Colocar al partido a la cabeza del proceso histórico

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Roberto Saenz

Veamos para finalizar con lo que damos en llamar el “paralelogramo de fuerzas de la política revolucionaria”.

Lo concebimos como la capacidad de estar en el momento justo donde hay que estar. Se puede aprovechar hasta con organizaciones pequeñas. El paralelogramo de fuerzas es algo que inicialmente se constituye de manera objetiva, un conjunto de determinaciones que condensan objetivamente pero que hay que saber aprovechar para ponerse a la cabeza.

La figura del ‘paralelogramo de fuerzas’ nos fue sugerida por una carta de Engels a Joseph Bloch (1890). Engels colocaba dicho paralelogramo como producto de determinaciones puramente “objetivas”.

Sin embargo, a la cabeza de dicho “paralelogramo” se puede y debe colocar el partido para irrumpir en la historia, romper la inercia con el plus subjetivo que añade el partido: “(…) la historia se hace de tal modo que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las que surge una resultante –el acontecimiento histórico–“ (Engels, 21/22 de septiembre de 1890).

Como vemos, el paralelogramo arranca como una determinación objetiva. Pero si el partido, como elemento subjetivo, logra apreciarlo, podría ponerse a la cabeza influenciando en la situación.

Es del orden de la política, de la riqueza y creatividad de la política. Y tiene un plus: logra pasar en cierto modo por encima de las limitaciones materiales del propio partido y aprovechar la circunstancia; un plus que viene de la capacidad de hacer política, de la creatividad política, de estar en el momento justo donde hay que estar.

Una resultante que va más allá de nuestras fuerzas subjetivas, y es otra manera de entender el argumento de Trotsky cuando habla de la “creación de poder” que implica la política revolucionaria, el plus que puede y debe aportar el partido en la situación total.

Ese “paralelogramo de fuerzas” hay que saber aprovecharlo. Sólo cada tanto tiempo se crea un paralelogramo de fuerzas que puede ser aprovechado. Las circunstancias sólo en momentos muy específicos condensan de tal manera que dejan, incluso a pequeñas organizaciones, al frente de los desarrollos[1].

Por supuesto que cuanto más orgánica tenga el partido revolucionario, más se puede aprovechar la circunstancia, más “poder” se podrá crear (es decir: más serio, profundo y orgánico será el desafío al poder existente).

La mecánica es la misma en lo grande y lo pequeño, aunque las consecuencias, claro está, serán de diferente magnitud. Pensemos en el paralelogramo de fuerzas de la Revolución Rusa. La Revolución de Febrero no la creó el bolchevismo (aunque los obreros formados por Lenin hayan tenido determinado protagonismo, como decía Trotsky). La revolución campesina sustanciada a lo largo del año tampoco la creó el bolchevismo. Ni la revolución de las nacionalidades y la insubordinación en el ejército contra la guerra. Fueron un hecho; un producto de la explotación, la opresión y de la guerra.

Ni siquiera la levadura del levantamiento obrero lo generó el bolchevismo; se crearon en las condiciones dadas de repudio al zar y a las condiciones brutales de vida. Hay mil cosas que el bolchevismo no generó, que ocurrieron de manera objetiva.

Sin embargo, y esto es fundamental, lo que sí conquistó el bolchevismo fue la dirección del sector más concentrado de la clase obrera y, por intermedio de él, se colocó a la cabeza de este paralelogramo de fuerzas, de la revolución, como partido revolucionario histórico.

Se trata en el fondo de una cuestión del orden de la política, del orden de la estrategia, de la ciencia y el arte de la política revolucionaria.

Desde ya que esa capacidad política de dirigir debe tener una traducción al momento “físico”, militar del asunto: la insurrección, la guerra civil, la toma del poder, la conspiración.

Pero lo que queremos subrayar aquí es la capacidad de hacer política revolucionaria, colocarse a la cabeza del paralelogramo de fuerzas generado por todo un conjunto de circunstancias; apreciar sus determinaciones más profundas.

Tener la sensibilidad política de responder correctamente en los momentos donde se forma un paralelogramo de fuerzas, y la izquierda revolucionaria, haciendo política revolucionaria, lo aprovecha.

Se trata de la capacidad transformadora de la política revolucionaria, que se deduce de las correlaciones que se forman objetivamente y que el partido, con capacidad y sensibilidad política, las debe saber aprovechar convirtiéndose en una potencia (crear poder, mover montañas).

No es tan sencillo “ver” ese paralelogramo, hay que apreciar la posibilidad. Y esto es del orden de la “pura política”: hay que conquistar la capacidad de lograr buenas apreciaciones políticas, valorar los cambios de coyuntura, darse cuenta de los momentos donde los hechos políticos condensan en un punto.

Los paralelogramos de fuerza son universales, se generan cada tanto sobre todo en las sociedades que tienen una lucha de clases dinámica.

Sin embargo, tienen sus condiciones para la política revolucionaria. Primero, hay que tener partido para aprovecharlos. Segundo, los paralelogramos van haciéndose más críticos conforme la burguesía está peor (¡lo que redobla la necesidad de partido!).

Tercero, el arte del análisis, la formulación de la política, la comprensión de que el tiempo político es un tiempo sustantivo, no mecánico, no vacío. Esto se aprecia claramente en Trotsky: las coyunturas cambian.

Se trata de entender dichas coyunturas, aprender a hacer política revolucionaria, una cuestión que determina todo lo demás y es del orden de la cotidianeidad política.

Todos estos conceptos son del orden de la ciencia y arte de la política revolucionaria que, en el fondo, es otro curso. Porque lo que estamos viendo acá se “reduce”, básicamente, a las correlaciones entre guerra, política y partido revolucionario.

El tema de las temporalidades es muy complejo y muy rico. Hay superposición de temporalidades, de relaciones de fuerzas; hay “contratiempos”. Un período político es conservador o reaccionario, pero quizás el “contratiempo” sea progresivo, lo que requiere siempre de una apreciación concreta (ver a este respecto Ciencia y arte de la política revolucionaria).

La política revolucionaria jamás es del orden de lo mecánico, siempre es del orden de lo dialéctico. Siempre hay “contratiempos”, tiempos “alternativos”, puntos de apoyo para la acción.

Por eso la apreciación política no es fácil, requiere oficio, requiere vínculos con las masas, no puede ser de laboratorio, de probeta. Hay que pensar el presente como una temporalidad plena de posibilidades.

Clausewitz afirma algo profundo: «la estrategia es muy simple, lo difícil es sostenerla». Establecer los objetivos estratégicos es sencillo; después hay que conquistarlos.

El partido es un elemento conscientemente construido, el elemento consciente del paralelogramo de fuerzas. Como factor subjetivo, no puede crear las correlaciones más generales, pero sí puede aprovecharlas si existe. Si el partido no existe, no puede aprovecharlas y llevarlas más allá, colocarse como un “factor objetivo” en la cadena de los acontecimientos.

Ese plus que da el partido es una conquista del marxismo revolucionario del siglo XX, no del marxismo clásico de Marx y Engels.

Trotsky va y viene en sus consideraciones al respecto porque no es subjetivista. Afirma que lo que no hiciste hoy quizás mañana no lo puedas hacer. Es una reflexión profunda sobre la temporalidad en política. Es un problema del orden de la creatividad histórica, política; de la relaciones entre lucha de clases y partido.

En un momento determinado, si no se aprovechan las circunstancias, estas se vuelven en contra y se pasa el momento.

El problema del poder es un problema eminentemente de tiempo. El partido es un factor subjetivo que puede convertirse en objetivo y hasta la personalidad dirigente transformarse en un eslabón “objetivo” del proceso histórico: Lenin a la cabeza del partido bolchevique era irreemplazable para esa batalla.

El elemento más subjetivo, dadas las circunstancias, puede aspirar a cumplir un papel objetivo. El papel de la personalidad en la historia –el factor más subjetivo– puede ser inmenso y no romperse con el materialismo, si esa personalidad está en el momento justo, a la cabeza de un paralelogramo de fuerzas que incluye a un partido revolucionario con influencia de masas.

Esto lo traemos para transmitirles la inmensa riqueza del elemento creador de la política; la capacidad de apreciar esos momentos.


[1] En el caso de nuestro partido, los ejemplos de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001; la Carpa Roja; nuevamente el 14 y 18 de diciembre del 2017. No se trata de que dirigiéramos las acciones pero sí de que nuestro partido junto con otros de la izquierda, apareciéramos con nuestras banderas rojas en cierto modo como “referentes” de las jornadas.

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