Los tecno-pesimistas

“Si bien las máquinas son el medio más poderoso de acrecentar la productividad del trabajo, esto es, de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, en cuanto agentes del capital en las industrias de las que primero se apoderan se convierten en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo”.

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Si bien las computadoras ya tienen décadas de existencia, el punto argumental es comparativo con los grandes efectos de la primera revolución industrial, que tardaron mucho en llegar. Watt mejoró la eficiencia de la máquina de vapor, pero tomó décadas que esa transformación tuviera su pleno efecto en la economía: los ferrocarriles no llegaron a su máximo esplendor hasta la última parte del siglo XIX. Es por lo menos curioso que los defensores de la ruptura con todos los procesos económicos conocidos, vendedores de la “gran novedad”, se apoyen en la historia de esos mismos procesos para justificar sus predicciones. Es que de algún modo deben explicar que la realidad está lejos de sus sueños.

Sin embargo, no todo es fantasía. Lanchester da otros dos ejemplos notables de los cambios en la economía: “Apple dijo que espera ingresos en el rango de 52-55.000 millones de dólares. Los analistas encuestados por Zacks esperaban ingresos de 53.600 millones. Las acciones de Apple (…) alcanzaron los 109 dólares, un aumento del 39 por ciento en los últimos 12 meses.

“El hecho es que esta noticia no fue escrita por un ser humano; es difícil entender que las noticias generadas por computadora se han convertido en realidad. Una compañía llamada Automated Insights posee el software que escribió esa historia. Automated Insights se especializa en generar informes automáticos sobre los ingresos de la compañía: toma los datos brutos y los convierte en una noticia. La prosa no es literatura pero se entiende, ya que ese trabajo está muy definido: contarle a los lectores cuáles son los resultados de Apple. El hecho es que bastantes empleos de cuello blanco tradicional son, en esencia, tan mecánicos como escribir una noticia sobre un informe de ganancias de la compañía. Estamos acostumbrados a pensar que el tipo de trabajo realizado por los trabajadores de la línea de montaje en una fábrica será automatizado. Estamos menos acostumbrados a pensar que el tipo de trabajo realizado por empleados, abogados, analistas financieros, periodistas o bibliotecarios se puede automatizar. El hecho es que puede ser, y será, y en muchos casos ya lo es.

“El otro ejemplo se refiere al tipo de empresas. El trimestre de Apple fue el más rentable de cualquier compañía en la historia: 74.600 millones de dólares en facturación y 18.000 millones en ganancias. Tim Cook, el jefe de Apple, dijo que estos números son ‘difíciles de entender’. Tiene razón: es difícil procesar el hecho de que la compañía vendió 34.000 iPhones cada hora durante tres meses. En aras de la argumentación, supongamos que el logro de Apple se anualiza, por lo que su año completo representa una mejora similar a la del trimestre anterior. Eso les daría 88.900 millones en ganancias. En 1960, la compañía más rentable en la economía más grande del mundo era General Motors. En el dinero de hoy, GM hizo 7.600 millones ese año. También empleó 600.000 personas. La compañía más rentable de hoy emplea a 92.600. Entonces, donde 600.000 trabajadores alguna vez generarían 7.60 millones en ganancias, ahora 92.600 generan 88.900 millones, una mejora en la rentabilidad por trabajador de 76,6 veces. Recuerde, esto es pura ganancia para los propietarios de la empresa, después de que todos los trabajadores hayan recibido el pago. El capital no sólo gana contra el trabajo: no hay competencia. Si fuera un combate de boxeo, el árbitro detendría la pelea”.

En este punto Lanchaster hace una extensión abusiva. Es un error generalizar para el conjunto de la economía las ganancias de las empresas que acaparan valor en los nuevos sectores. Es cierto, Uber, fundada en 2009, que es la empresa más grande de taxis sin ser propietaria de uno solo, alcanzaba un valor estimado para 2015 de 60.000 millones de dólares, más que el de General Motors, mientras que Airbnb y Booking no tienen un solo hotel y son las empresas más grandes de turismo, con valores estimados en 30.000 millones de dólares la primera, y un mayor valor en bolsa que las cinco principales cadenas turísticas la última. Pero después de todo, no es la diversión ni el entretenimiento los que ocupan el mayor volumen de la economía mundial, y el crecimiento general de la inversión es muy bajo en la última década como mínimo, y el crecimiento de la productividad como resultado también. Sí es de destacar, más allá de la tecnología, otro común denominador de este tipo de empresas: la absoluta precarización de sus trabajadores. No tienen ni horario, ni horas extras, ni salario fijo; son llamados “independientes” para ocultar su relación laboral, no tienen derechos previsionales ni de salud, ni de accidentes de trabajo. En el colmo del aprovechamiento la empresa española Glovo de delivery cobra por los bolsos con los que los trabajadores hacen su tarea, y ahora planea cobrar una suma “simbólica” de 2 euros cada quince días a sus “players” o “glovers” como los llama, por el “uso” de su plataforma: al final, detrás de cada nueva App encontramos el viejo “hambre rabioso de trabajo ajeno” del capital.

Las computadoras no son una nueva invención, sin embargo, su impacto en el crecimiento económico ha sido lento para manifestarse. Robert Solow, ganador del Premio Nobel, observó ya en 1987 que “vemos computadoras en todos lados, menos en las estadísticas de productividad”, lo que ha originado una lluvia de investigaciones, para explicar, o intentar explicar, esta contradicción, entre los que podemos citar “¿Dónde está el crecimiento de la productividad de la revolución de la tecnología de la información?”, de Donald Allen (1997); “¿Porque todavía hay tantos trabajos? Historia y futuro de la automatización del lugar de trabajo”, de David Autor (2015); “El enigma de la productividad”, de Andrew Haldane (2017), y “¿Cuál es el la nueva normalidad para el crecimiento de EEUU?”, de John Fernald (2016). Podemos enumerar un resumen de las justificaciones en boga: una débil inversión en el stock de capital, un menor crecimiento relativo de la educación y capacitación de la fuerza laboral, y una desaceleración en el cambio tecnológico; sin embargo profundizar en las causas de estas justificaciones, va más allá de las posibilidades de la economía convencional, como se desarrolla también en otro texto de esta edición.

La mayoría de los trabajos citados se encuentran en la variante de los “tecno-pesimistas”; la versión más completa y fundamentada de esta variante está en el trabajo de Robert Gordon, que desde 2000 viene advirtiendo acerca de las limitaciones de la “nueva economía” en relación con los grandes inventos del pasado, comparando el impacto de la informática y la tecnología de la información con el efecto de la segunda revolución industrial, entre 1875 y 1900, que cambió la vida diaria con las lámparas eléctricas, el motor de combustión interna, la radio, la heladera, la calefacción, la penicilina, la construcción de viviendas, los ferrocarriles, la música grabada, el cine, y hasta la vestimenta, el agua corriente y cloacas, lo que liberó a las mujeres de trasladar toneladas de agua cada año. Este “episodio menor” está dimensionado en la película La sal de la Tierra (H. Biberman, 1954), en el momento que los mineros en huelga, por circunstancias de la misma, deben abandonar los piquetes, que quedan a cargo de sus esposas, y ocuparse de las tareas hogareñas: acarrear el agua les resulta insoportable, y el viejo reclamo de sus esposas pasa al tope de las reivindicaciones.

Para Gordon, ese cambio revolucionario liberó a los hogares de la incesante rutina diaria de trabajo manual doloroso, trabajos pesados ​​domésticos, oscuridad, aislamiento y muerte prematura. “Sólo cien años después, la vida diaria había cambiado hasta hacerse irreconocible. Los trabajos manuales al aire libre fueron reemplazados por trabajos en ambientes con aire acondicionado, el trabajo doméstico fue realizado cada vez más por electrodomésticos, la oscuridad fue reemplazada por luz y el aislamiento fue reemplazado no sólo por viajes, sino también por imágenes de televisión en color que llevaron al mundo al living. Lo más importante es que un bebé recién nacido podría esperar vivir no hasta los 45 años, sino hasta los 72”.

Ahora ha culminado sus elaboraciones en “El ascenso y la caída del crecimiento en EEUU” (2016): esos inventos mantuvieron el aumento de la producción hasta los 70, cuando su efecto se agotó, hasta que la revolución informática tomó el relevo y permitió que el crecimiento tuviera un “revival”, pero cuyos efectos se limitaron al período 1996-2004. Las computadoras reemplazaron a la mano de obra humana y, por lo tanto, contribuyeron a la productividad, pero la mayor parte de estos beneficios se produjeron al comienzo en la era de la electrónica. En la década del 60, las computadoras centrales producían estados de cuenta bancarios y facturas telefónicas, lo que reducía el trabajo administrativo. En la década del 70, las máquinas de escribir con memoria reemplazaron la repetición de la escritura por parte de los ejércitos de empleados legales. En la década del 80, se introdujeron las PC con ajuste de palabras, al igual que los cajeros automáticos, que reemplazaron a los cajeros de los bancos, y el escaneo de códigos de barras que reemplazó a trabajadores de comercio.

Gordon, que no es marxista, sostiene que “la revolución económica de 1870 a 1970 fue única en la historia humana, irrepetible porque muchos de sus logros sólo podían suceder una vez. (…) El gran salto adelante del nivel de productividad laboral estadounidense que ocurrió en las décadas centrales del siglo XX es uno de los mayores logros en toda la historia económica. (…) A primera vista, puede parecer una sorpresa que gran parte del progreso del siglo XX ocurriera entre 1928 y 1950. Las grandes invenciones de finales del siglo XIX ya habían llegado en 1928 a la mayoría de los hogares urbanos. La luz fue producida por la electricidad en las ciudades y pueblos por igual, y casi todas las unidades de vivienda urbana ya estaban conectadas no sólo a la electricidad, sino también a las líneas de gas, teléfono, agua corriente y alcantarillado. El vehículo de motor tuvo un efecto más generalizado que la electricidad, transformando no sólo a las zonas urbanas sino también a las zonas rurales de EEUU”.

Gordon se plantea algunos interrogantes: “La pregunta más fundamental de la historia económica moderna es por qué después de dos milenios sin crecimiento en el producto real per cápita desde la época romana hasta 1750, el crecimiento económico salió de su hibernación y comenzó a despertarse”. Con el respeto que nos merece la obra de Gordon, de haber leído el Manifiesto Comunista hubiera obtenido alguna pista: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores”.

Gordon, decidido antagonista de los tecno-optimistas, sin embargo coincide, como la enorme mayoría de economistas convencionales, en la mirada histórica en la responsabilidad del desarrollo: la innovación, la tarea de los “pioneros” emprendedores ansiosos por explotar nuevos inventos y la mayor educación de la población que permite aprovechar e impulsar este avance. Como corolario, los campesinos fueron a las fábricas por incentivos salariales buscando mejores condiciones de vida; la lucha de clases no es parte de este relato. Gordon confunde los tiempos históricos entre Inglaterra y EEUU. El capital lo explica mejor: en Inglaterra “la población rural, expropiada por la violencia, expulsada de sus tierras y reducida al vagabundaje, fue obligada a someterse, mediante una legislación terrorista y grotesca y a fuerza de latigazos, hierros candentes y tormentos, a la disciplina que requería el sistema del trabajo asalariado. (…) La burguesía naciente necesita y usa el poder del Estado para ‘regular’ el salario, esto es, para comprimirlo dentro de los límites gratos a la producción de plusvalor, para prolongar la jornada laboral y mantener al trabajador mismo en el grado normal de dependencia. Es éste un factor esencial de la llamada acumulación originaria”.

La fuente del crecimiento no puede ser reducida al rol de la innovación y el cambio tecnológico, aislada de su escenario histórico. Continúa Marx: “El capital proclama y maneja, abierta y tendencialmente, a la maquinaria como potencia hostil al obrero. La misma se convierte en el arma más poderosa para reprimir las periódicas revueltas obreras, las huelgas, etc., dirigidas contra la autocracia del capital. Según Gaskell, la máquina de vapor fue desde un primer momento un antagonista de la ‘fuerza humana’, el rival que permitió a los capitalistas aplastar las crecientes reivindicaciones obreras, las cuales amenazaban empujar a la crisis al incipiente sistema fabril. Se podría escribir una historia entera de los inventos que surgieron, desde 1830, como medios bélicos del capital contra los amotinamientos obreros”.

Inventos como la brújula, la pólvora, la imprenta y el reloj automático, en el período artesanal, no provocaron ningún salto o revolución en la producción. En palabras de Marx, “la propia máquina de vapor, tal como fue inventada a fines del siglo XVII, durante el período manufacturero, y tal como siguió existiendo hasta comienzos del decenio de 1780, no provocó revolución industrial alguna. Fue, a la inversa, la creación de las máquinas-herramienta lo que hizo necesaria la máquina de vapor revolucionada”.

Lo que no comprende, o no quiere comprender, la economía convencional es que “el motivo impulsor y el objetivo determinante del proceso capitalista de producción, ante todo, consisten en la mayor autovalorización posible del capital, es decir, en la mayor producción posible de plusvalor, y por consiguiente la mayor explotación posible de la fuerza de trabajo por el capitalista. (…) Al igual que todo otro desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, la maquinaria debe abaratar las mercancías y reducir la parte de la jornada laboral que el obrero necesita para sí, prolongando, de esta suerte, la otra parte de la jornada de trabajo, la que el obrero cede gratuitamente al capitalista. Es un medio para la producción de plusvalor”.

En la manufactura, un obrero, en comparación con la artesanía independiente, produce más en menos tiempo, esto es, se acrecienta la fuerza productiva del trabajo, pero, continúa Marx, “como la destreza artesanal continúa siendo la base de la manufactura y el mecanismo colectivo que funciona en ella no posee un esqueleto objetivo, independiente de los obreros mismos, el capital debe luchar sin pausa contra la insubordinación de éstos. Así, exclama el amigo Ure que ‘el obrero, cuanto más diestro es, se vuelve tanto más terco e intratable, y por tanto inflige con sus maniáticos antojos graves daños al mecanismo colectivo’. Con la masa de los obreros simultáneamente utilizados, crece su resistencia y, con ésta, necesariamente, la presión del capital para doblegar esa resistencia. La maquinaria, en la medida en que hace prescindible la fuerza muscular, se convierte en medio para emplear a obreros de escasa fuerza física o de desarrollo corporal incompleto, pero de miembros más ágiles. ¡Trabajo femenino e infantil fue, por consiguiente, la primera consigna del empleo capitalista de maquinaria!”

Y concluye Marx: “Mediante la incorporación masiva de niños y mujeres al personal obrero combinado, la maquinaria quiebra, finalmente, la resistencia que en la manufactura ofrecía aún el obrero varón al despotismo del capital. La horda de los descontentos, que, atrincherada tras las viejas líneas de la división del trabajo, se creía invencible, se vio entonces asaltada por los flancos, con sus medios de defensa aniquilados por la moderna táctica de los maquinistas. Tuvo que rendirse a discreción”.

En las páginas de El capital se describe el desarrollo histórico de la introducción de la máquina por los capitalistas y sus consecuencias: aumento de la productividad, prolongación de la jornada de trabajo, creación de un ejército de reserva, limitación legal de la jornada, aumento de la intensidad del trabajo, todo impulsado por la producción de plusvalor y el hambre rabioso del capital por trabajo ajeno. Pero, hoy como ayer, la economía convencional no puede avanzar más allá de narrar los fenómenos, sin encontrar sus causas más profundas: “Si bien las máquinas son el medio más poderoso de acrecentar la productividad del trabajo, esto es, de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, en cuanto agentes del capital en las industrias de las que primero se apoderan se convierten en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo”.

“(…) Por tanto, si bien el empleo capitalista de la maquinaria genera por un lado poderosos estímulos para la prolongación desmesurada de la jornada laboral (…), ese empleo produce, por otro lado, mediante el reclutamiento para el capital de capas de la clase obrera que antes le eran inaccesibles y dejando en libertad a los obreros que desplaza la máquina, una población obrera superflua, que no puede oponerse a que el capital le dicte su ley: los obreros se ven continuamente repelidos y atraídos, arrojados dentro de la fábrica y fuera de ella, y esto en medio de un cambio constante en lo que respecta al sexo, edad y destreza de los reclutados. (…)

“No bien la reducción coercitiva de la jornada laboral, con el impulso enorme que imprime al desarrollo de la fuerza productiva y a la economización de las condiciones de producción, impone a la vez un mayor gasto de trabajo en el mismo tiempo, una tensión acrecentada de la fuerza de trabajo, un taponamiento más denso de los poros que se producen en el tiempo de trabajo, impone al obrero una condensación del trabajo en un grado que es sólo alcanzable dentro de la jornada laboral reducida. La hora, más intensiva, de la jornada laboral de 10 horas contiene ahora tanto o más trabajo, esto es, fuerza de trabajo gastado, que la hora, más poroso, de la jornada laboral de 12 horas. (…) La construcción perfeccionada de la maquinaria en parte es necesaria para ejercer la mayor presión sobre el obrero, y en parte acompaña de por sí la intensificación del trabajo, ya que la limitación de la jornada laboral fuerza al capitalista a vigilar de la manera más estricta los costos de producción”.

Volvamos a Gordon: “Más relevante para nuestros tiempos es la pregunta de por qué el crecimiento se ha ralentizado desde los años 60 y principios de los 70, no sólo en EEUU y Japón, sino también en gran parte de Europa occidental. (…) Durante las últimas dos décadas, la productividad laboral en la Unión Europea ha crecido a la mitad del ritmo de EEUU. La pregunta es por qué el crecimiento económico de EEUU fue tan rápido a mediados del siglo XX, particularmente entre 1928 y 1950. [Hubo una] explosión continua de la producción económica de 1938 a 1945, cuando la economía fue revivida por el gasto en tiempos de guerra, tan enorme que en 1944 el gasto militar ascendió a 80% del tamaño de toda la economía en 1939, y el PIB real en 1944 fue casi el doble que en 1939. Y luego, para sorpresa de muchos economistas, después de que el estímulo del gasto en tiempos de guerra se eliminó rápidamente en 1945-47, la economía no colapsó. ¿Qué permitió que la economía de los años 50 y 60 excediera tan inequívocamente lo que se hubiera esperado sobre la base de las tendencias estimadas de las seis décadas anteriores a 1928? ¿La Gran Depresión afectó permanentemente el crecimiento de los EEUU? ¿Habría ocurrido la prosperidad de posguerra sin la Segunda Guerra Mundial?

“El New Deal aprobó una legislación que facilitó la organización de los sindicatos. Además de aumentar los salarios reales, los sindicatos también alcanzaron en gran medida su objetivo centenario de la jornada de ocho horas. Como resultado, las horas por persona fueron notablemente más bajas en los primeros años de la posguerra que en la década de 1920: un aumento en los salarios reales tiende a impulsar la productividad a medida que las empresas sustituyen trabajo por capital. La sustitución del trabajo por el capital, como resultado del aumento en el salario real, es evidente en los datos sobre inversión en equipo privado, que se dispararon en 1937-41.

“La Segunda Guerra Mundial fue tal vez el contribuyente más importante al Gran Salto. Se puede afirmar que la Segunda Guerra Mundial fue devastadora en términos de muertes y bajas entre los militares estadounidenses (aunque mucho menos que entre otros combatientes); sin embargo, representaban un milagro económico que rescató a la economía estadounidense del estancamiento secular de finales de la década de 1930. (…) Además de la mayor eficiencia de las plantas y equipos existentes, el gobierno federal financió una parte completamente nueva del sector manufacturero, con plantas recién construidas y equipos productivos recientemente adquiridos. El alto nivel de productividad de la posguerra fue posible en parte porque el número de máquinas-herramienta en EEUU se duplicó entre 1940 y 1945. (…) La expansión del capital del gobierno comenzó durante la década del 30 e incluía no solo fábricas para producir bienes militares durante la guerra en sí, sino un aumento de la inversión en infraestructura tanto en la década del 30 como en la del 40, cuando se extendió la red de autopistas nacionales y proyectos importantes como el Golden Gate Bridge, Bay Bridge y la represa Hoover”.

A Gordon estas conclusiones le parecen “novedosas y sorprendentes”. Su investigación lo lleva a describir la destrucción de capital sobrante, que le permitió especialmente e EEUU relanzar la acumulación capitalista, pero sin llevar su conclusión hasta el final: lo que dirige la producción capitalista es la producción de plusvalor. Pero su dinámica no es sólo económica; factores exógenos juegan también un rol fundamental, en determinadas circunstancias históricas.

Y concluye: “Pues bien, nada de esto se repite ahora: ni ola inversora, ni inversión en infraestructura, ni destrucción masiva de capital sobrante, sostenido por el rescate estatal, ni aumento de la fuerza de trabajo a medida que los baby boomers que envejecen dejan la fuerza de trabajo y la oferta laboral de las mujeres se estabiliza. Y las ganancias en educación, un importante impulsor de la productividad que se expandió marcadamente en el siglo XX, contribuirán poco. Ésta es la razón por la que las empresas comerciales están gastando su dinero en recompras de acciones en lugar de inversiones en plantas y equipos: la ola actual de innovación no está produciendo novedad lo suficientemente importante como para obtener la tasa de rendimiento requerida”.

Gordon predice que la innovación avanzará al mismo ritmo de los últimos 40 años, ya que a pesar del estallido de progreso de la era de Internet desde la década de 1990, la productividad total de los factores –que capta la contribución de la innovación al crecimiento– aumentó en ese período aproximadamente a un tercio del ritmo de las cinco décadas anteriores.

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