Dogmatismo, posibilismo y marxismo en el siglo XXI

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Marcelo Yunes

Ser (buen) marxista en el siglo XXI –en realidad, en todas las épocas– implica una delicada combinación de temporalidades. Debe tener a la vez un firme anclaje en su contemporaneidad y una ubicación crítica respecto de ella. Necesita apoyarse sobre sólidos cimientos heredados de la tradición pasada y a la vez impedir que esa tradición se vuelva un lastre para comprender el presente. Examinemos más en detalle esta compleja imbricación de pasado, presente y futuro en la comprensión marxista de las tareas históricas del tiempo que nos toca vivir.

A primera vista, salvo las personas nostálgicas empedernidas y las utopistas fantasiosas, todas vivimos en nuestro presente. Como decía socarronamente Borges respecto de los escritores que se esforzaban por ser modernos, “es imposible no ser contemporáneo”, observación que admite cierto parentesco con la de Hegel de que “todos somos hijos de nuestro tiempo”. Sin embargo, las relaciones entre contemporaneidad, extemporaneidad y marxismo requieren de algunas vueltas de tuerca adicionales.

En todas las corrientes de pensamiento –aunque algunas alientan esta tendencia de manera más natural y orgánica que otras– hay quienes deliberadamente se empeñan en no ser contemporáneos. Esto es, en negarse a incorporar los elementos nuevos en las elaboraciones previas, modificándolas donde sea necesario. Si bien el marxismo, por definición y por “tradición epistemológica” –por así llamarla–, debiera ser de los menos proclives a esta actitud conservadora, pesa aquí la nefasta y amarga herencia del stalinismo, con su carga de esquematismo tosco y dogmatismo brutal.

En varias vertientes del trotskismo, que es para nosotros prácticamente la única versión actual del marxismo político, esta impronta se ha hecho sentir en muchos planos: desde la mirada rutinaria hacia el fenómeno de la globalización capitalista en los 90 hasta, de manera más preocupante –y más extendida–, en la comprensión y balance del contenido histórico del propio stalinismo.1 Por no hablar de actitudes sectarias o directamente ignorantes respecto de varios puntos de la agenda específica de las últimas décadas, como el cambio climático, el movimiento de mujeres y minorías sexuales y la automatización-robotización. El peligro aquí es sencillamente quedar por detrás (y por debajo) de los desafíos del presente, con lo que el carácter vanguardista –palabra que hay que pronunciar sin temor ni vacilación– del marxismo queda irremediablemente comprometido.

Ahora bien, ese peligro de no llegar a ser contemporáneos no es el único, y ni siquiera el mayor. Mucho más extendido es el peligro de ser demasiado contemporáneos, algo muy habitual en lo que se conoce ya más genéricamente como el campo de la “izquierda” (aunque no son pocas las corrientes vinculadas al trotskismo a las que también les cabe el sayo2). Sucede que el desbalance o peso excesivo del presente respecto de la herencia pasada y de la apuesta al cumplimiento de las tareas históricas –esto es, a futuro– conduce al desbarranque del marxismo en posibilismo.

En efecto: el marxismo presupone un equilibrio específico (siempre determinado, siempre concreto) entre los desarrollos del presente y las necesidades históricas a cumplimentar en el futuro. Si lo único que hay es adaptación a las condiciones del presente, sin poner en tensión ese presente –que está siempre por detrás de las tareas históricas– con lo que a ese presente le falta, no hay marxismo, no hay una acción consciente (en el doble sentido de deliberada y de síntesis de la experiencia y las tareas históricas) para encadenar los avances (limitados por definición) del presente con la meta socialista del futuro.

Sin introducir esa tensión, esa falta, esa carencia, en el presente, se encierra la estrategia política en la cárcel de las condiciones dadas, y se acomoda la táctica exclusivamente a lo existente. Pero, en términos hegelianos, no todo lo existente (wirklich) es real, esto es, racional, acorde con su concepto (Begriff). O, en lenguaje marxista, no todas las corrientes, desarrollos y modas del presente expresan el contenido profundo de la tarea histórica de superar el capitalismo con la revolución socialista (muchas veces, casi lo contrario, o sólo a través de numerosas y complejas mediaciones). El posmodernismo cultural y político ambiente no consiste en otra cosa, en el fondo, que en subirse y adaptarse de modo permanente a la moda permanente del presente permanente, porque el posmodernismo es, entre otras varias cosas, una actitud que descree de la posibilidad de construir otro futuro de manera consciente.3

La ubicación marxista, en cambio, obedece a la dialéctica del ser y el devenir, la tensión entre lo que es y lo que, en términos de la posibilidad (¡no necesidad absoluta!) de transformación histórica del orden social capitalista, debe ser. La captación del presente en su movimiento –el análisis marxista de la realidad– no conduce a una adaptación ciega a tendencias que tienen mucho de contingente y de “no esencial”, sino a una identificación de los mejores y más avanzados puntos de apoyo para la acción que haga progresar el desarrollo histórico, así como también de aquellas contradicciones o aspectos regresivos cuyos peligros hay que evitar.

De esta manera, y dado que no ser lo suficientemente contemporáneos supone deslizarse a la nostalgia reaccionaria, mientras que serlo en exceso conduce a la adaptación posibilista y posmoderna que pierde de vista las metas históricas, se desprende que ser marxista implica necesariamente al menos cierto grado de extemporaneidad. Pero atención, que ese estar “fuera” (ex) del presente sólo es fecundo a condición de que a) ese “fuera” sea un más allá del presente del orden social, no un imposible y romántico estadio anterior a él, y b) ese “más allá” opere como una guía para la acción política real sobre el presente para conducirlo en esa dirección, no como una estéril fantasía autoconsolatoria al estilo de las sectas milenaristas.

Finalmente, una palabra sobre lo que hemos llamado el marxismo político. Una de las tantas consecuencias del estado de desorden y crisis del capitalismo globalizado actual es un reverdecimiento de la tradición marxista también en el ámbito intelectual. Con todo lo positivo y bienvenido que esto resulta, es inevitable señalar que una concepción marxista integral no puede reducirse sólo a producciones académicas, por valiosas que fueren. Y esto no obedece a ningún sociologismo espurio o mal entendido, sino a la profunda razón de que el marxismo, aun siendo decididamente científico4, no puede dejar de incluir como uno de sus rasgos fundacionales y esenciales el combate político y la intervención en la arena social, en la lucha de clases real.

En este terreno, como en otros, talla asimismo el enfoque dialéctico marxista, integral (pero abierto, y abierto porque integral), de la realidad. En último análisis, un estudio marxista académico sobre la economía, la sociedad o la política del orden capitalista, si sólo se ciñe a una descripción –por certera que sea– de un estado de cosas, sin concluir de algún modo en un llamado a la acción, no es del todo marxista. Y no sólo porque se lleva de patadas con la famosa tesis XI de Marx sobre Feuerbach sobre la diferencia entre los (filósofos) que se limitan a interpretar el mundo y los (revolucionarios) que se dedican a transformarlo.

No es posible sortear dicha mengua con invocaciones genéricas a la lucha o al rechazo al orden capitalista. La acción política es siempre concreta, determinada, en condiciones específicas de relaciones de fuerzas entre los actores sociales, incluyendo el estado de organización y conciencia de los explotados y oprimidos. En este marco, las premisas para una intervención marxista en la realidad no pueden reemplazarse con llamamientos abstractos, sino que requieren de una organización específica dedicada a y preparada para la lucha de clases cotidiana.

Es la necesidad concreta de una organización de este tipo la que vuelve indispensable la forma de partido marxista militante. Ninguna otra forma organizativa conocida hasta hoy está en condiciones de abarcar la tarea integral de sintetizar las lecciones del pasado y del programa histórico, intervenir sobre el presente y mantener la mirada en preparar las condiciones del futuro.

Aprender del pasado. Actuar en el presente. Imaginar y confiar en el futuro. Sin nostalgia reaccionaria, sin posibilismo posmoderno, sin utopismo desprendido de los desarrollos reales. Tal es la posibilidad, y la necesidad, de los militantes marxistas: navegar entre esas temporalidades dándole a cada cual, en cada caso, su justo peso, sin perder la brújula histórica por el camino.

 


Notas

  1. En el primer caso, ha sido típica la actitud de la Liga Internacional de Trabajadores (LIT), orientada por el PSTU de Brasil; en cuanto a la subestimación del daño histórico infligido por el stalinismo a la causa de la revolución socialista, el ejemplo más palmario es el PTS argentino, últimamente difusor y/o tributario de algunas de las más pérfidas formas filosóficas de la Weltanschauung stalinista, como la de Louis Althusser.
  2. Es sobre todo en Europa y en organizaciones ligadas al Secretariado Unificado (conocido también tradicionalmente como “Cuarta Internacional”) que estos rasgos se hacen particularmente visibles. En América Latina, en cambio, más bien hace escuela la tendencia dogmática, salvo en ciertas corrientes abiertamente posibilistas del PSOL brasileño (en buena medida como reacción simétrica y unilateral al dogmatismo del PSTU, del cual provienen algunos de sus dirigentes).
  3. Dicho esto, es necesario aclarar que nada de lo anterior implica una recaída en visiones teleológicas de la historia, de stalinista memoria. Dedicaremos al tema un capítulo aparte, de modo que sólo adelantaremos aquí que para el marxismo no hay resultados ineluctables del devenir histórico. El optimismo ingenuo –u obtuso, más bien– y la certidumbre ciega en la “victoria final” son ajenos a la buena tradición marxista, que es la del pronóstico dicotómico de Rosa Luxemburg: “socialismo o barbarie” (no socialismo garantizado por la Historia con mayúscula). La historia está abierta; no está escrita en un sentido u otro, y su despliegue es el resultado de la acción de los sujetos sociales que componen la sociedad humana. Esa acción nunca es completamente consciente ni completamente inconsciente, y en esos grados diversos de “control” y de contingencia de la actividad de los sujetos –que pueden decidir el curso de épocas enteras– intervienen múltiples factores, incluido el azar (para darle ese nombre, como Borges, a nuestra ignorancia de ciertos insondables mecanismos de la causalidad).
  4. Más adelante terciaremos en el debate –que a veces semeja un diálogo de sordos– sobre el status epistemológico del marxismo y las relaciones de éste con la “ciencia burguesa”. A riesgo de ser brutalmente sumarios, adelantamos aquí que lo primero es despejar las falsas polémicas. Las posiciones “extremas” son conocidas: la cuasi positivista del “marxismo analítico” y otros de que el marxismo debe aspirar casi sin más a integrarse a la ciencia oficial, por un lado, y por el otro, el radical rechazo de Karl Korsch y parte de los Linkradikalen alemanes de los años 30 a establecer el menor punto de contacto entre el marxismo y la “ciencia burguesa”. Ambas posturas, así como la más reciente, de inspiración romántica, signada por una mixtura de recelo y rechazo al pensamiento científico –aun con todos los matices del caso–, nos parecen unilaterales y peligrosas. Pero, una vez más, es un tema que merece una elaboración específica, que desarrollaremos luego.

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