¿»Flexibilizar» el trabajo promueve el «desarrollo»?

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  • Lo último que ven tus derechos laborales antes de ser eliminados: discursos sobre “promover la generación de empleo”, “atraer inversiones” y “modernizar el país”.

Renzo Fabb

Hace más de 30 años, el periodista Bernardo Neustadt solía repetir que había dos palabras que habían hecho grande a Estados Unidos: «estás despedido». La frase es notable no sólo por su poder de síntesis en lo que respecta a lamerle las botas a varias capas de opresores simultáneamente.

Porque más allá de los cipayismos del caso -y con perdón del lector si le producimos una indigestión al traer a su recuerdo al infame personaje- la frase tiene la ventaja de que expresa de manera sintética la ideología que los capitalistas repiten desde hace décadas y décadas. A tal punto la repiten que incluso ha dejado huella en el vocabulario castellano, a través de una especie de palabra mágica que la burguesía invoca cada vez que está sedienta de más explotación: flexibilidad.

Lo flexible se opone, por supuesto, a lo rígido, y en la peculiar física que manejan los empresarios, lo rígido son los derechos laborales. Así, todos los días se pasean por los medios de comunicación, ya sea de manera directa o a través de sus voceros a sueldo (también llamados «economistas»), denunciando que la rigidez de la legislación laboral impide la inversión, la creación de empleo, y finalmente el desarrollo del país, como bien sabe cualquier persona que vive del trabajo ajeno.

Los trabajadores, en su ingenuidad, no se darían cuenta que las leyes laborales que los protegen, en realidad, los perjudican. Que ganar menos es conveniente, que trabajar más horas es lo más digno y que ser despedido fácilmente es la mejor manera de tener trabajo. Cuando uno controla todos los aparatos ideológicos de la sociedad a su favor, hasta eso puede instalarse como sentido común.

La clase capitalista es experta en presentar sus intereses privados como si fueran los intereses del conjunto de la sociedad. Pero ni siquiera los propios datos que construye ad hoc para sustentar su programa de mayor explotación sirven para sostener esa idea de que a mayor flexibilización laboral, mayor desarrollo del país.

Paraísos laborales (para los que no trabajan)

Un gran ejemplo de aquellos datos que se construyen para mostrar lo que ya desde un principio se buscaba justificar son los que otorga el Índice de libertad económica, un ranking de países que evalúa distintos criterios como el gasto público, la carga impositiva y la desregulación financiera para determinar qué países son más «libres» que otros.

De entrada, ya sabemos que de lo que se trata el índice es de la libertad de hacer negocios. No acordamos para nada con que ese sea un parámetro a seguir a la hora de caracterizar una política económica, pero utilizamos los datos justamente para rebatirlos en su propio terreno.

En efecto, uno de esos ítems que se evalúa es la Labor Freedom («Libertad laboral»), es decir la desregulación del mercado de trabajo. Según la ideología capitalista liberal, los países al tope de la libertad laboral deberían coincidir con los más desarrollados.

En ciertos casos, esto es así. Por ejemplo, Estados Unidos sería el tercer país con menor regulación laboral del mundo según este índice, y Nueva Zelanda el cuarto. Sólo son superados por Singapur (considerado por el FMI como un paraíso fiscal) y Brunei (un país muy pequeño que, dicho sea de paso, no suscribe a ninguno de los principales pactos internacionales sobre DD.HH., algo que, por supuesto, a los capitalistas no le interesa a la hora de evaluar el «desarrollo»).

Ahora bien, si seguimos viendo los países que se encuentran entre los primeros puestos de la desregulación laboral nos encontramos con Kazajistán, Namibia y Nigeria, que ocupan los puestos del quinto al séptimo respectivamente, superando a Australia. Luego siguen Uganda, Emiratos Árabes, Samoa, Bután y Kirguistán. Podríamos continuar, pero el punto que queremos mostrar ya está expuesto: no hay ninguna relación causal entre la flexibilización laboral y el desarrollo del país.

Esto también puede demostrarse por la negativa: Muchos países que son considerados unánimemente como «desarrollados» se encuentran en la parte más baja del cuadro, es decir, aplican políticas de fuerte regulación laboral. Por ejemplo, en la parte más baja del índice encontramos a países como Francia, Italia o Finlandia. En la zona media pero todavía inferior del ranking, Alemania tiene el mismo puntaje que Gabon y Noruega el mismo que Siria. Todos estos países son bastante superados por Haití y Camboya, dos de los países más pobres del mundo. Es decir que la «libertad laboral» nos dice poco y nada sobre el desarrollo del país.

Una alternativa más modesta sería acotar nuestras pretensiones y decir que, si bien no puede establecerse que la flexibilización laboral promueva el desarrollo, sí que contribuye a bajar el desempleo. Es un discurso que escuchamos frecuentemente: según empresarios y economistas, las leyes laborales y las regulaciones serían el principal impedimento para la creación de puestos de trabajo.

En otro artículo de este portal ya se ha mostrado que aquí tampoco los datos acompañan esta afirmación. Combinando este índice con datos de empleo del Banco Mundial, tenemos que Singapur, el lugar del mundo cuyas relaciones laborales están más desreguladas según el ya citado índice, en el porcentaje de ocupación se encuentra en el puesto 72. Brunèi, en el 117, y Estados Unidos en el 116.

Esclavitud del Siglo XXI

Podemos, todavía, llevar nuestro análisis más al extremo. Consideremos un momento las llamadas Zonas Económicas Especiales (ZEE), territorios definidos al interior de diversos países cuyo objetivo es atraer inversiones extranjeras, y para lograrlo prácticamente suspenden casi toda regulación económica: beneficios y exenciones impositivas, nulo control fiscal ni exigencia de transparencia, y como no podía ser de otra manera, relaciones laborales ultra-flexibilizadas como en ningún otro lugar del mundo.

Es decir, las ZEE son la cúspide de la explotación capitalista, y seguramente un ejemplo a seguir para las versiones más radicalizadas del liberalismo (como los tan en boga «libertarios»). Según sus preceptos, el casi anarco-capitalismo imperante en las ZEE debería constituir un paraíso de prosperidad económica, riqueza y trabajo para todos.

La realidad es mucho más decepcionante, por no decir brutal. Llamadas «maquilas» en Centroamérica, donde proliferaron especialmente, estos lugares son centros de esclavitud laboral en pleno Siglo XXI. El Salvador, Honduras y Nicaragua son algunos de los países donde se instalaron las maquilas, pero también son ampliamente utilizadas en China y Taiwán, así como en India y Bangladesh. No sólo no son países desarrollados ni mucho menos, sino que precisamente son aquellos especialmente conocidos por sus condiciones laborales inhumanas.

Se estima que existen unas 200 ZEE en todo el mundo, en su mayoría aprovechadas por grandes empresas multinacionales. En particular se destaca la industria textil, por ejemplo de las marcas de ropa más exclusivas del primero mundo, así como de las principales marcas de ropa deportiva. La indumentaria de los equipos de fútbol más famosos del mundo se confecciona en oscuros talleres en India o Bangladesh con jornadas laborales que en algunos casos superan las 16 horas diarias por salarios miserables.

En maquilas de Nicaragua se confeccionan la indumentaria oficial de los equipos de la NFL (la liga de fútbol americano estadounidense). Las supuestas bondades del libre mercado hacen que una camiseta de la NFL se venda por alrededor de 25 dólares en EE.UU., de los cuales se calcula que sólo unos 8 centavos corresponden al salario de la trabajadora o trabajador de la maquila.

En Shenzhen, el «Silicon Valley» chino, la planta de la empresa taiwanesa Foxconn (fabricante de marcas como Apple, HP y Dell) es conocida por contar en su a haber con decenas de suicidios de empleados por las extenuantes jornadas laborales a las que son sometidos. En el mejor de los casos, los obreros se duermen en sus puestos de trabajo. Esta situación llevó a la empresa a agregar una «cláusula anti suicidios» a sus contratos, donde se les prohíbe a sus empleados quitarse la vida y, en caso de hacerlo, la empresa queda desligada de toda responsabilidad sobre el hecho.

El caso argentino

En nuestro país, y a pesar del llanto mediático de economistas y empresarios acerca de que las leyes laborales son «anticuadas», lo cierto es que la precarización laboral viene en franco ascenso hace años. Apoyándose en las leyes flexibilizadoras del menemismo, el empresariado viene aplicando una política laboral que prioriza la modalidad de contratos precarios por sobre la de planta permanente. El Estado, en tanto empleador, no sólo no es la excepción, sino más bien la regla.

Y, como no podía ser de otra manera, el ascenso de la precarización laboral en Argentina no coincide ni se relaciona con la mejora de ningún índice social, sino todo lo contrario. El avance de la precarizaciòn ha redundado en un fuerte aumento de la pobreza, no tanto por desempleo como por los salarios de miseria.

Según el INDEC, el salario medio en nuestro país se ubica en torno a los $40.000, es decir, muy por debajo de la Canasta Básica familiar, que supera los $68.000. En anteriores notas también dábamos cuenta de que, además, actualmente el salario mínimo en dólares en Argentina es el más bajo de toda Latinoamérica, y que el porcentaje de participación de los salarios en los ingresos de las empresas viene reduciéndose. En el contexto inflacionario que atraviesa el país, el salario real es el más bajo en los últimos 18 años.

Con todos estos datos, aun así hay que aguantarse a economistas y políticos del sistema quejarse de los «costos laborales» en nuestro país. La hipocresía y el cinismo es gigante. Muy por el contrario, en lo que respecta al salario, el costo laboral no podría ser menor en nuestro país, y ni hablar si hablamos de empresas que tienen ingresos en dólares.

No obstante todo lo anterior, es cierto que en nuestro país subsisten conquistas importantes de la clase trabajadora, y por eso es tan furibunda la campaña de los capitalistas para intentar socavarlas. El más reciente intento tiene que ver con un proyecto de ley que propone eliminar las indemnizaciones por despido. ¿El argumento? el mismo discurso con olor a naftalina de siempre: «promover la generación de empleo», «atraer inversiones», «modernizar el país». Neustadt not dead.

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