La teoría marxista del valor-trabajo

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  • Una demostración contundente de la teoría marxista del valor, en respuesta a la ignorancia y los malentendidos de sus críticos.

Ernest Mandel

Capítulo 1.5 del libro «El Capital, cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx», transcrito de la edición de Siglo XXI, 1998. 

En lo que va del siglo, ninguna parte de la teoría de Marx ha sido más criticada, en el mundo académico, que su teoría del valor. Sus críticos burgueses muestran un instinto agudo en este caso, pues esta teoría es ciertamente la piedra de toque de todo el sistema. Pero ninguna tentativa intelectual contemporánea se ha basado tan obviamente en un malentendido tan básico como los repetidos ataques a la teoría marxista del valor-trabajo.[1]

Esta teoría reconoce dos aspectos del problema del valor: uno cuantitativo y otro cualitativo. Desde un punto de vista cuantitativo, el valor de una mercancía es la cantidad de trabajo simple (el trabajo calificado se reduce a trabajo simple por medio de un coeficiente dado) socialmente necesario para su producción (es decir en una productividad media de trabajo dada). Desde un punto de vista cualitativo, el valor de la mercancía está determinado por el trabajo humano abstracto: las mercancías que se han producido a través del trabajo privado se vuelven conmensurables sólo en tanto la sociedad abstrae del aspecto concreto y específico de cada oficio individual privado o rama de la industria y nivela estas tareas como trabajo social abstracto, independientemente del valor de uso específico de cada mercancía.

Para comprender esta teoría basta formular la pregunta a la cual Marx trató de encontrar una respuesta. Éste es el problema: el hombre tiene que trabajar para satisfacer sus necesidades materiales, para “producir su vida material”. La manera en que el trabajo de todos los productores en una sociedad dada se divide entre las diferentes ramas de la producción material determinará el grado en que pueden satisfacerse las diferentes necesidades. Así, dado un cierto conjunto de necesidades, un tosco equilibrio entre las necesidades y el producto requiere de una distribución del trabajo (de “insumos de trabajo”) entre estas diversas ramas de la producción en una proporción dada, y solamente en ésa. En una sociedad primitiva, o en una sociedad socialista completamente desarrollada, esta distribución de los insumos de trabajo tiene lugar de una manera conscientemente planificada en una sociedad primitiva, sobre la base de hábitos, costumbres, tradiciones, procesos mágico-rituales, decisiones de los ancianos, etc.; en una socialista, sobre la base de una selección democrática de prioridades por la masa de los propios productores-consumidores asociados. Pero bajo el capitalismo, donde el trabajo se ha convertido en trabajo privado, donde los productos del trabajo son mercancías producidas independientemente unas de las otras por cientos de empresas independientes, ninguna decisión consciente establece previamente un equilibrio tal entre los insumos de trabajo y las necesidades socialmente reconocidas (bajo el capitalismo esto implica, desde luego, que sólo son socialmente reconocidas aquellas necesidades que se expresa a través de una demanda efectiva). El equilibrio se logra sólo accidentalmente, a través de la operación de las fuerzas ciegas del mercado. Las fluctuaciones de los precios, a las que los economistas académicos permanecen apegados, son, en las hipótesis más favorables, solamente señales que indican si este equilibrio se tambalea, mediante qué presión y en qué dirección. No explique qué es lo que se está equilibrando ni cuál es la fuerza motora detrás de estas numerosas fluctuaciones. Precisamente ésta es la pregunta que Marx intentó responder con su teoría perfeccionada del valor-trabajo.

A partir de este enfoque se hace inmediatamente claro que, contrariamente a lo que muchos de sus críticos -empezando por el austríaco Böhm-Bawerk- suponían, Marx nunca intentó explicar con su teoría del valor las fluctuaciones a corto plazo de los precios del mercado.[2] (Probablemente intentaba plantear algunos de los problemas implicados en las fluctuaciones de los precios a corto plazo en ese libro sexto nunca escrito incluido en el plan original de El Capital). Tampoco tiene mucho sentido hablar de la teoría del valor-trabajo tal como está explicada en el libro primero de El Capital, como una “teoría microeconómica” supuestamente en contraste con la teoría del valor-trabajo “macroeconómica” expuesta en el libro tercero. Marx trató de descubrir una clave que se encontraba escondida detrás de las fluctuaciones de los precios, o, para decirlo con una metáfora, los átomos dentro de las moléculas. Efectuó todo el análisis económico en un nivel diferente y más alto de abstracción. Lo que se preguntaba entonces no era cómo corre Juanito (es decir qué movimientos hacen sus piernas y cuerpo al correr) sino qué hace que Juanito corra.

En consecuencia, el 99% de las críticas respecto de la teoría marxista del valor-trabajo carecen de sentido, especialmente cuando intenta “refutar” las páginas que inician el primer capítulo del libro primero de El capital, las que han sido consideradas como la “prueba” de dicha teoría.[3] Decir que las mercancías tienen cualidades comunes más allá del hecho de que son productos del trabajo social, transforma el análisis de las relaciones sociales en un juego lógico de salón. Estas “otras cualidades” obviamente no tienen nada que ver con los nexos entre los miembros de la sociedad en una economía de mercado anárquico. El hecho de que tanto el pan como los aviones sean “escasos” no los hace conmensurables. Aun cuando miles de personas se estén muriendo de hambre y la “intensidad de la necesidad” de pan sea ciertamente miles de veces mayor que la “intensidad de la necesidad” de aviones, la primera mercancía será siempre inmensamente más barata que la segunda en la medida en que en su producción se ha gastado una cantidad de trabajo socialmente necesario mucho menor.

Frecuentemente se ha planteado la siguiente pregunta: ¿por qué ocuparse de este tipo de interrogantes? ¿Por qué no restringir la “economía” al análisis de lo que ocurre realmente en la vida económica diaria (bajo el capitalismo, en el caso de que sea necesario decirlo): las altas y bajas de los precios, los salarios, las tasas de interés, las ganancias, etc., en vez de tratar de descubrir misteriosas “fuerzas subyacentes de la economía”, de las que se supone gobiernan los sucesos económicos reales, pero sólo en un nivel muy alto de abstracción y sólo en última instancia?

El enfoque neopositivista es curioso y típicamente acientífico. Tratándose de medicina, para no hablar de otras ciencias físicas, nadie se atrevería, por miedo a la burla general, a preguntar: “¿Por qué molestarse en buscar ‘causas más profundas’ de las enfermedades cuando se puede dar con los síntomas para establecer un diagnóstico?” Claro que no es posible una comprensión real del desarrollo económico si no se intenta descubrir precisamente lo que “está detrás” de las apariencias inmediatas. Las leyes sobre las fluctuaciones inmediatas y a corto plazo de los precios del mercado no pueden explicar por qué, para dar un ejemplo de interés, un kilo de oro compra en Estados Unidos, en 1974, casi el doble de canastas dadas de bienes de consumo que setenta años antes (el índice de precios al consumidor se ha multiplicado alrededor de cinco veces en comparación con 1904, en tanto que el precio del oro en el mercado libre ha aumentado nueve veces). Evidentemente, este movimiento básico de precios tiene algo que ver a largo plazo con la distinta dinámica de la productividad social del trabajo a largo plazo en las diversas industrias de consumo, por un lado, y la industria minera del oro, por el otro; es decir con las leyes del valor tal como Marx las formuló.

Una vez que hemos comprendido que la famosa “mano invisible” que supuestamente regula la oferta y la demanda en el mercado no es otra cosa que el funcionamiento de esa misma ley del valor, podemos ya vincular toda una serie de procesos económicos que de otro modo permanecen como piezas inconexas de análisis. El dinero que proviene del intercambio puede servir como equivalente universal del valor de las mercancías sólo porque en sí mismo es una mercancía con su propio valor intrínseco (o, en el caso del papel moneda, representa una mercancía con su propio valor intrínseco). La teoría monetaria se re-enlaza con la teoría del valor y la teoría de la acumulación del capital. Las altas y bajas del ciclo económico surgen como el mecanismo a través del cual los cambios radicales en el valor de las mercancías terminan por sostenerse, con la penosa desvalorización (pérdida de valor) que esto entraña, no sólo para la “infantería” del ejército de mercancías -la masa individual de bienes de consumo acabados, vendidos diariamente-, si no también para la “artillería pesada”, es decir la maquinaria en gran escala, el capital fijo. La teoría del crecimiento económico, del “ciclo económico” de las crisis capitalistas, la teoría de la tasa de ganancia y su tendencia a la baja: todo fluye en última instancia a partir del funcionamiento de esta ley del valor. Así que la pregunta acerca de su utilidad para el análisis económico es tan absurda como la pregunta acerca de la necesidad del concepto de las partículas básicas (átomos, etc.) en la física. Desde luego, ningún análisis coherente y congruente de la economía capitalista en su totalidad, que explique todas las leyes básicas del movimiento de ese sistema, es posible sin “principios elementales” organizados alrededor del valor de las mercancías.

En la teoría económica marxista la “ley del valor” cumple una triple función. En primer lugar gobierna (lo cual no significa que determine aquí y ahora) las relaciones de intercambio entre mercancías; o sea que establece el eje alrededor del cual oscilan los cambios a largo plazo en los precios relativos de las mercancías. (En el capitalismo esto incluye también la relación de intercambio entre el capital y el trabajo, un punto extremadamente importante al cual regresaremos en su oportunidad). En segundo lugar, determina las proporciones relativas del trabajo social global (y esto implica, en última instancia, los recursos materiales totales de la sociedad) dedicadas a la producción de diferentes grupos de mercancías. De esta manera, la ley del valor distribuye, en última instancia, los recursos materiales entre las diferentes ramas de producción (y de actividad social en general) de acuerdo con la división de la “demanda efectiva” de diferentes grupos de mercancías, entendiendo siempre que esto ocurre dentro del marco de relaciones de clase antagónicas de la producción y la distribución. En tercer lugar regula el crecimiento económico, determinando la tasa media de ganancia y dirigiendo la inversión hacia las empresas y sectores de la producción donde la ganancia está por encima del promedio, y por ende alejándola de las empresas y sectores donde está por debajo de este promedio. Estos movimientos de capital e inversión corresponden en última instancia a las condiciones de la “economía” y el “desperdicio” del trabajo social, es decir al funcionamiento de la ley del valor.

La teoría del valor de Marx es un desarrollo y perfeccionamiento posteriores de la teoría del valor-trabajo tal como emana de la escuela “clásica” de la economía política, y especialmente de la versión de Ricardo. Pero los cambios que Marx introdujo en esa teoría cubrieron muchas vertientes. Uno de ellos habría de ser particularmente decisivo: el uso del concepto de trabajo social abstracto como fundamento de su teoría del valor. Por esta razón no puede considerarse, de ninguna manera, que Marx sea un “neoricardiano avanzado”. “La cantidad de trabajo como esencia del valor” es algo muy distinto de “la cantidad de trabajo como numéraire” -una vara usual de medir el valor de todas las mercancías. La distinción entre trabajo concreto, que determina el valor de uso de las mercancías, y trabajo abstracto, que determina su valor, es un paso revolucionario que va más allá de Ricardo y del cual Marx estaba muy orgulloso; de hecho lo consideraba su principal logro junto con el descubrimiento de la categoría general del plusvalor, que encierra la ganancia, la renta y el interés. Se basa en la comprensión de la estructura peculiar de la sociedad de productores de mercancías, o sea del problema clave de cómo relacionar entre sí los segmentos del potencial global de trabajo de la sociedad que han tomado la forma de trabajo privado. Por lo tanto, representa, junto con el concepto marxiano de trabajo necesario y plustrabajo (producto necesario y plusproducto), el nexo clave entre la teoría económica y la ciencia de la revolución social, esto es, el materialismo histórico.

La forma en que la teoría marxiana del valor-trabajo excluye tajantemente el valor de uso de cualquier determinación directa del valor y del valor de cambio se ha interpretado a menudo como un rechazo de Marx del valor de uso más allá de los límites del análisis y la teoría económicos. Esto no corresponde de ninguna manera a la rica complejidad dialéctica de El Capital. Cuando en la introducción al libro segundo nos ocupemos de los problemas de la reproducción, tendremos ocasión de insistir en la manera específica en que la contradicción entre valor de uso y valor de cambio tiene que salvarse bajo el capitalismo, si se quiere hacer posible el crecimiento económico. Por el momento sólo queremos insistir en que para Marx la mercancía incluye tanto una concordia como una contradicción entre valor de uso y valor de cambio: un bien que carezca de valor de uso para un comprador potencial no realiza su valor de cambio, y el valor de uso específico de dos categorías de mercancías, los medios de producción y la fuerza de trabajo, desempeña un papel clave en su análisis del modo capitalista de producción.

Como ya se ha dicho, la ley del valor expresa fundamentalmente el hecho de que en una sociedad basada en la propiedad privada y el trabajo privado (donde la toma de decisiones económicas está fragmentada en miles de empresas independientes y millones de “agentes económicos” independientes) no puede reconocerse de inmediato como tal el trabajo social. Si el señor Jones hace que sus trabajadores produzcan 100.000 pares de zapatos por año, saque que la gente necesita zapatos y los compra; sabe, incluso, si se toma la molestia de investigar un poco, que la cantidad anual de zapatos vendidos en la Gran Bretaña (y en aquellos países a los que intenta exportar su producto) excede con mucho el modesto número de 100.000 pares, pero no tiene forma de saber si los 100.000 pares específicos que posee encontrarán los clientes específicos que quieran y puedan comprarlos. Sólo después de vender sus zapatos y recibir su equivalente podrá decir (siempre y cuando haya realizado la tasa media de ganancia respecto del capital invertido); en mi fábrica mis trabajadores han empleado el tiempo realmente en trabajo socialmente necesario. Si parte de los zapatos se queda sin vender o si se los vende con pérdidas o con una ganancia significativa por debajo del promedio, ello significará que parte del trabajo invertido en la producción no ha sido reconocido por la sociedad como trabajo socialmente necesario, y de hecho ha sido trabajo desperdiciado desde el punto de vista de la sociedad como un todo.

Pero este “reconocimiento” o la “negativa a reconocer” por parte de la sociedad una cantidad dada de trabajo sucede sólo en función de responder a la demanda efectiva del mercado, es decir independientemente del valor de uso o de la utilidad social de las cualidades físicas específicas de una mercancía dada. La sociedad reconoce la cantidad de trabajo invertido en su producción haciendo abstracción de estas consideraciones. Por ello Marx las llamó, a estas cantidades, cantidades de trabajo abstracto socialmente necesario. Si una libra de opio, una caja de balas expansivas o un retrato de Hitler encuentran clientes en el mercado, el trabajo que se ha invertido en su producción es trabajo socialmente necesario; su producción ha sido producción de valor. Por el contrario, si una pieza exquisita de porcelana o un nuevo producto farmacéutico no encuentran por alguna razón clientes, su producción no ha creado ningún valor y equivale a un desperdicio de trabajo social, aun cuando en un futuro distante sus creadores sean considerados como genios o benefactores de la humanidad. La teoría del valor-trabajo no tiene nada que ver con juicios sobre la utilidad de las cosas desde el punto de vista de la felicidad humana o el progreso social. Menos todavía tiene que ver con la determinación de “las condiciones para un justo intercambio”. Simplemente reconoce el significado más profundo del acto mismo del intercambio y de la producción de mercancías bajo el capitalismo, así como lo que gobierna la distribución del ingreso entre las clase sociales que resulta de esos actos, independientemente de cualquier juicio moral, estético o político. Desde luego, si anduviéramos tras tales juicios, deberíamos decir que Marx, aun comprendiendo por qué la ley del valor tiene que actuar como lo hace bajo la producción de mercancías, de ninguna manera se esforzó en “defender” esa ley, sino por el contrario, en construir una sociedad donde sus operaciones fueran abolidas por completo.

Una de las objeciones más comunes e inocuas en contra de la teoría del valor-trabajo de Marx adopta la siguiente forma: si los precios están regidos en última instancia por el valor (cantidades socialmente necesarias de trabajo abstracto), ¿cómo los bienes pueden tener precio si no son productos del trabajo, es decir si no tienen valor? El propio Marx respondió a esa objeción mucho antes de bosquejar el libro primero de El Capital.[4] Los productos de la naturaleza (“los bienes libres”), que ciertamente carecen de valor dado que no se ha invertido ningún trabajo social en su producción, pueden tener un precio a través de la apropiación privada, a través de la institución social de la propiedad privada. La tierra en la que ninguna mano humana ha trabajado para aumentar su fertilidad no tiene valor, pero puede tener un precio si se la cerca y se le pone un cartel que diga “Propiedad privada: prohibido el paso” y si hay quien esté dispuesto a pagar dicho precio porque necesite esa tierra como fuente de subsistencia. Este precio será en realidad la capitalización del ingreso neto (la renta de la tierra) acumulado para su propietario, ingreso producido por quienes la trabajarán y extraerán recursos materiales (bienes para autoconsumo o mercancías) de ella con su trabajo.[5]

En reacción contra todos los que han afirmado erróneamente que el libro de El capital se preocupa por mostrar que las mercancías, bajo el capitalismo, se intercambian realmente de acuerdo con la cantidad de trabajo abstracto socialmente necesario que contienen, algunos autores han sostenido que la teoría del valor-trabajo se preocupa sólo por el problema cualitativo y no por el cuantitativo, dado que el contenido del trabajo “socialmente necesario” de las mercancías es inconmensurable. El argumento inclina demasiado la vara hacia el lado contrario. El argumento inclina demasiado la vara hacia el lado contrario. Es cierto que la medición cuantitativa de la cantidad de trabajo en la mercancía es difícil, pero la dificultad no es tanto de tipo conceptual (por ejemplo, se podría empezar por los agregados macroeconómicos, la suma total de horas-hombre invertidas en todo el ámbito de la producción material -la industria, la agricultura y el transporte de mercancías- en un país dado, su división en diferentes ramos de la industria y grupos clave de mercancías, su interrelación por medio de un cuadro de insumo-producto, el trabajo invertido en la unidad promedio producida en ramos “autárquicos” donde no ha de importarse materia prima de otros países, y así llegar a una estimación del gasto total de trabajo por ramo y por mercancía producida…) como la que surja de una falta de información correcta. Será necesario “abrir los libros” de todas las empresas capitalistas y verificar estas cifras sobre la base de pruebas in situ con el fin de aproximarse a una medición cuantitativa del contenido de trabajo de las mercancías en los países capitalistas.[6]


[1] El ataque ya clásico de Böhm-Bawerk encontró respuesta en Hilferding (ambos trabajos están incluidos en Hilferding, Bohm-Bawerk y Bortkiewicz, Economía burguesa y economía marxista, cit.). Otros ataques similares provienen de Pareto (op. cit., pp. 40ss), Mijail Tugán-Baranovski (Theoretische Grundlagen des Marxismus, Leipzig, 1905, pp. 139 ss.) y otros. Uno más reciente es el de Joan Robinson (op. cit.) el que a su vez fue contestado de manera efectiva por Rosdolsky (op.cit., pp. 581-603).

[2] Eugen Böhm-Bawer, op. cit., pp. 32-40: Paul A. Samuleson, op. cit., p. 620; Mijail Tugán-Baranovski, op. cit., p. 141.

[3] Eugen Böhm-Bawer, op. cit., pp. 79-112; Joseph Schumpeter, Capitalism, socialism, and democracy, Londres, 1962, pp. 23-24 (Capitalismo, socialismo y democracia, Madrid, Aguilar, 1961).

[4] Véase Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, cit., pp. 47 ss.

[5] Una y otra vez se ha objetado a la teoría marxista del valor-trabajo el hecho de que “supone” que el trabajo es el único factor escaso en la producción, a la par que supone que la tierra y las máquinas son abundantes o bien que pueden ser totalmente excluidas del análisis del valor, lo cual obviamente es absurdo. Leontief (op. cit., p. 93) apunta correctamente que Marx fue quizá el primer economista que otorgó al capital fijo una importancia central en el proceso de producción, en comparación, por ejemplo con Böhm-Bawer. Lo que Marx afirma es que las máquinas no pueden en sí y por sí “decidir” qué porciones de las fuerzas de trabajo total disponible de la sociedad serán gastadas adicionalmente o se trasladarán de un sector de la producción a otro, una proposición transparente que, además, Marx probó científicamente. Después de haber comprendido que para Marx el valor es en última instancia la asignación de porciones de fuerza de trabajo socialmente disponible y que el valor total recién producido será igual al gasto total del trabajo vivo en un período dado, queda resuelto el dilema. De paso, debe entenderse también que Marx, dando un paso más allá de la economía clásica, no “disolvió” el valor del producto anual en salarios y plusvalor (ganancias, rentas e intereses) sino que a todo esto sumó el valor de la materia prima y de la maquinaria utilizada en el proceso de la producción. Su único argumento era que esta parte del valor del producto anual no aumentaba en el proceso de producción sino que sólo se mantenía, siendo la única fuente del nuevo valor el trabajo vivo.

[6] Véase la inserción de F. Engels a El capital, t. III/6, pp. 83 ss.

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