Presentación: los debates

China hoy: problemas, desafíos y debates.

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Pocos temas son de mayor actualidad y relevancia en el marxismo actual que definir el carácter del Estado chino, la postura a adoptar ante él y ante la conducción del PCCh y las conclusiones que se desprenden de ese posicionamiento. Claudio Katz resume la importancia de este cuadro diciendo que “el debate sobre China entre los marxistas no es meramente descriptivo. Exige opiniones sobre esas alternativas, para explicitar cuál es el proyecto económico socialista concebido por cada analista. (“Descifrar China III: Proyectos en disputa”; cit.). Esto es correcto, salvo en un punto: la ubicación respecto de China y el “modelo chino” dice mucho sobre la concepción socialista global de quien plantea el debate, y no sólo sobre el aspecto económico. De hecho, esta restricción que establece Katz obedece a un problema que trataremos de manera especial más adelante, que es la crítica al enfoque economicista de la cuestión de China.

Desde ya, la literatura marxista sobre el tema es tan vasta que resultaría imposible abarcarla aquí, situación que nos obliga a la selectividad. En ese sentido, el debate que sigue tendrá una primera delimitación temática con el abordaje de tres cuestiones. La primera es si el orden socioeconómico puede ser definido como capitalismo, como socialismo o como alguna forma transitoria entre ambas. La segunda, en caso de aceptar –como es nuestro caso– la primera alternativa, si corresponde hablar de China como país imperialista en el sentido marxista del término. Y por último, con obvios vasos comunicantes con ambas definiciones previas pero también con cierto grado de especificidad propia, cómo debe concebirse el carácter y rol del PCCh y de su régimen político.

Hecho este primer recorte temático, nos concentraremos en el primer punto en el debate con la posición que comparten a rasgos generales –es verdad que con matices a veces importantes entre ellos– Michael Roberts y Claudio Katz (además, justo es decirlo, de muchos otros marxistas de distinto origen y aún más matices). Esa postura es que China representa un orden social no capitalista ni socialista, sino en un estadio intermedio cuya dinámica en uno u otro sentido continúa no resuelta.

La razón de la focalización en esta postura y estos autores es la siguiente. Por un lado, los que defienden que en China existe ya alguna forma acabada de socialismo son por lo general apologistas abiertos de la dirección china (y más papistas que el Papa, ya que la propia definición oficial, como veremos, es mucho más modesta). Por el otro, entre los defensores de ese estadio intermedio, entendemos que Roberts y Katz, además de ser bastante representativos de esa postura y sus argumentaciones, comparten ciertos rasgos salientes: a) ambos son economistas marxistas de sólida formación, de producción extensa y regular desde hace años en su propio campo, pero sin esquivar posicionamientos políticos, b) su punto de vista sobre este tema –como sobre otros– es firme pero no tosco ni dogmático, admitiendo la existencia de nudos problemáticos, contradicciones y cambios de dinámica, y c) en sus propias polémicas se manejan con seriedad, haciendo un repaso objetivo y prolijo de las posiciones que debaten y las que sostienen; su claridad expositiva es un beneficio adicional para una discusión honesta. En ese sentido, intentaremos ser, como ellos, “adversarios de buena fe” (los más difíciles de encontrar, decía Lenin). De todos modos, haremos referencia (con mayor o menor grado de acuerdo, naturalmente) también a otras posturas, incluidas las de marxistas especializados en China como Pierre Rousset y Au Loong Yu.

En cuanto a la cuestión del imperialismo y del régimen del PCCh, nuevamente haremos un debate sobre todo con las posiciones de Roberts y Katz, que también aquí tienen el mérito de resumir de manera ordenada y clara los principales argumentos, aunque aquí nos permitiremos agregar otros que derivan de la concepción general de nuestra corriente Socialismo o Barbarie Internacional. También repasaremos puntos de vista con los que tenemos más acuerdo en general, como Pierre Rousset y Au Loong Yu, y otras posturas que proponen matices atendibles y/o que han logrado cierta difusión.

Cerraremos este punto con dos señalamientos. El primero es que, sin desconocer la evidente importancia del sustento empírico de las elaboraciones, el debate no se concentrará en replicar “datos contra datos”. No por la real dificultad de recabar información fiable sobre la estructura económica social china, signada por cierta opacidad estadística, sino porque asumimos que el centro de la cuestión no es concordar sobre los hechos sino sobre cómo interpretarlos. En nuestra visión, y una vez alcanzado cierto umbral crítico de datos esenciales, el debate no pasa por “desmentir” datos sobre la realidad china sino sobre los criterios metodológicos para establecer definiciones desde el marxismo.

El segundo aspecto a tener en cuenta es el caveat también metodológico que formuláramos en nuestro trabajo anterior sobre China, y que cabe repetir aquí. La dificultad del abordaje de la gigantesca y altamente compleja realidad china se agrava más por nuestra distancia geográfica y cultural. Por lo tanto, nuestra elaboración toma el carácter de una entrada por “aproximaciones sucesivas”, con “definiciones tentativas y dinámicas cuya provisoriedad debe darse por sentada (…) y a contrastar de manera permanente con los desarrollos reales, más aún tratándose de fenómenos nuevos y con escaso o ningún antecedente” (“China, anatomía de un imperialismo en ascenso”, cit.). No obstante, no sería lícito que esta cautela metodológica –que, entendemos, es propia también de otros autores, incluidos los mismos Roberts y Katz– opere como coartada para evitar definiciones, aun formuladas con todas las prevenciones del caso.

Una observación final para este punto. Como veremos enseguida, en este debate las cosas son mucho más complejas que simplemente apilar del lado “correcto” o del lado “equivocado” a quienes “comparten” tal o cual caracterización. Los matices, los criterios de origen, las precauciones metodológicas y los posicionamientos políticos son de una diversidad tal que la sola “coincidencia en la caracterización” muchas veces no dice o no significa nada, o casi nada. De hecho, puede ser mucho más útil, fecunda y estimulante la argumentación de la posición “contraria” que la de quienes están, supuestamente, “del mismo lado”.

Cuando Lenin descubrió la dialéctica de Hegel quedó tan deslumbrado que, materialista rabioso como era, no tuvo empacho en admitir que “el materialismo inteligente está más cerca del idealismo inteligente que del materialismo estúpido”. De manera análoga, si se quiere, y en esta polémica en particular, tan compleja y con tantos aspectos opacos, tentativos o provisorios, nos parecen infinitamente preferibles los “adversarios” inteligentes a los “aliados” estúpidos.

El tema es, entonces, difícil y delicado, las limitaciones son reales y los matices son importantes. Pero, con todo, el debate existe y tiene una sustancia que intentaremos dilucidar en lo que sigue.

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