Silicon Valley y la explotación capitalista

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  • Lo que se esconde detrás de las grandes fortunas de los empresarios de las nuevas tecnologías como Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates, no es el premio de un trabajo duro individual, sino las peores versiones del capitalismo esclavista del siglo XXI.

Julian M.

Desde hace ya un tiempo se ha venido instalando un relato que sostiene que ciertos empresarios vinculados al desarrollo de tecnología de punta deberían su fortuna a sus características personales excepcionales, como su supuesta inteligencia y conocimientos científicos, su astucia comercial o su audaz apuesta por la innovación tecnológica. Esta concepción no es nueva, sino que podemos rastrearla hasta los orígenes de la computación moderna, de la mano de personajes célebres como Bill Gates o Steve Jobs, quienes según este relato habrían revolucionado el mundo desde sus modestos orígenes con la tecnología que diseñaron y pusieron en circulación, resultándoles en ganancias millonarias.

Esta idea meritocrática se ha llegado a conocer desde los 90 como la ideología californiana, oriunda de Silicon Valley. Pero sus premisas se ven puestas en duda cada vez que sale a la luz una denuncia como la que recientemente ha llevado a cabo un grupo de familias congolesas contra los gigantes de la industria tecnológica, acusándolos de construir sus imperios en base a todo tipo de crímenes contra los DDHH, como la esclavitud infantil en las minas de cobalto de la República Democrática del Congo. Detrás de la ideología californiana y del utopismo tecnológico que promueve Silicon Valley y empresarios famosos como Elon Musk, se esconde una realidad brutal típica de la barbarie del capitalismo.

Silicon Valley y la ideología californiana

A fin de desmontar este mito, debemos explicar brevemente a qué nos referimos con estos términos. La ideología californiana es un término acuñado en 1995 por los académicos ingleses Richard Barbrook y Andy Cameron para describir la forma de pensar impulsada por los capitalistas de la tecnología de la información de Silicon Valley, la cual combina elementos de la bohemia hippie de los 60 con un optimismo tecnológico unilateral, así como también adopta en gran parte el individualismo radical de la “filósofa” ultra reaccionaria Ayn Rand, enemiga declarada del socialismo y cualquier forma básica de solidaridad. El contexto histórico de su surgimiento fue (como no podía ser de otra manera) el neoliberalismo de la década del 90’, el festejo burgués por la caída del “socialismo” y el “Fin de la Historia” decretado por los intelectuales a sueldo de los capitalistas.

Esta ideología sostiene que la riqueza no es producida por el trabajo humano sino a través del del “conocimiento” y la “información”.

Los apologistas de la “economía del conocimiento” creen que estamos avanzando hacia una sociedad post-industrial donde la información y el conocimiento son fuentes de enriquecimiento empresarial independientes, diferenciándose así de un sistema de producción en masa de bienes materiales.

A esto se le suma el ascenso reciente de las redes sociales donde empresas como la capitaneada por Mark Zuckerberg apuestan a monopolizar el acceso e intercambio de mercancías y conocimientos. No es de extrañar que personajes como Elon Musk se valgan de plataformas como Twitter para seducir con sus comentarios carismáticos a una juventud desorientada, atomizada y propensa a creer en recetas económicas liberaloides que la saquen de su situación. Si el dueño de Tesla devino la persona más rica del mundo haciéndose desde abajo, ¿por qué ellos no?

Sin embargo, a pesar de las innegables innovaciones y el salto tecnológico digital de las últimas décadas, la fuente del enriquecimiento de los capitalistas sigue teniendo una única fuente: la explotación del trabajo humano.

Para empezar, muchos de los nombres emblemas de las empresas de las nuevas tecnologías (como Steve Jobs) monopolizaron con el sistema de patentes ideas e innovaciones de las que muchas veces apenas si participaron, que fueron una creación colectiva de decenas de investigadores.

En segundo lugar, las nuevas “ideas” no se transforman en capital (y por lo tanto, en fuente de enriquecimiento) hasta que no son puestas en relación con el trabajo humano y el intercambio de mercancías.

Con esta ideología, los apologistas del capital intentan presentar a la clase capitalista entera como inventores e innovadores que se hacen ricos por sus aportes a la humanidad. Para empezar, la mayoría de los capitalistas se llenan los bolsillos con sus negocios en ramas ya desarrolladas hace mucho tiempo: comercio, petróleo, alimentos, etc. Las innovaciones técnicas están a cargo de ejércitos de ingenieros empleados por ellos que apenas ven llegar a sus bolsillos ínfimas sumas de lo recaudado con las tecnologías por ellos desarrolladas.

El imaginario del capitalista “innovador” es típica de las nuevas ramas de la economía. Tratándose de mercados sin explotar previamente, efectivamente hay más espacio para que algunos individuos se transformen de pequeños capitalistas en grandes magnates. Pero una vez que esa nueva rama ha sido ocupada, el ascenso de los “innovadores” es bloqueada por la existencia de las grandes empresas: más bien tienden a convertirse en sus empleados.

Según la teoría marxista, en el curso general del desarrollo capitalista los pequeños capitalistas desempeñan el rol de pioneros del progreso tecnológico. Lo hacen en dos sentidos. Inician los nuevos métodos de producción en ramas ya establecidas de la industria, y su importancia es fundamental en la creación de nuevas ramas de la producción aún no explotadas por el gran capitalista.

Es falso que la historia de la empresa capitalista mediana avanza en línea recta hacia su extinción gradual. El curso de este proceso es, por el contrario, bien dialéctico, y avanza en medio de contradicciones… La representa, además, la penetración de la producción capitalista en nuevas esferas. La lucha de la empresa mediana contra el gran capital no puede considerarse como una batalla de trámite parejo en la que las tropas del bando más débil retroceden continuamente en forma directa y cuantitativa. Antes bien debe verse como la destrucción periódica de las empresas pequeñas, que vuelven a crecer rápidamente para ser destruidas una vez más por la gran industria.

Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución

Estos empresarios saben bien que con su retórica meritocrática enmascaran la fuente de su fortuna y de toda esta industria tecnológica. Basta con rastrear un poco la cadena de producción de las mercancías que ofrecen para derrumbar todo su relato futurista y revelar que detrás de su culto tecnocrático se esconden los métodos de explotación más arcaicos y brutales.

Cobalto, explotación infantil y subsidios estatales

Es conocida la imagen de fábricas de Apple en países orientales donde los obreros pasan más de 12 horas ensamblando iPhones en condiciones paupérrimas. Este hecho ya de por sí pone en jaque a la ideología tecnoliberal descrita anteriormente. Pero como si eso fuera poco, en 2019 trascendió una denuncia de International Rights Advocates en nombre de 14 familias congoleñas que acusan a Apple, Google, Tesla y Microsoft, entre otros, de utilizar cobalto en sus productos extraído a través de explotación infantil. Los denunciantes exigen a los gigantes industriales una compensación debido a las muertes y lesiones sufridas por niños forzados a trabajar en las minas de cobalto de la República Democrática del Congo.

Pero, ¿qué es el cobalto y qué justifica la explotación de niños para su extracción? Básicamente toda la tecnología moderna utiliza cobalto. Escribir y leer esta nota requirió de cobalto, así como poner la alarma del celular, mirar un video o mandar mensajes de whatsapp. Este mineral es un componente fundamental de las baterías recargables de ión de litio que estas empresas de tecnología fabrican. Computadoras, smartphones y autos eléctricos, todos necesitan cobalto para sus baterías. El valor de este metal reside en que combinándolo con otros metales produce aleaciones que son extremadamente resistentes y estables bajo temperaturas extremas o ante elementos corrosivos.

Silicon Valley, California, es la sede de las principales empresas de las nuevas tecnologías.

Un 60% del suministro global de cobalto proviene de las minas de la República Democrática del Congo. En muchas de estas minas no existe ningún tipo de medida de seguridad para sus trabajadores, por lo cual los derrumbes de los túneles, los hundimientos, las mutilaciones y las muertes son frecuentes. Los trabajadores carecen de equipos de protección, desde cascos hasta estructuras de soportes, y utilizan herramientas rudimentarias, artesanales, para extraer el mineral. Los salarios diarios en 2019 oscilan entre los 1,83 euros para los adultos y 0,73 euros para los menores de 14 años. Las edades de los jóvenes forzados a trabajar en estas condiciones inhumanas varían entre los 14 y los 4 años. Unicef estima que hay aproximadamente 40.000 niños trabajando en minas en el sur de la República Democrática del Congo.

Si este dato por sí solo ya resulta escandaloso, la razón económica detrás de esto es aún peor: los yacimientos emplean niños de tan corta edad debido a que sus pequeños cuerpos y manos les permiten acceder a recovecos subterráneos en donde no caben los adultos. Barbarie capitalista en toda línea. Los niños que tienen la suerte de no fallecer en los derrumbes probablemente desarrollarán diversas enfermedades debido a la inhalación de gases tóxicos producto del proceso de filtrado del mineral.

Estos son los cimientos desde los cuales construyen sus imperios tecnológicos los capitalistas que nos prometen un futuro de telecomunicaciones y entretenimiento digital. Toda su sarasa sobre capital intelectual y economía de la información omite deliberadamente la base productiva primaria de su industria: niños de 6 años excavando minas de cobalto a punta de pistola en países recónditos, invisibles para la mentalidad burguesa y la lógica de ganancia de estos empresarios. A esta brutalidad le dicen innovación, bueno.

Obviamente los señores CEOs que tuvieron la decencia de emitir palabra salieron a despegarse inmediatamente del asunto, argumentando que la cadena de producción de sus mercancías es profundamente compleja y que, si bien se han comprometido a no valerse de proveedores que violen los DDHH y empleen métodos artesanales de extracción, no pueden garantizar el rastreo del cobalto que utilizan. O sea que pueden construir cohetes que aterricen verticalmente pero no pueden rastrear eficientemente sus materias primas para que éstas no sean producto de la violación sistemática de DDHH en países coloniales. En realidad no se trata de una imposibilidad logística o técnica, sino de un mecanismo de abaratamiento de costos y maximización de ganancias, una lógica a la que el capitalismo nos tiene acostumbrados. Lo único novedoso de todo esto es el discurso futurista con el que se maquilla un sistema barbárico.

La explotación de los obreros de las minas de cobalto es feroz.

Pero como si esto fuera poco, el verso meritocrático que supone que el éxito comercial de estos empresarios se reduce a su astucia financiera y su capacidad de concretar negocios también tiene nulo asidero en la realidad. Por ejemplo, Elon Musk, rostro público de Tesla y Space X, empresas millonarias con una clara orientación futurista (productoras de autos eléctricos y tecnología aeroespacial, respectivamente), debe su fortuna no a su habilidad a la hora de invertir, sino a algo mucho más mundano: subsidios del Estado. En primer lugar, Musk es hijo de un empresario sudafricano propietario de una mina de esmeraldas que hizo su fortuna durante el apartheid. Otra vez la relación entre la ideología futurista liberal y la explotación colonial minera. Su cuna de oro alcanzaría para refutar su autopercepción de self made man, pero no acaba ahí. Elon Musk debe su éxito a su dependencia sistemática en subsidios estatales otorgados por el gobierno de Estados Unidos. Se calcula que sumando todas sus empresas en total, el empresario sudafricano se benefició con 49 mil millones de dólares en carácter de subsidio, así como diversos recortes impositivos. Estos datos resultan irónicos al tratarse de un acérrimo crítico de la ayuda estatal que no puede mantener a flote su imperio de no ser por ella.

En esta nota no podemos profundizar sobre su agresiva política antisindical, su relación con personajes de la extrema derecha o su presencia virtual como forma de publicidad y propaganda ideológica, pero no queremos dejar pasar su comentario en ocasión del golpe de estado en Bolivia contra Evo Morales. En ese momento, Musk tuiteó que otro paquete de estímulo económico para la población estadounidense afectada por la pandemia no era el mejor interés de la población, lo cual fue respondido por un usuario acusándolo de beneficiarse del golpe de Estado en Bolivia. Teniendo en cuenta que Bolivia tiene una de las reservas de litio más importantes del mundo, y que ese material es utilizado en las baterías de los autos eléctricos de Tesla, no sorprende la respuesta del capitalista tecnocráta: “Le haremos un golpe a quien queramos, lidien con eso.

La ideología futurista, liberal, meritocrática que estos personajes difunden no es más que humo que oculta su verdadero rostro: explotación infantil, despojo colonial, dependencia financiera del Estado, persecución sindical y apoyo a golpes de Estado fascistoides en países oprimidos. Su innovación y desarrollo está manchada con sangre y es producto de la barbarie.

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