Fascistas y «libertarios»: una historia de amor correspondido

Detrás de los griteríos sobre la “libertad” se esconde la voluntad de defender las peores formas de opresión de la sociedad capitalista.

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“No se puede negar que el fascismo y movimientos similares que pretenden establecer dictaduras están llenos de las mejores intenciones y que su intervención, por el momento, ha salvado la civilización europea. El mérito que el fascismo ha ganado para sí mismo seguirá vivo eternamente en la historia.”

Liberalismo (1927), Ludwig von Mises

El liberalismo supo ser un movimiento históricamente muy progresivo cuando su prédica por la libertad estuvo puesta al servicio de la lucha contra el despotismo feudal y monárquico. En esa, su época de esplendor, dio también gigantes del pensamiento: Locke, Smith, Ricardo, etc. Pero hace más de un siglo y medio que no es más que una caricatura de sí mismo, desde que su existencia tiene por único enemigo a la clase trabajadora, el socialismo y todas las formas de lucha contra la opresión capitalista. En el fárrago de esa decadencia se revuelcan como cerdos los miembros de la secta “libertaria”, los dogmáticos más ridículos de la decadencia del liberalismo.

Entre los representantes mediáticos y políticos del liberalismo se ha puesto en boga recientemente la estúpida afirmación de que el fascismo habría sido “de izquierda”, esencialmente antiliberal por haber impulsado una política de intervención estatal sobre la economía. El embrollo mental que logran instalar entre los ignorantes que tienen el mal gusto de tenerlos por referencia es tan mayúsculo que antes de ir a la historia real nos vemos obligados a emprender la penosa tarea de desenredar el nudo de afirmaciones ridículas que hacen a su madeja de prejuicios. Luego, podremos ir al grano: la defensa cerrada de los gobiernos fascistas que hizo el liberalismo en tiempo real.

En su dogmatismo cerrado, no son capaces de ver otro antagonismo que este: intervención estatal en la economía sí o no. “Derecha” sería entonces anti-intervencionista, “izquierda” la partidaria de la intervención del estado. Fin. Por supuesto que las cosas no son así. El concepto de izquierda y derecha surge en la revolución francesa con una línea divisoria mucho más realista: defensores del viejo orden sí o no. Entre los defensores del orden actual no hay sólo liberales: también revisten en ella las tradiciones reaccionarias del militarismo y los ejércitos, las monarquías en los países en los que aún existen, las diversas iglesias y religiones, los partidos políticos clásicos, etc. En suma: los defensores más descarados de las viejas clases dominantes. En la Francia de 1793 eran los defensores de los señores feudales, hoy de la burguesía.

No nos detengamos demasiado en la afirmación ignorante de que el “socialismo” y la “izquierda” sería la corriente defensora de la intervención estatal sobre la economía. Para quienes defiendan esa tesis simplemente les recomendaremos que agarren un libro, que no muerden.

Discutamos sí ese prejuicio liberal, arraigado ya como prejuicio popular incluso entre los “progresistas”, de que el capitalismo sería sinónimo de no intervención estatal sobre la economía. Para el surgimiento del capitalismo fue necesaria una muy activa participación del Estado. En los países periféricos para imponer a sangre y fuego la colonización que sería partera del mercado mundial y para arrasar con las viejas formas de propiedad y producción precapitalistas. En las metrópolis el estado también tendría un muy activo rol en la expansión capitalista: por ejemplo, con la protección de su propia industria cuando tuviera desventaja competitiva con otra potencia más avanzada. El proteccionismo comercial fue condición necesaria en el siglo XIX para el crecimiento de la industria alemana, francesa y norteamericana contra la hegemonía inglesa.

Despejadas algunas estupideces, vayamos al asunto: el fascismo. Las bandas de matones organizadas políticamente que pasó a la historia con ese nombre fue el último reducto de defensa de la propiedad capitalista contra la ola de alzamientos obreros socialistas inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial. El centro de su propaganda fue anticomunista y los liberales supieron agradecerles dándoles su apoyo e incluso participando activamente de su movimiento. A nadie se le ocurría en ese momento, ni siquiera a los más notorios liberales, que el centro del conflicto que atravesaba a Europa fuera entre Estado e “individuos”. La lucha era entre la clase obrera, de un lado, y la burguesía, del otro, junto a sus agentes; entre los que estaban tanto los liberales como los grupos de choque fascistas, que fueron el martillo de la burguesía sobre la cabeza del movimiento obrero.

En Italia en particular, el ascenso del fascismo fue una reacción al bienio rojo (que analizamos en este artículo sobre Gramsci) de parte de masas pequeño burguesas reaccionarias, veteranos de guerra cuya tradición militarista conservadora los hacía fervorosos anticomunistas, funcionarios políticos de la burguesía (entre los que se contaban los liberales) y, finalmente, la monarquía de Víctor Emanuel III. Esa pelea, resuelta a sangre y fuego, no era entre dos modelos abstractos de sociedad pensados desde la comodidad de un escritorio -así se imaginan los liberales los sistemas sociales- sino entre clases sociales con intereses opuestos. No se trataba de la llegada al mundo terrenal de las ideas puras del “comunismo” y el “corporativismo” fascista; las formas sociales y políticas son encarnaciones de los intereses y la organización de clases sociales… y los liberales defendieron a la suya parapetándose detrás del fascismo.

Entre los liberales que defendieron al ascendente fascismo como muro de contención contra el comunismo estuvieron, para poner ejemplos rápidos, ideólogos que hoy son unánimemente reivindicados por los liberales: Ludwig von Mises y los italianos Pareto e Einaudi. Contra la ignorancia autoinflingida, aún hoy hay liberales que defienden esa posición de manera descarada, aquellos que no tienen miedo de decir lo que realmente piensan, como podemos ver en este artículo.

Pareto simplemente se vio satisfecho con darle apoyo escrito y moral al ascenso de Mussolini. El caso de Mises, que (insistimos) es referencia generalizada de los liberales de hoy, es más grave: fue asesor personal del líder fascista austríaco Dollfuss e incluso afiliado del partido único de su breve régimen, el Vaterländische Front (o “Frente Patriótico”). El gobierno de Dollfuss se impuso luego de aplastar a sangre y fuego al movimiento obrero austríaco. ¡Rara fuerza de “izquierda” la que tiene entre sus asesores más importantes a un notorio liberal y asciende al poder como muralla antisocialista! Acá nos cuenta sobre eso uno de los más notorio discípulos de la escuela austríaca, que no tiene miedo de contar abiertamente sobre la colaboración de su maestro con un gobierno fascista.

También es falaz que el fascismo se haya caracterizado por una sistemática política de intervencionismo estatal sobre la economía. Sólo el régimen de Hitler tuvo esa característica desde el principio y el fascismo italiano sólo como recurso de economía de guerra. De hecho, la intervención estatal sobre la economía fue característica de todas las potencias que participaron de la Segunda Guerra Mundial. Si la sola intervención estatal sobre la economía es “socialista” entonces deberían afirmar que los Estados Unidos de Roosevelt, Truman y Eisenhower; la Gran Bretaña de Churchill y la Francia de Lebrun eran “de izquierda”.

La historia económica del fascismo es una cosa muy diferente a ese mito ignorante. Comencemos por Mussolini. Su ascenso al poder fue acompañado por el Partido Liberal Italiano en la fachada de elecciones de 1924, cuando dicha organización y el Partido Nacional Fascista (junto a los conservadores) concurrieron juntos a los comicios. El primer ministro de economía del nuevo gobierno fue el notorio economista liberal Alberto de’ Stefani, que aplicó de manera sumamente ortodoxa sus principios. Si entre 1919 y 1923 el porcentaje de gasto del estado sobre la renta nacional giraba en torno al 26%; en el período que va entre 1923 y 1927 dicho gasto era ya de alrededor del 17%. ¡Raro socialismo ese! A su vez, las primeras medidas económicas del gobierno fascista fueron la privatización absoluta de la seguridad social y la mayoría de las compañías telefónicas, se dio inicio a las concesiones privadas de las autopistas y la privatización total de la sociedad Ansaldo, inmensa empresa armamentística que hacía décadas estaba mayoritariamente en manos estatales. A su vez, aplicaron la clásica y muy conocida política antiinflacionaria de la restricción monetaria.

Respecto a Dollfuss y su régimen austro-fascista, digamos que los consejos de Mises no fueron palabras lanzadas al viento. Los dogmas “libertarios” austríacos fueron aplicados al pie de la letra. Dolfuss tomó todas y cada una de las medidas anti obreras que Mises recomendaba: la eliminación de los subsidios estatales a los desocupados, el recorte del gasto público y la rebaja de impuestos a los empresarios, la eliminación del poder de negociación de las organizaciones obreras sobre los salarios. Todo esto en plena época de la Gran Depresión. Por supuesto que cualquier lector no enceguecido por este dogma absurdo se dará cuenta de las consecuencias de esta política antes de que tengamos que contarlo. Ni el recorte de gastos e impuestos ayudó al crecimiento económico (que estaba en franco derrumbe), ni el ajuste a los salarios ayudó a paliar la desocupación (que rondó entre el 25 y el 30%), etc.

Por supuesto que estamos muy lejos de querer afirmar que ambas corrientes sean iguales o lo mismo. Ambas son, no obstante, manifestaciones extremas de la defensa de los intereses de la clase capitalista y, cuando se trata de enfrentar el socialismo, las fronteras entre uno y otro tienden a hacerse laxas y flexibles. Porque lo que los separa de la izquierda y los oprimidos no es una frontera, es una trinchera que gustosamente defienden codo a codo.

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