Relato de un viaje a Quito después de las jornadas de rebelión

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Por Martin Camacho

Más de 8 personas muertas, 1.330 personas detenidas y 1.500 heridos. El resultado de la rebelión popular de Ecuador es impresionante y pone al país como uno de los protagonistas de las luchas sociales en América Latina en 2019. Al llegar a Quito, capital del país andino que estalló, la principal tarea de un corresponsal internacional es entender cómo empezaron los conflictos internos, la política y las consecuencias de uno de los eventos más violentos de la década. Los paralelepípedos del centro histórico fueron utilizados como instrumentos de confrontación sólo tres veces en su historia.

La  primera sensación al pisar la ciudad considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, es la de estar en un ambiente en apariencia calmo, con mucho contenido histórico y una población acogedora. Se necesitan algunas horas para encontrar las marcas que dejaron las manifestaciones. Los resquicios encontrados son neumáticos y ramas quemados, calles a las que se sacaron piedras y paredes pintadas con consignas. Algunas sensaciones hacen parecer que una masa furiosa pasó por esos lugares. El “Fuera FMI”, “Fuera Moreno” y “Los cerdos son mejores que la policía”, reflejan una población activa que rechaza las propuestas neoliberales y que exige derechos.

 

“Los cerdos son mejores que la policía”

Entre el olor a quemado y los vestigios de las protestas que aún se conservan en los edificios, circulaba también un sentimiento de inestabilidad y de que el problemaaún no fue saldado. A pesar de que el decreto 883 fue derogado, el gobierno no logró resolver de hecho los problemas que el país vive y no atendió a las demandas de fondo de la población. Por otro lado, es notorio en Ecuador un espíritu de solidaridad entre los ciudadanos. La capital estaba siendo “recuperada” por los voluntarios luego de los disturbios. Vestidos de blanco, pintaban y limpiaban el centro histórico. Es muy común entre los pueblos originarios el trabajo colectivo y comunitario. Puede decirse que fue ese lazo y tradición lo que llevó a millares de personas a ocupar las calles durante los primeros días de octubre para derrumbar las medidas del FMI.

Todo empezó un miércoles3 de octubre, dos días después de que el presidente Lenin Moreno implementara por decreto medidas económicas y reformas antipopulares que hacen a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), para que el país continúe recibiendo el dinero que forma parte de la deuda contraída con el organismo de casi 4000 millones de dólares. Ningún gobierno tuvo la audacia de quitar los subsidios a los combustibles, pero el organismo internacional con sede en los Estados Unidos concluyó que el escenario político era favorable para un ajuste presupuestario, porque los paquetes fiscales y laborales ya se habían implementado. “Algunos economistas lo comparan de manera  directa con el presidente Mauricio Macri, quien se volvió igualmente impopular luego de adoptar medidas similares, aunque con más timidez”, informa la nota de The Economist, publicada en la revista ecuatoriana Vistazo. Moreno está en el mando presidencial para hacer el trabajo sucio de cara a los otros dictámenes que impone el imperialismo norteamericano y no con el objetivo de continuar en el poder. Las medidas adoptadas por él hacen recordar un poco a los ajustes emprendidos por el ex presidente de Brasil, Michel Temer.

La ciudad vivió días de convulsión que tuvieron como principales actores políticos a los trabajadores, a la juventud universitaria y a la población indígena. Llegaron a Quito para las grandes marchas los pueblos originarios de las provincias de Cotopaxi, Tungurahua, Bolívar, Cañar e Imbabura. Más de 4 mil personas fueron acogidas en la Universidad Politécnica Salesiana. La Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y la Casa de la Cultura también abrieron sus puertas para las mujeres, hombres y niños que viajaron horas para impulsar el gran levantamiento popular. La solidaridad imperaba y movilizó a toda la población. Los estudiantes de Medicina y de Enfermería asistieron a los heridos; los habitantes de Quito distribuían alimentos, agua, ropa, colchones y frazadas. Además de eso, hubo hasta personas y estudiantes universitarios que se ofrecieron a cocinar y cuidar a los niños.

“No protestamos solamente contra las medidas económicas de ahora, también luchamos contra una exclusión y una desigualdad históricas”, dice un joven indígena de Cotacachi.

 

El paquetazo neoliberal y destructor de Moreno

El decreto 883, instituido por el presidente Lenin Moreno, consideraba los ajustes fiscales y laborales como alternativas para pagar la deuda contraída con el FMI. La decisión que más repercusión generó en los medios locales fue el fin del subsidio  a los combustibles, que tiene un impacto directo en los costos del transporte público y de los productos de primera necesidad. De acuerdo con  un informe del Banco Interamericano de Desarrollo, el subsidio significa el 30% de los gastos públicos y sería responsable de dos tercios del déficit fiscal. La institución agrega que el producto es contrabandeado hacia los países vecinos, como Colombia y Perú. Lenin está utilizando la misma excusa que Evo Morales usó en  2010, cuando el presidente de Bolivia tuvo que recular luego de que el país fuera incendiado por protestas –la historia se repite y las falacias son las mismas-. “Digamos la verdad: No vamos a beneficiar contrabandistas, con quienes no negociaré. La decisión es firme. El subsidio fue eliminado y continuaremos construyendo el Ecuador que queremos”, confrontó Moreno desde twitter.

La estrategia del  gobierno confronta la lucha histórica de los movimientos sociales, especialmente de los originarios, que organizaron diversas protestas contra los presidentes que intentaron aumentar los precios de los combustibles. Los subsidios hacen parte de la vida cotidiana del pueblo ecuatoriano hace 40 años, ningún jefe de Estado invirtió en tecnología o en refinerías para que el país dejase de ser dependiente del precio internacional del diesel y de otros derivados. Otto Sonnenholzner, vicepresidente de Ecuador, afirmó que “el gobierno tuvo que elegir entre subsidios o la dolarización. No queremos ser responsables por quitar a los ecuatorianos el único activo económico y social que permitió el desarrollo de los últimos 20 años, que es el dólar”, argumentó.

Pocas noticias contaron sobre la quita de derechos laborales y de las ideas delirantes de Moreno para robar el dinero de los más pobres, como la reducción de las vacaciones de los empleados públicos de 30 a 15 días y de la donación de un día de trabajo por mes para “salvar” al país del déficit fiscal. Junto con los ciudadanos que se manifestaron contra el decreto, los trabajadores aglutinados en el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y en la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) salieron a rechazar esas ridículas propuestas. Esas organizaciones, aparentemente, negocian por separadocon el gobierno. En tanto que la CUT se sentó a dialogar con Moreno, la FUT anunció una huelga nacional para el día 30 de octubre, pero ya descartó la posibilidad de que ese evento pusiera a los trabajadores a tomar las calles.

El gobierno quería “ahorrar” con las medidas económicas cerca de 2.273 millones de dólares. El subsidio a los combustibles sería de 1.400 millones de dólares. Teóricamente, el aumento de precios de la gasolina y del diesel podría compensar la renta interna que sería direccionada al FMI tras la quita del subsidio. La cuestión es que la empresa y el gobierno no explican por qué Ecuador compra todo el diesel que utiliza a otros países, siendo un importante exportador de petróleo y miembro de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El país extrae más de 500 mil barriles de petróleo por día, estando en la posición número 26 de productores de “oro negro” del mundo; o sea, hay una cuenta que no cierra y la inestabilidad política continúa.

Las metas son impuestas por el FMI y, como dice el ex ministro de Hacienda, Mauricio Pozo, la deuda que debe pagarse este año sería de “apenas” 5.000 millones de dólares. Ecuador tiene un déficit de casi 2000millones y debe pagar el vencimiento para continuar recibiendo los fondos. Esto es, el país andino entró en un ciclo sin fin que no ayuda al crecimiento económico, sino que más bien ayuda a mantener al sistema monetario del imperialismo yanqui. Como una forma de desviarse de las exigencias del pueblo y ocultar al verdadero enemigo de los ecuatorianos, Moreno acusó a su antecesor y antiguo aliado Rafael Correa y al líder venezolano, Nicolás Maduro, de querer desestabilizar al país. “Saqueos y vandalismo no son manifestaciones ciudadanas. Ellas demuestran la intención política de Correa, Maduro y los corruptos, que deben responder a la justicia y al país por desestabilizar a este gobierno democrático”, escribió el presidente en twitter.

 

El sector indígena fue decisivo para derrotar el proyecto del gobierno

El rostro de las rebeliones populares de Ecuador tiene trazos indígenas. La tradición de lucha y las experiencias anteriores de movilizaciones tuvieron a los nativos en las trincheras que derrumbaron al decreto 883. Las primeras organizaciones de pueblos originarios aparecieron en 1926 en Cayambe, al norte de Pichincha. Al mismo tiempo que surgían los sindicatos en el resto del país, las representaciones indígenas también ganaron voces en la vida política y en el movimiento obrero. Al comienzo, exigían mejores condiciones de trabajo y tenían formaciones clasistas, siendo aliados a los partidos socialistas y comunistas. En 1961, movilizaron 12 mil personas en el centro de Quito reclamando mejores condiciones de vida.

En los años 70, la Teología de la Liberación se fortaleció con demandas étnicas en el movimiento sindical y en la corriente indigenista. La influencia de la Iglesia fue tan fuerte que el grupo, motivado por la visita del Papa Juan Pablo II, resolvió reunirse en Quito para organizar las luchas indígenas. Un año después se forma la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CoNaIE). En los primeros años del siglo XXI, la organización comienza a colaborar con los diferentes gobiernos, pero tienen una ruptura con el ex presidente Rafael Correa por reprimir las luchas y desalojar la sede dela CoNaIE.

Hoy, el decreto de Moreno afecta drásticamente al sector agrícola. Los cultivos de batata, mijo y otros vegetales son producidos por los pueblos originarios y transportados hacia los diferentes centros urbanos. El aumento en el precio del diesel afecta a todo el ramo productivo y a la principal fuente de ingresos de las familias nativas. El Banco Mundial reveló en 2018 que las tasas de pobreza en las comunidades originarias superan el 50% de la población. “Pagamos un dólar para llevar las batatas al mercado de Zumbahua, con el aumento de la gasolina quieren cobrar el doble. ¿Cómo vamos a vivir así? No nos alcanza”, contó María Delfina al periodista Alejandro Pérez.

La cuestión es: las personas que llegaron hasta la capital del país trajeron elementos comunitarios que subsanaron parcialmente las deficiencias organizativas de la ciudad. No existe en Quito una organización política tan importante como la CoNaIE, que consiga aglutinar y movilizar otros sectores populares. El presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, Jaime Vargas, anunció el 7 de octubre que 20 mil personas llegarían al centro histórico para derrotar el decreto. ¡Dicho y hecho!

 

Asambleas populares y organizaciones independientes

Es fundamental entender que la rebelión consiguió derrotar el decreto del gobierno y la experiencia de pasar once días en las calles despertó el entusiasmo de las personas. La juventud, las mujeres y los trabajadores percibieron que es posible cambiar las cosas con la movilización social. En las asambleas en las que participamos se expresaba con riqueza la experiencia vivida en la capital. El proceso político tardará un tiempo en ser asimilado por todos, pero la voluntad de luchar por más derechos y contra la desigualdad continúa.

Un camarada que no quiere ser nombrado, dice que estos momentos son óptimos para alimentar la conciencia de clase y trazar bien claro los objetivos de las rebeliones. Además de eso, relata que es necesario aprovechar el momento para adquirir experiencias reales de enfrentamiento, conocer los límites del enemigo y vivir muy de cerca la formación de las barricadas.

El gobierno también sacó lecciones de todo este proceso. Ya cambiaron jefes militares y realizaron conferencias sobre seguridad, evidenciando que en alguna medida las fuerzas represivas fueron sobrepasadas y que por medio de la violencia no había salida. Por otro lado, el Estado ahora sabe que va a tener que negociar separadamente con cada sector para conseguir su objetivo. Veremos hasta dónde puede negociar. Lo que está primando ahora es un discurso de paz para preparar la guerra; o sea, más represión.

Queda aún por definir cómo esas experiencias pueden concretarse en la lucha de clases, sabiendo el potencial que tiene el movimiento indígena y su compromiso con la ecología. Sólo resta un encaminamiento nuevamente clasista que pueda convertir las ideas indigenistas en una crítica concreta al capitalismo. Es necesario construir organismos revolucionarios clasistas que sean capaces de unificar a los trabajadores de la ciudad y el campo.

Pero la valentía de los pueblos originarios y de los trabajadores de la ciudad hizo que la rebelión se propagase a otros lugares. Otros países del continente parecen estar siguiendo los pasos de los once días de lucha en Quito. El clamor de los ecuatorianos contra los ajustes que los gobiernos neoliberales quieren imponer contra los explotados y oprimidos fue escuchado en otros países y deja enseñanzas importantes para la juventud latinoamericana.

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