¿Adiós al trabajo?

La propaganda de la amenaza del desempleo masivo: resulta más sencillo echarle la culpa a la nueva tecnología que a la patronal que la utiliza para echar.

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Dos economistas de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, se propusieron poner en números la profecías “tecnológicas” y analizaron el posible impacto del cambio tecnológico en un listado de 702 ocupaciones, desde podólogos a guías turísticos, entrenadores de animales, y asesores de finanzas. Concluyen que ”de acuerdo con nuestras estimaciones, aproximadamente el 47% del empleo total en los Estados Unidos está en riesgo. Además, proporcionamos evidencia de que los salarios y el logro educativo exhiben una fuerte relación negativa con la probabilidad de digitalización de una ocupación (…). En lugar de reducir la demanda de ocupaciones de ingresos medios, que ha sido el patrón en las últimas décadas, nuestro modelo predice que la informatización sustituirá principalmente a los empleos de baja calificación y de bajos salarios en el futuro cercano. Por el contrario, las ocupaciones de alta destreza y altos salarios son las menos susceptibles al capital informático”.

A pesar de cuestionamientos a la metodología del estudio, como los de Michel Husson, que determina el grado de automatización sobre 70 ocupaciones, previa consulta a “expertos”, para luego extrapolarlo a las 632 restantes de manera abusiva, éste ha sido la campana de largada a la propaganda de la amenaza del desempleo masivo: resulta más sencillo echarle la culpa a la nueva tecnología que a la patronal que la utiliza para echar.

Andrew Haldane, el economista jefe del Banco de Inglaterra, ha pronosticado que 15 millones de puestos de trabajo están en riesgo en el Reino Unido por la sofisticación creciente de los robots, que hacen tareas antes reservadas a los humanos. Administrativos, vendedores y tareas de producción son los que enfrentarían las mayores amenazas. Dividiendo los trabajos en baja media y alta posibilidad de automatización, casi un tercio de cada categoría se encontraría en riesgo. A tono con estos pronósticos, la página web de la BBC desarrolló un algoritmo que calcula la probabilidad de perder el trabajo en el Reino Unido por la automatización, en los próximos 20 años: para economistas como el propio Haldane sería de un 15%, y para un operario de maquinaria metalúrgica, un 87%; en el podio se encuentran los vendedores telefónicos y las secretarias legales, en los últimos lugares, los directores de hoteles y los inspectores escolares.

El Instituto Global McKinsey ha desarrollado su propio estudio en 2017 sobre 46 países que cubren el 90% del PBI mundial, centralizando en seis países (China, Alemania, India, Japón, México y Estados Unidos). Estima que 375 millones de trabajadores a nivel global (14% de la fuerza de trabajo mundial) necesitarán cambiar hacia nuevos trabajos y aprender nuevas habilidades.

No dejan de reconocer que el cambio no es inevitable: “Serán las elecciones sociales [eufemismo por la lucha de clases. MB] las que determinarán si esta transición será suave o si el desempleo y la desigualdad de ingresos subirán”. En un giro con respecto a las previsiones de Frey-Osborne, la melodía cambia de tono: ahora serían “muy pocos ocupaciones, menos del 5%, las que podrán ser totalmente automatizadas. Pero cerca del 60% pueden ser automatizables parcialmente (…). Una gran parte de esta historia es más cómo las ocupaciones cambiarán, en vez de perderse, en tanto las máquinas afecten sectores de ocupaciones”. Con gran entusiasmo, resaltan que cerca de la mitad de las actividades por las cuales se pagan salarios por 15 billones de dólares tienen el potencial de ser automatizadas, elevando el crecimiento de la productividad mundial de 0,8% a 1,4% anual. O sea que toda la perspectiva se sintetiza en ahorrar salarios y los que permanezcan ocupados produzcan más: nada nuevo bajo el sol.

Precisando un poco más esta posibilidad, reconocen que la introducción de la máquina depende de la “competencia con la mano de obra barata”. La automatización tendrá efectos de amplio espectro en todas partes y sectores. Aunque la automatización es un fenómeno global, cuatro economías (China, India, Japón y EEUU) representan un poco más de la mitad del total de salarios y casi dos tercios del número de empleados asociados con actividades que son automatizables si se adaptan las tecnologías probadas en la actualidad. China e India en su conjunto representan el mayor potencial de empleos automatizables (más de 700 millones de empleados equivalentes a tiempo completo) debido al tamaño relativo de sus fuerzas laborales, pero “las bajos salarios en algunos países en desarrollo pueden frenar su adopción”.

Sin embargo, esos bajos salarios no son privativos del Tercer Mundo, ya que por ejemplo “la cocina de un restaurante tiene un alto potencial de automatización, mayor al 75%, fundado en las tecnologías probadas de hoy, pero la decisión (…) tendrá que tener en cuenta los costos de los salarios de los cocineros, que ganan 11 dólares la hora en promedio en EEUU, y la gran cantidad de personas dispuestas a trabajar como cocineros por ese salario”.

¡Vaya novedad! El capital lo explicaba en el siglo XIX: “Los yanquis han inventado máquinas para picar piedras. Los ingleses no las emplean, ya que el ‘miserable’ que ejecuta ese trabajo recibe como pago una parte tan ínfima de su labor que la maquinaria encarecería la producción desde el punto de vista del capitalista. Para sirgar, etc., en los canales, en Inglaterra todavía hoy a veces se emplean mujeres en vez de caballos, porque el trabajo requerido para la producción de caballos y máquinas equivale a una cantidad matemáticamente dada, mientras que el necesario para mantener las mujeres integrantes de la población excedente está por debajo de todo cálculo. De ahí que en ninguna otra parte como en Inglaterra, el país de las máquinas, se vea un derroche tan desvergonzado de fuerza humana para ocupaciones miserables”.

El informe reconoce más adelante que “la automatización causará que un número considerable de trabajadores sea desplazado y podrá agravar la brecha que existe entre las habilidades y el empleo de los trabajadores calificados y no calificados. Especialmente para los trabajadores no calificados, este proceso podría deprimir sus salarios a menos que la demanda aumente. Sin embargo, visto desde una perspectiva de largo plazo, los cambios estructurales a gran escala en la historia (donde la tecnología ha causado pérdida de empleos) han sido acompañados por la creación de multitud de nuevos empleos, actividades y tipos de trabajo”.

Este costado “compensatorio”, sin embargo no es tampoco novedoso: “El trabajo adicional podría ser creado por inversión en edificios e infraestructura, energía renovable y ‘mercantilización’ de tareas domésticas previamente impagas: lo último podría afectar de 50 a 90 millones de puestos de trabajo en ocupaciones como limpieza, cocina, jardinería, cuidado de niños”.

Si así fuese, pasarían las revoluciones industriales y seguiría sonando la misma música para la clase trabajadora. Volvamos a El capital: “Finalmente, el extraordinario aumento de fuerza productiva en las esferas de la gran industria (…) permite emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera, y ante todo reproducir de esta manera, y en escala cada vez más masiva, a los antiguos esclavos familiares, bajo el nombre de ‘clases domésticas’, como criados, doncellas, lacayos, etc. Según el censo de 1861, restan, en números redondos, 8 millones de personas que de alguna manera desempeñan funciones en la producción, el comercio, las finanzas, de las cuales entran en la categoría de clases domésticas 1.208.648 personas.

“Si sumamos el número de todas las personas ocupadas en la totalidad de las fábricas textiles al del personal de las minas de carbón y de metales, obtendremos como resultado 1.208.442; y si a los primeros les sumamos el personal de todas las plantas metalúrgicas y manufacturas de metales, el total será de 1.039.605; en ambos casos, pues, un guarismo menor que el número de los esclavos domésticos modernos. ¡Qué edificante resultado de la maquinaria explotada de manera capitalista!”

En la actualidad, Corea del Sur, el país con mayor densidad de robots del mundo, tiene la jornada laboral más larga de los países desarrollados, según la OCDE. Acaba de sancionar una ley para disminuir la semana de trabajo de 68 a 52 horas, a pesar de la oposición patronal. Según la misma OCDE, el promedio de horas trabajadas por trabajador por año en Corea del Sur de 2.069 horas, una de las más altas del mundo. Japón, otro de los líderes en robótica, tiene una palabra que expresa la muerte por exceso de trabajo: karoshi; no hay límite máximo de horas semanales ni de horas extras. En el año fiscal 2015-2016 el gobierno registró 1.456 casos de karoshi. ¡Qué edificante resultado de los robots explotados de manera capitalista!

Ante tantos fuegos artificiales, David Autor se pregunta provocativamente: ¿por qué todavía hay tantos empleos? En su ensayo, identifica las razones por las cuales la automatización no lo ha eliminado a lo largo de décadas y centurias. “Claramente, los dos siglos pasados de automatización y progreso tecnológico no han vuelto obsoleto al trabajo humano: la relación empleo/población aumentó durante el siglo XX. En 1990, el 41% de la fuerza de trabajo de EEUU trabajaba en la agricultura; para 2000, esa proporción había caído al 2%, principalmente por la introducción de un amplio rango de tecnologías que incluyen maquinaria automatizada. Dado el éxito de las tecnologías en ahorro laboral, y que además se siguen inventando tecnologías ahorradoras de trabajo ¿no debería sorprendernos que el cambio tecnológico no haya eliminado ya el empleo para la gran mayoría de trabajadores?”

Autor diferencia entre tareas y empleos: “Aunque algunas de las tareas efectuadas por los empleos medianamente calificados están expuestas a la automatización, muchos de ellos continuarán movilizando un conjunto de tareas que comprenden el conjunto del espectro de las calificaciones (…). La mayoría de los procesos de trabajo se basan en un conjunto multifacético de insumos: cerebros y músculos, creatividad y repetición, dominio técnico y juicio intuitivo, transpiración e inspiración”, tareas en que la máquina no puede reemplazar al humano en su totalidad.

Como muchos economistas, trae el ejemplo de los cajeros automáticos, introducidos en la década del 70 y que se cuadruplicaron de 100.000 a 400.000 entre 1995 y 2010. “Uno podría asumir que las máquinas han eliminado a los cajeros de banco en ese intervalo, pero su número creció de 500.000 a 550.000 de 1980 a 2010. Actuaron para este fenómeno dos fuerzas opuestas: al reducir el costo de operar las sucursales bancarias, se incrementó la demanda de cajeros, el número de cajeros por banco cayó más de un tercio, pero el número de sucursales bancarias creció más del 40%, y además, a medida que se retiraba la tarea de manejo de efectivo, se incrementaba la tarea de relaciones con los clientes, ventas y nuevos servicios”.

Autor toma el recaudo de alertar que el ejemplo no debería ser tomado como paradigmático: el cambio tecnológico no es necesariamente creador de empleo, y reconoce que “la automatización puede crear desafíos distributivos que invitan una amplia respuesta política: la inversión en capital humano debe ser el corazón de cualquier estrategia a largo plazo para producir habilidades” para evitar ser sustituidos por el cambio tecnológico. Como tantos que rechazan el marxismo, los aportes parciales que realiza no le permiten superar un horizonte de reformas idealistas al capitalismo, combatiendo la “mala gobernanza” con “impuestos al capital apropiado”: no hay relaciones sociales de producción con clases sociales antagónicas, sino una serie de circunstancias y hechos que interactúan afectando el mercado laboral, como “la deslocalización y la globalización de las cadenas de producción, la disminución de la penetración sindical, la caída del salario real, cambios en las políticas tributarias”, sin poder dar cuenta de las causas más profundas de dichos cambios. Autor no alcanza a entrever el concepto de “ejército de reserva” que simultáneamente expulsa e ingresa trabajadores al proceso productivo, de acuerdo a sus necesidades.

Martin Upchurch (2016) nos recuerda otros ejemplos de casos opuestos a los cajeros: el caso de los estibadores y la tecnología de contenedores que los dejó sin trabajo. Antes, los buques pasaban casi la mitad de su tiempo en el muelle, y los sacos y paletas que contenían las mercancías se sacaban del barco con una grúa y se enganchaban a la orilla mediante estibadores individuales. El uso de contenedores permitió el tránsito masivo a través de plataformas aéreas, el almacenamiento en tierra de mercancías y la carga directa a camiones. Como resultado de estos cambios, muchos puertos pequeños se cerraron y el trabajo se desplazó hacia el mar desde las entradas de los ríos, hacia aguas más profundas. El número de estibadores en los distritos portuarios de East London, por ejemplo, disminuyó en 150.000 en un período de diez años entre 1966 y 1976.

Otro ejemplo del impacto de la introducción de la nueva tecnología vino en los “viejos” medios en la década del 80, cuando la composición de metal caliente y tipográfica fue reemplazada por la entrada digital basada en computadora. El gran enfrentamiento de un año entre los trabajadores de imprenta y News International de Rupert Murdoch en East London fue precedido por el ataque de Eddy Shah en su grupo de periódicos Stockport Messenger en 1983, cuando cerró sus plantas y más tarde pasó a fundar un nuevo periódico, Today, producido por computadora.

La disputa de Rupert Murdoch contra los sindicatos de imprenta tradicionales provocó que unos 5.500 hombres y mujeres fueran despedidos por los planes de cambiar la producción de periódicos (de The TimesThe Sun y News of the World) a la nueva planta en los muelles del East End de Londres, que estaba completamente diseñada para usar tecnología.

Más acá, en su intervención en la “Cumbre del Crecimiento” titulada “El futuro del trabajo”, el canadiense Mark Carney, director del Banco de Inglaterra, expuso su ¿preocupación?: “Los beneficios, desde la perspectiva de un trabajador, desde la primera revolución industrial, que comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII, no se sintieron plenamente en la productividad y los salarios hasta la segunda mitad del siglo XIX. Si cambias plataformas por máquinas textiles, máquinas que aprenden solas por máquinas de vapor y Twitter por el telégrafo, tienes la misma dinámica que existía hace 150 años (exactamente 170) cuando Marx redactó el Manifiesto Comunista”. Así que de nuevo “Marx y Engels pueden volver a ser relevantes” dado el nuevo “sesgo del capital”, la baja del salario real (en el Reino Unido y EEUU) no sólo en relación con el incremento de la productividad sino absoluta, por lo que han sufrido la mayor caída “desde la década de 1860”. Además, el impacto de la tecnología reduce la participación global de la fuerza de trabajo y la polariza, con una asombrosa desigualdad en la distribución de la riqueza, y como corolario crecen los trabajos con tareas en riesgo de automatización, con pronósticos diversos para 2030 (Frey-Osborne y Mc Kinsey 50%, Haldane 30%, Arntz 9%).

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