Los fines y los medios, o las leyes de toda política

Maquiavelo, Trotsky y Gramsci.

0
26

“Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres, y cómo debieran vivir, que el que para gobernarlos aprende el estudio de lo que se hace, para deducir lo que sería más noble y más justo hacer, aprender más a crear su ruina que a preservarse de ella, puesto que un príncipe que a toda costa quiere ser bueno, cuando de hecho está rodeado de gentes que no lo son, no puede menos que caminar hacia el desastre. Por ende, es necesario que un príncipe que desee mantenerse en su reino aprenda a no ser bueno en ciertos casos, y a servirse o no servirse de su bondad, según que las circunstancias lo exijan”

Nicolás Maquiavelo; El príncipe; 71[1]

Sobre las complejas relaciones entre los medios y los fines en la acción política existe una amplia elaboración en la filosofía política. El interés que tenemos en este ensayo es abordar algunos aspectos de esta problemática, sobre todo algunos aspectos de su recepción por parte del marxismo revolucionario. Cuestiones como el rol de los jacobinos en la Revolución Francesa, así como la del Terror Rojo en la Revolución Rusa, o, por caso, la valoración de la obra de Nicolás Maquiavelo, son algunas de las cuestiones clásicas de este abordaje vinculada tanto a las leyes materiales que rigen toda política, así como los momentos de excepción, aquellas ocasiones en que la lucha de clases llega a su remate en la guerra civil, por caso.

Así las cosas, desarrollaremos aquí la idea que en lo que tiene que ver con la acción política revolucionaria, para que la misma sea los suficientemente terrenal y no basada en consideraciones “morales” que atenten contra los fines de la lucha del proletariado, de imponerse en la batalla, lo esencial es una dialéctica de tres elementos: los fines, los medios y el terreno material en el que se va a llevar adelante la pelea.

Finalismo y marxismo

Partamos de recordar que el marxismo tiene una tensión “finalista” en el sentido de que está recorrido por una perspectiva, la emancipación del proletariado, y una sociedad realmente humana bajo el comunismo, libre de todas las relaciones de explotación y opresión características de la sociedad de clases. El debate de los fines plantea el de los medios para alcanzarlos; la congruencia entre unos y otros. Es decir:la relación entre medios y fines y el criterio que preside esa relación[2]. ¿Cuáles son los medios que la clase obrera puede y debe emplear para lograr su emancipación? Un largo debate ha cruzado al marxismo revolucionario a lo largo del siglo XX, entre otras cosas porque muchas veces medios que supuestamente llevaban a un fin, terminaron en un lugar distinto. Por ejemplo, el proceso de industrialización forzosa en los años 30 bajo el estalinismo, que si bien desarrolló en cierto modo las fuerzas productivas del país, lo hizo de manera tan unilateral, que dio lugar, a la postre, a un proceso de acumulación burocrática que no sirvió a un progreso real en el sentido de la transición al socialismo (que, más bien, quedó bloqueada a partir de entonces). Es decir: esa industrialización, como medio, obtenida mediante el relanzamiento de relaciones de explotación y opresión, no se correspondió con el objetivo de socializar la producción dando lugar a otro resultado: el “Estado burocrático con restos comunistas proletarios” del que hablara Rakovsky. Otro ejemplo durante la segunda mitad del siglo pasado, ha sido el del sustituismo social de la clase obrera a la hora de la revolución socialista; emprendimientos que terminaron en el fracaso que todos conocemos. Ha quedado establecido, subproducto de la experiencia histórica, que a la hora de la revolución socialista y de la transición–auténtica- al socialismo, dicha obra sólo puede ser llevada adelante por la clase obrera por intermedio de sus organizaciones, programas y partidos, y lo mismo cabe para el proceso de transición que se inaugura una vez tomado el poder.

Sin clase obrera, no hay socialismo. Considerada la primera como un “medio”, lo segundo sería el “fin”. Pero más importante aún es subrayar su viceversa: la transición es un medio para la emancipación de la clase obrera[3]. Si no está la clase obrera, si la clase obrera no se apropia realmente del poder, no se llega al socialismo. De lo anterior se desprende la necesaria congruencia entre medios y fines,que hace al fuerte contenido finalista del marxismo revolucionario.

Hay que partir de las condiciones reales

Sin embargo, esta tensión finalista del marxismo no puede obviar una discusión concreta vinculada a ella: ¿cuáles son los medios a implementar por la clase obrera y los revolucionarios en su lucha por el poder y todo lo demás? A este respecto es muy conocida la discusión de Trotsky con Víctor Serge en los años 1930 en defensa de los métodos empleados por los bolcheviques durante la guerra civil. En Su moral y la nuestra Trotsky reitera, una y otra vez,que la ley suprema para apreciar los medios a utilizar,es la lucha de clases. La experiencia y la reflexión -a lo largo de los años-nos han convencido de que Trotsky tiene razón. Ocurre que los medios a emplear no solamente tienen relación con los fines buscados, sino con el terreno material en el que se libra la lucha que imponen determinados parámetros so pena de abstracción de las condiciones reales: “El proceso histórico es, ante todo, lucha de clases y acontece que clases diferentes, en nombre de finalidades diferentes, usen medios análogos. En el fondo, no podría ser de otro modo. Los ejércitos beligerantes son siempre más o menos simétricos y si no hubiera nada en común en sus métodos de lucha, no podrían lanzarse ataques uno al otro” (Su moral y la nuestra; 9).

Es verdad que no es lo mismo una circunstancia de guerra civil, que una de lucha política “pacífica”. Sin embargo, la lucha de clases no deja de ser siempre una “guerra de clases”, en todo caso de menor intensidad cuando no se trata de una guerra civil abierta.

La clase obrera y los revolucionarios junto con ella, no podemos elegir los medios que más nos gustarían; actuamos bajo condiciones determinadas objetivamente que no han sido elegidas por nosotros, regidas por sus propias leyes, y que, en general, no alientan la caballeresca generosidad, sino ser implacables so pena de fracasar en la lucha.

Así las cosas, los medios se relacionan dialécticamente tanto con los fines que estamos persiguiendo, como con las leyes del terreno material desde el cual partimos: las condiciones de la lucha de clases bajo el capitalismo, bajo el imperio del Estado burgués y sus aparatos representativos y represivos,de la actuación de los aparatos políticos burgueses y las burocracias sindicales; etcétera; una dialéctica que debe ser apreciada en cada caso concreto de una manera que, en definitiva, sirva al triunfo de la lucha del proletariado.

Y atención que la lucha de tendencias socialista entra, hasta cierto punto, dentro de las mismas leyes generales a las que nos estamos refiriendo: como agudamente señalaba Martov –¡sí, Martov, que lo apreció sufriendo a Lenin!- se trata de una  suerte de “guerra de guerrillas” entre tendencias socialistas donde triunfa la que logra calificarse mejor[4], la que es más implacable en el proceso de “selección natural político” que se opera en el terreno de la representación de la vanguardia de los trabajadores (“A cien años del ¿Qué hacer?”).

En las condiciones de una guerra civil –aunque, en realidad, de toda política-, partir de la realidad y sus leyes tal cual son (leyes del ojo por ojo diente por diente, o “ley del Talión”[5]),es una condición de vida o muerte. No hay tal guerra civil que se pueda librar sin tomar rehenes, sin fusilamientos, sin prácticas de justicia popular. ¿Es contradictorio esto con el fin comunista? De ninguna manera: el comunismo tiene un contenido profundamente humanista. Pero dicho humanismo no puede perder de vista el terreno material de las cosas so pena de “moralina”[6]; la implacable guerra de clases en la cual estamos inmersos. No podemos darnos el lujo de perder la pelea en función no de criterios de “humanismo comunista”, es decir, clasistas hasta cierto punto, sino de un falso humanismo abstracto –cursi, por así decirlo- que sólo servirá a nuestros enemigos.

En la lucha de clases (¡y en la lucha de tendencias, también, hasta cierto punto!), esa dialéctica de fines, medios y terreno material de la pelea, debe comprenderse y asumirse so pena de caer en la ingenuidad o, lo que es más grave, poner en riesgo la lucha para beneficio del enemigo de clase.

En Su moral y la nuestra Trotsky parecer dar dos definiciones contrapuestas sobre las relaciones generales entre medios y fines en la política revolucionaria. En una parte señala que los fines justifican los medios; en otra, afirma lo contrario: que el fin no justifica los medios. Sin embargo, se trata de una contradicción puramente formal, no de contenido. Porque en los casos de la lucha de clases más extrema -en realidad, en general, en ningún caso-,el proletariado no puede elegir libremente sus medios. Por esto mismo dice Trotsky que la ley suprema para evaluar los medios y los fines, es la lucha de clases –lo que la misma obligue. Y una lucha de clases redoblada impide hacer valer leyes morales abstractas por encima de la naturaleza sangrienta de la misma[7].

De ahí que el filósofo positivista estadounidense John Dewey, que tuvo la valentía y la dignidad de ser el juez en el tribunal internacional que armó Trotsky para defenderse de las acusaciones estalinistas en los juicios de Moscú, se equivocaba cuando afirmaba que, en Su moral y la nuestra, Trotsky incurría en una “contradicción lógica” al poner como fin un elemento que, en definitiva, era para él un simple medio: la lucha de clases. Dewey no entendió que Trotsky hablaba de otra cosa: del carácter de la lucha de clases como criterio supremo a la hora de analizar la correspondencia entre fines y medios en la revolución social y de que en ella, como afirmaba también Rakovsky, medios y fines cambian reiteradamente de lugar[8].

Por otra parte, también es verdad que la perspectiva del socialismo y el comunismo significa que la política proletaria y la política burguesa no poseen criterios iguales, que hacen al logro, en el primer caso, de arribar a una sociedad en la cual imperen la igualdad, la libertad y la fraternidad entre todos los seres humanos, mientras que en el segundo mantener la sociedad explotadora.

Pero estas perspectivas que significan que los criterios del chiquero de la política patronal no son los mismos que los que apuntan a la elevación histórica de la conciencia de los trabajadores, no dejan de ser criterios históricamente determinados que no pueden hacerse valer en el aire de las determinaciones materiales reales, sino que establecen una tensión dialéctica entre el terreno material del cual se parte, y que no se puede obviar, el “chiquero” político patronal y burocrático de todos los días, y las perspectivas históricas a las cuales tendemos; esto so pena de una injustificable ingenuidad: es decir, la necesidad de recurrir astucias, engaños, mentiras y todo lo demás: “El maquiavelismo ha servido para mejorar la técnica política tradicional de los grupos dirigente conservadores al igual que la política de la filosofía de la praxis; pero esto no debe ocultarnos su carácter esencialmente revolucionario, que todavía hoy se siente y explica todo el antimaquiavelismo, desde el de los jesuitas hasta el pietista de Pasqua le Villari”, es decir, de las fuerzas más tradicionalistas y cínicamente “mojigatas”, por así decirlo (Gramsci; La política y el Estado moderno; 73).

Las leyes implacables de la guerra civil

Sin embargo, ¿no sería esto último una recaída en formas de política burguesa, formas habitualmente consideradas –de manera despectiva- “maquiavélicas” o “jacobinas” para negar, rechazar, todo lo que de realismo político –revolucionario- tenían estas últimas?

Entre los –escasos- aportes –positivos-de Althusser (ya señalamos en otra parte que el filosofo francés tenía aportes en el contexto de su desbarranque general; sobre todo en materia de evaluación de las coyunturas, y una apreciación de las reglas de juego de la política –aunque mayormente instrumentales[9]), pinta bien el realismo político de Maquiavelo: “Se sabe que nada más conocerse, El Príncipe provocó las más violentas condenas por parte de aquellos que Marx llama ‘los profesionales de la ideología’ (…) porque hace de la religión un medio para la política, subordina la moral a la práctica política y, por llevar la cosa al extremo, defiende el derecho del Príncipe, en ciertas circunstancias, a la crueldad, a la artimaña, a la mala fe, etcétera (Maquiavelo y nosotros; 65).

En cualquier caso, lo que hay que entender para no marearse respecto de los fines y los medios y el terreno material de la lucha, su dialéctica, es que la apreciación política siempre es global;dichos medios deben servir a los objetivos de la lucha del proletariado.

Trotsky presenta esta argumentación de dos maneras. Por un lado, señala que es decisiva la naturaleza social de los contendientes; esto es, si determinados medios se utilizan –efectivamente- en función de la emancipación social de la clase obrera –o no, caso paradigmático el del estalinismo, por ejemplo-. Para Trotsky, la naturaleza social diferenciada de los contendientes –de los ejecutantes de determinada política-,lo era todo al respecto. Incluso señalaba que las medidas de represión de los bolcheviques sobre la contrarrevolución burguesa en la guerra civil, había servido para ahorrar vidas proletarias; vidas que se hubieran perdido de no haber sido implacables; en este sentido, el fin, salvar la revolución, justificaba lo medios, el Terror Rojo.

El dirigente revolucionario ruso afirma, con meridiana claridad, que está permitido todo lo que conduce a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin sólo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee –indispensablemente- un carácter revolucionario. Deduce las reglas de conducta de las leyes del desarrollo de la humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes.

En determinados casos el fin justifica los medios y en otros no; depende de las necesidades de la lucha de clases del proletariado-del contenido de su política revolucionaria: “(…) los moralistas pequeñoburgueses (…) no comprenden que la moral es función de la lucha de clases (…) El destino del socialismo –según reciente declaración de Bauer [dirigente socialdemócrata austriaco, R.S.]- parece estar ligado a la suerte de la Unión Soviética (…) es el estalinismo [Bauer defiende a Stalin contra Trotsky, R.S.] (…) La moral podrida de semejantes individuos sólo es producto de su política podrida (…) A un fin sucio corresponden medios sucios” (Su moral y la nuestra, páginas 29, 41 y 42).

No otra cosa señalaba Gramsci, cuando rechazaba el examen abstracto de los problemas, y señalaba que todo dependía del fin efectivo al cual conducía el medio. Además, las circunstancias de guerra civil son circunstancias de excepción extremas que obligan, por necesidad, so pena de perecer, a aplicar determinados métodos (aun si ello pueda tener consecuencias no queridas que hay que tratar de evitar[10]): “La revolución clásica ha engendrado el terrorismo clásico. Kautsky está dispuesto a excusar el terror de los jacobinos reconociendo que ninguna otra medida les hubiese permitido salvar la República. Pero para nada vale esta justificación tardía. Para los Kautsky de fines del siglo XVIII (los jefes girondinos franceses), los jacobinos personificaban el mal” (Trotsky; 1972; 55).

Sobre el jacobinismo, en todo caso, recordemos que su apogeo ocurrió en el punto extremo de la Revolución Francesa (1793/4), y correspondió a una circunstancia universal de toda verdadera revolución, burguesa o proletaria, en este aspecto, lo mismo da: la necesidad de aplicar métodos de excepción en duras condiciones. Al mismo tiempo, en el caso de los jacobinos, no puede dejarse de señalar que al ser medidas extremas de la revolución burguesa, por su propia naturaleza, contaron con un fuerte contenido de sustituismo social, razón por la cual fueron criticados por Marx desde ese punto de vista[11] y no por el terror en sí –absolutamente necesario en dichas circunstancias[12].

Recordemos también que en su clásico trabajo,La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa, Daniel Guerin, autor anarquista “trotskizante”, nos subraya que, como corriente burguesa o pequeño burguesa que creía en las bondades del “voluntarismo político”, es decir, sin soporte social, los jacobinos no solo pegaron por derecha sino por la izquierda también (les cortaron la cabeza a los dirigentes de los enragés–rabiosos- que reclamaban por la carestía de la vida y la falta de concesiones hacia las masas). Socavaron así su propia base social de apoyo sólo para quedar a merced de la reacción de la gran burguesía, que quería el fin de dichos métodos radicales -la contrarrevolución monárquica había sido derrotada y era hora de volver a la normalidad de los negocios.

Debe estar claro, entonces, que cuando hablamos de los métodos extremos del terror revolucionario, nos referimos siempre de los enemigos de clase, a la burguesía, nunca a los métodos –o los medios- de la dictadura proletaria en relación con la propia clase obrera, lo que es, evidentemente, otra cuestión, y nos pone en otra discusión (por caso, la crítica al jacobinismo desde la izquierda[13]).

En todo caso, está claro que en condiciones “normales” de dictadura proletaria (la normalidad a este respecto es siempre relativa; pero también es cierto que el estalinismo se aprovechó de la idea de “guerra civil permanente” para gobernar con mano de hierro sobre la clase obrera[14]) deben regir, ampliamente, los criterios característicos de la democracia obrera, es decir, los criterios de una democracia de nuevo tipo que, sin embargo, en relación a la ex clase burguesa, es siempre una dictadura de clase;un régimen autoritario. (Engels insistía en que mientras la clase trabajadora necesitara de su dictadura de clase, sería para reprimir a las clases enemigas;no en nombre de su libertad.)

Los métodos de la guerra civil deben ser empleados contra los enemigos de clase y sus agentes, nunca contra la clase obrera y los partidos que la representan de manera legítima. A este respecto, es verdad que Trotsky había introducido cierta confusión en la segunda parte de su obra Comunismo y terrorismo (mayo 1920),al dejarse llevar por el “lado administrativo de las cosas” (es decir, por consideraciones poco políticas): pregonaba el partido único, transformar los sindicatos en apéndices del Estado, la militarización del trabajo y medidas por el estilo…

Proponía que se “militarizara el trabajo” ante el rechazo a una propuesta suya anterior de liberalizar del comercio minorista (un año después se adoptaría la NEP, Nueva Política Económica, que recogía casi punto por punto lo propuesto por Trotsky). En las condiciones ruinosas en que se encontraba la revolución, le pareció pertinente imponer una disciplina draconiana sobre los trabajadores para reconstruir el país.Con la sensibilidad política que lo caracterizaba, Lenin se opuso inmediatamente a esta propuesta, que cuestionaba la dictadura proletaria en su mismo principio: el ejercicio del poder por esta misma clase. La propuesta de Trotsky (que él mismo la desechó rápidamente), implicaba desencadenar la represión sobre los trabajadores que no se disciplinaran, convirtiendo a los sindicatos en simples apéndices u órganos -de “explotación”- al servicio de la producción del Estado proletario, algo evidentemente inaceptable amén de equivocado en un Estado obrero[15].

Los métodos de implacable lucha de clases, de guerra civil sobre las clases enemigas, se aplican por las necesidades de la propia dictadura proletaria; no deben ser transformados en una virtud. Hacen a las características propias –sangrientas- de la lucha en un período de guerra civil; características que se les imponen a los revolucionarios y a los trabajadores: “Sólo son admisibles y obligatorios –le respondemos- los medios que acrecen la cohesión revolucionaria del proletariado (…) de eso se desprende que no todo los medios son permitidos. Cuando decimos que el fin justifica los medios, resulta para nosotros la conclusión de que el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan una parte de la clase obrera contra otra (…); o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas (…)” (Su moral y la nuestra, 68).

En definitiva, y como afirmaba Clausewitz respecto de la guerra en general, el peor error que se puede cometer es ser ingenuos: tiene una serie de reglas objetivas que le son propias, y que no pueden desconocerse so pena de ser aplastados. La tensión finalista del marxismo debe ser sostenida a lo largo de la guerra civil y los enfrentamientos. Pero eso no puede significar moverse con criterios abstractos o por encima de las determinaciones concretas, materiales de la lucha, que fijan las reglas de juego y los medios a utilizar para combatir y vencer.

La sangre obrera vertida cuando la masacre en la Comuna de París había mostrado que la clase obrera no debía ser ingenua. Y Trotsky insiste en esto en su balance de la Comuna (volveremos enseguida). Los ríos de sangre que han corrido a lo largo del siglo XX no han hecho más que confirmar, a escala corregida y aumentada, esta lección. Sólo cabe subrayar, una vez más, que este combate implacable debe estar en manos de la clase obrera, sus organismos y partidos, y no de una burocracia, que elevándose por encima de ella,sustituyéndola, aplique esa violencia contra la clase obrera misma.

Maquiavelo y los jacobinos

Las reflexiones de Gramsci sobre Maquiavelo son particularmente aleccionadoras al respecto de este tema. El marxista italiano subrayaba que contra lo que se suele suponer, El Príncipe es una obra pensada no para defender las fuerzas conservadoras (como el Leviatán de Hobbes, por ejemplo), sino, por el contrario, para trasmitirle enseñanzas del arte de toda política a los sectores ascendentes[16]. Gramsci insiste que hay que tratar El Príncipe como un texto científico que da cuenta de las reglas de toda política; en todo caso, de toda política en la cual todavía existen el conjunto de escisiones que caracterizan a la política burguesa. Por eso Gramsci señalaba que sería un error analizar a Maquiavelo por fuera de las condiciones de su tiempo histórico(en el que era imposible pensar en términos de la autodeterminación de las grandes masas).

Entre el ensayo El Príncipe moderno, de Gramsci, y Su moral y la nuestra, de Trotsky, existen vasos comunicantes relativos al abordaje de El Príncipe, de Maquiavelo, como un texto de ciencia política en el sentido de las condiciones o leyes objetivas que rigen la política en las sociedades de clase. Y lo mismo afirma Trotsky cuando subraya que la lucha de clases es la ley suprema; es decir, cuando define que los métodos de la lucha en la guerra civil, no los puede determinar ningún humanismo abstracto,sino las realidades materiales de la propia lucha so pena de sucumbir.

Esto último es algo que hace eco en el propio Maquiavelo cuando recuerda que el Príncipe, que también podría ser el pueblo, al conducirse frente a sus amigos y súbditos, debe comportarse de acuerdo a la “verdad real y no los desvaríos de la imaginación”[17].

Por su parte, Gramsci también se refiere al jacobinismo en sus textos. Subraya que suele olvidarse que los jacobinos no eran los “guerreristas” de la Revolución Francesa,lugar que había correspondido a los girondinos (corriente que se reveló como conservadora social, y por eso sucumbió[18]). Sin embargo, el jacobinismo quedó históricamente identificado con el ala revolucionaria que se vio obligada a tomar medidas extremas en el momento crítico de la revolución: “Los jefes lo repitieron sin cansarse: es un gobierno de guerra, y no se gobierna en tiempo de guerra como en tiempo de paz. Para asegurar la victoria, no basta decretar grandes medidas, sino que hay que aplicarlas revolucionariamente, es decir, por una autoridad que obre con la rapidez y el poder irresistible ‘del rayo” (definición textual de Robespierre, Lefebvre; 1986;117).

Tales medidas forman ya parte del acervo revolucionario. Gramsci insistía en el carácter necesariamente violento de todo acto creadorex novo (de nuevo, “desde cero”), de una nueva sociedad. Y reivindicaba en ese aspecto a los jacobinos, a la vez que observa que la critica a ellos (en su tiempo, y también hoy), es, en general,conservadora. Trotsky sostenía lo mismo al afirmar que se podía llegar a una sociedad emancipada sólo por intermedio del puente de los métodos revolucionarios, los métodos jacobinos:  “La dictadura de hierro de los jacobinos había sido impuesta por la situación sumamente crítica de la Francia revolucionaria (…) Los ejércitos extranjeros habían entrado en territorio francés por cuatro lados a la vez (…) A esto hay que añadir los enemigos del interior, los innumerables defensores ocultos del viejo orden de cosas, prestos a ayudar al enemigo por todos los medios” (Comunismo y terrorismo; 56).

En todo caso, repetimos, cabe la crítica a los jacobinos en tanto que “bonapartistas revolucionarios”, ya que no solamente, como hemos visto, tomaron medidas de represión hacia la derecha, sino también hacia la izquierda. Ejecutaron a dirigentes de los enragés como Jacques Roux (que se suicidó antes de su ejecución) sin entender que al hacer eso, se cavaban su propia fosa. Desde ya que rechazamos esa violencia contra las masas revolucionarias en función de los limitados objetivos de una revolución burguesa. Nuestra posición está vinculada al carácter de la dictadura proletaria como la dictadura más enérgica sobre la clase enemiga, al mismo tiempo que la más amplia democracia que sea posible para la clase revolucionaria[19].

En todo caso, “maquiavelismo” y “jacobinismo” son, dentro de determinados parámetros, necesidades inevitables en medio de la agudización de la revolución y la guerra civil, de las cuales ningún partido revolucionario puede prescindir porque hacen a las características o a las leyes de toda revolución; de toda política (el teórico alemán de derechas, Carl Schmidt, siempre está para recordarnos que, en definitiva, lo que caracteriza a la política es la lógica amigo-enemigo).

Lo que sí es injustificable, y contrario a los principios de autodeterminación de la clase obrera, es que esos mismos métodos sean ejercidos contra los explotados y oprimidos. En esto la revolución proletaria se diferencia tajantemente de sus precedentes; especialmente de la revolución burguesa. Ese límite no se puede franquear. No se puede acompañar, y menos acríticamente, el sustituismo “revolucionario” que campeó -sobre todo- en la segunda mitad del siglo pasado. El balance de las revoluciones ha demostrado que la liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, o no habrá emancipación posible. Porque como afirmaba Rosa Luxemburgo, la revolución socialista es la primera en que las mayorías (y su vanguardia, agregamos nosotros) hacen la revolución en interés –consciente- de esas mismas mayorías. O, según la definición de Lenin, en el mismo sentido, la primera revolución realmente popular.

Si Marx y Lenin prefirieron centrar su atención en las enseñanzas positivas de la Comuna, Trotsky estaba más preocupado por marcar las ingenuidades y limitaciones de la experiencia,que le costaron su existencia. La Comuna invirtió demasiado tiempo en llevar adelante una elección municipal a finales de marzo de 1871, en momentos en que estaba cercada y amenazada. Organizar una elección en semejantes condiciones es considerado por Trotsky “una dispersión de esfuerzos inaceptable dadas las circunstancias”. Trotsky también debate acerca de cuál era el verdadero órgano de representación de la Comuna, su organismo de poder. Y concluye que lo expresaba el Comité Central de las milicias populares encargadas de la defensa de la Comuna frente al asedio de los ejércitos francés y alemán (aunque ese comité, dirigido aparentemente por diletantes, nunca terminara de asumirse como tal).

Trotsky polemizó con Kautsky que tenía una apreciación abstracta, en el fondo reaccionaria de la llamada “democracia revolucionaria”, como si pudiese ponerse por encima de las determinaciones concretas de la lucha de clases; perdiendo de vista el contenido de clase que necesariamente tiene la dictadura proletaria. Contra Kautsky Trotsky señala que cuando el proletariado se halla en una fortaleza sitiada, debe jerarquizar sus armas y poner todo al servicio de triunfar en la batalla(sin dar lugar a “romanticismos” que alejen a la clase obrera del triunfo).

Esto último, el romanticismo, se suele pagar carísimo: decenas de miles de comuneros fueron fusilados inmediatamente después de la derrota de la Comuna de París, una lección histórica que dio la burguesía francesa a la clase trabajadora del mundo entero.

Maniobras y política

La relación entre la estrategia y las tácticas es la misma que se tiene entre la política y las maniobras: si la política es el fin,las maniobras son el medio para hacerla valer. De ahí que sea una ingenuidad creer que la política podría imponerse, en medio de todo tipo de enemigos, sin maniobras; sin buscar las maneras, los ardides, las trampas, para hacernos valer: “[Maquiavelo] sabe que no hay verdad o, mejor, que no hay sino verdad efectiva, esto es (…) que la efectividad de lo verdadero se confunde siempre con la actividad de los hombres; y que, políticamente hablando, no existe más que en el enfrentamiento de las fuerzas, en la lucha de partidos” (Maquiavelo y nosotros; 59).

Así que la realidad es que no hay en política una suerte de “verdad en abstracto”; que hacer valer nuestra verdad implica imponer materialmente nuestras ideas en la lucha. Althusser, a pesar de todo su instrumentalismo, dice algunas verdades sobre la política, sobre todo aquella que está más cercana al chiquero del día día, del cual no podemos aislarnos como si dijéramos “gracias no fumo”, y que hacer parte del “arco de tensión” que en el otro extremo tiene las perspectivas estratégicas del socialismo (una suerte de “hilo invisible” material ata uno y otro término).

“Para retomar una frase célebre, y peligrosa si se comprende mal [bah, peligrosa no nos parece, pero entendemos lo que se quiere decir el autor francés, R.S.], si ‘la verdad es revolucionaria’ [¡que sí lo es!, R.S.], lo es en el sentido en que Lenin define la verdad: ‘La verdad siempre es concreta’, realizada por fuerzas concretas, efectiva: y es por ser efectiva por lo que es eficaz” (Maquiavelo y nosotros; 59). Y luego prosigue acerca de que la verdad, aunque sea aproximativamente, no existe… Pero, en todo caso, lo que podemos rescatar en su apreciación de la política, aun si es extremadamente relativista su abordaje de la  verdad, y junto a Maquiavelo, es que la “verdad”de nuestra política revolucionaria debe hacerse valer en los hechos materiales;implacablemente –haciendo “correr sangre” cuando es necesario-.

A este respecto el infantilismo de izquierda –y la ingenuidad de la militancia sin experiencia en el terreno-, puede hacer estragos. Porque no hay manera de avanzar los objetivos de la clase obrera en general y del partido en particular,sino se apela a las maniobras políticas que se imponen como subproducto de la lógica de la pelea contra los enemigos de clase: la burguesía, sus partidos y la burocracia. Y aunque de otro carácter, pero imprescindibles también, son las maniobras que utilizamos en la lucha de tendencias en la izquierda.

Trotsky decía ilustrativamente que en toda lucha –¡y la de tendencias, también!-“las dos partes se esfuerzan por darse mutuamente una idea exagerada de su resolución de luchar y de sus recursos materiales”.

En general, las maniobras obedecen a la necesidad de enfrentar a un enemigo -o conjunto de enemigos-, más fuertes. Esto es obvio cuando se trata de la burocracia u organizaciones traidoras de masas. Pero a otro nivel, también la pelea de tendencias tiene sus leyes de supervivencia del más apto,que funcionan implacablemente mediante la exclusión del más débil.

Es que no hay cómo sobrevivir en un medio hostil si uno no se impone mediante maniobras funcionales a los objetivos de la política revolucionaria; que sepan hacer valer los intereses dela clase y del partido sin disolver uno y otro. Apreciar estos límites entre el interés general de nuestra clase y el interés “particular” del partido, que si no lo construye la militancia, no lo construye nadie, porque es lo menos objetivo que hay en materia de la organización obrera (a diferencia de los sindicatos y demás organismos de frente único, que surgen más espontáneamente), es, también,otro arte del combate político de tendencias[20].

Y si bien defendemos –de manera incondicional- el criterio de libertad de tendencias socialistas (que hace a la democracia obrera), no se debe tener una apreciación ingenua acerca del terreno y las leyes mismas de esta libertad: el de una implacable lucha de tendencias caracterizada, repetimos, por la exclusión del más débil.

Detengámonos un minuto en esto último porque tiene gran importancia. Porque esta definición tiene dos limites. Históricamente el estalinismo significó la supresión policíaca de la lucha política o la reducción de toda lucha política a evento policial (todo opositor era un delincuente contra los supuestos intereses del Estado).

Pero, por otra parte, no se debe tener una apreciación de la lucha de tendencias como si fuera una pelea “parlamentaria”, por así decirlo. Se trata de una dura lucha que no solo es verbal, sino que significa empujones, maniobras, zancadillas, momentos de tensión físicos y todo los demás. No se trata de un escenario de ballet de ópera, sino un “ring político” en el cual hay que imponerse a toda costa.

En Su moral y la nuestra Trotsky reitera que es estúpido privarse por anticipado de hacer maniobras: “La mentira y algo peor aún constituyen parte inseparable de la lucha de clases, hasta en su forma más embrionaria”, señala en referencia a los ardides y mentiras respecto del enemigo de clase e, incluso, dentro de ciertos parámetros, de los adversarios en la izquierda.

Esto no es así, desde ya, respecto de la clase obrera: uno de nuestros principios es decir siempre la verdad a nuestra clase, por más amarga que sea[21]. Mentirle a la base obrera, por ejemplo respecto del verdadero resultado de una lucha, es una característica de la burocracia, que siempre presenta derrotas como si fuese triunfos (Trotsky lo repite una y otra vez en Su moral y la nuestra).

Y lo mismo afirmaba Lenin respecto de la burocracia sindical (que persigue a los revolucionarios dentro de los sindicatos): “Hay que saber hacer frente a todo eso, estar dispuesto a todos los sacrificios, e incluso –en caso de necesidad– recurrir a diversas estratagemas, astucias, procedimientos ilegales, evasivas y subterfugios con tal de entrar en los sindicatos, permanecer en ellos y realizar allí, cueste lo que cueste, un trabajo comunista” (El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo; 160).

Para los militantes que entran a trabajar en fábrica, que se proletarizan, o que se hacen revolucionarios en ellas, estos consejos de Lenin son el pan de cada día. Por supuesto que hay maniobras y maniobras. El límite de principios,en todos los casos, es que no deben desmoralizar -ni engañar- a la clase obrera; tampoco reducir la confianza en sí misma: “El partido bolchevique fue el más honrado de la historia; cuando pudo, claro que engañó a las clases enemigas, pero dijo la verdad a los trabajadores y sólo la verdad. Únicamente gracias a eso fue como conquistó su confianza, más que cualquier otro partido en el mundo” (Su moral y la nuestra; 62[22]).

Y Trotsky agrega todavía, “La ‘amoralidad’ de Lenin, es decir, su rechazo a admitir una moral por encima de las clases, no le impidió conservarse durante toda su vida fiel al mismo ideal; darse enteramente a la causa de los oprimidos; dar pruebas de la mayor honradez en la esfera de las ideas y de la mayor intrepidez en la esfera de la acción; no tener la menos suficiencia para con el ‘sencillo’ obrero, con la mujer indefensa y con el niño. ¿No parece que la ‘amoralidad’ sólo es, en este caso, sinónimo de una elevada moral humana?” (Su moral y la nuestra, 62).

Aprender a militar en las condiciones reales de la lucha de clases sin perder, al mismo, tiempo, la tensión finalista de nuestra empresa, es la tarea planteada para toda organización revolucionaria que comienza a salir del terreno de la mera propaganda para hacerse valer materialmente en la lucha de clases como factor real y objetivo.


Bibliografía

Louis Althusser, Maquiavelo y nosotros, Ediciones Akal, España, 2004.

Antonio Gramsci,La política y el Estado moderno, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985.

Georges Lefebvre: La revolución francesa y el imperio (1787-1815), Breviarios, FCE, México, 1986.

Vladimir I. Lenin,El “izquierdismo”, enfermedad infantil del comunismo, Obras Completas, tomo 33, Cartago, Buenos Aires, 1971.

Nicolás Maquiavelo, El príncipe, AGEBE, Argentina, 2005.

Roberto Sáenz, Ciencia y arte de la política revolucionaria, izquierda web.

-“Lenin en el siglo XXI. A cien años del ¿Qué Hacer?”, izquierda web.

León Trotsky,Su moral y la nuestra, Yunque, Buenos Aires, 1973.

-Comunismo y terrorismo, Heresiarca, Buenos Aires, 1972.

 

[1]En este texto vamos a seguir a Antonio Gramsci cuando en Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno, coloca al partido revolucionario moderno (el “Príncipe moderno”) en el lugar del Príncipe de Maquiavelo.

[2]El criterio es la emancipación de los explotados y oprimidos; los medios son todos los que sean necesarios a tales efectos.

[3]Draper hace una inversión completa del argumento señalando que la teoría de la revolución en Marx no plantea no se sabe qué fines abstractos sino, simplemente, la emancipación obrera.

[4]Marcel Liebman cita en Leninismo bajo Lenin esta apreciación de Martov, donde un poco reconociendo esta realidad y un poco quejándose, el socialdemócrata ruso señalaba este rasgo de la dureza e implacabilidad leninista.

[5]Recordemos que la ley del Talión era una ley romana que obligaba a una reciprocidad o proporcionalidad entre el delito y la pena; una suerte de “justicia retributiva” donde el crimen debía ser castigado en la misma proporción.

[6]La moralina viene a ser una falsa moral abstracta por contraposición a la moralidad concreta, por así decirlo, que surge de las condiciones reales de la lucha del proletariado.

[7]Si, por ejemplo, la contrarrevolución ejecuta rehenes y el poder revolucionario se niega a hacer lo propio, las masas indefinidas que siempre están en el medio –y que suelen ser mayoritarias- verán al poder revolucionario como el campo más débil… y se inclinaran por ella.

[8]Está claro que los medios y los fines tienen un grado de relatividad determinado; se intercambian dialécticamente en muchos casos.

[9]El instrumentalismo tiene que ver con que no hay tensión dialéctica con los fines; los medios son puestos en función de objetivos distintos a los que plantea la lucha misma por el socialismo.

[10]La militarización de la revolución fue una de las consecuencias no queridas de la guerra civil, pero, en la circunstancia concretamente planteada, no había alternativa que ir para el lado que se fue. Lo anterior no quita, a su vez, que determinados medios puedan “contaminar” el fin debido a que entre fines y medios –como en todo lo demás- existe una relación dialéctica. Sin embargo, esto no puede apreciarse haciendo abstracción de las condiciones reales de la lucha (es decir, sólo puede apreciarse, v.g., dialécticamente).

[11]En La sagrada familia Marx tiene párrafos dedicados a la Revolución Francesa, donde reivindica el Circulo Social y otros agrupamientos que tenían un programa social representativo de los de abajo más definido que el de los jacobinos que, como señalara Trotsky, por su parte, “eran los utopistas de la igualdad sobre la base de la propiedad privada”…

[12]La crítica del terror fue –¡y es!-característica de toda laya de autores burgueses e, incluso, de un ilustre simpatizante de la Revolución Francesa, como fue el joven Hegel. Una crítica burguesa, negadora de las consecuencias mismas que necesariamente engendra la revolución).

[13]La crítica al jacobinismo por la izquierda tiene que ver con el uso indiscriminado del terror no solo a derecha sino hacia la izquierda también, así como a la pérdida de vista que la violencia, por sí sola, o el terror por sí solo, no resuelve las cuestiones cuando no están acompañados de medidas de verdadera transformación social (en su caso, el no cuestionamiento de la propiedad privada).

Por otra parte atención que, aun así y todo, el jacobinismo fue el punto más alto de la revolución burguesa; lo opuesto al estalinismo, que fue un proceso contrarrevolucionario.

[14]Marx denunciaba a Napoleón por haber transformado la “revolución permanente” (el apogeo de la Revolución Francesa entre 1789 y 1794), en un estado de “guerra permanente”… Es decir: “externalizaba” el conflicto interno de clases en una guerra entre Estados para aplacar el frente interior (¡la guerra civil que significaba la revolución en la propia Francia!).

[15]Atentos que los años 1920 y 1921 fueron los más dramáticos de la revolución y tanto Trotsky como Lenin cometieron parejos errores en medio de una situación del Estado soviético muy inestable y cambiante.

[16]Repetimos que Maquiavelo y nosotros, por entre medio de varias definiciones posmodernas, tiene ángulos de interés acerca del carácter de toda política: “El conocimiento objetivo de la ‘cosa’ que él trata, la política, es decir, la práctica política, es lo novedoso que aporta Maquiavelo”.

[17]Es interesante el debate acerca de si Maquiavelo pretendía traspasarle enseñanzas de toda política a los príncipes o, en realidad, al develar cómo funciona la misma, pretendía ilustrar al pueblo. Parece plausible la interpretación de Gramsci de que, en realidad, bajo la forma de concejos al príncipe, estaba traspasándoles lecciones de toda política a los de abajo.

[18]Los Girondinos pretendieron externalizar la revolución para aplacar los conflictos internos. Pero cuando la guerra exterior llegó, se negaron a tomar las medidas draconianas que la situación imponía y por eso sucumbieron (durante los años 1793/4 hubo ciertas restricciones a la libertad de comercio, hubo que centralizar la producción para la guerra, etcétera, medidas “estatistas” que estos se negaron a tomar).

[19]Un tema polémico es el que aparece en la crítica de Serge a Trotsky a propósito del levantamiento de Kronstadt (1921). En varias ocasiones hemos escrito que la justificación para la represión del levantamiento, represión votada por todas las tendencias del partido bolchevique, se entendió como una trágica necesidad para salvar la revolución. En todo caso, quizás, hubo excesos en la represión una vez derrotado el levantamiento. Pero incluso así es difícil hacer un juicio equilibrado: cuando se ponen en marcha elementos de guerra civil, es muy difícil evitar los extremos.

[20]Podríamos decir que en el caso concreto de nuestra corriente es hora de inclinar la vara para el lado del partido. Porque nos caracteriza una lógica demasiado desinteresada que redunda en contra de la construcción de nuestra organizaciones; en contra de hacer valer el interés político y constructivo de una de las corrientes militantes de la izquierda revolucionaria más dinámicas en la actualidad.

[21]A nuestra clase la verdad y nada más que la verdad; a todo el resto “piquete de ojos”.

[22]).

Sumate a la discusión dejando un comentario:

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí