Perú: segunda vuelta entre la “izquierda” de Castillo y la extrema derecha de Fujimori

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  • Las elecciones del pasado domingo dejaron un escenario sumamente fragmentado por un régimen en crisis, deslegitimado. Con porcentajes bajos, llegan a segunda vuelta para la elección presidencial un dirigente docente y la hija del ex dictador Fujimori.

Federico Dertaube

Apenas por arriba del 18%, el hasta hace poco casi desconocido Pedro Castillo se alzó con el primer lugar en la elección presidencial del pasado domingo. En segundo lugar, con un magro 14%, se colocó Keiko Fujimori. Es hija del ex dictador del país y promete seguir sus pasos, reivindicando explícitamente el legado de su padre.

Un régimen en crisis

No hay un solo candidato que pueda postularse como representantes de las mayorías populares. La enorme fragmentación de los votos se debe a la historia reciente de la institución presidencial, de debilidad sistemática de los sucesivos gobiernos al menos hace década y media.

De hecho, en la historia de los últimos 75 años de Perú hubo apenas cuatro ocasiones en las que se pudo consumar una transición “democrática” normal entre un presidente electo y otro: En 1985, 2006, 2011 y 2016.

Sin embargo, aún los presidentes que pudieron terminar sus mandatos normalmente raramente pudieron continuar siendo parte de la institucionalidad y la vida política. Los últimos seis presidentes constitucionales fueron abatidos por denuncias de corrupción o terminaron presos. Uno de ellos incluso, el líder del Partido Aprista (uno de los más longevos y clásicos del país) y ex presidente en dos mandatos Alan García, se suicidó antes de ser apresado.

También ha sido una constante la confrontación entre poderes. No hubo presidente que no se vea envuelto en una mini guerra sistemática con el parlamento, que intentaba ostentar el poder minando la autoridad del ejecutivo.

Perú no cuenta en su historia con gobiernos democráticos burgueses poderosos y populares, por lo que no pudo consolidar partidos políticos con la fuerza para constituir un verdadero “bipartidismo” (tan clásico de otros países). Lo más parecido a eso fue la corta hegemonía del Partido Aprista y Acción Popular. El primero, surgido como “izquierda” antiimperialista, terminó siendo una fuerza conservadora normal. El segundo, de carácter más “republicano” clásico. Fueron durante décadas las principales organizaciones de la “democracia” peruana, jamás con la fuerza para dominar la vida política del país.

Así, la institucionalidad de la democracia capitalista ha sido sumamente débil a lo largo de las décadas.

En los ’90, un personaje aparecido de afuera de esas organizaciones, Alberto Fujimori, logró alzarse con la presidencia. Disolvió el parlamento e impuso una verdadera dictadura durante toda la década. Bajo su gobierno es que las masas peruanas fueron duramente derrotadas y se impuso en Perú la hegemonía neoliberal clásica del momento. Su gobierno dejó decenas de miles de muertos y una verdadera devastación social.

El gobierno de Fujimori dejó una devastación social con su política económica liberal y un régimen autoritario y corrupto.

Caído en desgracia en el años 2000, bajo su Constitución es que Acción Popular y el aprismo volvieron al poder. El primero gobernó inmediatamente después de la caída de Fujimori (con el gobierno provisional de Paniagua y luego el electo de Alejandro Toledo) para luego ser reemplazados por el ya mencionado Alan García. Ambos sostuvieron una política conservadora que mantuvo las bases fundamentales de la economía fujimorista.

En 2011 hubo un intento de farsa de “chavismo” a la peruana. Ollanta Humala ganó las elecciones de ese año apoyándose en la época de hegemonía de los progresismos regionales. Sin cambiar nada de fondo ni de superficie, su gobierno fue una breve parodia de neoliberal de “populismo” y duró apenas un mandato. No implementó ni siquiera tibias reformas como la de sus pares de otros países. Finalmente, terminó procesado y brevemente preso por acusaciones en torno a la causa internacional Oderbrecht.

En 2016 asumió el gobierno conservador de Kuczynski, del partido Peruanos por el Kambio. Se trata mayoritariamente de una fuerza de ex funcionarios de gobiernos de Acción Popular. El propio presidente fue ministro de Alejandro Toledo. Rápidamente se vio envuelto en una pelea con el Parlamento, que acabó por destituirlo por inhabilitación moral por corrupción y fue seguido en el cargo por Martín Vizcarra, su primer vicepresidente.

Vizcarra confrontó en 2019 con el parlamento, ordenando su disolución a finales del 2019. Luego de nuevas elecciones parlamentarias, los nuevos legisladores continuaron en su pelea con la presidencia. El año pasado, Vizcarra cayó y fue sucedido por Merino, presidente del Congreso miembro de Acción Popular.

Por abajo, la derrota de las masas consumada con Fujimori hizo de las amplias mayorías meros espectadores de una serie de grotescas y de mala calidad obras de teatro llamadas “gobierno” con una parodia de “democracia” por escenario.

Por arriba, los actores sin guión vociferaban frases absurdamente y los anti héroes peleaban con el reparto por el protagonismo. Los únicos que aplaudían eran los espectadores privilegiados de los palcos de Wall Street, que con calculadora en mano estaban sumamente satisfechos con las ganancias que les arrojaban las ventas de entradas.

Estas sucesiones interminables de gobiernos inestables y ex presidentes procesados hizo imposible la consolidación de un personal político estable.

El hartazgo finalmente explotó y el año pasado fue la rebelión más importante en Perú en mucho tiempo. Decenas de miles de jóvenes salieron a la calle rechazando al nuevo gobierno impuesto por el Congreso, exigiendo una reforma constitucional que termine con esos nidos de corrupción y maniobras antidemocráticas que son las instituciones de la democracia capitalista peruana.

La rebelión peruana de 2020, con la juventud por protagonista, cambió la fisonomía del país.

Finalmente, el gobierno de Merino cayó, pero el golpe a esa ya débil institucionalidad fue duro. No hay verdaderas mayorías ni partidos con legitimidad entre las amplias masas. Cada candidato obtuvo resultados magros precisamente por la inmensa falta de legitimidad de todo el régimen. Así, porcentajes absolutamente mínimos definieron quién llegaba a la segunda vuelta.

Pedro Castillo: “izquierda” reformista conservadora

Ninguno de los partidos clásicos de la democracia burguesa peruana ni sus desprendimientos llegaron a segunda vuelta. En medio de esa crisis, se alzó con el primer puesto en la elección un personaje ajeno al “establishment”.

Docente de la zona noroeste del país, una de las más pobres, se convirtió en figura nacional con la huelga conducida por él por salario en el año 2017. Así, la persona más votada de la elección del domingo no es un “político” profesional sino un dirigente obrero de las zonas rurales del país con poca y nula historia de carrera política.

Hijo de padres analfabetos, llegó a votar en caballo rodeado de seguidores en una puesta en escena de cuasi caudillismo rural casi creíble.

Su partido, Perú Libre, dice ser de izquierda e incluso “marxista”. Sin embargo, no son nuevos en la gestión de al menos una parte del Estado. Su fundador y verdadero líder, Vladimir Cerrón, fue dos veces gobernador de Junín y la suya fue una gestión perfectamente “normal” y capitalista. Comenzó su carrera política como parte del partido de Ollanta Humala y bajo su gobierno fue presidente de la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales. Se encuentra procesado también por corrupción durante su gobierno provincial.

El programa partidario es de un nacionalismo económico bastante tibio, su enemigo es el “neoliberalismo” (no el capitalismo) e ideológicamente defienden el poder de la Iglesia Católica (por lo que rechazan al movimiento de mujeres y LGBT). En lo económico, dicen querer terminar con la “economía social de mercado” e impulsan un “estado empresario”: es decir, la creación de empresas públicas que compitan con los capitalistas privados. Incluso sostienen que no defenderán la implementación de un impuesto a los ricos.

La campaña de Castillo está centrada en la lucha contra la “corrupción”, promete terminar con el Tribunal Constitucional y la propia Constitución heredada de la época de Fujimori.

En los hechos, la candidatura de Castillo es una suerte de “neo-chavismo” bastante más tibio que lo que fueron los gobiernos de Evo Morales y el propio Chávez.

Sin embargo, no deja de ser importante que se haya convertido en el candidato más votado un dirigente de trabajadores ajeno a la capa de políticos profesionales capitalistas. Sus millones de votos fueron centralmente de las zonas rurales más pobres del país, que lo ven como un luchador popular, como uno de los suyos.

Para triunfar, necesita abrirse paso entre la clase media y los trabajadores menos pobres limeños y de otras grandes ciudades. A su vez, confrontará con quien estuvo ya dos veces en una segunda vuelta presidencial…

Keiko Fujimori: la extrema derecha peruana

La hija del dictador reivindica la herencia y la política del padre. Autoritarismo, neoliberalismo salvaje, corrupción endémica, violaciones sistemáticas a los derechos humanos… nada pudo haber salido mal con semejante gobierno si la fidelidad de los genes (y de la portación de apellido) así lo indica.

Keiko y Alberto Fujimori, en los ’90

Pese al balance nefasto del fujimorismo, Keiko tiene una base social firme. Lo más reaccionario de las clases medias y los más atrasados sectores populares tienen un buen balance de la única década en la que hubo “estabilidad institucional” (a costa, por supuesto, de miles de muertes y de las instituciones mismas).

Promete liberar a su padre de culpa y cargo y así dar rienda suelta a las mafias corruptas de su entorno. Las mismas que dejaron un saldo de decenas de miles de muertes y establecieron un régimen de saqueo y robo sistemático, asesinatos de grupos paramilitares, servicios de inteligencia desbocados…

Protestas contra el indulto a Fujimori. 2017.

Sus votantes con una “minoría intensa” desde hace largos años. Le aseguraron varias veces el piso de votos necesarios para llegar a segunda vuelta, pero el rechazo ampliamente mayoritario de las amplias masas la dejó afuera del cargo una y otra vez. En la última elección, 2016, Kuczynski logró la presidencia precisamente por el voto mayoritario de rechazo a la extrema derecha. Sin embargo, los votos de Keiko cayeron notablemente de la primera vuelta de 2016 a esta: pasó de casi el 40% de los votos a un magro 14%.

Dada la inestabilidad del régimen y la crisis que cruzó y dejó afuera a todos los partidos de gobierno de la “democracia” peruana, su triunfo no es por ahora descartable. Su rival es un partido débil y casi sin arraigo en las principales ciudades del país. Sin embargo, en las zonas rurales pobres el recuerdo de la vida miserable y las masacres bajo el fujimorismo son algo muy vivo, como lo es también entre los sectores populares de las grandes ciudades.

El destino de Perú se balancea entre dos extremos inestables. El peso de una pluma puede torcer las cosas hacia el platillo derecho o el izquierdo y definir el futuro de todo un país por largos años. 

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