El marxismo como “ciencia viva”

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  • Crítica del capitalismo, balance de la burocratización y anotaciones metodológicas.

Roberto Saenz

Capítulo 3 de El marxismo de Marx y Engels. Versión actualizada, octubre 2020

Las condiciones biográficas de Marx y Engels se forjaron en el cruce entre dos revoluciones, la Revolución industrial y la Revolución francesa. Al mismo tiempo, todavía en ausencia de la revolución socialista. Sus vidas tienen ese conjunto de determinaciones. La clase obrera comienza a participar y va acumulando una creciente experiencia. Pero se trata de una experiencia históricamente limitada todavía, que tuvo, sin embargo, su punto más alto en la experiencia de la Comuna de París: la primera experiencia de poder proletario que comienza a esbozar un giro histórico que se consumaría unas décadas después.

La guerra civil en Francia es el texto que Marx dedica a la experiencia de la Comuna. Un texto menos intrincado si se quiere que El XVIII Brumario de Luís Bonaparte dedicado a la revolución de 1848, sencillamente porque la Comuna de París es ya el embrión de una revolución más definida, una revolución obrera, y no una revolución burguesa que se queda a mitad de camino.

Las revoluciones que ocurren en “cruces históricos” son más difíciles de analizar, más “híbridas”, que las que ocurren con un contenido de clase más definido. Y también es verdad que las contrarrevoluciones son de una complejidad mayúscula (ver los casos de la contrarrevolución estalinista y del fascismo1).

El texto de Marx sobre la experiencia de la Comuna de París está repleto de enseñanzas –Lenin se apoyará en él al escribir El Estado y la revolución–. Y no es para menos: se trató de la primera experiencia de dictadura proletaria en la historia: la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado; el proletariado organizado como clase dominante (Marx).

La guerra civil en Francia se la puede estudiar desde varios ángulos. Entre ellos uno que me apasiona que es el problema del derecho en la transición, tema que también aparece tratado en la Crítica al programa de Gotha, texto programático muy valioso donde se critica el programa de unificación entre marxistas y lasellanos en Alemania2.

El marxismo clásico atañe a nuestros fundamentos. Y en la medida que se trata de una crítica fundamentada, científica, basada en el estudio de las premisas reales, objetivas, materiales de la crítica al capitalismo, se lo dio en llamar “socialismo científico” (calificativo que venía desde antes de Marx y Engels3).

Sin embargo, hay que evitar caer en el error habitual de oponer el socialismo científico al socialismo utópico. Dicha afirmación está mal, es una vulgaridad, un reduccionismo. Porque es sabido que Marx y Engels reivindicaron muchos desarrollos del socialismo utópico, sobre todo sus aspectos críticos de la sociedad existente.

Luego de criticar que muchas de sus ideas parecían como sacadas de sus cabeza por lo débil que eran todavía las condiciones materiales en que desarrollaron la critica al sistema capitalista, Engels subraya que: “Nosotros (…) nos admiramos de los geniales gérmenes de ideas y de las ideas geniales que brotan por todas partes bajo esa envoltura de fantasía y que los filisteos son incapaces de ver” (Del socialismo utópico al científico).

Y luego hace una enumeración de las conquistas de los tres utópicos clásicos, Saint-Simon, Fourier y Owen: concebir la Revolución francesa como una lucha de clases entre la nobleza, la burguesía y los desposeídos, “(…) para el año 1802, un descubrimiento verdaderamente genial” afirma Engels. También subraya en él su planteo, de 1816, de que había que pasar en la transición socialista del gobierno de las personas a la administración de las cosas. En Fourier destaca a uno de los “satíricos más grandes de todos los tiempos” en su desnudamiento del verdadero carácter del capitalismo así como el primero que señala que “el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es la medida de la emancipación general”. Señala, también, que Fourier tiene trazos críticos sobre la idea de progreso en la historia, subrayando que “en la civilización la pobreza brota de la misma abundancia”. Y luego agrega Engels de su misma pluma: “Como se ve, Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Frente a los que se llenan la boca hablando de la ilimitada capacidad humana de perfección, pone de relieve, con igual dialéctica, que toda fase histórica tiene su vertiente ascencional, más también su ladera descendiente, y proyecta esta concepción sobre el futuro de la humanidad” una idea que, seguramente, Marx y Engels recogieron a partir del Manifiesto Comunista cuando plantearon la alternativa histórica del socialismo o la barbarie. Sobre Owen Engels destaca la experiencia práctica del intento de planificación económica, además de su compromiso con la clase trabajadora y su lugar de fundador de muchas de las primeras organizaciones obreras: “Las nuevas y gigantescas fuerzas productivas, que hasta allí sólo habían servido para que se enriqueciesen unos cuantos y para la esclavización de las masas, echaban, según Owen, las bases para una reconstrucción social y estaban llamadas a trabajar solamente, como propiedad colectiva de todos, para el bienestar colectivo” (Engels, ídem4).

Mandel se pronuncia en igual sentido en un texto de mucha riqueza acerca de Ernest Bloch: “Los socialistas utópicos prepararon, promovieron y aceleraron el pensamiento, la teoría, la ciencia y la práctica del movimiento obrero moderno, ampliando enormemente los horizontes de lo que se creía posible. Al hacerlo, también ampliaron el conocimiento de la propia realidad social, ya que dicho conocimiento requiere una actitud rigurosamente crítica hacia todo lo existente, todo lo cual debe considerarse transitorio. Y es precisamente la integración del análisis social de lo que aun no existe, en el punto en que este pasa de ser una deseo a una posibilidad real de futuro, lo que da a la crítica social un alcance mucho más amplio” (Mandel, ídem).

No es correcto que el marxismo sea “antiutópico”. Su “antiutopismo” se limita a cualquier representación absurda del mundo, no fundamentada científicamente, cualquier perspectiva carente de bases materiales, objetivas, reales.

Con la erudición que lo caracteriza, el marxista norteamericano Hal Draper explica que la connotación de “científico”, en el habla inglesa, es reduccionista en relación a la lengua alemana (se sabe que la tradición inglesa es crudamente empírica5). Subraya que si en la lengua inglesa a la ciencia se la reduce exclusivamente a las ciencias “duras”, naturales, en la lengua alemana se las aborda con mayor extensión como cualquier estudio crítico con premisas científicas en la realidad. Y es en este último sentido que Marx y Engels identificaban su socialismo científico: “La palabra alemana Wissenschaft significa conocimiento, esto es el estudioso que acumula conocimiento. Incluye la idea de ciencia, y tiende a ser traducida como ‘ciencia’. Pero bajo ningún concepto está limitada a las ciencias naturales; abarca todo cuerpo de conocimiento que un estudioso o un investigador investigue, mucho más ampliamente que los escritores ingleses tolerarían. En consecuencia, hoy como ayer, un buen diccionario definiría no sólo exakten Wissenschaften o Naturwissenschaft(en) sino también historische Wissenchaften e incluso shönen Wissenchaften (bellas letras)”6.

Los socialistas utópicos tenían una sensibilidad crítica sobre el capitalismo que Marx y Engels recogieron. No veían a la clase obrera como sujeto de su autoemancipación y divagaban muchas veces sobre el futuro. Sin embargo, Marx y Engels reivindicaban su capacidad de crítica, su capacidad de ver más allá de lo establecido7: “Lo que el marxismo aporta de novedoso es la docta spes (docta esperanza), la ciencia de la realidad, el saber activo orientado hacia la praxis transformadora del mundo y hacia el horizonte del porvenir. Contrariamente a las utopías abstractas del pasado –que se limitaban a oponer su imagen desiderativa al mundo existente-, el marxismo parte de las tendencias y de las posibilidades objetivas presentes en la realidad misma; es gracias a esta mediación real que él torna posible el advenimiento de la utopía concreta” (Michael Lowy, “Utopía y romanticismo revolucionario en Ernest Bloch”, Tendencias y latencias de un pensamiento).

Mandel definió a Bloch como uno de los principales filósofos marxistas del siglo veinte; un filósofo marxista que habiendo sido “compañero de ruta” de los regímenes burocráticos de segunda posguerra, terminó acusado de “revisionista” por las autoridades de la República Democrática Alemana abandonando el país cuando la erección del Muro de Berlín (1961).

Y Lowy afirma agudamente que Bloch es un marxista bastante heterodoxo, porque mientras que Marx se había “despedido” de la utopía y Engels preconizado el pasaje “de la utopía a la ciencia”, Bloch no había dudado en invertir este orden, sin que esto significara negar, lógicamente, la ciencia, sino por el contrario afirmando que el socialismo sólo puede cumplir su papel revolucionario mediante la unión inseparable de la “sobriedad” y la imaginación (algo idéntico afirmaría Lenin en el ¿Qué Hacer?).

Un elemento “utópico”, ideacional, debe estar presente en toda lucha en el sentido de una apreciación, así sea algo difusa, de potencialidades futuras. Potencialidades futuras que tienen sus fundamentos materiales, como está dicho, en las tendencias de la realidad y pueden realizarse materialmente en el horizonte de la lucha: “Marx tenía como premisa una apreciación de las posibilidades políticas del proyecto como una apuesta al futuro. Por esta razón se ha argumentado que el proyecto socialista tuvo, desde el inicio, una naturaleza utópica, y parece razonable reconocerlo, incluso si la crítica suena irritativa. No hay que confundir, sin embargo, con cualquier idea de predestinación o ‘inmanencias’. La incerteza y el riesgo siempre fueron inseparables del error (…) Cuando hay incerteza, un grado de utopía y aventura son inevitables. En definitiva, la presencia de la contrarrevolución define también los límites de la aventura. ¿Aventura? Sí, porque estos márgenes amplios de indeterminación encierran sorpresas y riesgos” (Valerio Arcary, “Marx, o incendiario”, 5/05/18, esquerdaonline).

Este aspecto es importante contra cualquier tentación reformista de naturalizar las condiciones existentes; creer que sólo existe este mundo y nada más. En este sentido, nos parece que en la correcta afirmación de Bensaïd sobre la importancia del presente para la política revolucionaria, cabe, quizás, un dejo oportunista en el sentido de que el “presentismo” tout court es peligroso. Si hace a las condiciones materiales de la lucha, es correcto. Pero si tiene que ver con un “allanarse” mecánicamente ante la realidad perdiendo de vista que lo que es podría ser distinto, es peligroso: significaría rendirse oportunistamente ante dicha “realidad” (Bensaïd expresa un cierto rechazo al elemento utópico que nos parece equivocado)8.

Aquí hay, quizás, un debate más profundo vinculado a la visión utópica, de “frontera”, hacia delante y la reivindicación de ciertas corrientes “románticas” que hacen autores como el propio Lowy, que acabamos de ver citando aprobatoriamente a Bloch, o el abordaje que suele hacerse de las Tesis sobre el concepto de la historia de Benjamin, cuya mirada es más bien hacia un paraíso perdido en el pasado, que hacia el futuro.

En todo caso, en este aspecto coincidimos con Ernest Bloch y su “principio esperanza” más que con cualquier visión romántica; nos sentimos más inclinados hacia el futuro que hacia el pasado, aunque sea correcto recoger conquistas y prácticas de los movimientos pasados, ancestrales de la humanidad, como lo hicieran Marx y Engels en su obra tardía, y con mucha profundidad, respecto de las sociedades previas a la escritura.

“Sueños que se sueñan despiertos” afirmaba Ernst Bloch por oposición a los sueños que soñamos mientras dormimos (o, más bien, al abordaje reaccionario del inconsciente por parte de Carl Jung). Y tenía razón, porque la inmensa mayoría de los explotados y oprimidos sueñan despiertos una posibilidad de mejoras (de emancipación). Y ese “sueño”, apoyado materialmente en el acicate que significan la explotación y la opresión, motiva a la lucha, motiva a la resistencia, motiva a la insurrección9.

Ernest Bloch explica con agudeza que, en general, los sueños que se sueñan despiertos son sueños de futuro, de mejores condiciones futuras, mientras que los sueños que soñamos dormidos, los “sueños del inconsciente”, son sueños sobre algún hecho del pasado, una mezcla informe de hechos ocurridos (aunque también suelen poseer deseos inconscientes o semi-conscientes).

En cualquier caso, la crítica justa que le hace a Jung, no a Freud, es que su criterio romántico-conservador lo llevaba a reivindicar la vuelta a lo más arcaico; a reivindicar los sueños hacia atrás y no hacia adelante: los “sueños de frontera de aspiraciones de futuro” que reivindica Bloch.

Hay, por lo tanto, toda una historia de “sueños que se sueñan despiertos” entre los explotados y oprimidos, dejando a salvo que el socialismo científico de Marx y Engels, aparece en el momento histórico en que la “utopía” puede transformarse en realidad; cuando aparecen las premisas materiales para salir de la prehistoria humana caracterizada por las relaciones de desigualdad y opresión y entrar en la verdadera historia donde la presión de la necesidad sea reducida al mínimo, el reino de la libertad: “No todos los productos ideales de nuestro cerebro conducen a la producción material real. No todos los proyectos mentales se realizan realmente. No toda esperanza anticipada se hace realidad. Solo se realizan aquellos proyectos (…) que cumplen las condiciones objetivas y subjetivas para su realización. No toda esperanza es una esperanza realmente posible. Bloch establece una clara distinción entre la esperanza realmente posible y el sueño ilusorio (…) lo realmente posible (…) solo está parcialmente predeterminado [preferimos la palabra condicionado que predeterminado, R.S.]. Esto se debe a que los humanos producen sus propias vidas de la misma manera que hacen su propia historia. La dimensión activa de nuestra especificidad antropológica [concientemente activa, R.S.] define, por lo tanto, un campo intermedio, una zona de transición entre lo que es material, social e históricamente imposible y lo que es material, social e históricamente posible. Este campo intermedio incluye todos los cambios de la naturaleza y la sociedad que ya son materialmente posibles, pero cuya realización depende de una cierta práctica humana concreta. Está práctica no emerge automática ni simultáneamente de la existencia de esa posibilidad material” (Mandel, “Hay que soñar: la anticipación y la esperanza como categorías del materialismo histórico”).

Esto admite otro desdoblamiento. El elemento científico hace a las bases materiales de la crítica; no tiene nada que ver con la pretendida “cientificidad a-valorativa” de Max Weber y consortes. En Marx y Engels el compromiso científico y el compromiso político van de la mano (“sólo conocemos lo que hacemos” en el sentido de que la praxis es el criterio de verdad más infalible).

El “científico” que desde una torre de marfil pretende analizar la realidad sin “mezclarse” con ella, sin “poner los pies en el barro”, que no da cuenta de sus tomas de posición como diciendo “soy un marciano que mira a los terrícolas”, sólo puede producir abstracciones más o menos esquemáticas o idealistas.

Max Weber era terrícola y todo su análisis se hace desde la posición de un burgués, un escéptico que no veía superación al horizonte capitalista. O que, en todo caso, en sus textos políticos ejercía una crítica romántico-conservadora al orden existente sin ningún efecto práctico, sin ninguna esperanza de superación del orden de cosas: “El paso del modelo formal de la burocracia a los análisis históricos y políticos de los procesos de burocratización significan también, para Max Weber, un cambio de perspectivas (…) Si en los textos científicos-sociológicos pone el acento en los aspectos positivos de la máquina burocrática (…) en los textos políticos hace aparecer la otra cara de la moneda, más realista: los engranajes de la máquina burocrática están desengrasados y producen disfuncionalidades, la burocracia se convierte en un fin en sí misma, sobrepasando su tarea meramente instrumental e imponiendo sus propias condiciones, etc.” (La máquina burocrática, José M. González García, 18310).

Su definición del capitalismo como “caja de acero” es aguda pero profundamente escéptica; se trataría de determinaciones de las cuales no habría forma de salir, insuperablesVarios autores destacan que, en realidad, el concepto de “caja de acero” no está colocado explícitamente en Weber, aunque otros subrayan que dicho concepto sí lo está, y multiplicado, cuando señala que la libertad humana habría quedado encerrada en una “caja de acero que se encuentra dentro de una concha de mar” (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, un texto brillante de Weber más allá de sus unilateralidades).

Optimismo y escepticismo son conceptos relativos. Ambos deben ser tomados críticamente. Porque no es correcto ni el escepticismo respecto de las posibilidades de transformación social, ni el optimismo ingenuo de creer que la lucha es fácil o que la lucha de clases tiene un y solo una perspectiva, el socialismo…

Sin embargo, aquí nos estamos refiriendo a toda cosa: a las potencialidades que entraña la lucha socialista, a la perspectivas reales de transformación social apoyadas en ciertas premisas materiales; en este sentido Marx era optimista así como porque confiaba en las potencialidades que anidan en la humanidad mientras que en Weber, su escepticismo, era funcional a su carácter burgués.

El marxismo revolucionario es optimista pero no ingenuo: se apoya en las potencialidades materiales y humanas de transformación social pero sabe que la alternativa histórica es dialéctica: socialismo o barbarie.

Pero dicho optimismo, dicha confianza en las fuerzas que anidan en la clase trabajadora, en los explotados y oprimidos, no da igual, puede hacer una diferencia, amén de que, además, y como señalamos arriba, es una crítica a todo “presentismo” en el sentido de adaptarse mecánicamente a las condiciones de la realidad: “Los malos revolucionarios son también aquellos que se han convertido en prisioneros de la realidad existente, que están tan absortos en la rutina diaria que pierden la comprensión, la premonición y la sensibilidad para dar un giro repentino, inesperado y radical a la relación de fuerzas y a la actividad de la clase revolucionaria. Esas personas han sacrificado la atenta mirada al futuro en aras al limitado ajetreo cotidiano acostumbrado (…), y por lo tanto se verán irremediablemente sorprendidos, superados y paralizados por las repentinas erupciones volcánicas de la lucha revolucionaria de masas. También en este sentido, el pleno conocimiento de la realidad no es posible sino se amplía el horizonte del futuro” (Mandel, ídem).

Volviendo al socialismo utópico, durante su emergencia (primeras décadas del siglo XIX), la clase obrera era todavía una realidad incipiente; no llegaba a ser una clase independiente. De ahí su utopismo y paternalismo en gran medida.

El concepto de “proletariado” era el heredado de la Revolución Francesa. Remitía no a la clase obrera moderna, sino a una suerte de “proletariado desarrapado” (el concepto de proletario viene del latín y significa aquel que no tiene nada salvo su familia, su prole). Un elemento artesano, cuentapropista, pequeño propietario, más propio de los sans culottes parisinos –literalmente los “sin calzones” por referencia al culote, la prenda que vestían los sectores acomodados de Francia; por el contrario, los sectores plebeyos usaban pantalones largos– que de una clase obrera moderna (Draper).

En la época del socialismo utópico no existía todavía la clase obrera moderna como tal. Con Marx y Engels ya había emergido la clase obrera industrial, aunque políticamente era todavía mayormente huérfana. Uno de los primeros movimientos políticos de la clase obrera, sino el primero, fue el cartismo inglés, un movimiento de masas que reivindicaba el derecho al voto de los hombres proletarios y que tuvo su apogeo en los años 1840.

Por lo demás, ya señalamos que las vidas de Marx y Engels se desarrollaron en el “tránsito histórico” entre dos revoluciones: la revolución burguesa, agotada ya, y la proletaria, todavía inactual desde el punto de vista histórico; entre el ya no más de la revolución burguesa y el todavía no de la revolución proletaria (Bensaïd).

Esta clase obrera que era todavía débil para proyectarse al poder, aunque protagonizaría una primera experiencia histórica extraordinaria en ese sentido como fue la Comuna de París (Francia es uno de los países revolucionarios por antonomasia, la tradición revolucionaria que resume es díficil de igualar: Revolución francesa, 1830, 1848, Comuna de París, huelga general de 1936, Mayo francés de 1968).

El marxismo revolucionario del siglo XX expresa ya la actualidad de la revolución socialista. Una actualidad que a pesar de todas las dificultades heredadas de las frustraciones del siglo pasado, está más vigente que nunca y tendrá nuevos desdoblamientos en el siglo que estamos transitando bajo el acicate material del capitalismo voraz que domina el mundo.

Sólo con ver la histórica rebelión que está en curso en los Estados Unidos, alcanza para entender lo que venimos señalando. Hemos entrado, definitivamente, en el siglo XXI, lo que puede apreciarse por todo un conjunto de problemas propios de este siglo.

Marx y Engels se desarrollaron en los intersticios de dos revoluciones de naturaleza histórica distinta: entre la revolución burguesa que estaba agotándose y la revolución proletaria que no terminaba de emerger aunque se esbozara ya heroicamente en la Comuna de París.

En materia biográfica les recomiendo leer a los jóvenes una obra clásica, educativa y accesible, el Marx y Engels de David Riazanov. Riazanov fue el principal marxólogo del bolchevismo. Muy celoso de su independencia, no provenía del bolchevismo. Entró al partido a mediados de 1917 en el mismo grupo que Trotsky: “David dit Riazanov fue una de las figuras más capacitadas, comprometidas y relevantes de los primeros tensos años de la historia soviética. Excéntrico, con una excepcional memoria, una personalidad volátil y romántica e imbuido de una capacidad de trabajo ilimitada. Un viejo amigo, Steklov, lo recuerda ‘leyendo siempre y en todo lugar: cuando caminaba, en compañía de otros, cenando’. Trotsky lo definía como ‘orgánicamente incapaz de cobardía, o de perogrullo’, añadiendo que ‘toda ostentación vistosa de lealtad le repugnaba’. Opositor frecuente de las posiciones de Lenin (él se consideraba un bolchevique no leninista) o del poderoso Stalin (a quien en plena campaña contra Trotsky interrumpió en un congreso con un ‘¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte” (Nicolás González Varela, “David Riazanov: humanista, editor de Marx y disidente rojo”, Rebelión, 26/03/1311).

Se decía que Riazanov podía viajar de Berlín a Londres para comprobar si existía una coma en una cita de Marx. Fue el fundador del Instituto Marx-Engels (IME), que se pondrá en funciones en diciembre de 1921. Un instituto que hizo historia en materia de marxología publicando muchas de las obras de Marx y Engels que estaban inéditas encarando el primer intento de publicar las obras completas de los fundadores del marxismo.

Riazanov fue la figura que estuvo por detrás de todo este trabajo creador que abarcará más de una década hasta que Stalin decidirá deponerlo de su puesto y pasarlo por las armas (no olvidemos que era un figura independiente).

Riazanov estuvo en contra de la toma del poder, lo mismo que Lunarchasky, otro erudito de gran cultura al frente de la educación y las artes en los primeros años de la revolución. Es un clásico que los intelectuales tout court son malos políticos: les falta el “cable a tierra” de la práctica revolucionaria.

No confundir, claro está, con los intelectuales revolucionarios, que al sumar su formación teórico-estratégica y su experiencia práctica en el terreno, suelen ser grandes marxistas, y cuyos modelos clásicos son Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, etc. (varios de ellos constructores partidarios).

Ser dirigente y “constructor partidario” da “cable a tierra”. Y si esto se une con una importante formación y un esfuerzo consciente en el terreno teórico-político, la “fuerza política” que se adquiere –la profundidad en el abordaje de las cuestiones– suele ser considerable.

Riazanov era un socialista revolucionario sano, intelectualmente honesto. Formaba filas entre esos marxólogos que afirmaban que no eran ni bolcheviques ni mencheviques, sólo marxistas… En los años ’30 Trotsky criticaría la posición de aquellos que llamaban a volver a Marx “sin sacarse las pantuflas; permaneciendo en su cuarto de estudio”. Es decir, salteándose la experiencia práctica del bolchevismo: un abordaje por fuera de la experiencia histórica real (se sobreentiende que la vuelta “impoluta” a Marx que planteaban tenía que ver con el intentar evitar “enchastrarse” en las experiencias y dilemas reales que habían enfrentado los bolcheviques, darle la espalda a una realidad que siempre es más rica y más compleja que la mera “doctrina”).

Los meramente eruditos no suelen ser buenos políticos. Con la erudición no alcanza; hace falta la prueba de la política revolucionaria (la prueba de la práctica que informa y enriquece al marxismo). Para ser un buen marxista hay que ser “buen político” por así decirlo (veamos sino los comentarios de Engels respecto de Marx, su afirmación de que este era infalible frente a los acontecimientos revolucionarios).

El marxismo es una ciencia viva. Se enriquece y adquiere “tersura dialéctica” en la experiencia. No puede ser una colección de citas muertas, “talmúdicas”. No es una biblia o algo que se tiene acopiado, de una vez y para siempre, en el bolsillo (Labriola). Se vivifica permanentemente con la experiencia en la realidad cambiante de la lucha de clases.

La política revolucionaria requiere del “cable a tierra” de la experiencia con las masas, algo que Trotsky destacaba en Lenin: su sensibilidad para “escuchar” a las masas a pesar de que pasó largas temporadas fuera de Rusia; conectar con sus sentimientos y necesidades más profundas y apremiantes.

Mantener el carácter revolucionario de un militante sólo puede hacerse en un vínculo cotidiano con una organización revolucionaria y con la lucha de clases: el vínculo cotidiano con la lucha de clases que otorga la pertenencia a una organización revolucionaria comprometida con las necesidades y las luchas de los explotados y oprimidos. El antídoto más eficaz para no dejarse seducir por las veleidades del sistema.


1 La contrarrevolución nazi-fascista fue un acontecimiento histórico complejísimo (incluso más complejo el nazismo que el fascismo). Sin embargo, en la medida que se trató de contrarrevoluciones burguesas se nutrieron de algunos rasgos comunes de la contrarrevolución y / o la reacción burguesa después de la Revolución Francesa. Simultáneamente, podríamos decir que la contrarrevolución estalinista fue de una complejidad mayor aun al ser un acontecimiento en el seno de un Estado obrero; un fenómeno sumamente original.

2 Eisnecheanos y lasellanos eran las dos vertientes del socialismo en Alemania hacia finales de los años ‘60 del siglo XIX. Si los marxistas cedieron a los lasalleanos en el programa, terminaron “copando” organizativamente el partido (algo que Marx criticaría). Luego de una primera etapa revolucionaria del nuevo partido bajo las leyes proscriptivas de Bismarck, vendría a partir de la década del ’90 una creciente adaptación a las instituciones burguesas, lo que terminará mellando el carácter revolucionario del partido (la burocratización de la socialdemocracia alemana es la otra gran historia clásica de burocratización del movimiento obrero junto con el estalinismo).

3 En las corrientes socialistas previas a Marx y Engels habían tendencias que se identificaban como “socialistas científicas” no tanto por su método de investigación materialista dialectico, sino como forma de afirmar su legitimidad (Draper).

4 Como siempre en Engels, su folleto Del socialismo utópico al socialismo científico así como su introducción de 1892 que lo amplía en enorme medida, es más brillante de lo que parece a primera vista.

5 Trotsky hace una muy buena semblanza de esto en A dónde va Inglaterra.

6 Por añadidura, esto nos sirve como para poner un ejemplo de la erudición de Draper y su puntillosidad marxológicaEn Marx intempestivo Daniel Bensaïd habla -en igual sentido- de la diferencia entre la idea reduccionista de ciencia en general, y el concepto crítico no positivista de Marx, de “ciencia alemana”.

7 Draper subraya que los que formalizaron “divagaciones sobre el futuro” fueron más bien los discípulos de los grandes utopistas y no ellos mismos.

8 En el mismo sentido de nuevo con Arcary: “Ser pacientes es comprender que la dinámica de la lucha de clases está condicionada por factores que van mucho más allá de nuestra voluntad, y que la urgencia de sus tiempos nos puede desgastar; la espera puede no ser breve. Es recoger en el corazón la idea de que el proyecto revolucionario es una apuesta que siempre se renueva, en cada lucha, en que depositamos nuestra esperanza estratégica” (“Cinco notas sobre la paciencia revolucionaria”, esquerdaonline, 13/06/20).

9 La contemporaneidad de este texto con la rebelión antirracista en los Estados Unidos nos hace recordar la famosa frase de Martin Luther King Junior en la marcha de los hombres blancos a Washington en agosto de 1963, “Yo tengo un sueño”.

10 Este texto de González García sobre los hermanos Weber y Kafka es un clásico sobre el análisis weberiano de la burocracia (fue publicado en España en 1987).

11 Lunarchasky llama a Riazanov “indiscutiblemente el hombre más culto de nuestro partido”. Riazanov era tan celoso de su independencia que el periodista revolucionario John Reed lo describía como un hombre-fracción:”‘a bitterly objecting minority of one” (González Varela).

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