Isaac Deutscher: el profeta, su biógrafo y la torre de vigilancia

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  • La trilogía ejerció una gran influencia sobre la Nueva Izquierda cuando es publicada en 1956, influencia que resultó contradictoria tal como la trilogía misma. Cuando Trotsky fue asesinado en 1940, la dominación estalinista se restringía a Rusia misma y sus fronteras occidentales.En 1954, cuando apareció el primer volumen de la trilogía, el estalinismo había abarcado toda Europa del Este, China, Corea del Norte y Vietnam del Norte.

Neil Davidson

La concepción materialista de la historia fue concebida alguna vez por un notable especialista, el fallecido Edward Thompson, como “quizás la más poderosa disciplina derivada de la tradición marxista”[2]. De todas las aplicaciones posibles de esta disciplina, la biografía pareciera ser la menos común de ellas ¿Por qué? Quizás porque, a pesar de que el marxismo no niega el rol de los individuos en el desarrollo de la historia, el balance esperado de los geógrafos marxistas en relación a sus sujetos es algo extremadamente difícil de lograr. No es del todo sorprendente entonces que haya tan pocas biografías entre los clásicos de la historiografía marxista [3]. Las excepciones, tales como  la biografía de William Morris (1955 y 1977) del propio Thompson, tienden a ser excursiones dentro del género por parte de autores cuya reputación descansa en obras de un alcance más amplio y no en obras enfocadas en lo individual.  Debido a estas dificultades, el logro de Isaac Deutcher (1907- 1967) son aún más encomiables. De todos los grandes historiadores marxistas él fue inusual, incluso único, al hacer de la biografía su forma máxima de expresión. Con la excepción de un puñado de ensayos sustanciosos, la mayoría de los cuales fueron publicados póstumamente en Marxismo, Guerras y Revoluciones (1984), las biografías de Stalin  (1949 y 1966) y de Trotsky (1954 y 1953) producidas por Deutscher son su principal y más perdurable legado.

Sin embargo, no todo el mundo comparte esta opinión. David Horowitz, ex estudiante radical estadounidense, autor de De Yalta a Vietnam (1965) y posteriormente converso al neoconservadurismo, escribió en el curso de una disputa reciente con Christopher Hitchens: “Al final del día, la biografía de Trotsky debe ser vista como un desperdicio incomparablemente triste de talento personal”. Por lo menos Horowitz leyó la obra. Hay quienes sugieren que incluso el esfuerzo de leerla es innecesario.   Martin Amis nos informa, en el marco de otra disputa con Hitchens, que él tiene una visión bastante definitiva sobre Trotsky (“un bastardo asesino y un maldito mentiroso”) por lo que no nos sorprende el hecho que diga que “No, no leí El Profeta armado y el Profeta desarmado ni tampoco el Profeta Desterrado de Deutscher . Pero leí Trotsky: el eterno revolucionario de Volkogonov”. Martin, eso va de suyo.

Horowitz, Martin y Hitchens son un trío de cadáveres políticos en busca de un entierro decente. Podemos abandonarlos felizmente a su danza de la muerte literaria.  ¿Qué es lo que pueden aprender de estos libros aquellos que todavía quieren oponerse a los nuevos gobernantes de este mundo en lugar de postrarse a sus pies? Más allá de los problemas de los posicionamientos políticos de Deutscher- que sabemos que son considerables- cualquier crítica hacia ellos debe partir de reconocer que representan no solo un modelo de biografía marxista, sino también dos de las producciones esenciales sobre la Revolución Rusa escrita desde el método del materialismo histórico. Por lo tanto hay que felicitar a la editorial Verso por reeditar la trilogía de Deutscher, poniendo al alcance de las nuevas generaciones de activistas una de las más grandes obras de la literatura socialista.

Las aptitudes de un biógrafo

Un nivel general de empatía imaginativa es necesario para cualquier biógrafo para poder relacionarse con su sujeto de estudio. En el caso de Deutscher, esta facultad parece haber sido intensificada debido a cuatro características personales o experiencias que fueron compartidas por ambos hombres[6].

En primer lugar, ambos compartían un compromiso político. Deutscher se unió al Partido Comunista Polaco en 1926 o 1927, en el momento en que la lucha faccional en Rusia estaba llegando a su punto cúlmine. Rápidamente ascendió a la dirección del partido hasta su expulsión en 1932 por oponerse, en la prensa, a la desastrosa política estalinista en Alemania. Él fue, en pocas palabras, uno de los pocos comunistas que no solo aceptaba sino que estaba dispuesto a llevar a la praxis el análisis trotskista. Deutscher colaboró en la formación de la organización trotskista polaca, a la cual dirigió durante los años 30s.  Lo que es más, a diferencia de muchos líderes trotskistas del momento, fue capaz de generar pensamiento crítico propio: durante la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional en septiembre de 1938, los delegados de la organización polaca presentaron sus argumentos, esencialmente correctos, en contra de proclamar la nueva organización en ese momento[7].

En segundo lugar, compartieron la experiencia del exilio. Mientras se encontraba en Londres en plena búsqueda laboral como periodista en 1939, Deutscher se topó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la partición de su país entre el Tercer Reich y la Rusia Estalinista. Su oposición política al régimen establecido por Stalin luego de 1945 significó que nunca pudo retornar a Polonia.  Deutscher una vez escribió sobre Trotsky que: “Así como Thucydides, Dante, Machiavello, Heine, Marx, Herzen, y otros pensadores y poetas, Trotsky alcanzó la eminencia como escritor durante el exilio” [8]. Estos pensamientos son igualmente aplicables a su autor.

Tercero, ambos sufrieron la exclusión en el ámbito académico. Poder acceder a un puesto en una cátedra hubiera evitado a Deutscher tener que depender del periodismo para ganarse la vida, siendo que su rendimiento en esta rama de la escritura  era de lejos la más débil de sus capacidades. No caben dudas de que su trabajo como Sovietólogo fue muchas veces especulativo y sus predicciones en la mayoría de las veces erradas. Sin embargo, como Peter Sedwick escribió en su obituario para este periódico, es erróneo criticar a Deutscher sobre la base de las cosas que escribió mientras llevaba adelante lo que de hecho era su trabajo durante el día: “Es como si la propuesta teórica de Marx debiera ser criticada debido a la basura que escribió en contra de Palmerston en la prensa Tory” [9].  Siendo que Deutscher podría haberse beneficiado de un puesto en una cátedra en Inglaterra, lo cual le hubiera permitido disponer de tiempo y de ingresos regulares  para lograr culminar su obra Vida de Lenin, dicho puesto le fue negado por susposiciones políticas [10].

Por último, ambos poseían el dominio de la expresión literaria [11]. Al igual que otro polaco miembro de una generación anterior de exiliados, el novelista Joseph Conrad, Deutscher dominó en idioma inglés incluso más que algunos hablantes nativos. En sus obras más importantes, su compromiso socialista y su conocimiento de primera mano sobre el movimiento de trabajadores se combinan de la mano de su capacidad técnica para manejar fuentes primarias. De hecho, sus habilidades en esta esfera de trabajo hacían sonrojar de vergüenza a varios   de aquellos académicos que pasaron su vida haciendo poco más que calentar las sillas “profesionales” que a él le fueron negadas. Una ventaja que mantuvo del hecho de ser rechazado su acceso al trabajo en la universidad, fue la libertad para escribir para una amplia audiencia, desembarazado de las convenciones británicas acartonadas de lo “académicamente propio”. Su obra demuestra cómo la ironía- hoy en día utilizada únicamente con el propósito de ensalzarse a un mismo como signo de su sensibilidad posmoderna- puede ser una parte indispensable del repertorio del historiador. [12]

A pesar de que la política de la Revolución Rusa es el corazón de sus libros, estos nunca exhiben la tendencia hacia la despersonalización que tan a menudo empapa las biografías políticas. Al principio de El Profeta Armado, somos nos presentan al joven orgulloso e impetuoso que está dispuesto a seguir cualquier idea que le presente una conclusión lógica; y todavía podemos reconocerlo en el final de ese primer volúmen en el líder determinado a implementar la militarización en los sindicatos si eso es lo que se requiere para sostener al estado revolucionario. De igual forma, Deutscher nos sugiere analogías entre el destino de individuos y sociedades, y las conexiones entre ambos, sin por eso caer en el absurdo. El capítulo de El Profeta Desterrado llamado “Razón y Sinrazón”   lidia, entre otras cosas, con el ascenso del fascismo  en Alemania. Aquí, Deutscher desliza suavemente un paralelismo entre el colapso psicológico y el suicidio en Berlín de Zina, la hija mayor de Trotsky, y el descenso a la locura de la sociedad alemana en la que ella busco refugio en vano. [13]

Permitámonos explorar un ejemplo de esta aproximación. Trotsky era universalmente reconocido como uno de los grandes oradores del movimiento socialista, se dice que era tan excelso como Jan Jaurés. A lo largo de su trilogía Deutscher toma la relación de Trotsky en tanto orador público con su audiencia como un termómetro de  la vigorosidad de la revolución y como un indicador de su destino personal. Para comenzar, entre febrero y octubre de 1917, vemos a Trotsky dirigiéndose a las masas en el atestado Cirque Moderne en Petrogrado como un agitador y un miembro del Partido Bolchevique que aún se encuentra disputando un lugar dentro de la dirección de la clase obrera. Más tarde, en 1921, luego de la guerra civil, la supresión del levantamiento en Kronstadt y el lanzamiento de la Nueva Política Económica, hallamos a Trotsky dirigiéndose a las multitudes en carácter oficial y en tanto alto mando del partido en el poder. Aún posteriormente, en 1936, al tiempo que Stalin y su facción consolidaban su poder, Trotsky y  otro líderes de la Oposición de Izquierda son retratados intentando llevar su posición a la base militante del partido y a los diferentes lugares de trabajo. Finalmente observamos las circunstancias de su última aparición pública allá por 1932. En ese momento y contando ya tres años en el exilio, y bajo la amenaza constante de los estalinistas y los fascistas por igual, Trotsky acepta la invitación a disertar de los estudiantes socialdemócratas daneses cuyos posicionamientos políticos estaban lejos de los suyos propios (los describe como opositores en su discurso) [14]. En cada una de estas sucesivas encarnaciones, de agitador a funcionario del Estado a opositor exiliado, los poderes de oratoria de Trotsky permanecen inmutables, mas su efecto se ve condicionado por las circunstancias que lo llaman a ponerlos en práctica. Por lo tanto, Deutscher, al tiempo que desentraña los pormenores de la vida de Trotsky, ilustra lo acertado de la proposición marxista de que no solo los seres humanos hacen historia en condiciones dadas que no son elegidas por ellos  mismos, sino que además dichas condiciones también determinan si es posible en absoluto hacer o no historia.

El revolucionario como héroe trágico

Durante casi una década la única obra comparable en escala a aquella de Deutscher fue La Historia de la Revolución Bolchevique de E. H. Carr. Pero Carr escribía como el funcionario público que fue durante al menos una parte de su vida; mientras que Deutscher escribió, en palabras de Peter Sedwick, como un dramaturgo [15]. ¿Qué significa la tragedia en este contexto? La distancia entre las aspiraciones humanas y las condiciones materiales que podrían hacerlas realidad de ser necesario aunque insuficientes. A la vez se requiere del intento de sobreponerse a la distancia, de “batallar contra la historia con los propios puños”, sin importar que tan inflexible resulte ser la materia de la historia. Trotsky rechazó la noción de tragedia   como ilegítima respecto de su propia vida. En 1929, al final del primer año de su tercer y último exilio de Rusia, él escribió en su autobiografía que “he leído en varias oportunidades elucubraciones en los periódicos sobre la “tragedia” que se ha cernido sobre mi”. Sobre dichas elucubraciones él declaró “No conozco ninguna tragedia personal” [16]. Al momento de escribir esta declaración, su punto parecía doblemente justificado. Por un lado el destino de la Revolución Rusa se encarnaba en la experiencia colectiva del pueblo ruso. Trotsky no tenía intención alguna de elevar su parte de esa experiencia colectiva a una categoría especial solo por el hecho de haber perdido su preeminencia política. Por otro lado, en este momento Trotsky aún no goza de claridad respecto de la bancarrota de la Revolución Rusa. Él aún creía que a pesar de su degeneración, el Estado que lo había exiliado todavía tenía la oportunidad de ser reformado sobre la base de la presión de la clase trabajadora. En consecuencia, él sostiene que de ninguno de ambos casos hay necesidad de  invocar la noción de tragedia. Respecto del primero, esto responde a un auto- ensalzamiento, y en el segundo debido a lo prematuro de la situación. Estos juicios reflejan tanto su modestia personal en tanto figura histórica y -en su negativa a abandonar posiciones sostenidas en tanto no hubieran sido probadas como superfluas- su sobriedad como teórico.   De todas formas, ambos razonamientos probaron ser errados.

Rusia estaba lista para el comunismo en 1917 en la medida en que formaba parte de un movimiento internacional, y no aislada y devastada como emergió luego de la guerra civil en 1921. La degeneración burocrática generada por esta situación culminó, en 1928, en una contrarrevolución  que llegó a afianzarse tanto como lo fue ignorada por sus perpetradores, quienes quizás incluso tampoco la reconocían en sus fueros internos. Trotsky nunca reconoció que la contrarrevolución había triunfado en Rusia. De hecho, solo fue capaz de contemplarla, al menos como una posibilidad teórica, hacia el final de su vida. No importa. Más allá de las debilidades en sus análisis, los cuales nosotros podemos contemplar debido a que poseemos el diario del lunes, es de la lucha implacable que Trotsky liberó contra el estalinismo particularmente durante todo su último exilio de donde deriva su estatus de héroe trágico. Es debido a esto que Deutscher estaba en lo correcto cuando habla de “la vida de Trotsky en términos de una tragedia verdaderamente clásica o mejor aún, la réplica de una tragedia clásica en los términos seculares de la política moderna” [17]. Ninguna otra biografía u obra de arte había captado jamás esa tragedia tan acertadamente. [18]

Naturalmente, nuevos hechos han salido a la luz desde que Deutscher escribiera, en algunos casos significando que algunas de sus conclusiones deben ser revisadas. Deutscher afirma, por ejemplo, que antes del doceavo congreso del partido en 1923 Trotsky se niega a discutir en el politburó el testamento de Lenin donde este ataca a Stalin, y que se abstiene de votar. Según Deutscher, esto se debió a que Trotsky se sentía seguro del lugar que ocupaba, despreciaba a Stalin  y no estaba dispuesto a poner en peligro los acuerdos que él pensó que había logrado con sus contrincantes [19]. Hoy día sabemos que Trotsky sí votó en el politburó que se publicara el testamento: su negativa a llevar la discusión al Comité Central no fue el resultado de su autocomplacencia, sino de su respeto al proceso establecido de toma de decisiones del partido, y su renuencia a llevar adelante cualquier acción que  pudiera haber dado la impresión de que estaba actuando con fines personales [20]. De forma similar, Deutscher tiende a minimizar el nivel de apoyo a la Oposición de Izquierda y a retratarlo como particularmente pasivo, sobre todo por fuera del núcleo duro.  Hay aunque sea alguna evidencia, de partícipes contemporáneos y de las memorias de testigos como Victor Serge, de que el apoyo era más significativo de lo que Deutscher admite, y que a la vez su fracaso a la hora de reconocer estos testimonios (de los cuales debe haber estado al tanto) da cuenta de cierta actitud frente al estalinismo que, como veremos, era diferente de la de Trotsky. Actualmente sabemos que la Oposición de Izquierda gozaba de altos y dinámicos niveles de apoyo, tanto en el Partido Bolchevique como entre la misma clase obrera, a diferencia de lo postulado por Deutscher. [21] De todas formas, ninguno de estos ejemplos ni cualquier otro que pudiéramos haber citado, cambian de forma radical nuestra visión de Trotsky. Así como tampoco lo hacen aquellos archivos rusos que se volvieron accesibles al público luego de la caída del estalinismo en 1989-91. El más reciente de los biógrafos de Trotsky, el fallecido Martin Amis, reconoció la lista del general Dimitri Volkogonov de “Los archivos del ex Archivo Central del Partido, el archivo de los Censos de la Revolución de Octubre, aquellos del Ejército Rojo, los del Ministro de Defensa, los del Comité de Seguridad de Estado” como nuevas fuentes a trabajar. [22] Pero estas ni siquiera han producido la clase de modificaciones marginales que discutimos más arriba.  Tal como escribió Daniel Singer sobre el libro de Volkogonov: “Lo que verdaderamente importa no es una novedad y lo que es nuevo es relativamente intrascendente” [23]. La obra de Deutscher se mantiene por lo tanto indispensable para la comprensión del período del que tratan, e inigualables a la hora de traer a su héroe a la vida. [24]

Los problemas del Deutscherismo

Sin embargo, una valoración honesta de la trilogía no puede sólo limitarse a destacar sus cualidades positivas. Deutscher había sido un líder destacado no solo dentro del comunismo polaco sino también del trotskismo polaco. Pero se volvió susceptible al pesimismo que impregnó a muchos socialistas sobre el potencial revolucionario de la clase obrera occidental luego de la debacle de la Segunda Guerra Mundial; pesimismo que los llevó, con variados niveles de adhesión, a los brazos o bien de Washington o de Moscú. Deutscher era profundamente crítico de 1984, pero su propia posición era en un punto la imagen proyectada de la aceptación a regañadientes de Orwell de apoyar el bando occidental en la Guerra Fría.[25] Anteriormente sugerí que había cuatro razones por las cuales Deutscher puede haber sido particularmente empático con Trotsky en tanto individuo. A pesar de las mismas, su pesimismo le llevó a dos grandes diferencias políticas con Trotsky. Y ambas diferencias distorsionaron el relato de Deutscher sobre la vida de Trotsky- sobre todo en el último tomo- dándoles a miles de activistas radicalizados que leyeron sus libros una orientación estalinista que, en varios casos, probó ser un obstáculo para sus objetivos políticos.

La primera diferencia es en relación a la organización socialista revolucionaria y su actividad. Luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial, o mejor dicho luego de que Rusia entrara en la contienda, pareciera ser que Deutscher nunca vuelve a considerar formar parte activa de una organización política. En 1951, Deutscher analizó El Dios que Fracasó, un confesionario colectivo de ex escritores del Partido Comunista, en el cual justifican su abandono a la revolución en pos de variadas formas de democracia social.  Su alternativa superadora entre el estalinismo o el capitalismo era que los ex comunistas se retiraran a la “torre de vigilancia”.[26] Tony Cliff postula que Deutscher estaba refiriéndose efectivamente a su propia situación, y que en términos prácticos su posición en la torre de vigilancia no era diferente a aquella de la torre de marfil que rechazaba ostensiblemente.[27] Como podemos ver, hay evidencia de que Deutscher sí descendió de su torre de vigilancia hacia el final de su vida, pero durante el período en el que sus biografías fueron escritas no cabe ninguna duda de que las críticas de Deutscher eran considerablemente correctas. Deutscher no solo no adhirió a la Cuarta Internacional, sino que no se unió a ninugno de los grupos disidentes que se separaron luego del asesinato de Trotsky. De hecho, su actitud hacia el trotskismo era desdeñosa, a lo que los trotskistas decidieron pagarle con la misma moneda. [28]

Deutscher estaba al tanto por experiencia personal de algunas de las debilidades del trotskismo. La infinidad de discusiones entre los distintos grupúsculos probaban ser usualmente fútiles. Las actividades que emprendían durante las pausas de dichas discusiones generalmente eran poco gratificantes. A pesar de esto, Trotsky consideraba primordial establecer, con cualesquiera fuera la masa humana crítica de la que se dispusiera,  continuidades teóricas y organizacionales con los primeros años de la Tercera Internacional y las tradiciones del Marxismo Clásico que aquellas personificaban. En 1935 escribía en su diario “mi trabajo se ha vuelto “indispensable” en el total sentido de la palabra” afirmando acertadamente que “no había ninguna arrogancia en esa declaración”. [29] Deutscher deja entrever muy poco de esto, lo cual produce un severo desbalance en El Profeta Desterrado. Sabemos que para Trotsky “ni su personalidad ni sus circunstancias personales le permitían renunciar a la actividad política formal. Él no podría ni estaba dispuesto a evadirse de la lucha del día a día”.[30] Y sin embargo, la impresión que se nos da es que toda la energía puesta por Trotsky durante los años 30s en resolver las disputas internacionales entre sus seguidores y el esfuerzo por guiarlos a actividades más productivas dentro del movimiento obrero, en realidad significó una monumental pérdida de tiempo. La única disputa desarrollada en detalle es aquella que terminó en la ruptura a fines de la década del Partido Socialista Norteamericano de los Trabajadores, e incluso aquí Deutscher se enfoca casi exclusivamente en el aspecto que desenmascaró la naturaleza de clase de la Unión Soviética, dejando de lado el debate sobre la dirección política de la organización que es donde nace la cuestión. ¿Por qué el desinterés de Deutscher por la problemática que preocupaba a su héroe durante virtualmente todo el período que va desde su exilio a su asesinato? La respuesta pareciera ser que él consideraba innecesaria la organización porque encontró otro mecanismo existente para alcanzar el socialismo. Y esto nos trae a la segunda diferencia entre ambos hombres: su actitud respecto del estalinismo. ¿Cuál era la posición de Trotsky? Esta cambió al menos cuatro veces entre 1923 y 1940, pero siempre tomando rumbos cada vez más radicales.[31] Su aproximación inicial a la cuestión de cómo revertir la burocratización de la Revolución Rusa, antes de que Stalin hubiera consolidado su poder, concebía a los trabajadores reformando el aparato a través de la herramienta de los soviets existentes. Su posición final, reconociendo que la democracia de los soviets había sido suprimida hacía ya mucho tiempo, promovía la revolución política de las masas para  derrocar a la burocracia ¿Pero por qué una revolución de tipo puramente político y no una revolución social? Porque, según Trotsky, la continuidad y el sostenimiento de la propiedad estatizada significaba que Rusia seguía siendo un Estado Obrero; la burocracia representaba una casta que se revelaba parasitaria en esas relaciones de producción más que una nueva clase dominante. Ahora bien, tal como advirtió Cliff en 1948, esta definición de Estado Obrero no es la que Trotsky acuñó originalmente. Al contrario, en las postrimerías de la Revolución Rusa, él creía junto con Lenin y el conjunto del Partido Bolchevique, que lo que definía a un Estado como Obrero era que la gobernara la clase obrera a través de sus instituciones, más allá de si la propiedad permaneciera en un primer momento en manos privadas o no- y entre 1917 y 1928 la mayoría de la propiedad seguía en manos particulares, particularmente en el campo. Es posible, naturalmente, debatir los alcances del ejercicio del poder de la clase trabajadora entre estas fechas pero la base misma de esta definición es ambigua.[32] Apoyándose en esta definición revisada de Estado Obrero es que se puede plantear que la “Segunda Revolución” de Stalin luego de 1928 fue mucho más radical que la de Octubre del 17 debido a que introdujo  las relaciones de producción estatizadas de las que supuestamente depende la existencia del Estado Obrero. Aún más, si el criterio decisivo es la propiedad estatizada ¿Por qué entonces tendría importancia cuál es la clase o fuerza social que la introduce? ¿Qué necesidad hay de que actúe el partido revolucionario, la clase obrera o cualquiera de los preceptos del Marxismo Clásico? Bastaría simplemente con el Ejército Rojo.

Las implicancias anti marxistas de mover el eje del poder de la clase obrera a la de la propiedad estatizada fueron mitigadas conscientemente en el trabajo  teórico de Trotsky. En sus últimos escritos fue muy cuidadoso de hacer hincapié en que la propiedad estatizada era un remanente, un último vestigio de estado obrero, y que el contenido progresivo de la nacionalización sólo podría ser alcanzado luego del derrocamiento de la burocracia. Más aún, no creía que el régimen estalinista sobreviviera a la Segunda Guerra Mundial. Lo caracterizaba como una formación profundamente inestable plausible de ser tirado abajo tanto por una revolución de la clase obrera o mismo por la restauración de la burguesía- y esto de forma inminente y no en un lapso de 50 años. En caso de sobrevivir o de expandir el territorio bajo su poder la burocracia estalinista demostraría que efectivamente era una clase.[33]

La guerra terminó. El estalinismo sobrevivió. El estalinismo se expandió. Y lo que es peor, movimientos estalinistas locales fundaron nuevos estados, en lo esencial, en el modelo etalinista sovietico. Y sin embargo, la mayoría de los trotskistas ortodoxos siguieron sosteniendo  esta posición que se había probado errónea en los hechos, haciéndola extensiva incluso a Europa del Este y China. Al igual que ellos, Deutscher concuerda en que Rusia, sus satélites y acólitos eran todos “estados obreros” porque descansaban sobre la propiedad estatizada. Y sin embargo, su descripción de cómo La Revolución Traicionada (1937) se transformó en “la biblia de aquellas sectas trotskistas de los últimos días, cuyos miembros mascullan sus versos piadosamente incluso mucho después de la muerte de Trotsky” expresa su impaciencia con la veneración cuasi religiosa que le prodigaban a los últimos escritos de Trotsky ¿Por qué? No porque se aferraran a la definición de Estado Obrero sino porque se negaban a renunciar a su compromiso con la revolución política.[34] Incluso la tendencia dominante dentro de la Cuarta Internacional, asociada a Michael Pablo quien había efectivamente rechazado que los estados estalinistas de Europa del Este y China fueran estados obreros, asumía que las futuras revoluciones serían dirigidas por partidos estalinistas bajo “condiciones excepcionales”, bajo “presión de las masas” y afirmaciones por el estilo.  Deutscher se define a sí mismo como “libre de lealtades a cualquier culto” con lo que se refería tanto al trotskismo como al estalinismo.[35] Debido a esto, pudo ir más lejos de lo que los trotskistas ortodoxos podían ir (so pena de perder su razón de ser), llegando a afirmar que la Rusia estalinista no solo era capaz de auto reformarse sino que, en caso de no reformarse,  seguía siendo la mayor fuerza revolucionaria del mundo. En cierto punto esto no es ni más ni menos que la lógica del trotskismo ortodoxo llevado hasta sus últimas consecuencias. Por lo que la rabia profesada a Deutscher por parte de los trotskistas es comparable a la de Calibán al ver su propio reflejo en el espejo.

La posición de Deutscher es al menos consecuente. Desafortunadamente es consecuentemente errada. “No debemos dudar” escribía, “que la lógica de la actitud [de Trotsky] debería haberle impuesto reconocer la revolución en Europa del Este como un hecho; y a pesar de reprobar los métodos estalinistas, debería reconocer “las democracias populares” como estados obreros”.[36] Dudo de esto por las simple razón de que es totalmente incompatible con la visión de Trotsky del estalinismo. Deutscher indudablemente pensaba que era deseable que estas relaciones de propiedad fueran complementadas con la democracia obrera pero esto no era determinante. “Nadie puede prever con certeza si este conflicto va a tomar formas explosivas y violentas que lleven a la nueva “revolución política” que Trotsky tanto promovía; o si en cambio el conflicto sería resuelto pacíficamente a través de la negociación, acuerdos y la eventual expansión de las libertades”[37] . Esto deja planteada la pregunta, pero efectivamente admite la posibilidad de que la burocracia estalinista fuera capaz de auto reformarse, de lograr alinear la superestructura política degenerada con la base económica socialista, por decirlo de alguna manera. En ningún momento, incluso antes de su último exilio, Trotsky pensó que la burocracia estalinista podía auto reformarse. Lo que es peor. Deutscher creía que la clase obrera debía evitar tomar acciones que pusieran en peligro el camino a esta reforma, por ejemplo abrirle la puerta a la restauración capitalista: “Europa del Este (Hungría, Polonia y Alemania del este) … se encontraron al borde la restauración burguesa a fines de la era estalinista; donde solo el poder armado de los soviets (o la amenaza del mismo) lograron evitarla”.[38]

Sugerimos que las raíces teóricas de estos postulados las encontramos en la imposibilidad de Deutscher de distinguir entre distintos tipos de revoluciones. En La Revolución Inacabada (1967) Deutscher de hecho es capaz de hacer algunas observaciones agudas sobre la naturaleza de las revoluciones burguesas. Particularmente él nota que la naturaleza clasista de las mismas no depende en sí de la presencia de la burguesía en el proceso revolucionario sino más bien de si el objetivo de la revolución era “barrer con las instituciones sociales y políticas que habían obstaculizado el proceso de acumulación de la propiedad burguesa y de las relaciones sociales aparejadas a las mismas”. En ese sentido, y como él destaca correctamente, “la revolución burguesa crea las condiciones para que la propiedad burguesa pueda prosperar”.[39] Estas afirmaciones son completamente compatibles con el punto de vista de varios de los colaboradores de su periódico, incluyendo el de quien escribe. El problema surge cuando Deutscher pretende hacer extensivo su análisis de las revoluciones burguesas a las revoluciones proletarias, cuyas estructuras son necesariamente muy distintas entre sí.[40]

En diversas oportunidades Deutscher afirma que todas las grandes revoluciones (la inglesa, francesa y la rusa) siguen el mismo patrón incluso respecto del líder que emerge eventualmente en su seno. “Lo que parece que va de suyo es que Stalin pertenece a esa raza de los grandes déspotas revolucionarios, a la cual pertenecieron Cromwell, Robespierre y Napoleón” [41]. Si Hegel vio a Napoleón como el “Espíritu del Mundo” montado a caballo,  entonces al leer este pasaje uno piensa que Deutscher ve a Stalin como el Espíritu del Mundo montado en un tanque de guerra. Somos afortunados pues de que Trotsky haya dejado en claro su opinión sobre el linaje despótico de Stalin, porque la misma es muy distinta de lo postulado por Deutscher: “A la hora de intentar encontrar un paralelismo histórico con Stalin debemos rechazar las figuras de Cromwell, Robespierre, Napoleón y Lenin  e incluso rechazar a Mussolini o Hitler”. Sus comparaciones predilectas eran Kemal y Diaz, los dictadores turco y mexicano que traían la modernización.[42] A Deutscher le perturbaba que Trotsky no compartiera su visión de Stalin: “Aquí la falta de perspectiva y escala históricas es sorprendente y preocupante”.[43] De hecho, la comparación con las revoluciones burguesas es  pertinente, solo que no la que Deutscher estaba pensando. El rol histórico de Stalin fue realmente único en su clase. La “Segunda Revolución” de 1928 fue tanto una contrarrevolución en términos del socialismo como el equivalente funcional de la revolución burguesa en términos de capitalismo (de estado). Cualquier comparación seria de Stalin debería partir, no de los líderes políticos de la revolución burguesa, sino de los terratenientes, capitalistas e imperialistas que llevaron a cabo el proceso de acumulación originario, proceso que tomó casi 250 años en el caso de Gran Bretaña pero que tomó solo 25 años en el caso de Rusia- con todo lo que eso conllevó en términos de sufrimiento concentrado. Las confusiones de Deutscher entre las revoluciones burguesa y proletaria lo llevó a cometer dos distorsiones centrales respecto de la experiencia rusa.

Una refiere al rol de la clase obrera. Discutiendo Historia de la Revolución Rusa, él nota que Trotsky que “no.. sobreestima el rol de las masas”.[44] En un primer momento esta frase suena extraña: Trotsky le adjudica a las masas su lugar legítimo- es decir preeminente-   en el proceso revolucionario. Sin embargo, es cuando uno advierte la falta de confianza de Deutscher en las masas que la frase cobra sentido:

Para 1921 la clase obrera rusa había probado ser incapaz de ejercer su propia dictadura. Ni siquiera pudo ejercer un control sobre aquellos que gobernaban en su nombre. Habiéndose extenuado a sí misma en la revolución y en la guerra civil, había casi cesado de existir como un sujeto político.[45] 

Hay una diferencia entre “agotamiento” e “incapacidad”. La clase puede recuperarse del agotamiento pero al describirla como incapaz pareciera dar cuenta de un estado inmanente. Deutscher intenta, ocasionalmente, endilgarle esta última afirmación a Trotsky pero basándose exclusivamente en aquellas  soluciones temporales  que Trotsky y otros bolcheviques tuvieron que implementar como resultado del colapso económico producto de la Guerra Civil.[46] Ahora bien, es cierto que Trotsky hizo algunas afirmaciones graves- sobre todo el Terrorismo y Comunismo (1920)- sobre la necesidad de sostener en cualquier circumstancia una autoridad centralizada a través del régimen de partido unico. La forma en la que él hizo – por decirlo de una forma más suave- de la carencia virtud durante este período, puede tomarse como la etapa menos gloriosa de su vida política.  Pero esta no fue su última palabra al respecto. En sus escritos de los años 30s sobre Alemania, por ejemplo, Trotsky escribe sobre el Doble Poder, ese momento antes de la victoria de la clase trabajadora, que el “control obrero comienza en el lugar de trabajo individual. El órgano de control es el comité de fábrica”.  Luego de la toma del poder los órganos de dirección ya no son los comités de fábrica sino los soviets centralizados” .[47] Dirección es una forma superior de actividad que el control, indicando que el soviet va a tomar decisiones, en lugar de limitarse a ejecutar decisiones hechas por otro organismo. La actitud de Deutscher respecto de la clase obrera rusa va en consonancia con su caracterización de la clase trabajadora europea como un todo luego de la primera guerra mundial, de la cual afirma que nunca pudo elevarse por encima de una conciencia meramente reformista.[48] Una vez más, esta no era la opinión de Trotsky al respecto.   Su posición, a menudo exagerada al punto del absurdo por algunos de sus seguidores, era que el fracaso de la clase trabajadora en seguir de manera consecuente el camino revolucionario se debía en parte a una crisis de liderazgo cuya superación era responsabilidad de los  comunistas. Deutscher subestima el rol de los liderazgos revolucionarios incluso más de lo que subestima la capacidad revolucionaria de la clase trabajadora. Su percepción sobre Lenin en 1017 es esclarecedora en este punto.

En Historia de la Revolución Rusa Trotsky postula que la llegada de Lenin a Rusia en abril de 1917 fue decisiva a la hora de empujar al Partido Bolchevique  a la revolución socialista y la toma del poder:

Sin Lenin la crisis, que los líderes oportunistas iban a producir inevitablemente, podría haber tomado una forma extraordinariamente aguda y proactiva. Las condiciones de la guerra y la revolución, sin embargo, no le hubieran permitido al partido gozar de un largo período para cumplir su misión de manera satisfactoria.  Es por esto que no se podía descartar la posibilidad de que un partido desorientado y dividido en su seno podría haber dejado pasar la oportunidad de la revolución durante varios años.

Trotsky no nos dice que los bolcheviques no hubieran podido adoptar la estrategia correcta sin Lenin, o que la oportunidad revolucionaria no hubiera vuelto a presentarse, simplemente nos advierte que en una situación revolucionaria el tiempo es una cuestión esencial y que sin Lenin se lo hubiera dejado correr irremediablemente. “Lenin no fue un elemento fortuito en el desarrollo histórico, sino el producto de toda la historia pasada de Rusia”.[49] Deutscher encuentra esta afirmación intolerable y le dedica varias páginas (muchas más que las que le adjudicó originalmente Trotsky)   a su intento de refutarla. Para Deutscher, tal lapsus respecto de “la tradición intelectual marxista” sólo puede ser explicado como la respuesta psicológica de Trotsky a su propio aislamiento: “él necesitaba creer que la figura del líder, ya fuera Lenin en 1917 o él mismo en los años 30s, era indispensable- de esta creencia saca la fortaleza para llevar adelante sus solitarios y heroicos esfuerzos”.[50] Estos están entre los peores pasajes de la trilogía y son mucho más esclarecedores de las necesidades del propio Deutscher que de las de Trotsky.

Si tanto las masas como los líderes individuales resultan irrelevantes a la hora de llevar adelante el socialismo ¿qué es lo que prevalece? ¿Qué fuerzas pueden tomar su lugar? Deutscher a menudo afirma defender lo que él llama el “marxismo clásico” en contra de un “marxismo vulgar” practicado por Stalin, Mao y sus acólitos, y las virtudes de su obra confirman que esto no era pura habladuría. Pero aún así, dentro de la categoría de Marxismo Clásico él incluía a muchos de los pensadores de la Segunda Internacional, como Kautskty y Plekhanov, cuyos trabajos se caracterizaban, en variados niveles, por un fuerte determinismo. Para ellos, el socialismo era inevitable al alcanzar cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas. El “marxismo clásico” se dividía entonces entre dichos deterministas y  aquellos (como Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Lukáks y Gramsci) quienes entendían la relación entre las condiciones materiales y la actividad humana. Al leer la trilogía de Deutscher es difícil no llegar a la conclusión la experiencia de la bancarrota de la Revolución Rusa lo llevó a revivir el determinismo de la Segunda Internacional. Si la derrota fue muy abrumadora, si la perspectiva de empezar de nuevo es muy agobiante, entonces la tentación radica en presentarla, a través de la aplicación de una pseudo dialéctica de estilo voodoo, como si fuera una victoria.  De ahí nace el título del epílogo de El Profeta Desterrado “Victoria en la Derrota”: “las propias precondiciones necesarias para el socialismo que el marxismo clásico  solo encontraba presentes en los países fuertemente industrializados de occidente estaban siendo creadas y reunidas en la sociedad Soviética”..[51] Hay un nombre para aquella formación social que produce “las condiciones necesarias para el socialismo”: se llama capitalismo. Y sin embargo esta es la conclusión que Deutscher hace un gran esfuerzo en negar, al punto de dedicar su considerable poder en persuadir a su lectores de lo contrario. 

La influencia de Deutscher

La trilogía ejerció una gran influencia sobre la Nueva Izquierda cuando es publicada en 1956, influencia que resultó contradictoria tal como la trilogía misma. Para entender esto necesitamos visualizar el contexto en el que fue leída y debatida por primera vez.

Cuando Trotsky fue asesinado en 1940, la dominación estalinista se restringía a Rusia misma y sus fronteras occidentales.En 1954, cuando apareció el primer volumen de la trilogía, el estalinismo había abarcado toda Europa del Este, China, Corea del Norte y Vietnam del Norte. También mantuvo la lealtad de los sectores más militantes de la clase trabajadora mundial. Por supuesto, ya habían aparecido algunas amenazas a la estabilidad de la clase dominante estalinista: la primera división interna se produjo con la expulsión de Yugoslavia del Kominform (el sucesor del Komintern) en 1948 y la primera oposición seria desde abajo llegó con el levantamiento de Trabajadores de Alemania Oriental en 1953. Sin embargo, fue sólo retrospectivamente que estos eventos fueron generalmente vistos como una exposición de los problemas inherentes al capitalismo de estado. Para todos los propósitos prácticos, a principios de la década de 1950, el estalinismo parecía ofrecer la única alternativa real al capitalismo e imperialismo occidentales. Frente al aparentemente imparable ascenso del sistema establecido por su archienemigo, Trotsky parecía irrelevante, una figura de otro tiempo o de otro mundo, tal vez «el mundo perdido de la Atlántida» que Deutscher invoca en más de una ocasión. Como señala en el Prefacio de El Profeta Armado, « Durante casi 30 años, la poderosa maquinaria de propaganda del estalinismo trabajó furiosamente para borrar el nombre de Trotsky de los anales de la revolución, o para dejarlo allí solo como sinónimo de archi traidor ».[52] Hubo poca defensa efectiva contra este ataque.

Pocas de las obras del propio Trotsky estaban impresas en este momento, a excepción de un puñado de folletos producidos por las organizaciones nominalmente trotskistas que, durante este período al menos, tenían pocos miembros y poca influencia. Los tres grupos más grandes de Occidente, el estadounidense, el francés y el británico, contaban quizás con 3000 miembros entre los tres. Incluso si aplicamos la etiqueta de ‘trotskista’ más allá de los partidarios de la Cuarta Internacional a grupos disidentes como el Partido de los Trabajadores en los EE. UU. Y el Socialist Review Group en el Reino Unido, su membresía total habría sido menor que la de, por ejemplo,  el relativamente pequeño Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB). Cuando se le preguntó si estaba familiarizado con los escritos de Trotsky durante o inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Raymond Williams, tal vez el principal pensador socialista académico de su generación y que rompió organizativamente con el estalinismo a fines de la década de 1940, respondió:

No. Esa fue una carencia crucial. No fue hasta mucho después que me enteré realmente de la existencia de una oposición socialista en Rusia.

Esto es algo falso, ya que Williams, por supuesto, habría aprendido algo de sus días en el CPGB sobre «la oposición socialista en Rusia», a saber, que estaba compuesta por traidores de clase a sueldo del MI6 y la Gestapo. Pero Williams tiene razón al describir la existencia de un ‘bloque generacional’.[53] El punto lo confirma John Saville, un historiador marxista y miembro del CPGB hasta 1956, quien escribe que’ antes de la guerra o después de la misma, yo personalmente nunca conocí a un trotskista , o me enfrenté a uno en cualquier reunión a la que me dirigí; y lo mismo era aplicaba, con muy pocas excepciones, a los miembros del ILP’.[54] E incluso si Saville o Williams hubieran conocido a un trotskista, habrían descubierto que su relación con la teoría y la práctica del propio Trotsky era cada vez más distante . A pesar de la brillantez de muchas de las personas asociadas con el trotskismo, Alasdair MacIntyre tenía razón al decir en su reseña de El Profeta Desterrado que:

El llamado trotskismo ha sido uno de los movimientos más triviales. Transformó en dogma abstracto lo que Trotsky pensó en términos concretos en un momento de su vida y lo canonizó. Es inexplicable en dimensiones puramente políticas, pero la historia de las sectas religiosas más excéntricas ofrece paralelos reveladores. El verdadero trotskismo de [Alfred] Rosmer y Natalya [Sedova] debe tener como máximo unos pocos cientos de seguidores en todo el mundo.[55]

Traducción por Delfina Castellú para Izquierda Web

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