La Revolución mexicana de 1910

Para cuando explota la revolución mexicana las principales contradicciones sociales se manifestaron a través de la lucha entre la burguesía y el campesinado mexicano por el acceso a la tierra.

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Pautas de la rebelión campesina en México

A partir del antagonismo hacienda/pueblo de indios y las formas de resistencia contra el asedio terrateniente, se conformaron las principales pautas de la rebelión campesina en México. Principalmente durante el porfiriato el campesinado mexicano alcanzó a elaborar una síntesis política de su proceso de resistencia contra las haciendas, desarrollando plenamente las nuevas formas que presentarían las luchas campesinas a partir de ese momento.

La expropiación del campesinado y los pueblos indígenas a manos de los hacendados fue algo más que un simple suceso o dato económico aislado: implicó todo un acontecimiento sociopolítico que produjo que los campesinos terminaran sometidos a un fuerte control de su vida social. Pero este asedio y control sobre los pueblos de indios, en la medida que los debilitó pero no los destruyó, tuvo un efecto contradictorio: intensificó el odio campesino hacia los hacendados, a la vez que reforzó sus elementos identitarios como clase social marginada y explotada.

De esta forma, los pueblos de indios fueron más que un simple lugar de residencia; se convirtieron en un espacio donde se construía la identidad política campesina: ”En realidad numerosas comunidades perdieron sus tierras a favor de las haciendas y muchas autoridades comunales locales fueron depuestas por quienes tenían poder y lo ejercían en la zona. Sin embargo, en 1810 había todavía más de 4.500 comunidades indígenas autónomas que poseían tierras (…) e incluso el grado restringido de autonomía les había permitido conservar muchos patrones culturales tradicionales (…). Un conjunto de esas comunidades podían estar subordinadas a una hacienda que se encontrase valle abajo, pero conservaban al mismo tiempo un fuerte sentido de su diferencia cultural y social con respecto a la población de la hacienda.” (Wolf, 1972: 17)
Así, el campesinado mexicano tendió a profundizar sus vínculos comunales como una medida de resistencia, asumiendo su lucha contra los terratenientes no desde una simple postura de productor individual, sino como un individuo/pueblo cuya existencia social se confundía plenamente con la de su comunidad. De esta forma, la delimitación social y cultural que se realizaba en los pueblos de indios durante la fase colonial, maduraría con el paso de los años en algo más orgánico y político.

Esto lo detalla Gilly de la siguiente manera: ”Los pueblos de indios –aferrándose a su tradición y a su organización comunal, diferencia fundamental con los campesinos europeos– resistieron, organizaron revueltas, fueron masacrados, volvieron sobre sus tierras para volver a ser rechazados a las montañas. Nacieron ’bandidos justicieros’ y leyendas campesinas. La propiedad agraria latifundista, forma atrasada de la penetración capitalista en el campo mexicano, tuvo que avanzar en constante guerra con los pueblos.” (Gilly, 1971: 10)

De esta forma, el pueblo de indios evolucionó en una instancia política con democracia campesina, desde la cual se organizaba la repartición de tierras comunales y la resistencia contra las haciendas. La máxima expresión de esto se produjo durante la revolución de 1910, cuando la organización campesina en los pueblos alcanzó su mayor grado de madurez, particularmente en la zona sur de México, donde los zapatistas los convirtieron en los espacios políticos desde los cuales organizaron su resistencia contra las haciendas.

Otra consecuencia derivada de la expansión de las haciendas fue la exclusión social de un significativo segmento de los campesinos sin tierra, muchos de los cuales optaron por transformarse en bandoleros rurales ante la pérdida de su modus vivendi. El accionar de estos grupos de bandoleros consistía en robarles a los hacendados y ricos de la época e inmediatamente refugiarse en las montañas, donde por la lejanía y su conocimiento del terreno resultaban inalcanzables para las autoridades.

Debido a este perfil romántico de “rebeldes primitivos” que roban a los ricos, el bandolerismo es considerado como una forma de resistencia indirecta del campesinado contra el asedio de los terratenientes, en la cual se combina lumpenización social con la lucha de clases –aunque de manera indirecta–. La mejor prueba de esto, es que cuando han explotado las luchas campesinas estos bandoleros han jugado un papel importante como líderes rebeldes1.

El caso de México no fue la excepción, puesto que los líderes de estos grupos ”en cierto modo fueron los verdaderos precursores de la independencia; así lo eran los semibandidos, semirrevolucionarios criollos del Michoacán occidental, que robaban a los españoles por haber robado a México. El bandidismo era un síntoma del nuevo resentimiento contra los hacendados, monopolistas y especuladores.” (Lynch, 1997: 295).

Esto se repetiría durante el porfiriato, donde fueron constantes las leyendas con “bandidos justicieros”. Al respecto, es importante señalar que este sería otro elemento de continuidad que se manifestaría en la revolución de 1910. Si Zapata fue la expresión viviente del desarrollo político de los pueblos de indios, Villa lo fue del bandolerismo2.

La revolución mexicana de 1910

La revolución mexicana se produjo en un momento histórico-político de transición entre el “largo siglo XIX” y el “corto siglo XX”3. A grandes rasgos podemos caracterizar a este período como una bisagra histórica, cuando la burguesía ya hacía bastante que no presentaba ningún rasgo progresivo, pero todavía la clase obrera no había irrumpido en el escenario político de manera contundente.

Esto mantenía una total correspondencia con la realidad mexicana, particularmente en cuanto al atraso político de su incipiente clase obrera. Las primeras organizaciones obreras socialistas en México surgieron luego de la heroica experiencia de la Comuna de París. Así, para 1872 se publica el primer ejemplar de El Socialista y se funda la primera central obrera del país, el Gran Círculo de Obreros. Luego aparecería el periódico La Comuna en 1874.

Posteriormente, durante el régimen porfirista, muchas de las organizaciones obreras se disolverían a causa de la represión estatal, lo cual no significó que no se produjeran luchas sindicales. Prueba de ello es que durante el gobierno de Díaz se realizaron 250 huelgas, la mayoría de éstas en el sector textil y en los ferrocarriles.

A pesar de esto, la clase obrera mexicana era muy incipiente y políticamente inmadura a inicios del siglo XX. Este atraso político devino en una serie de fuertes derrotas de las principales huelgas, lo cual tendría repercusiones muy importantes en el desarrollo de la revolución debido a que sacó al proletariado de la contienda política poco antes de 1910: ”La derrota del movimiento huelguístico y la represión a sus organizaciones en la primera década del 1900 significó la salida de la escena de la lucha de clases mexicana de la clase obrera como sujeto social del proceso revolucionario que se va desarrollar, fundamentalmente, a partir de 1910. A sangre y fuego la dictadura porfirista por un lado y con promesas de reformas de los sectores políticos burgueses, por el otro, enchalecaron e institucionalizaron al movimiento obrero.” (Alba, Socialismo o Barbarie periódico, 13/12/07)

Por este motivo, para cuando explota la revolución mexicana las principales contradicciones sociales se manifestaron a través de la lucha entre la burguesía y el campesinado mexicano por el acceso a la tierra.

A grandes rasgos este era el contexto político sobre el cual se desarrolló la revolución mexicana de 1910. Seguidamente pasaremos a realizar una reconstrucción histórica de la misma, para lo cual hemos optado por subdividirla en seis fases políticas.

1910-1911: inicia la revolución burguesa de Madero

La revolución mexicana inició con el llamamiento que Francisco Madero realizó en el Plan de San Luis Potosí, donde incitaba a la población para que se insurreccionara contra el dictador Porfirio Díaz el 20 de noviembre de 1910 a las 6 de la tarde. La misma formalidad de su convocatoria –que según el escritor Taibo II la convierte en ”la revolución más anunciada del planeta”– era sintomática del encuadramiento político que pretendió imprimirle desde el comienzo la dirección burguesa maderista.

Madero era el principal representante de un sector de la burguesía que reclamaba una transición política en el Estado mexicano, la cual se veía obstaculizada por la negativa de Porfirio Díaz de retirarse de manera pactada del poder. Como explicamos anteriormente, el régimen de Díaz fue de mucha utilidad en su momento para el desarrollo del capitalismo mexicano en su conjunto. A pesar de esto, para inicios del siglo XX empezaba a constituirse en un verdadero “lastre político” cuya continuidad atentaba contra la estabilidad del país.

La burguesía maderista veía con preocupación la forma despótica con que Díaz ejercía el poder, la cual estaba causando un desgarramiento profundo del tejido social del país. Este desgarramiento tuvo dos manifestaciones sociales principales. Por un lado, significativos sectores de la burguesía nacional veían con recelo que las actividades industriales estaban bajo control de los capitales imperialistas, lo cual era favorecido por el régimen de Díaz. Esto impedía que un segmento de la oligarquía terrateniente pudiese constituirse también en empresarios industriales, de forma tal que resultaban marginados de las actividades económicas más rentables del país4.

Por otro lado, el porfiriato había tensado al máximo las contradicciones sociales en el campo. Para 1910 –luego de treinta y cinco años de despojos violentos contra el campesinado– el 81% de todas las comunidades habitadas estaban bajo control de las haciendas, particularmente en el norte y sur del país. (Gilly, 1971). Junto con esto, bajo la impronta liberal que caracterizó a Díaz se implementó la política de los “científicos” o positivistas mexicanos, según la cual era preciso extirpar la cultura indígena del país debido a que la misma era un síntoma del subdesarrollo nacional. Todo esto hacía del campesinado el sector social más explosivo, cuya miseria económica se entrecruzaba con una profunda marginalidad sociocultural.

La combinación de todos estos factores provocó que Madero, a nombre de un sector de la burguesía mexicana, organizara y liderara una revolución tras el fraude electoral de Díaz en las elecciones de 1910.

Desde un inicio el maderismo pretendió limitar la revolución a una disputa contra el reeleccionismo de Díaz, tratando de descomprimir la polarización política por medio de una figura burguesa de recambio. Pero otra realidad se presentaba entre la base campesina, la cual se sumó al levantamiento por la promesa de la repartición de tierras que se establecía en el punto tercero del Plan de San Luis.

Esta “doble revolución” causó preocupación entre la burguesía mexicana, que temía que se produjera un desborde por la izquierda a la dirección maderista. Su instinto de clase le indicaba que algo no andaba del todo bien, sospecha que se sustentaba en un elemento político real que se hizo cada vez más palpable con el avance de la revolución: Madero era la principal figura pública revolucionaria, pero de ninguna manera esto significaba que controlara plenamente a las milicias campesinas de todo el país, en particular a los campesinos del sur.

A pesar de las pretensiones iniciales de Madero y compañía, la promesa de reforma agraria del Plan de San Luis desencadenó un nuevo estallido revolucionario de masas en el país. Al igual que en las luchas del siglo XIX, el campesinado mexicano volvió a irrumpir abruptamente en el escenario político nacional, pero en esta ocasión su participación sería diferente, debido a que las experiencias previas generaron una maduración política en la masa campesina: ”Detrás de la irrupción campesina, se precipitan y convergen en la revolución de 1910 desde el espíritu de frontera del norte hasta la persistencia de la memoria de las comunidades del sur y del centro, desde las guerras de masas de Hidalgo y Morelos hasta la expulsión del imperialismo francés por lo hombres de Juárez, desde el fusilamiento de Maximiliano hasta las múltiples y anónimas sublevaciones locales, desde el desgarramiento exterior de la guerra del año 47 hasta el desgarramiento interior de la guerra del yaqui.” (Gilly, 1980:26).

Prueba de esto es la radicalidad con la cual las masas campesinas se sumaban a la revuelta, que para nada era del agrado de la burguesía –inclusive la maderista–. En el norte y en el sur del país, las tropas de campesinos armados retomaron las tierras que anteriormente les habían sido arrebatadas por los hacendados. Centurias de resentimiento social operaban detrás de la violencia revolucionaria.

Ante esta nueva situación política, Porfirio Díaz optó por negociar su renuncia con Madero y firmó los acuerdos de Ciudad Juárez en mayo de 1911. De esta forma la burguesía mexicana pretendió cerrar la revolución y estabilizar de nuevo al país, aunque claro está, dejando intactas todas las instituciones y el funcionamiento del estado burgués que había creado Díaz. La mejor muestra de esto fue que Madero y la burguesía “revolucionaria” no tuvieron el menor reparo en dejar por fuera de los acuerdos toda referencia a la problemática de la tierra, con lo cual se veían frustradas nuevamente las aspiraciones campesinas. (Gilly, 1917)

A la hora de realizar esta nueva traición al campesinado, la burguesía mexicana apostó al liderazgo de Madero como figura revolucionaria para apaciguar a las masas. Pero como señalamos anteriormente, para 1910 muchas cosas habían cambiado y madurado desde la insurrecciones campesinas del siglo XIX. Los acuerdos de Ciudad Juárez significaron el final de la revolución burguesa de Madero, pero a la vez marcaron el comienzo de la revolución campesina, la de Zapata y luego la de Villa.


1 Una clara muestra de ello es que tan sólo tres años después de la rebelión dirigida por Julio López tendría lugar la Comuna de París, primer intento de la clase obrera por hacerse del control del Estado.

2 Esto es notable en la novela Los de abajo, escrita por el villista Mariano Azuela durante la revolución mexicana: “Villa es el indomable señor de la sierra, la eterna víctima de todos los gobiernos, que lo persiguen como a una fiera; Villa es la reencarnación de la vieja leyenda: el bandido-providencia, que pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un ideal: ¡robar a los ricos para hacer ricos a los pobres! (Azuela, 1985: 139)

3 Esto es notable en la novela Los de abajo, escrita por el villista Mariano Azuela durante la revolución mexicana: “Villa es el indomable señor de la sierra, la eterna víctima de todos los gobiernos, que lo persiguen como a una fiera; Villa es la reencarnación de la vieja leyenda: el bandido-providencia, que pasa por el mundo con la antorcha luminosa de un ideal: ¡robar a los ricos para hacer ricos a los pobres! (Azuela, 1985: 139)

4 Francisco Madero hacía parte de estos burgueses antireeleccionistas que se veían afectados por las políticas del gobierno que favorecían al capital extranjero. En alguna medida, esto explica la confusa intervención del imperialismo durante la revolución mexicana, puesto que la burguesía que luchaba contra los ejércitos campesinos era de corte “antimperialista”. Además, cuando explota la I Guerra Mundial el imperialismo mundial se volcó de lleno a defender sus intereses principales, por eso México no tuvo tanta importancia en la política internacional. Los EUA asumieron la defensa de los intereses imperialistas en México, pero su poca experiencia los llevó a divagar sobre a qué sector apoyar: apoyaron a Madero contra Díaz; luego a Huerta para frenar la revolución y finalmente se decantarían por Carranza contra Villa y Zapata, puesto que éste representaba los intereses históricos de la burguesía, aunque tuviera roces con el gobierno estadounidense. (Gilly, 1971)

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