El rol contrarrevolucionario del estalinismo en Europa Oriental

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  • El estalinismo estrangula la revolución socialista incluso cuando se ve obligado a transformar las relaciones de propiedad; su carácter global, por tanto, es contrarrevolucionario. Por eso debe combatirse y aplastarse, y por eso Deutscher se equivoca cuando intenta establecer paralelos históricos entre Cromwell y Robespierre y el dictador del Kremlin.

George Breitman

Publicado originalmente en The Militant, Vol. 8, N° 45 – 7 de Noviembre de 1949. Título original: La falsa evaluación de Deutscher del Estalinismo


 

Después de registrar los principales crímenes del estalinismo, Isaac Deutscher llega a la conclusión en su Stalin: una biografía política, de que el estalinismo es fundamentalmente revolucionario y progresista, a pesar de sus políticas ruinosas, a pesar de los métodos tiránicos y represivos que utiliza contra los trabajadores en la URSS y en el extranjero. La semana pasada discutimos la falacia de la evaluación de Deutscher del papel del estalinismo dentro de la Unión Soviética: aquí continuamos con un examen de su interpretación de los eventos en Europa del Este desde 1945.

Para hacer frente a la crisis económica en la Unión Soviética después de la guerra, dice Deutscher, Stalin recurrió a dos métodos. Uno era el método «nacionalista», que consistía en saquear los países derrotados, desmantelar y trasladar fábricas, instituir el trabajo esclavo a gran escala, etc. El otro lo llama método «revolucionario», que consistía «en la ampliación de la economía base sobre la que iba a operar la economía planificada, en un vínculo económico entre Rusia y los países dentro de su órbita «. Para lograrlo, los estalinistas tuvieron que tomar el poder en esos países, aunque al mismo tiempo ayudaron a preservar intacto el sistema capitalista en los países más avanzados de Europa Occidental.

El nuevo concepto de Stalin

Al emplear el segundo método, continúa Deutscher, Stalin admitió tácitamente que «el socialismo en un solo país» era imposible y reivindicó la condena de Trotsky. Pero Deutscher no respalda completamente la vulgar distorsión, ahora ampliamente corriente, de que la expansión estalinista prueba que Stalin ha regresado al leninismo. Porque, aunque Stalin se vio obligado de hecho a repudiar su teoría básica, no volvió “a su punto de partida, a la concepción de la revolución mundial que había compartido una vez con Lenin y Trotsky [antes de 1924]. Ahora reemplazó su socialismo en un país por algo que podría denominarse ‘socialismo en una zona’.» (Como su predecesor, este nuevo concepto estalinista acepta e incluso fortalece el orden capitalista en el resto del mundo a cambio de que se le permita fortalecer su propia posición.)

De esta aseveración Deutscher pasa a una discusión sobre las «revoluciones» estalinistas. “El viejo bolchevismo (…) creía que el orden socialista resultaría de la experiencia original y la lucha de las clases trabajadoras en el exterior, que sería el acto más auténtico de su autodeterminación social y política. El viejo bolchevismo, en otras palabras, creía en la revolución desde abajo, como lo había sido el levantamiento de 1917. La revolución que Stalin llevó ahora a Europa central y oriental fue principalmente una revolución desde arriba» que fue decretada, inspirada y dirigida por los agentes políticos y militares de Stalin, aunque los trabajadores también participaron en un grado u otro. «Lo que tuvo lugar dentro de la órbita rusa fue, por lo tanto, semi conquista y semi revolución… es la combinación de conquista y revolución lo que hace a la esencia del ‘socialismo en una zona’».

Actos Anti Socialistas

Ahora bien, la estatificación de la propiedad en Europa del Este tiene ciertos rasgos progresistas, aunque es incompleta y se logra por medios burocráticos-militares. Pero simultáneamente con estas medidas, la burocracia actuó contra las masas, impidiéndoles tomar el poder en sus propias manos y llevar a cabo una auténtica revolución proletaria. Eventualmente la burocracia acabó por expulsar a las viejas clases dominantes, con las que no veía ninguna razón para seguir compartiendo los privilegios del poder. Pero desde el principio golpeó de la manera más brutal cualquier acción independiente de las masas, a las que temía más que a las viejas clases dominantes y a las que estaba decidido a mantener en una posición subordinada.

La actitud de los socialistas revolucionarios ante tales medidas fue expresada claramente por Trotsky al comienzo de la guerra, cuando las tropas de Stalin invadieron el este de Polonia: “El criterio político principal para nosotros no es la transformación de las relaciones de propiedad en esta u otra área, por más importantes que estas sean en sí mismas, sino más bien el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, el aumento de su capacidad para defender antiguas conquistas y realizar otras nuevas. Es desde este punto de vista decisivo que la política de Moscú, considerada en su conjunto, conserva por completo su carácter reaccionario y sigue siendo el principal obstáculo en el camino hacia la revolución mundial ”.

El punto de vista decisivo

El punto de vista decisivo, lo denominó Trotsky, porque no puede haber una transformación socialista de la sociedad a menos que las masas comprendan su necesidad y la lleven a cabo por sí mismas. La emancipación de los trabajadores es tarea de los trabajadores mismos; que nadie más puede hacerlo por ellos es la esencia misma de la revolución socialista. Es una tarea que pueden llevar a cabo sólo cuando están organizados en un partido revolucionario y en los soviets o alguno de sus equivalentes, expresando democráticamente su voluntad, pero todas estas organizaciones están prohibidas y reprimidas por los policías-burócratas estalinistas.

La expresión «revolución desde arriba» es contradictoria. Podemos concebir y ya hemos presenciado, como resultado de la continua degeneración del primer estado obrero, la transformación de las relaciones de propiedad bajo medidas burocráticas. Pero como estas medidas están dirigidas tanto contra las clases revolucionarias como contra las antiguas clases dominantes, un nombre más exacto sería «contrarrevolución desde arriba». Incluso cuando implican nuevas relaciones de propiedad, cambios que no ponen el poder en manos de la clase obrera, cambios en los que las masas son relegadas a un rol subsidiario, si no totalmente pasivo, son un aborto grotesco más que una expresión viva de la transformación socialista.

¿Paralelo histórico?

El estalinismo estrangula la revolución socialista incluso cuando se ve obligado a transformar las relaciones de propiedad; su carácter global, por tanto, es contrarrevolucionario. Por eso debe combatirse y aplastarse, y por eso Deutscher se equivoca cuando intenta establecer paralelos históricos entre Cromwell y Robespierre y el dictador del Kremlin.

Stalin es como ellos, dice Deutscher, al ser despótico y al ser “revolucionario, no en el sentido de que se ha mantenido fiel a todas las ideas originales de la revolución, sino porque ha puesto en práctica un principio fundamentalmente nuevo de organización social, que, sin importar lo que le suceda a él personalmente o incluso al régimen asociado con su nombre, seguramente sobrevivirá, fertilizará la experiencia humana y la cambiará en nuevas direcciones».

Ya hemos demostrado que el mérito del “nuevo principio de organización social” pertenece a la revolución de 1917 y no al estalinismo; que lo que hizo Stalin no fue ponerlo en práctica, sino alterarlo y distorsionarlo, debilitarlo y socavarlo, pervertirlo y explotarlo. Pero este es solo el comienzo de la interpretación errada de Deutscher …

Cromwell y Robespierre eran líderes pequeñoburgueses de la revolución burguesa de sus respectivos países. Representaban las tendencias históricamente progresistas del sistema capitalista, que entonces estaba llegando al poder. Pretendían defender los intereses del nuevo orden social, por medios violentos y dictatoriales, por un lado contra la antigua clase dominante, los aristócratas, y por otro lado contra los elementos plebeyos que habían sido los mejores luchadores de la revolución burguesa y que intentaron traspasar los límites de la sociedad capitalista.

La diferencia

Stalin, como hicieran Cromwell y Robespierre, aplastó al movimiento revolucionario de masas de izquierda; en ese sentido se puede construir una cierta analogía limitada. Pero cuando examinamos el contenido social de sus respectivos actos contra las masas, podemos ver que refuta más que confirma el intento de Deutscher de establecer un paralelo histórico. Porque Cromwell y Robespierre pudieron aplastar a los plebeyos que buscaban llevar la revolución más allá de los límites de la desigualdad capitalista, sin perjudicar decisivamente la nueva estructura revolucionaria (capitalista).

Pero la revolución social del siglo XX se diferencia de las revoluciones burguesas en este aspecto fundamental: es imposible sin el liderazgo, la iniciativa y la dirección creativa de la clase trabajadora. Cuando Stalin los suprime, socava el estado obrero degenerado de la Unión Soviética y prepara el camino para la restauración del capitalismo; y lo que es mucho más importante, evita la revolución socialista mundial.

Por lo tanto, Stalin no puede ser comparado con Cromwell y Robespierre porque, de conjunto, estos ayudaron a construir una sociedad nueva y progresista (aunque la debilitaron reprimiendo a las masas) mientras que el estalinismo, en todos los aspectos, impide y se opone a la construcción de una sociedad nueva y progresista; ellos (Cromwell y Robespierre) sirvieron a los intereses de la clase capitalista revolucionaria mientras Stalin subvierte los intereses de la clase trabajadora revolucionaria en beneficio de una casta burocrática parasitaria.

Es necesario subrayar una y otra vez la naturaleza contrarrevolucionaria del estalinismo porque muchas personas, en busca de una salida a la actual crisis mundial y carentes de otra alternativa hasta el momento, se ven impulsadas a volverse en la dirección del estalinismo. Libros como el de Deutscher deben ser combatidos sin descanso porque ayudan a mantener la ilusión de que el estalinismo, a pesar de sus «fallas», es un «mal menor» frente al capitalismo, y esta es la principal ilusión que desvía a la gente del movimiento socialista revolucionario, que es el único que ofrece un programa para el progreso social.


 

George Breitman fue un importante dirigente del SWP norteamericano durante varias décadas y responsable del semanario The Militant, órgano político de dicho partido durante largos años. Conocido entre las filas del llamado en su momento «trotskismo ortodoxo” y adversario firme de las deformaciones oportunistas del pensamiento de León Trotsky contenidas en la obra de Isaac Deutscher a quien consagró largos artículos de crítica a lo largo de varios años.

 

Traducción: Delfina Castellú para Izquierda Web

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