Gramsci como dirigente partidario

133 años su de nacimiento: El contexto en el que le tocó vivir su vida militante fue uno de los más convulsivos de la historia europea, marcado sobre todo por la alternancia febril de revolución y contrarrevolución. Sus años de dirigente principal del comunismo italiano fueron también los del ascenso del primer régimen fascista, el de Benito Mussolini.

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  • El contexto en el que le tocó vivir su vida militante fue uno de los más convulsivos de la historia europea, marcado sobre todo por la alternancia febril de revolución y contrarrevolución. Sus años de dirigente principal del comunismo italiano fueron también los del ascenso del primer régimen fascista, el de Benito Mussolini.

Federico Dertaube

Entre la fundación del PC italiano y el ingreso de Gramsci a las cárceles fascistas en 1926 median casi 6 años de actividad. Estos fueron los que lo vieron consagrarse como dirigente partidario. Allí podemos distinguir tres etapas en su vida política: los primeros años del PC bajo la dirección de Bordiga (Enero 1921-Mayo 1922), sus años en Moscú como miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (Mayo 1922-Noviembre 1923) y, finalmente, su rol como máximo dirigente del Partido Comunista (Noviembre 1923-Noviembre 1926)1. Anotemos un dato de importancia. El contexto en el que le tocó vivir su vida militante fue uno de los más convulsivos de la historia europea, marcado sobre todo por la alternancia febril de revolución y contrarrevolución. Sus años de dirigente principal del comunismo italiano fueron también los del ascenso del primer régimen fascista, el de Benito Mussolini.

No fueron estos los más “productivos” años en su elaboración teórica escrita propiamente dicha. Es sabido que su actividad política absorbió casi todos sus esfuerzos. Esto está muy lejos de significar que ese “cerebro poderoso” (según palabras del propio Mussolini) estuviera inactivo. Al contrario. Su fuerza intelectual y teórica fue el rasgo singular que hizo de él un dirigente político. Sus esfuerzos políticos coyunturales eran en él elaboraciones teóricas de largo alcance. Según refiere su biógrafo Fiori, no era precisamente su personalidad y presencia lo que lo pusieron en su lugar en la historia. De baja estatura, sin dotes oratorias extraordinarias, era muy marcado el contraste con la fogosa personalidad de Bordiga. Se puede inferir incluso de algunas de sus cartas que no tenía tampoco mucha autoestima influenciado por sus características físicas, con “deformidades” producto de problemas de crecimiento debido a un accidente en sus primeros años de vida. Debe constar en la caracterización de su persona que se sobrepuso a esos límites imaginarios gracias a su excepcional intelecto y a su entrega a la causa de la que estaba total y completamente convencido.

 

El período bordiguiano del PC y el “Frente Único”

La composición del Comité Central y el Comité Ejecutivo votada por el Primer Congreso del PC deja bien clara la relación de fuerzas entre las tendencias que lo componían. 8 bordiguianos, 6 “maximalistas de izquierda” y 2 “ordinovistas” en el Comité Central; 4 bordiguianos (con el propio Bordiga a la cabeza) y un ordinovista en el Comité Ejecutivo. Gramsci ingresó a duras penas al Comité Central y quedó excluido del Ejecutivo.

Hay varios motivos que explican esto. El más general y objetivo es que el sectarismo de la nueva militancia comunista, debido a su muy reciente ruptura con las tradiciones de la socialdemocracia, era un fenómeno internacional. Hay varios ejemplos al respecto: En el primer Congreso del Partido Comunista alemán, Rosa Luxemburo perdió la votación sobre la participación en las elecciones por presión de la nueva generación militante, inexperta y con pocos vínculos con las masas. Otro motivo, contradictorio, era la enorme influencia de la Revolución Rusa. Con métodos revolucionarios, no electorales, el proletariado ruso había alcanzado el poder mientras los métodos “legales” habían transformado al principal partido de la Segunda Internacional en una agencia del imperialismo alemán. Por supuesto que esta realidad era entendida de forma incompleta por la primera generación de militantes comunistas debido a la poca información que había sobre la experiencia de los rusos en el resto del continente. Lenin no se cansó de señalarlo. Esta unilateralidad era entendida por pocos cuadros del movimiento revolucionario internacional. Entre ellos se destacan Rosa Luxemburgo (veterana revolucionaria) y el propio Gramsci (muy joven y poco conocido aún).

Hablando específicamente de Italia, hubo otra razón de la predominancia de Bordiga. Éste tenía ya en el seno del PSI su propia fracción, organizada y disciplinada alrededor de sus concepciones “abstencionistas”, con sus propios cuadros y su propia disciplina. El de Bordiga era un verdadero partido dentro de otro partido. Los miembros de L’Ordine Nuovo no eran siquiera un grupo homogéneo local. La predominancia de Bordiga tendría consecuencias incluso en la composición del PC a la hora de su fundación. Mientras los abstencionistas planteaban la construcción de un partido “puro”, compuesto por los miembros de su propia fracción, Gramsci sostenía la necesidad de ganar a la mayoría del PSI. Su problema es que no tenía organización que respaldara esa pelea. Incluso en Turín, el principal referente obrero de los Consejos de fábrica…  ¡Era bordiguiano! Las consecuencias políticas de las deficiencias organizativas tienen esa importancia. Pese a estar fuertemente influenciado por Gramsci y las tesis “ordinovistas” respecto a los Consejos fabriles, Giovanni Parodi era ideológica, organizativa y políticamente bordiguiano2. La preeminencia del bordiguismo significó la pérdida de la mayoría de los obreros organizados para el naciente comunismo, que quedaron bajo la órbita del PSI. Este episodio sería luego calificado por Gramsci como un “enorme triunfo de la reacción” (“Contra el pesimismo”, 1924).

Luego de la Revolución de Octubre, la toma del poder por parte del proletariado en el resto de Europa parecía un hecho inminente. Con esa perspectiva se fundó la Tercera Internacional (o Comintern). Si para 1917-1919 el fantasma del comunismo recorría Europa, en 1921 se cernía sobre su cabeza la nube negra del fascismo. La ola revolucionaria se había terminado (al menos temporalmente) y las duras derrotas habían significado una costosa experiencia para millones de obreros. La clase capitalista pasaba a la ofensiva.

Contradictoriamente, esa etapa coincidió con una enorme consolidación organizativa para la Internacional Comunista: los bolcheviques se habían afirmado en el poder luego de ganar la Guerra Civil, el PC alemán había dejado de ser sólo el núcleo espartaquista de algunos miles de militantes para conformar un partido de medio millón de miembros, el ala comunista del PS francés ganó a la mayoría del partido y se quedó con 180 mil de sus aproximadamente 210 mil militantes (así como con su prensa y su aparato) para formar el PCF, se había fundado el PC italiano con unos 50 mil obreros, el PC checoslovaco contaba también con alrededor de 350 mil personas en sus filas (¡Sólo con sus militantes constituía casi el 3% de la población checa!), etc. La influencia de Octubre se hacía mayoritaria entre los proletarios políticamente organizados mientras la revolución dejaba de ser un horizonte cercano para la mayoría. El ejemplo más palpable de esta situación contradictoria fue la “Acción de Marzo” en Alemania; los comunistas se lanzaron a una huelga general no seguida por la amplísima mayoría del momentáneamente derrotado proletariado alemán.

En este contexto, en las sesiones del Tercer Congreso de la IC de junio y julio de 1921, la dirección bolchevique planteó la necesidad de adoptar la táctica del “frente único”. Como ha sucedido con muchos otros conceptos de la historia de nuestra tradición, se ha usado por años esta fórmula como una especie de mantra supra histórico que sirve para justificar prácticamente cualquier cosa o, más sencillamente, para que lo que se dice suene bonito y marxista. Hay que despejar todo el humo que hay para reforzar que es un planteo táctico y nada más que táctico. Este debate dominaría la vida interna de la Internacional por varios años, incluidos los congresos III y IV de 1921 y 1922 respectivamente.

Resumidamente, los dirigentes bolcheviques planteaban que, en la mayoría de los países, la tarea de los partidos de la Comintern no era la toma inmediata del poder sino la conquista de la mayoría del proletariado. Pero, en la nueva etapa, la lucha era fundamentalmente por reivindicaciones parciales contra los ataques a las condiciones de vida de las masas por parte de la reacción. No alcanzaba con la agitación de la necesidad de la dictadura del proletariado: los comunistas tenían que probar en los hechos que eran capaces de ponerse a la cabeza de su clase. Pero como la aplastante mayoría de la clase trabajadora seguía aún a las direcciones oportunistas, la única forma de luchar con esa clase era llegando a acuerdos parciales por puntos parciales con la socialdemocracia y las burocracias sindicales. Por la vía de la práctica, a través de la experiencia conjunta en la lucha, es que la mayoría podía convencerse de la justeza del comunismo. El carácter táctico de este planteo es claro: si la amplia mayoría del proletariado sigue a los revolucionarios ¿Qué objeto puede tener un acuerdo con los reformistas? (Ver “Tesis sobre la táctica”, Los Cuatro Primeros Congresos de la Internacional Comunista, Tomo II, Ediciones Internacionales Sedov)

La pelea del Tercer Congreso fue dura. Lenin pensó incluso que podía quedar en minoría y evaluó la posibilidad de constituir su propia fracción junto al resto del “ala derecha” del Congreso (entre los que se destacaban Trotsky, Radek y Kamenev). La falta de experiencia política revolucionaria efectiva de la mayoría de la dirección de la IC era un problema dramático, fuera de los bolcheviques sólo existía un grupo dirigente experimentado en Alemania alrededor de Rosa Luxemburgo y había sido masacrado en el curso de 1919 y 1920.

Como habrán imaginado nuestros lectores, uno de los grupos más enconadamente adversarios de la táctica de la Internacional era el bordiguiano. La posición de Bordiga era realmente peligrosa y demostró ser trágica. Hizo varias concesiones formales a la Internacional que no tuvieron consecuencias prácticas, como en el asunto de la participación en las elecciones burguesas. Respecto al “frente único”, defendió que sólo podía implementarse en el terreno sindical de las reivindicaciones salariales, de condiciones laborales, etc. Pero era precisamente en Italia donde la táctica del frente único era una necesidad eminentemente política. La situación estaba cada vez más dominada por los ataques del fascismo a todas las organzaciones obreras, sindicales y políticas, junto a toda otra organización política que no fueran las propias bandas de Mussolini. La palizas, los asesinatos, los ataques a los locales por parte de las Camisas Negras eran cosa de todos los días. Y el “frente único sindical” implicaba no aceptar la defensa común ni con los socialistas ni con nadie. Los fascistas simplemente avanzaron casi sin resistencia.

El II Congreso del PC de 1922 definió inspirado por Bordiga, en el marco en que todas las organizaciones políticas no fascistas comenzaban a ser lisa y llanamente aplastadas, que la situación estaba polarizada entre los comunistas y todos los demás. Había, junto con la incorrecta concepción de partido, una completa incomprensión de la naturaleza del fascismo. Para Bordiga, era un enemigo de clase más, simplemente otra fuerza opuesta a la revolución. Socialdemocracia, democracia burguesa y fascismo eran básicamente lo mismo. Hasta los viejos “ordinovistas” sostenían esa definición. Según Terracini, el golpe de Estado de Mussolini había sido “una crisis ministerial un poco movida” y para Togliatti “El torvo tirano contra el que deberán levantarse (…) las multitudes, tendrá un solo aspecto y un triple nombre: Turati, don Sturzo y Mussolini”. (Guiseppe Fiori, “Vida de Antonio Gramsci”, ediciones Península, p. 191). Gramsci estaba nuevamente solo en su cordura. La polémica de 1921-22 es prácticamente igual, palabra por palabra, a los debates entre Trotsky y el ultraizquierdismo estalinista del “tercer período” de menos de una década después.

En 1926 diría Gramsci: “El fascismo, como movimiento de la reacción armada que se propone el objetivo de disgregar y desorganizar a la clase trabajadora para inmovilizarla, entra en el cuadro de la política tradicional de las clases dirigentes italianas, y en la lucha del capitalismo contra la clase obrera… Sin embargo, socialmente el fascismo encuentra su base social en la pequeña burguesía urbana y en una nueva burguesía agraria surgida de una transformación de la propiedad rural en algunas regiones…  A la táctica de los acuerdos y los compromisos, sustituye el propósito de realizar una unidad orgánica de todas las fuerzas de la burguesía en un solo organismo político bajo el control de una única central que debería dirigir conjuntamente el partido, el gobierno y el Estado…(Antonio Gramsci, “La situación italiana y las tareas del PCI”, marxists.org.ar, edición en español).

El fascismo era un fenómeno esencialmente nuevo que se caracterizó por la movilización de masas pequeño burguesas reaccionarias, organizadas militarmente, contra las organizaciones obreras que, una vez en el poder, no puede tolerar que sobrevivan. La liquidación completa de la democracia burguesa, junto a los brotes de democracia obrera en su seno, es su condición de existencia. En la mayoría de los países europeos (por una cuestión de correlación de fuerzas), las organizaciones obreras eran legalmente toleradas. El fascismo implicaba su completa liquidación. Esta es la nueva forma que adquirió la contrarrevolución burguesa y el Imperialismo en su lucha contra la revolución proletaria.

Las resoluciones ultraizquierdistas del Congreso del PCI de mayo de 1922 habían sido presentadas como “consultivas” hacia el IV Congreso de la Internacional (Noviembre de ese año) y, con esa consideración, Gramsci las dejó pasar para combatirlas en Moscú meses después. Así fue como el PCI lo eligió como su representante en el órgano máximo de dirección de la Internacional, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Ese mes dejaría Turín para dirigirse al que era el centro de la revolución internacional: la Moscú de la Rusia de los Soviets.

 

Gramsci entre bolcheviques: hacia la dirección del comunismo italiano

Ya desde la etapa de los Consejos de fábrica, como hemos dicho, Gramsci llamó la atención de los dirigentes de la Internacional. Su ingreso al Ejecutivo de la Comintern fue sin dudas de enorme importancia en su formación, ampliando la proyección de su labor de lo específicamente italiano al terreno de la acción política internacional. Los Cuadernos de la Cárcel estarían luego fuertemente impregnados de su trayectoria política, muchas de sus elaboraciones de alcance universal son generalizaciones del estudio de la vida política y la lucha de clases italianas. El concepto de “revolución pasiva” es analizado a partir del Resorgimento, el de “sociedad civil” (entre otras tantas veces) de la influencia clerical en la península, su análisis del rol de los intelectuales de las características de los intelectuales sardos, etc.

Desde esa ubicación y en contacto directo con los dirigentes rusos es que comenzó la pelea abierta con Bordiga. La ruptura sería en el IV Congreso de la IC en Moscú sobre dos puntos: el frente único y la fusión con los socialistas “terzinternazionalistas”. Finalmente, tiempo después de la fundación del PC, la tendencia Serrati había roto con los reformistas. La política de la mayoría fue la fusión entre el PC y los socialistas. En Moscú, con representaciones de ambas partes, comenzaron las discusiones de la fusión. No era una tarea sencilla, había oposición a constituir una sola organización tanto por izquierda como por derecha. El Congreso asignó a Bordiga la tarea de ser parte de la comisión de fusión, rol que rechazó sin dudar y fue reemplazado por Gramsci. La situación de ruptura abierta entre la Comintern y Bordiga sería una situación latente por varios años que tardó en consumarse.

Pero es interesante abordar también las opiniones de Gramsci sobre dos asuntos de extrema importancia internacional en esa etapa: la fallida Revolución alemana de 1923 y las disputas al interior de la dirección bolchevique, con la enfermedad y muerte de Lenin de por medio, alrededor de la creciente burocratización del Estado soviético. Ambos eran, en el fondo, un mismo y único problema, una misma pelea de Trotsky y la Oposición de izquierda contra la naciente burocracia estalinista; la segunda sobre la política interna de la URSS, la primera alrededor de la política internacional de la dirección del PC soviético y la IC.

La “crisis del Ruhr” de 1923 en Alemania fue el último flujo de la marea revolucionaria comenzada en 1917. Trotsky sostuvo que era necesario preparar el levantamiento mientras el ala de Zinoviev, sin defenderlo a la luz del día, trataba de evitar que se tome esa decisión. El resultado fue una insurrección a medias levantada prematuramente. Luego de este importante episodio, el capitalismo europeo alcanzó cierta estabilidad, crecieron las tendencias conciliadoras entre las masas (dándole nueva vida al reformismo) y se fortaleció la burocracia soviética con el repliegue de los obreros rusos de la ola de entusiasmo que había despertado la posibilidad cierta de la revolución alemana. La IC sufriría entonces dos duros golpes. El primero es obvio, el debilitamiento político global debido a la nueva situación. El segundo fue propinado desde la propia dirección en Moscú. Sería este un cambio definitivo en el régimen interno de la Internacional. De la derrota alemana de 1923, la mayoría de ese momento (Zinoviev y Bujarin, con Stalin maniobrando entre bastidores) hizo de la dirección alemana de Brandler un chivo expiatorio y la “destronó” con una decisión tomada desde arriba aprovechando su debilidad política. Bajo Lenin jamás se había tomado una decisión así, en general la dirección de la IC apelaba al debate franco y a la formación de las direcciones nacionales de los PC. Este método se convertiría en sistema en la Internacional estalinizada.

En este contexto de derrota se agudizaría la disputa al interior de la dirección del PC ruso. Los puntos en discusión eran, sintéticamente: el asunto del burocratismo y el régimen político, por un lado; la política económica, por el otro. Trotsky advertía que una de las fuentes de la nueva burocracia era el fortalecimiento de los campesinos enriquecidos (kulaks) al calor de la NEP (nueva política económica), que en el interior del país habrían logrando filtrar sus intereses en las filas de la dirección del Estado. La NEP significó relajar los controles estatales sobre la economía de los pequeños campesinos/pequeños propietarios después de la catastrófica situación dejada por la Guerra Civil. La Oposición de Izquierda advertía, años después y a pesar de que Trotsky había sido el primero en proponer la política de la NEP, que se estaba fortaleciendo a costa del proletariado una nueva burguesía agraria. La mayoría no sólo no hizo caso de esas advertencias sino que ahogó a la Oposición en la represión aliándose con los kulaks, que tendrían en el ala bujarinista sus representantes en el Estado y el partido.

Gramsci sostuvo posiciones distintas y ambivalentes. Si en 1924 parecía acordar con Trotsky en cuanto a los asuntos rusos pero no respecto a los acontecimientos alemanes, hacia 1926 se había alineado enteramente con la mayoría de la IC. En 1924 escribía:

“Por lo que hace a Rusia, yo he sabido siempre que en la topografía de las fracciones y tendencias, Radek, Trotski y Bujarin ocupaban una posición de izquierda, Zinoviev, Kamenev y Stalin una posición de derecha…

…Todo el mundo sabe que ya en 1905 Trotski pensaba que podía verificarse en Rusia una revolución socialista y obrera, mientras que los bolcheviques pensaban sólo en establecer una dictadura política del proletariado aliado con los campesinos, dictadura que sirviera de continente al desarrollo del capitalismo, sin tocar éste en su estructura económica. También es manifiesto que en noviembre de 1917, mientras Lenin, con la mayoría del partido, había pasado a la concepción de Trotski y pensaba ocupar no sólo el gobierno político, sino también el industrial, Zinoviev y Kamenev se mantuvieron en la opinión tradicional del partido, propugnaron el gobierno de coalición revolucionaria con los mencheviques y los socialrevolucionarios, salieron por esa razón del Comité Central del partido, publicaron declaraciones y artículos en periódicos no-bolcheviques y estuvieron muy cerca de llegar a la escisión… En la reciente polémica ocurrida en Rusia se aprecia que Trotski y la oposición en general, vista la prolongada ausencia de Lenin de la dirección del partido, temen seriamente una vuelta a la vieja mentalidad, la cual sería desastrosa para la revolución.” (“Carta a Togliatti, Terracini y otros”, febrero de 1924, Antología Ed. siglo XXI)

En la misma carta hace una evaluación de los acontecimientos alemanes en sintonía con la de Zinoviev. Defendió a Trotsky, no obstante, de toda responsabilidad en la derrota. Su posición era muy otra en 1926, ya de regreso en Italia:

“…Repetimos que nos impresiona que la posición de las oposiciones afecte al conjunto de la línea política del C.C., al corazón mismo de la doctrina leninista y de la actividad política de nuestro Partido de la Unión. Lo que se discute es el principio y la práctica de la hegemonía del proletariado, son las relaciones fundamentales de alianza entre obreros y campesinos lo que se pone en discusión y en peligro, es decir, los pilares del Estado Obrero y de la Revolución. Camaradas, no se ha visto jamás en la historia que una clase dominante, en su conjunto, tenga condiciones de existencia inferiores a las de ciertos elementos y estratos de la clase dominada y supeditada. La historia ha reservado esta inaudita contradicción al proletariado… Y sin embargo, el proletariado no puede convertirse en clase dominante si no supera con el sacrificio de los intereses corporativos esta contradicción, no puede mantener su hegemonía y su dictadura si, pese a haberse transformado en clase dominante, no sacrifica sus intereses inmediatos a los intereses generales y permanentes de la clase…” (“Carta al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética”, Octubre de 1926, ídem)

Hasta aquí, pareciera que Gramsci estaba enteramente alineado con el naciente estalinismo. Pero no es así:

Los camaradas Zinoviev, Trotsky y Kamenev han contribuido, vigorosamente a educarnos para la revolución, nos han corregido, en ocasiones, con energía y severidad; han sido nuestros maestros. A ellos especialmente nos dirigimos en tanto que principales responsables de la actual situación, porque queremos estar seguros de que la mayoría del C.C. de la URSS no se propone aplastarles en la lucha y está dispuesta a evitar medidas extremas. La unidad de nuestro partido hermano de Rusia es necesaria para el desarrollo y el triunfo de las fuerzas revolucionarias mundiales; para ello todo comunista e internacionalista debe estar dispuesto a hacer los máximos sacrificios. Los perjuicios causados por un error del Partido unido son fácilmente superables; los de una escisión o los de una prolongada situación de escisión latente pueden ser irreparables y mortales.” (ídem)

Mientras defendía la política económica oficial (que había lanzado la consigna: “campesinos! Enriqueceos!”), su máxima preocupación era que las disputas no deriven en una escisión. Para Gramsci, el mayor peligro era una ruptura definitiva entre las fracciones dirigidas por Trotsky y Stalin. No sólo eso. También rechazaba que se tomen medidas represivas contra la Oposición. A la luz de la historia, es completamente evidente la ingenuidad de semejante posición. Pero clasificarla como “estalinista” sería de un sectarismo anti-histórico incurable. La conformación del aparato estalinista, burocrático y autosuficiente, estaba en proceso y el que se convertiría en un incondicional de dicho aparato sería Togliatti, quien exigió infructuosamente a Gramsci un alineamiento sin reservas.

Mientras las derrotas de la revolución europea debilitaban a los PC y el peso político de sus direcciones nacionales; parecía crecer cada vez más el peso moral de la dirección rusa. La burocratización del régimen y del partido pasaba inadvertida para casi todos los militantes del comunismo, Gramsci incluido. No hay que perder de vista que la transformación de la Oposición de Izquierda en una fracción internacional (inicialmente se limitaba a Rusia) a partir de 1927-28 se hizo en gran medida con cuadros que años antes se habían alineado con las posiciones oficiales de la IC.

La toma de posición de Gramsci respecto a la política económica soviética estaba fuertemente impregnada de sus preocupaciones italianas. El balance que había sacado de la experiencia de 1920 era que, junto a la defección del PS, el gran límite del movimiento de los Consejos fabriles había sido la completa indiferencia campesina respecto al movimiento obrero. No era este un problema nuevo, la propia revolución rusa de 1905 había naufragado en gran medida por el mismo motivo. Esta cuestión sería una de las más importantes fuentes de reflexión hasta el final de su vida. De ella derivarían sus elaboraciones alrededor del concepto de “hegemonía”. El bordiguismo era completamente indiferente a la evolución política del campesinado (que era la mayoría de la población tanto en Italia como en Rusia), a la vez que teorizaba que cualquier política revolucionaria que se precie de tal debía tener siempre la táctica de la ofensiva, nunca del repliegue o la defensa. En el marco en que el aparato del estado soviético y del PCUS estaba cada vez más en manos de la mayoría, en que las posiciones de Trotsky tenían cada vez más dificultades para ser conocidas en todo su alcance, la asimilación artificial entre las posiciones de Trotsky y Bordiga fue sencilla.

La acusación de que las advertencias de la Oposición respecto a los kulaks eran en realidad una tendencia a dejar de lado la importancia de la alianza del proletariado con otras clases oprimidas, de que la teoría de la revolución permanente era idéntica a la “ofensiva permanente” bordiguiana, fue impuesta así al marxista sardo y a casi toda la IC. Es sabido que, por ejemplo, uno de los más importantes fundadores de la Cuarta Internacional, el estadounidense James Cannon, no conoció las posiciones reales de la Oposición hasta que llegó a sus manos la “Crítica del Programa de la Internacional Comunista” de Trotsky en 1928, infiltrada por una mano anónima entre los documentos oficiales de los delegados del VI Congreso de la IC. No hay que perder de vista que los triunfos políticos del estalinismo al interior de la IC no fueron simples maniobras de aparato, se debían también a que sus posiciones tenían el barniz de legitimidad de ser las del Gobierno de la Revolución de Octubre. Las derrotas de la revolución internacional y esa legitimidad le dieron una base a la burocrática podredumbre interna de la III Internacional.

En el V Congreso de la Comintern, celebrado en 1924 pocos meses después de la muerte de Lenin, se lanzó la consigna de la “bolchevización” de los PC. En la práctica, significó el comienzo del sistema de coronar y destituir a las direcciones de los diversos partidos (y luego de la propia Internacional) con una simple resolución burocrática hecha desde el Kremblin. Con el paso de los años, el resultado fue que la composición de las direcciones nacionales de los partidos dejó de responder a la necesidad de construir organismos que encabecen revoluciones para seleccionarse según su alineamiento incondicional al estalinismo.

Cuando este método aún estaba en pañales, consagró a Gramsci a la cabeza del PCI a costa de Bordiga. Insistimos en que no hay que ver estos acontecimientos de forma simplista. Antes de que la Internacional fuera dominada por el poder sin control de las oficinas, éstas no actuaron en el vacío, por simples órdenes firmadas. Si en Alemania la destitución de Brandler había sido efectivamente un acto de irresponsable despotismo burocrático, en Italia la dirección bordiguiana dejaba efectivamente de cumplir su rol de dirección. Los ataques del fascismo habían demembrado físicamente a la dirección italiana, el propio Bordiga fue preso en 1923 y su política había paralizado al partido. En el marco de los ataques fascistas, el bordiguismo había sumido al PC en un internismo feroz en el que sólo se polemizaba con las posiciones de otras alas del comunismo mientras todos sufrían una derrota tras otra. Su fuerza militante había decaído estrepitosamente. Si en 1921 el PC contaba con casi 60 mil miembros, en 1923 no pasaba de los 7 mil (datos de la Antología de Antonio Gramsci, Ed. siglo XXI). Gramsci, por su parte, se había convertido en una referencia para la militancia comunista tanto dentro como fuera de Italia. Había dejado de ser el brillante pero casi anónimo intelectual de 1920. En el difícil contexto que le tocó, la IC le encomendó la reconstrucción de una dirección en Italia, que volviera a tomar contacto con las organizaciones locales y las uniera a todas nuevamente en un mismo partido. Salió hacia Viena a fines de 1923 para hacerlo desde el exterior. Regresaría a Italia en 1924 imbuido de inmunidad parlamentaria formal. Había sido electo como diputado en las últimas elecciones bajo el fascismo con participación opositora.

 

Secretario General del Partido Comunista de Italia

Hay que hacer notar que la decadencia del PC era tan solo una parte de la aplastante derrota del movimiento obrero. Todas sus organizaciones, sindicales y políticas, pasaban por una crisis terminal. La política del fascismo de atomizar a la clase trabajadora en una masa informe, sin ningún tipo de organización propia, se encaminaba al triunfo. Sin embargo, el golpe de timón que significó la dirección gramsciana del PC logró sacarlo de la parálisis por algún tiempo. En dos años, bajo el fuego incesante de las violencias fascistas, el partido se recompuso parcialmente y logró atraer a decenas de miles de nuevos miembros. Con Gramsci a la cabeza es que el PC por primera vez superó en cantidad de miembros al PS.

Sin embargo, reseñando críticamente del período de Gramsci al frente del PCI, de esta época datan sus errores políticos más gruesos. La cosa es interesante por lo paradójica: luego de perder la dirección del Partido por una combinación de errores propios, golpes del fascismo y decisiones tomadas desde arriba por la IC; Bordiga tuvo por esos años sus mayores aciertos contra Gramsci. Opinamos que en la evaluación global de ambas tendencias, la gramsciana fue claramente la más acertada. De ella pueden aprender mucho aún los marxistas mientras que poco y nada podemos sacar del bordiguismo. Pero eso no modifica nuestras observaciones respecto a los debates de esos años. Mientras Gramsci estaba influenciado por la política de la dirección pos-leninista de la IC, tomando partido por el naciente estalinismo, Bordiga se alineó con Trotsky en algunas de las cuestiones fundamentales de Rusia y de la IC sin renunciar a su concepción globalmente equivocada del partido y de la táctica. Pasaremos ahora a hacer una evaluación sintética de esa etapa del PC haciendo una advertencia previa. No hay que sacar conclusiones apresuradas del alineamiento coyuntural de los dos comunistas italianos respecto a su alcance histórico. Del núcleo dirigente gramsciano, de su propio seno, surgirían las dos tendencias fundamentales del comunismo internacional en suelo italiano: la estalinista y la trotskista. Togliatti se transformaría en el dirigente estalinista por excelencia del PCI mientras Pietro Tresso sería el fundador de la Oposición de Izquierda trotskista italiana. Ambos habían sido “gramscianos”.

Respecto a la situación específicamente italiana, se caracterizó durante todos esos años, casi sin matiz, por el ascenso imparable del fascismo. Hubo un sólo paréntesis significativo que pudo haber torcido el curso de los acontecimientos, la llamada “crisis Matteotti”. En junio de 1924, el popular diputado socialista Giacomo Matteotti fue asesinado por las bandas fascistas. La indignación desatada fue tal que la base social propia del régimen de Mussolini, la pequeño burguesía, se apartó temporalmente del Gobierno dejándolo en cierta forma suspendido en el aire. Esta situación animó a las organizaciones obreras, que pudieron actuar impunemente en las calles durante algunos meses. La propias Camisas Negras estaban a la defensiva. La oposición parlamentaria en bloque se retiró del Parlamento constituyendo el “Aventino”. La táctica del PC y Gramsci fue proponer al Aventino convertirse en el “anti-parlamento”, una especie de autoridad política paralela. La propuesta fue rechazada por amplia mayoría. El Avetino se convirtió en un espacio de denuncias morales al fascismo que rechazó toda acción concreta. Los comunistas participaron de él hasta que la crisis se calmó. Decidieron entonces regresar al Parlamento oficial, con la derrota completa sobrevolando sobre sus cabezas. Con la lejanía de los acontecimientos, es difícil saber si la táctica del PC gramsciano frente a los acontecimientos fue correcta. Lo que sí está claro es que el Partido logró recomponerse, pasando de la pasividad sectaria a la acción. La base de esto era la ubicación correcta de que toda orientación debía ser defensiva frente al fascismo, peleando por la libertad básica de la existencia de las organizaciones obreras.

Una vez superada la crisis Matteotti, el descenso al infierno fascista no tuvo escalas. La represión ilegal pero estatal de las bandas paramilitares debilitaron hasta la asfixia al PC y todas las organizaciones de los trabajadores. Hubo dos acontecimientos en la vida política del PC y de Gramsci dignos de ser mencionados antes del triunfo definitivo de Mussolini. El primero no fue políticamente significativo pero es un acontecimiento histórico interesante y peculiar: El único discurso de Gramsci en el Parlamento fascista el 16 de mayo de 1925. Se trata de la única confrontación cara a cara entre Mussolini y Gramsci. La transcripción del discurso es particularmente curiosa, las actas dejan constancia del cruce de “chicanas” entre Gramsci, Mussolini y otros diputados fascistas. La sesión trataba sobre un proyecto de ley fascista que formalmente se había presentado contra la masonería, mientras Gramsci denunciaba que en los hechos su objetivo era poner de facto en la ilegalidad a las organizaciones obreras.

El segundo acontecimiento de cierta importancia fue el III Congreso del PC de Italia de 1926, cuyas sesiones se realizaron en la ciudad francesa de Lyon. Allí confrontaron abiertamente Gramsci y Bordiga por última vez. La correlación de fuerzas interna había cambiado categóricamente, Gramsci tuvo amplia mayoría entre los delegados. El resultado de ese Congreso sólo puede ser llamado contradictorio. Las posiciones de Bordiga fueron derrotadas y se impondrían la táctica y la concepción de partido gramscianas. Pero Gramsci sería responsable también del comienzo de la “estalinización” del PC. Se impuso por amplia mayoría la política pos-leninista de la IC. Entre sus tesis se apoyó la nefasta “bolchevización”, que implicó la liquidación burocrática de las disidencias internas. El triunfo gramsciano sería, de todos modos, muy efímero. Ese mismo año fue la ofensiva final de la reacción que puso en la ileagalidad completa al PC. Los restos de democracia fueron definitivamente barridos. El 8 de Noviembre Gramsci sería arrestado por la policía fascista. Esa fue la fecha del final de su actividad política abierta. Le esperaban largos años de presidio y, finalmente, la muerte. Pero desde las cárceles fascistas escribiría la obra que lo puso definitivamente en la lista de los más grandes teóricos de la historia del marxismo: los Cuadernos de la Cárcel.


1 Para los interesados en este período histórico de la lucha de clases italiana, está brillantemente teatralizado en la larga película europea “Novecento” del director Bernardo Bertolucci de 1976.

2 Es conocida la anécdota de que Parodi, durante las ocupaciones encabezadas por los Consejos de fábrica, fue el obrero que se sentó en el asiento de la oficina de Agnelli, cabeza del grupo FIAT y uno de los principales capitalistas italianos. Sus posiciones intransigentemente bordiguianas tenían una sola excepción: los Consejos de fábrica. Fue parte del Comité Central del PCI y se alinearía con Gramsci años después, sólo luego de que éste lograra constituir una tendencia política coherentemente organizada.

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