmediata. “Estas empresas a menudo han desempeñado un papel innovador y liberador. Pero a medida que Facebook y Google se han convertido en monopolios cada vez más poderosos, se han vuelto obstáculos para la innovación”, dijo. Las empresas de medios sociales “explotan el entorno social, lo que es especialmente nefasto porque influyen en cómo las personas piensan y se comportan sin que ellas siquiera lo sepan. Esto tiene consecuencias adversas de largo alcance para el funcionamiento de la democracia, particularmente en la integridad de las elecciones”.

Por su parte, Elon Musk, el fundador de Tesla, cree que la inteligencia artificial es ”potencialmente más peligrosa que las armas nucleares”. La ”mayor amenaza existencial” para la humanidad sería una súper máquina inteligente estilo la Skynet de Terminator, que algún día dominará a la humanidad.

Sami Mahroum (2018) nos brinda un resumen de las posiciones del debate en el ámbito académico convencional: para el Nobel Christopher Pissarides y Jacques Bughin, del McKinsey Global Institute, la revolución de la IA no tiene por qué “conjurar escenarios sombríos sobre el futuro del trabajo” mientras los gobiernos se enfrenten al desafío de equipar a los trabajadores “con habilidades” para prepararlos para las necesidades futuras del mercado. Pissarides y Bughin nos recuerdan que el desplazamiento laboral de las nuevas tecnologías no es nada nuevo, y a menudo viene en oleadas. “Pero durante todo ese proceso”, señalan, “los aumentos de productividad se han reinvertido para crear nuevas innovaciones, empleos e industrias, impulsando el crecimiento económico a medida que los trabajos más antiguos y menos productivos se reemplazan con ocupaciones más avanzadas”. Un verdadero cuento de hadas, como veremos más adelante: en Inglaterra el telar de vapor arrojó a 800.000 tejedores a la calle, condenándolos a la muerte o a vegetar largos años con sus familias.

Junto a aquellos que le dan la bienvenida o se preocupan por la IA, hay otros que consideran que las advertencias actuales son prematuras. Por ejemplo, en la Universidad de California, en Berkeley, Bradford DeLong cree que “es profundamente inútil alimentar los temores sobre los robots y definir el tema como ‘inteligencia artificial tomando empleos estadounidenses’“. Tomando una perspectiva histórica larga, DeLong argumenta que ha habido “relativamente pocos casos en que el progreso tecnológico, que ocurre en el contexto de una economía de mercado, haya empobrecido directamente a los trabajadores no calificados”. Sin embargo, señala que “los trabajadores deben ser educados y entrenados para que puedan acceder a herramientas de tecnología”, y que se necesitarán políticas redistributivas para “mantener una distribución adecuada de los ingresos”.

Yanis Varoufakis, de la Universidad de Atenas (y ex ministro de Economía de Syriza) ve otra solución, “un dividendo universal básico (UBD), financiado con los rendimientos de todo el capital”. Según el esquema de Varoufakis, el ritmo de la automatización y el aumento de la rentabilidad corporativa no representarían una amenaza para la estabilidad social, porque la sociedad misma se convertiría en “un accionista de cada corporación, y los dividendos serían distribuidos equitativamente a todos los ciudadanos”. Omitiendo el curioso mecanismo que permite mantener la estabilidad social rompiéndola, por la cual se produciría tal cambio de propiedad, sostiene Varoufakis que una UBD ayudaría a los ciudadanos a recuperar o reemplazar parte de los ingresos perdidos por la automatización.

Sin embargo, hay una cuestión que subyace en los propagandistas de la “era digital”: ¿por qué todavía habría empleos? Después de todo, si las tecnologías de IA pueden entregar la mayoría de los bienes y servicios que necesitamos a un costo menor, ¿por qué deberíamos gastar tiempo de trabajo? El impulso de preservar el empleo tradicional sería entonces una rémora de la era industrial, cuando la dinámica del trabajo para consumir impulsó el crecimiento. La pregunta para un futuro completamente automatizado, entonces, sería si los trabajos pueden desvincularse de los ingresos, y los ingresos desvincularse del consumo.

El argumento es el siguiente: miles de millones de personas en todo el mundo ahora usan plataformas como Facebook, WhatsApp y Wikipedia de forma gratuita. Como señala DeLong, “más que nunca, estamos produciendo productos que contribuyen al bienestar social a través del valor de uso en lugar del valor de mercado”. Y las personas pasan cada vez más tiempo “interactuando con sistemas de tecnología de la información donde el flujo de ingresos es, como máximo, un pequeño chorrito relacionado con la publicidad auxiliar”. Volveremos más adelante a examinar esta ilusoria separación del valor de uso del valor de cambio bajo el capitalismo.

Entonces, a medida que avanza la IA, podría permitirnos consumir cada vez más productos y servicios de una economía en expansión que sus apologistas denominan “freemium”, basada en efectos de red e “inteligencia colectiva”, no muy diferente de una comunidad de código abierto, donde “los datos serán el nuevo recurso natural por excelencia”. En una economía avanzada de IA, “menos personas tendrían empleos tradicionales, los gobiernos recaudarían menos en impuestos y los países tendrían PIB más pequeños; sin embargo, todos estarían mejor, libres para consumir una gama cada vez mayor de productos que se han desconectado de los ingresos”. En tal escenario, “un trabajo se convertiría en un lujo o pasatiempo en lugar de una necesidad”, y esos ingresos “serían útiles sólo para comprar productos y servicios que se han resistido a la producción de IA”. Maciej Kuziemski, de la Universidad de Oxford, resume todas estas especulaciones, llevando la apología de la IA más allá de cualquier límite: no sólo “cambiará la vida humana”, sino que también alterará “los límites y el significado de ser humano, comenzando con nuestra autoconciencia como seres trabajadores”.

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