“La revolución lo es todo, lo demás es totalmente irrelevante”

Rosa Luxemburgo: la rosa más roja del socialismo

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Por Heidy Valencia Espinoza

 

A 101 años de su vil asesinato, el pensamiento de Rosa Luxemburgo tiene más vigencia que nunca en este mundo marcado por la crisis económica y las tensiones geo-políticas. Por eso, rememoramos su vida y experiencia militante, a sabiendas de que es un aporte para las nuevas generaciones que en este siglo XXI se acercan a la militancia socialista.

 

Rosa Luxemburgo fue una mujer militante revolucionaria comprometida con la lucha socialista. En su vida militante entabla debates de varias índoles, algunos de ellos sobre la huelga de masas, la revolución, la organización del partido e incluso desarrolla su teoría del imperialismo. Esa grandiosa mujer -trasgresora dentro de las mismas filas de la II Internacional Comunista- es digna de que su pensamiento sea rescatado.

 

Indefectiblemente, Rosa Luxemburgo es una figura polémica, genera sentimientos encontrados desde ciertas perspectivas o tendencias políticas. En primer lugar, una mujer desafiante para el orden capitalista es, cuando menos, vilipendiada. En segundo lugar, contradictoriamente es reivindicada, algunas veces con recelos, por diferentes corrientes, como puede ser desde el anarquismo y el trotskismo. Por último, también es una figura sumamente atacada por el estalinismo. De hecho, Trotsky, el dirigente revolucionario ruso, insistió en la importancia de rescatar su memoria de las calumnias de Stalin y de trasmitirles a las jóvenes generaciones proletarias su grandeza.

 

Por todo lo anterior, la figura de Rosa Luxemburgo genera polémica, debido en gran parte a su grandeza y agudeza teórica (en política y economía), por lo que se ubica como una militante y pensadora de gran valor para leer y estudiar con sistematicidad. Me sumo al reclamo de quienes señalan que se habla mucho de ella en medios y círculos intelectuales de izquierda, pero que casi no se la estudia.

 

Su vida está marcada por la militancia revolucionaria, la cual comenzó en Polonia. Allí formuló fundamentos para una táctica socialdemócrata (marxista) para el movimiento obrero polaco. Se opuso a la idea blanquista de que el derrocamiento del zarismo era idéntico a la revolución socialista. En resumen, desde muy joven, Rosa pensó la actividad sindical y parlamentaria con estrategia para la lucha socialista. Asimismo, fue consecuente con sus ideas, aunque esto resultara fatal para el movimiento y su propia vida, pudiendo escapar -como otros dirigentes- prefirió quedarse al igual que Liebknecht junto a las masas en Berlín.

 

La vida militante de Rosa Luxemburgo se desarrolla junto a la socialdemocracia alemana, con la cual formuló numerosos debates frente a las presiones internas que consideró desviaciones políticas. Esto debido a que la historia de la socialdemocracia alemana contempla momentos álgidos en que abandona las tesis revolucionarias de Marx y Engels, tanto en el terreno de la teoría (en las diversas incursiones del revisionismo de Eduard Bernstein) como en el de la práctica política (en una deriva hacia el reformismo).

 

Pese a contar con un programa partidario mayormente marxista, una importante rama del Partido Socialdemócrata Alemán rompe con el principio marxista de independencia de clase cuando se aliaron a partidos liberales burgueses para obtener reformas favorables a los campesinos y sectores populares, hecho que será fuertemente criticado por Rosa Luxemburgo.

 

La tarea de combatir abiertamente las posiciones bernsteinianas fue asumida por Rosa Luxemburgo, quien formuló sus críticas en su famosa obra Reforma o revolución de 1899, ni siquiera dirigentes socialdemócratas del calibre de Kautsky se atrevieron a polemizar hasta el final contra ellas, únicamente las condenaron. Además, Rosa combatió el programa reformista de Kautsky que tildó de ilusorio, a pesar de que era considerado de las máximas autoridades marxistas.

Como afirmara Dunayevskaya, Rosa Luxemburgo se propuso revelar que no solo eran oportunistas los dirigentes sindicales y los reformistas, sino también la misma jefatura marxista: la socialdemocracia alemana. Por eso, Rosa no titubeó en polemizar o debatir abiertamente en el seno de la socialdemocracia. Fue muy lúcida y tuvo mucho olfato para comprender el proceso de adaptación al sentido común de las masas, así como el liderazgo socialdemócrata de los sindicatos con base en el conservadurismo y el abandono de la confrontación con el régimen.

Indudablemente, Rosa fue una revolucionaria y teórica a la altura de los dirigentes revolucionarios alemanes y rusos para debatir sobre tácticas o teoría de la revolución. Mantuvo debates con los bolcheviques, particularmente con Lenin. Uno de ellos a propósito de la autodeterminación de los pueblos, en relación con Polonia oprimida por Rusia, Alemania y Austria. Para Rosa no era posible (bajo el capitalismo) la autodeterminación y en su tesis doctoral concluyó que el capitalismo ruso y polaco dependían el uno del otro. No obstante, eventualmente se obtuvo la independencia de Polonia, situación que Rosa no podía prever.

 

Otra discusión, posiblemente la de mayor envergadura, está relacionada con el achacado “espontaneísmo” de Rosa frente a la organización partidaria leninista. Rosa ve en el peso que tuvo la acción espontánea de las masas el elemento más valioso de los acontecimientos de 1905, en donde Lenin identifica la debilidad del proceso, a su juicio, las masas tuvieron excesiva confianza y el partido no llegó a ejercer la dirección necesaria. En este aspecto medular, existe una gran distancia entre el rol que le otorga Rosa al partido en la estrategia socialista y la importancia de la estructura partidaria (tal como la discernió Lenin) para el arte y la ciencia de la política revolucionaria.

 

La idea de Rosa se resume en que “lo que haya que aprenderse las masas lo aprenderán en la misma lucha”, sin embargo, siempre reivindica la importancia de un partido político de la clase obrera. Sobre este punto pareciera que Lukács interpreta finamente a Rosa cuando sostiene que en su obra se percibe que la clase en sí puede transformarse en clase para sí, es decir, consciente de la necesidad de derribar el capitalismo, sin la mediación del partido, solo a través de la lucha.

 

Para Rosa, el partido está presente en las luchas que generan conciencia de clase, pero el desarrollo de la conciencia revolucionaria depende más de la experiencia de lucha que al conocimiento científico de la realidad que el partido aporta a la clase obrera. En efecto, la revolución alemana de 1918 fue “espontánea”, contra todas las previsiones del partido socialdemócrata alemán, pero también demostró que la espontaneidad por sí sola no es suficiente para la victoria. Rosa, durante este período, desde la prisión, criticó la política de los bolcheviques, pero reconoció en los bolcheviques la acción revolucionaria de la que careció la socialdemocracia europea y se refirió a la revolución de octubre como “la salvación del honor del socialismo internacional”.

 

Trotsky señala como un elemento progresivo la contraposición que hizo Rosa entre la espontaneidad de las acciones de masas a la política de la socialdemocracia alemana (recordemos que en ese momento el partido socialdemócrata alemán es una camisa de fuerza para la clase obrera), así, su teoría de la espontaneidad fue una herramienta contra el aparato reformista. En este aspecto, Rosa comprendió mucho antes que Lenin el carácter retardatario de este aparato partidario y sindical, contra los cuales luchó hasta su vil asesinato.

El célebre escrito de Rosa Luxemburgo La huelga de masas, el partido y los sindicatos fue dirigido contra la socialdemocracia alemana. Con la orientación política de huelga de masas, Rosa pretende demostrarle a los socialdemócratas que las acciones extraparlamentarias son posibles, que las masas son capaces de acciones heroicas, que todas sus reticencias para evadir los movimientos huelguísticos en nombre de los peligros que estos representan para el mismo proletariado, son meras excusas y constituyen problemas que las masas pueden superar al movilizarse.

 

En tiempos de revolución las ideas se ponen a prueba. Para 1914, cuando el Partido Socialdemócrata Alemán vota a favor de los créditos de guerra, Rosa comprende que el partido cristalizó hacia el reformismo y la colaboración de clases, pero aún no toma determinaciones de romper con la socialdemocracia alemana. En el transcurso de 1915 junto a Liebknecht organiza encuentros para asegurar su posición dentro la socialdemocracia, esto antes de tomar el nombre “espartaquistas” que fue otorgado hasta 1916 con las llamadas “Cartas de Espartaco”.

 

No obstante, los espartaquistas temían que al separarse podrían transformarse en una secta aislada de las masas, por eso, permanecían dentro de la socialdemocracia con la intención de ganar a las bases, aunque no era tarea sencilla porque militaban en un partido que reclama su represión ante la policía cuando distribuían materiales en reuniones partidarias.

 

La escisión sucede hasta 1917 por decisión de la cúpula de la socialdemocracia, así es como se integran al Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania con la misma táctica, criticaban a la dirección e intentaban ganar a las bases, además reclamaron la convocatoria a un congreso partidario, pero cuando en 1918 la dirección respondió negativamente, los espartaquistas decidieron escindirse influidos por la reciente revolución bolchevique y fundan el Partido Comunista Alemán.

 

En síntesis, Rosa se distancia notoriamente de la socialdemocracia alemana con el estallido de la primera guerra, pero su negativa a constituir un partido (por el temor de aislarse de las masas, Rosa afirmó que “el peor partido de la clase obrera es mejor que ninguno”), aunado a las dificultades de la coyuntura (debido a que estuvo presa en varias ocasiones) obstaculizaron el desarrollo de la organización espartaquista.

 

En 1918 estalla la revolución alemana, en noviembre se unificaron las oleadas de huelgas para conformar la huelga general de Berlín. Ese día, el 9 de noviembre, las masas revolucionarias liberaron de la prisión a Rosa Luxemburgo, quien se dirigió a la plaza y habló a las masas. La Liga Espartaco propuso la elección de consejos obreros por toda Alemania para obtener logros como la expropiación de la propiedad privada.

 

Con su lema “la revolución lo es todo, lo demás es totalmente irrelevante” concentró sus energías en la militancia revolucionaria durante esos dos meses y medio de libertad antes de ser asesinada.

 

La “Semana de Espartaco” que empezó con la ocupación de edificios fue espontánea, Rosa la consideró inoportuna y mal preparada, pero no abandonó al movimiento de masas, a quien siempre consideró que señalaba el camino. Por su parte, la contrarrevolución estaba armada hasta los dientes y desató la campaña de linchamiento contra Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, pero nunca detuvieron sus actividades.

 

Las últimas palabras de Rosa fueron: “¡El orden reina en Berlín! ¡Estúpidos lacayos! Vuestro orden se levanta sobre la arena. Mañana la revolución volverá a levantar cabeza y, para vuestro horror, proclamará con trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.

 

Para el 14 de enero de 1919 la campaña de linchamiento de la socialdemocracia alcanzó su punto culminante y al día siguiente, sacaron a Rosa de su casa, le dieron un tiro en la cabeza y lanzaron su cadáver al canal de Landwehr. De esta manera, descabezaron la revolución alemana que terminó fracasando, por lo que la revolución bolchevique permaneció aislada, hecho que eventualmente posibilitó el ascenso del estalinismo.

 

Rosa no consagró su actividad militante al desarrollo de consignas feministas, pero sí defendió las luchas democráticas por los derechos de las mujeres, por ejemplo, fue muy consecuente con la defensa del sufragio femenino cuando el partido socialista belga decidió postergar esta lucha para facilitar la alianza con la burguesía liberal.

 

Se negó a dejarse estereotipar por la socialdemocracia alemana en la entonces llamada cuestión femenina, como si fuera el único lugar que le correspondía, aunque fuera teórica y directora de un periódico polaco cuando llegó a Alemania.

 

Rosa colaboró en el movimiento de mujeres encabezado por Clara Zetkin y escribió varios artículos para el periódico que dirigía su amiga. En 1907, cuando Rosa Luxemburgo participó de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Stuttgart, informó ahí de la labor de la Oficina Socialista Internacional, de la cual era la única mujer miembro. En esa ocasión hizo un llamado a mantener el Movimiento de Mujeres Socialistas por la importancia de contar con una voz propia.

 

Por eso, en lugar del desinterés que se le adjudica por la llamada “cuestión femenina”, junto a su gran amiga Clara Zetkin, Kollontai y Balabanov enrumbaron un movimiento de emancipación de la mujer que concentraba la organización de obreras con el objetivo de aportar a su desarrollo como marxistas revolucionarias independientes.

 

Por eso, es innegable que Rosa Luxemburgo influyó en los hechos en la fundación del moderno movimiento de la liberación de la mujer. No podemos olvidar que Rosa era una mujer, es decir, cargó con el peso de la opresión patriarcal, incluso en el seno de la socialdemocracia alemana, sin embargo, luchó toda su vida para posicionarse como una dirigente revolucionaria que se dirigía a las masas y no titubeaba en debatir con dirigentes marxistas o de otras corrientes, eso la convierte en una revolucionaria totalmente destacada y reivindicada por el feminismo socialista.

 

Es así, como Rosa Luxemburgo es una de las grandes revolucionarias que las feministas socialistas reivindicamos por todo su aporte a la lucha por la liberación de la humanidad. Del legado de Rosa se extrae la conclusión de la gran importancia que tiene luchar contra el conjunto de las relaciones sociales capitalistas por la liberación de la clase trabajadora y también por la liberación de las mujeres y su incorporación a la construcción de la sociedad socialista, tal como lo demuestra el esfuerzo denodado de militantes bolcheviques por tener políticas para dotar a las mujeres de capacidad para dirigir el Estado y la sociedad.

 

Además, la lucha de Rosa Luxemburgo contra el reformismo de la socialdemocracia alemana es fuente de inspiración y de aprendizaje en un mundo capitalista que carece de un referente de izquierda revolucionaria a nivel mundial, pero sí surgen opciones reformistas. Con la experiencia militante de Rosa se evidencia que no existen reformas posibles al capitalismo que libere a la clase trabajadora y las mujeres, la única salida a la barbarie, es la lucha socialista, la lucha por la toma del poder y el cambio del sistema económico, “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

 

También, Rosa rechazaba las lecturas dogmáticas. Su temprano cuestionamiento de Kautsky y la denuncia de su conservadurismo se deben a su independencia intelectual. En resumen, no tomaba al marxismo como una religión, de hecho, dirigió objeciones a las tesis desarrolladas por Marx en el segundo y tercer volumen de El Capital. Por eso, con todos sus aciertos y desaciertos, leer a Rosa Luxemburgo es leer a una de las grandes científicas de la revolución. Es totalmente necesario leerla con más sistematicidad, máxime en un mundo en crisis como el actual, donde es aún más concreto el lema “socialismo o barbarie” enunciado por Rosa Luxemburgo.

 

En conclusión, Rosa Luxemburgo fue una dirigente revolucionaria que realizó contribuciones de gran envergadura y que se valió de su militancia en la socialdemocracia alemana para profundizar en debates medulares contra las burocracias sindicales y el reformismo. Ambas críticas son de gran vigencia en el siglo XXI.

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